Por Giovanni Rodríguez
Uno no empieza a considerarse seriamente como perteneciente a una generación determinada sino hasta el momento en que esa generación ha sido suplantada por otra o por otras. Y es que una condición esencial para que un individuo empiece a considerarse parte de un grupo correspondiente a una época determinada es precisamente el hecho de que esa época es algo que pertenece al pasado. La nostalgia es, por lo tanto, la primera condición de la conciencia generacional en el individuo. La segunda condición sería la confrontación ideológica y cultural con la o las generaciones posteriores, o ya, de plano, el rechazo absoluto de todo lo que identifique a estas generaciones posteriores.
Dos condiciones entonces: la nostalgia del pasado y el rechazo al presente.
Yo empecé a cobrar conciencia de pertenecer a una generación determinada desde el momento en que empecé también a notar que todo esto que caracteriza a los nuevos individuos, a los individuos sociales del presente, no va conmigo.
No van conmigo, por ejemplo, las tendencias de la música, de la moda o de las corrientes ideológicas actuales. Mis preferencias se quedaron en las tendencias de hace varios años, cuando empezaba a ser un joven que recién abría los ojos para descubrir con asombro el mundo circundante.
¿A qué generación pertenezco entonces? ¿Quiénes más forman parte de esta generación a la cual me siento perteneciente? ¿Tiene algún nombre esta generación?
No sé si encajo del todo en esa Generación X, que es como se nos conoce a los que nacimos más o menos entre 1970 y 1980, que asumimos –con cierto pesar por no haber nacido diez o veinte años antes- la música originada en los sesentas y setentas, que jugamos, en un ejercicio lúdico evolutivo, a los trompos, a los mables, al Atari y a la Playstation; como tampoco sé si quepo en el círculo que encierra a la Generación Y, que son los nacidos a partir 1981 o 1982 (los grandes teóricos del asunto no se ponen de acuerdo), los que crecieron con las computadoras y el Internet, los que vieron, con ojos infantiles e infantilmente asombrados, la guerra del Golfo Pérsico, los atentados del 11-S, o las guerras de Afganistán e Irak.
No lo sé. La verdad es que me siento tanto parte de una como de la otra. De la G-X, el culto a Pink Floyd, Alice in Chains o Pearl Jam; de la G-Y, mi casi adicción al Internet y el mantenimiento de un blog que actualizo regularmente. De la G-X, probablemente mi nihilismo y mi eterna descolocación ante cualquier intento de coartar mi libertad; de la G-Y, el recuerdo de los misiles norteamericanos cayendo de madrugada sobre Bagdad en una mañana de mi infancia viendo CNN y el menos antiguo de un avión estrellándose contra una de las Torres Gemelas en la pausa del almuerzo durante mi primer día de trabajo como cajero en un banco allá en el lejano año 2001.
Posiblemente en el futuro alguien –otro de estos teóricos empeñados en establecer fechas y acumular datos- venga a decirnos que hay además una generación intermedia, la XY, la que reúne a los que, como yo, deambulan en un limbo generacional sin saber exactamente con cuál generación identificarse plenamente. Para entonces quizá yo ya sea un viejo malhumorado al que no le hará la menor gracia que traten de situarlo en una generación específica, porque quizá lo único que quiera recordar de esa generación y de su época sea a los amigos, y los libros de los amigos, y la música y las palabras eternas de los amigos, que es lo que esencialmente la habrán constituido.
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