Todos sabemos lo de Tamaulipas, así que sólo les dejo a Juan Villoro, que cuenta sobre uno de los 72:
La justicia suele ser ilegal. Durante veinte años, Víctor Manuel Escobar Pineda trabajó en Estados Unidos. Era contratista para una empresa de Houston y daba empleo a sus paisanos de Honduras. Su madre, su mujer y sus cinco hijos vivían con él. El más pequeño tenía 2, el mayor 15. Vivían bien. Todo era justo, y era ilegal. A veces, Víctor Manuel soñaba con San Pedro Sula, la ciudad plana en la que nació, donde se alza una iglesia de pastelería. Eran sueños calurosos, mitigados por la cercanía del mar. Volvía a ser un cipote, un niño que probaba la langosta que le daba un negro. La sensación de volver era buena, pero al despertar recordaba un cuchillo en una calle de tierra, el trabajo en las maquiladoras, las niñas que corrían descalzas sin tener a dónde ir. Houston eran un sitio seguro. Ahí los peligros quedaban lejos. El Apolo XIII había hablado desde fuera del mundo para decir: “Houston, tenemos un problema”. Las calamidades estaban en el espacio exterior. En mayo de 2010 Víctor Manuel tuvo un lío de papeles. Vivía bien, pero nació en Honduras. Lo justo era ilegal. Fue deportado. De inmediato planeó su regreso. En San Pedro Sula había buena sopa de mondongo, pero en Houston la sopa de mondongo era la sopa que le hacía su madre. Se puso en marcha en agosto. Su tío Cantalicio Barahona Vargas viajó con él. Atravesaron México sin ver otra cosa que el miedo en las miradas de sus acompañantes. Cerca de la frontera fueron detenidos por narcos. Les ofrecieron otro trabajo ilegal. El quería trabajo sin muertes. Un trabajo justo para alguien sin papeles. No aspiraba al lujo de que la justicia también fuera legal. El 23 de agosto, 72 migrantes fueron asesinados. Lo contó el que siempre sobrevive para contarlo. En sus Cuentos de cipotes, Salarrué narra historias de campesinos con voces de niños hondureños. En una de ellas dice: “José Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera”. Víctor Manuel Escobar Pineda cerró los ojos tirado en Tamaulipas. Tenía 36 años. Fue sepultado en San Pedro Sula. Sus hijos viajaron al entierro. También su tío murió en la matanza. En la misa de Cantalicio el sacerdote recordó lo que dijo San Pablo: “Somos ciudadanos del cielo”. En Houston, la estación espacial de la NASA protege a los ciudadanos del cielo. Los que construyen las casas no tienen papeles.
Tomado de Radar, Página12
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