domingo, 8 de julio de 2007

Pregúntale al polvo

Dos historias narra Arturo Bandini en Pregúntale al polvo (Anagrama, 2001), novela que John Fante escribió allá por la década de los años treinta del siglo pasado en Los Ángeles: la de su sueño juvenil de ser escritor y la de su amor por Camila, una mexicana que trabaja de camarera en un restaurante. Bandini es italoamericano y católico, además de aprendiz de escritor. Son suficientes elementos para anticipar que ésta es una novela autobiográfica de Fante, quien también era italoamericano y vivió como su personaje. Hasta que Bukowski lo escubriera en 1979 y confesara una abierta admiración por él, Fante fue un desconocido, un olvidado de su generación. Siguiendo la estela de estos narradores desafortunadamente desconocidos en Honduras, mimalapalabra les entrega en su sexto número un fragmento de esta novela apasionante, que engancha de principio a fin; que se lee de un solo respiro, con sus personajes fracasados y sus pecados, temores y tristezas; con su humor, su ironía y su odio desbordantes; con todo lo que Fante fue hasta su muerte en 1983.
Fragmento de Pregúntale al polvo
Cierta noche me encontraba sentado en la cama de la habitación de la pensión de Bunker Hill en que me hospedaba, en el centro mismo de Los Ángeles. Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que tomar una decisión relativa a la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la nota, la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta. Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir.
Cuando desperté por la mañana, me dije que tenía que hacer más ejercicio y comencé en el acto. Practiqué varias flexiones. Luego me cepillé los dientes, noté el sabor de la sangre, vi una mota sonrosada en el cepillo, me acordé de los anuncios y resolví bajar a la calle y tomar un café. Fui al restaurante donde siempre me restauraba, tomé asiento en un taburete que había ante el largo mostrador y pedí un café. Se parecía mucho al café, pero no valía el precio que se pagaba por él. Me fumé allí mismo un par de cigarrillos, leí los resultados de la Liga Americana de béisbol, pasé concienzudamente por alto los resultados de la Liga Nacional y comprobé con satisfacción que Joe DiMaggio seguía siendo un orgullo para Italia, ya que seguía encabezando la lista de mejores bateadores. Una máquina de hacer tantos el DiMaggio. Salí del restaurante, me situé ante un pitcher imaginario y largué un pelotazo que se llevó por delante la barrera. Anduve luego por la calle, hacia Angel’s Flight, preguntándome qué hacer aquel día. Pero no había nada que hacer y por tanto resolví pasear por la ciudad.
Mientras recorría Olive Street, pasé ante una casa de vecindad sucia y amarillenta, todavía húmeda como un secante a causa de la niebla de la noche anterior, y pensé en mis amigos Ethie y Carl, ambos de Detroit, que vivían allí, y recordé la noche en que Carl había pegado a Ethie porque ésta iba a tener un niño y él no quería ningún niño. Pero lo tuvieron y no hubo más que hablar. Y recordé el interior de la casa, que olía a polvo y a ratones, y a las ancianas que se sentaban en el zaguán cuando el calor apretaba por la tarde, y a la anciana de piernas bonitas. También estaba el ascensorista, un individuo de Milwaukee que estaba hecho polvo y que ponía cara de burla cada vez que se le indicaba un piso, como si uno fuera un imbécil por querer ir a ese piso concreto, el ascensorista, que siempre tenía dentro del ascensor una bandeja con bocadillos y una revista de historietas baratas.
Seguí bajando la colina por Olive Street y pasé ante las horribles casas de madera que apestaban a crímenes y, sin abandonar Olive, ante el Philarmonic Auditorium, recordé que había estado allí con Helen para oír a los coros de los Cosacos del Don, que me había aburrido y que nos habíamos peleado por culpa de aquello, y me acordaba de lo que Helen llevaba puesto aquel día, un vestido blanco, y de que los riñones se me ponían en órbita cada vez que lo rozaba. Ay, Helen, Helen... aunque allí no, claro.
