Philip Roth. Fotografía: Richard Drew/AP.
Motivado por la buena noticia del otorgamiento del premio Príncipe de Asturias a Philip Roth, el narrador (y excelente lector de la literatura norteamericana) Rodrigo Fresán preparó un repaso por los que considera los mejores diez libros de este escritor judío nacido en Nueva Jersey, desde Goodbye, Columbus (1959) hasta Indignación (2008). Vale la pena leerlo completo siguiendo este enlace a Letras Libres, pero aquí les dejo sólo los primeros párrafos:
La lista de premios recibidos aquí y allá y en todas partes por Philip Roth –a la que ahora se suma el Príncipe de Asturias– quita el aliento y devuelve la fe en la sabiduría de los jurados. A esta altura del asunto –su nombre suena en los pasillos de la academia sueca año tras año– en sus estantes y vitrinas solo le falta el Nobel. Pero, de no ser así, Roth ya ha sido más que digno merecedor de lo que también ganaron Lev Tolstói, Antón Chéjov, Marcel Proust, Francis Scott Fitzgerald, James Joyce, Vladimir Nabokov, Jorge Luis Borges, Italo Calvino, Iris Murdoch, Robertson Davies, Juan Carlos Onetti, Anthony Burgess, John Cheever, Kurt Vonnegut, John Updike y tantos otros: la gran medalla a aquellos que norecibieron el Nobel porque ni falta que les hacía, aunque...
A la hora de la verdad, lo que importa y lo que queda y permanece es la obra. Roth –junto a Saul Bellow y Eudora Welty en su momento y ahora el poeta John Ashbery– ha sido uno de los cuatro autores a los que la canonizadora Library of America decidió comenzar a publicar y ordenar en vida. Ya se han publicado siete volúmenes de lo que se estima será un total de nueve. Pero con Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933) nunca se sabe: de un tiempo a esta parte, no hace otra cosa que escribir y escribir y escribir. Y así, en lo que va del milenio, ha publicado ocho novelas y una recopilación de ensayos y entrevistas. Para dentro de poco –aunque muchos lo tildan de leyenda urbana-editorial– se anuncia algo titulado Notes for my biographer. Exista o no, título intrigante e inequívocamente rothiano, porque –¿serán memorias, será ficción?– en su mundo nunca se sabe qué es cierto, qué fue lo que no sucedió, qué es inequívocamente real luego de que él lo haya puesto por escrito.
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