Pintura de Oswaldo Guayasamín (Quito 1919-1999)
Por Giovanni Rodríguez
¿Por qué resulta tan fácil adivinar cómo son o de qué están hechas algunas personas? Lo he pensado nuevamente hoy, después de escuchar sin querer los retazos de la conversación entre una pareja de jóvenes a mi espalda en este café que frecuento una vez a la semana. Yo miraba a la calle a través del vidrio, veía pasar gente que nunca había visto, y trataba de asignarle un papel a cada uno en la gran comedia de la vida. Pero entonces ella dijo que no hay que pensar negativamente, que hay que ser optimista, a lo que él respondió con un saludable silencio prolongado durante unos dos minutos.
La frase me trajo de inmediato a la memoria una tarde de sábado en un café de Honduras en que conocí a una muchacha cuya cabecita adolescente estaba todavía llena de ideas “revolucionarias”, optimistas, esperanzadas en un gran futuro, para ella misma y para la humanidad entera. Después de los primeros minutos de intercambiar frases que parecían buscar ineficazmente el roce de la trascendencia, algo en ella, no sé si sus ojitos soñadoramente entrecerrados mientras pronunciaba con excesivo entusiasmo y seriedad cada una de sus palabras, me llevó a practicarle, en una versión caprichosa y chapucera de la mayéutica socrática, un interrogatorio que acabó, para mi perplejidad, haciéndola llorar.
Al final, repuesta ya de su llanto disimulado ante los parroquianos de las mesas contiguas y con dos servilletas humedecidas con las lágrimas, me confesó que lo que le había provocado tal estado de descalabro emocional había sido el sentirse extraordinariamente descubierta. “Como si fuera un libro abierto y sin dificultades de lectura” -fueron sus palabras exactas-, y yo entonces contuve el ímpetu de mi inminente retirada pues no soportaba la idea de seguir compartiendo mesa con una persona tan obvia, tan predecible, tan fácil de leer, todo lo contrario a lo que ella suponía de sí misma.
No sé si lo que esperaba de mí, después de propinarle a su amor propio un inconsciente golpe casi mortal, era que mi actitud con respecto a la situación se suavizara un poco, que empezara yo a ceder a su patetismo de niña caída en desgracia y acabara si no haciendo pucheros al menos ofreciéndole mi hombro solidario o mi pañuelo presumiblemente perfumado, pero lo que me quedó claro de toda aquella escena es que quienes más seguros se sienten en la vida, aferrados a esos estúpidos consejos del Feng shui o empujados por unas lecturas trasnochadas de Marx y el Ché Guevara, son los que más fácilmente exhiben su ignorancia o sus heridas no cicatrizadas.
El amor propio es una “valoración equivocada de uno mismo”, dice Ambrose Bierce en esa célebre compilación de definiciones satíricas titulada El diccionario del diablo, y esto es lo que ocurría con la ingenua muchacha de esta historia, creía ser hasta ese momento una persona “especial”, “diferente” e incluso “única” –fueron estos los adjetivos que utilizó para autoanalizarse, ya en retrospectiva-, pero siempre llega el momento del primer tropiezo en nuestra particular manera de ver las cosas, y más adelante, con el paso de los años, con la acumulación de la experiencia, el incremento de las buenas lecturas, la reflexión y la autocrítica, nos damos cuenta de que nuestra nueva manera de percibir las cosas tiene que ver más con cierta tendencia nihilista que con un idealismo desmesurado.
Nihilismo. Esa parece ser la única certeza del presente. Y la mejor opción para el futuro.
2 comentarios:
Me sorprende leer cosas sobre el amor propio, ya que el editor ha hecho durante mucho tiempo gala de ese sentimiento, sintiéndose diferente, especial, hecho de otra pasta, solo hay que repasar algunos de sus escritos.
El amor propio mi estimado (perdón por mi dislexia) editor, no tiene nada que ver con los idealismos, ni con leer al Che o Marx, el amor propio es saber que cualidades tenemos y podemos desarrollar mejor, nuestras debilidades para superarlas, el amor propio pasa por una exploración de nuestros yos.
La debilidad, al igual que la ira, son sentimientos que debemos expresar, como dice en su siguiente escrito, usted aborrece a los políticamente correctos, pero al igual que esos, los hay quienes van por la vida de soberbios y orgullosos, cantando al mundo que necesitan sufrir para poder escribir, ¿le suena de algo?
A ese grupo que usted aborrece abría que sumarle los que creyéndose más, presumen de sus conocimientos, veo que sigue en su misma línea de creerse superior.
Los idealismos no son negativos, se le olvida a usted algo muy importante, vive en una sociedad que ha transformado sus idealismos en bienestar social, los idealismos son motor para el avance de una sociedad, una sociedad sin idealismos se queda estancada porque la gente no cree en que pueda haber un cambio.
Los idealismos son puntos de referencia, modelos ideales a los cuales se aspira, llámelos si quiere puntos de referencia, sin los cuales el avance no es posible.
Por primera vez coincido aunque no en la ortografía (sutileza de dislexia) con Xibalba. Lo del amor es una cuestión que escapa a la ideología o a los contextos de una determinada época, aunque incide, claro. Yo le sugiero a mi amigo Giovanni que habría que leer a Fromm, a Platón, a Ovidio, y sobretodo que se dedique a amar, eso es la ley suprema: "Love is a temple, love is a higer law...".
Hay que indagar muchísimo, y yo sé que el editor, que es un gran bolañiano, ha de percibir eso en su maestro, como él indago en sí mismo, sino: "llamadas telefónicas"
"Compañeros de celda" "El ojo Silva" "Clara" entre otros amores.
Giovanni, ame, ame!
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