Así llegué al cruce de Olive con Fifth Street, donde los tranvías enormes destrozaban los oídos a causa del ruido que producían, donde el olor a gasolina hacía que las palmeras parecieran tristes y donde el asfalto negro seguía húmedo a causa de la niebla de la noche anterior. Y así llegué también ante el Hotel Biltmore, ante la hilera de taxis amarillos, en cuyo interior dormían los respectivos conductores, salvo el que estaba más cerca de la puerta principal, y pensé con asombro en aquellos sujetos y en su repertorio informativo, y me acordé de cuando Ross y yo hicimos una consulta a uno, que se sonrió con salacidad y nos llevó a Temple Street, precisamente a Temple Street, donde sólo encontramos un par de sitios muy desagradables; y de que Ross estuvo todo el tiempo arriba, mientras yo me quedaba en el salón, poniendo discos en la gramola, asustado y solo.
Pasé ante el portero del Biltmore, que me cayó gordo en el acto, con sus galones amarillos, su metro ochenta de estatura y toda la dignidad de que se rodeaba, y en aquel punto se acercó al bordillo un automóvil negro del que descendió un hombre. Parecía rico; acto seguido descendió una mujer, la mujer era una belleza, la piel que llevaba era de zorro plateado, una melodía que cruzase la acera y se colase por la puerta giratoria, y me dije, chico, quién pudiera estar un rato con ella, sólo un día y una noche con ella, un sueño, y yo seguí andando y el perfume femenino quedó en el aire húmedo de la mañana.
Luego estuve un rato interminable mirando el escaparate de un estanco y el mundo entero desaparecía salvo el escaparate ante el que me encontraba fumando todo el tabaco que veía, e imaginé que era un autor célebre, y llevaba en la boca una pipa de brezo italiano, muy chula, y en la mano un bastón, y salía de un coche negro imponente, y también ella estaba allí, la señora de la piel de zorro plateado, orgullosísima de mí. Nos inscribíamos, nos íbamos a tomar unos cócteles, luego a bailar, a continuación a tomar más cócteles y yo le recitaba unos versos en sánscrito, y el mundo era fabuloso, porque no pasaban dos minutos sin que alguna maravillosa mujer se me quedara mirando a mí, al autor célebre, y aunque lo único que pasaba era que le firmaba un autógrafo en la carta, la del zorro plateado se ponía muy celosa. ¡Dame algo tuyo, Los Ángeles! Ven a mí tal y como yo voy hacia ti, con los pies en tus calles, ciudad preciosa a la que tanto amo, flor triste enterrada en la arena, ciudad preciosa.
Un día, el siguiente, la víspera, y la biblioteca con las estanterías llenas de amiguetes, el viejo Dreiser, el viejo Mencken, todos los muchachos estaban allí e iba a verles, Hola Dreiser, Qué tal Mencken, Hola, hola: también para mí hay un sitio, comienza por B, en el estante de la B, Arturo Bandini, haced sitio para Arturo Bandini, un hueco para su libro, y me sentaba a la mesa y me quedaba mirando el sitio donde estaría mi libro, muy cerca de Arnold Bennett; no igual que Arnold Bennett, pero algo de lustre sí daría a los que estuvieran en la B, el bueno de Arturo Bandini, otro miembro de la banda [...].
Algunos datos biográficos
John Fante nació en un ambiente relativamente pobre en Colorado, el 8 de abril de 1909. En 1929 abandonó los estudios y se mudó a California, para centrarse en su carrera como escritor. Sus personajes son en la mayoría de los casos perdedores en medio de una sociedad cruel. Su estilo literario es claro, cortante, con rasgos de humor y de violencia; una lectura recomendada.
Obra publicada en español por Anagrama:
Pregúntale al polvo, 2001; Camino de Los Ángeles, 2002; Espera a la primavera, Bandini, 2001; Sueños de Bunker Hill, 2002.
Ocaso
En 1977 perdió la vista por la diabetes. Murió en Woodland Hills, California, en 1983
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3 comentarios:

Uva 1 dijo...

Me ha gustado el fragmento. No lo conocia... Pero si me acordo a Bukowski.

Y de el,¿qué opinas?

G.Rodríguez dijo...

Pues por el momento nada puedo opinar sobre Bukowski. No he leído libros suyos. Pero ya te contaré cuando encuentre el primero. Gracias, Darío.

Nicté Escalante dijo...

quedé completamente picada.
nunca había escuchado hablar de Fante, shame on me.

me gusto mucho su facilidad de envolverte, y se me hace súper chidoque por medio de tu sitio des a conocer autores que han sido abandonados por la miseria del tiempo.

gracias por la labor altruista.
procedemos a la busqueda.