La incansable búsqueda del último hablante de una lengua muerta que realiza un lingüista español en los territorios del occidente de Honduras a finales del siglo XX y que reconstruye su bisnieto Illán Monteverde más de un siglo después a través del género novelístico, constituye el argumento de La guerra mortal de los sentidos (2002), última novela de Roberto Castillo (1950).
Castillo ha logrado escribir, con la misma fuerza verbal de sus personajes, una novela representativa de esa tan rebuscada identidad nacional. Una novela que nos conduce por los típicos parajes hondureños, por las costumbres de la gente, por sus formas de hablar y de vivir, y que nos invita a “ser todas las cosas, vivir todas las vidas y expresar todas las voces”.
Y son precisamente las voces fantasmas de la memoria colectiva las que Castillo alterna con las de los personajes de su ficción, logrando con esto una especie de reinvención mítica de la historia y particularmente de una cultura y de una lengua, la lenca.
La narración de los sucesos se produce en el año 2099 y está a cargo de Illán Monteverde, bisnieto del Buscador del Hablante Lenca, quien reconstruye, con los recursos del género novelístico, desconocido entre sus contemporáneos, las aventuras del bisabuelo en su afán por recuperar la lengua lenca ya extinta.
Esa búsqueda, que para el lingüista español también representa la posibilidad de encontrarse a sí mismo, deriva finalmente en El Reguero, o El Gual, como los indígenas llaman a este pueblo nacido de la invención del autor, cuyos habitantes trazan, sin saberlo, historias tan fascinantes que terminarán envolviendo la vida del Buscador del Hablante Lenca.
A lo largo de sus 531 páginas se narran las andanzas y aventuras del Buscador en su tarea obsesiva de rastrear los pasos del que posiblemente sea el último hablante vivo de la lengua muerta, en medio de las cuales aparecen intercaladas las veintinueve grabaciones que el protagonista realizó a igual número de informantes en su búsqueda interminable por las tierras de El Gual.
El narrador va ofreciendo, a la manera de un abanico de posibilidades, las diferentes historias de sus personajes; los episodios en la vida del Buscador del Hablante Lenca; de los cipotes Chorro de Humo, Henry y Pepe Grillo; de Chema Bambita, incansable defensor del pueblo lenca y de su lengua; de don Juan Diego Eleudómino de la Luz Morales, que veía ángeles e intentaba hablar con ellos; de Cara de Yuca, La Perena, La Múrmura y muchos más; de modo que poco a poco estas historias se van juntando hasta desembocar en la razón final por la que son contadas.
El Buscador sigue las pistas que el Hablante Lenca va dejando, pero llega siempre tarde, justo después de que se ha marchado a otro sitio, y no logra alcanzarlo nunca, a pesar de haber estado muy cerca. Esta búsqueda, que se traduce en la imposibilidad de aprehender algo casi inasible, es lo que constituye el elemento de más vigor en la novela.
Pero La guerra mortal de los sentidos no se queda en la simple historia del fracaso del protagonista al no lograr su cometido. Además de la reconstrucción mítica de algunos momentos de la historia, como el de la muerte del cacique Lempira durante la celebración del “más grande guancasco de todos los tiempos”, también rescata la idiosincrasia del hondureño, su sentido del humor y su forma particular de ver la vida.
La identidad del último hablante lenca no nos es revelada sino hasta en las páginas finales de la novela; sin embargo, desde las páginas iniciales el narrador va dejando algunas pistas, lo cual convierte a los lectores, al igual que el protagonista del relato, en auténticos buscadores del hablante lenca.
Es cierto que mucho de esta novela le debe todavía su buen porcentaje al “boom”, con su visión abarcadora y totalizante, pero también es cierto que representa el proyecto mejor acabado de este tipo de novelas en Honduras. Además, características como la fragmentación, la intención de romper (a través de la ficción) con el conocimiento tradicional de la historia, o elementos como el pastiche y la intertextualidad le otorgan cierta voluntad posmoderna.
Ambiciosa, divertida e impredecible, después de cinco años, desde el momento de su publicación, La guerra mortal de los sentidos es quizá la mejor novela que se ha escrito en este nuevo siglo en Honduras. Podría decir incluso que es la novela más hondureña que se ha escrito.
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