Por J. E. Ayala-Dip
Vicente Verdú ha creído necesario reaccionar ante el estado actual de la novela. En Reglas para la supervivencia de la novela se explicitan algunas de las enfermedades que la aquejan. Son diez, algunas de la cuales proscriben conceptos tan irrefutables como la intriga, la fantasía y el uso de la narración en tercera persona, pecado éste del que parece que no logra zafarse el novelista de nuestros días. Y de paso, supongo que también el lector (tan granítico para Verdú como el concepto de novela que confusamente rechaza e igualmente postula). Ahora bien, ¿nos da Verdú algún argumento que nos garantice que por leer una novela en "avión o metro", ésta será peor que otra leída en otro sitio más estable? ¿Soy un lector "vetusto" y "burdo" por leer y disfrutar, por ejemplo, con una novela como Expiación, de McEwan, que tiene argumento, intriga y está escrita en tercera persona? ¿Tiene la culpa el bueno de McEwan de que su novela haya sido llevada al cine, peligro capital este que acecha a los malos productos literarios, según Verdú?
Veamos esta cuestión, la que atañe a la voz omnisciente (y su propugnación de la voz en primera persona) y la fabulación novelística, a la luz de las propias palabras de Verdú: "El autor habla mucho mejor de lo que conoce personalmente y peor de lo que maquina deliberadamente". A mí me parece que Vicente Verdú equivoca su diagnóstico porque confunde comunicación con representación. O mejor dicho, para el autor de El planeta americano la novela es fundamentalmente comunicación. Un trato directo que ninguna intromisión de la imaginación literaria debería osar interrumpir. Para Verdú la ficción aleja al lector de la verdad vital. Sólo la escritura (como si la escritura no fuera un dispositivo inevitable de la maquinaria novelística, incluso en algunas épocas o tendencias la maquinaria misma) y el relato predominante del yo aseguran (y atesoran) la nobleza artística (y humana) de la novela. Para este crítico la novela es representación, mundo paralelo, y el uso de la tercera persona o la primera (o la segunda, como hizo brillantemente Michel Butor en La modificación) son elecciones técnicas (como son elecciones los géneros) que dependen de la naturaleza humana, colectiva o individual, que se ponga a tiro del novelista. Es ello y nunca un apriorismo narratológico. Vicente Verdú ha expuesto su filosofía de la composición. Y eso es bueno para la buena salud de la narrativa y el debate teórico.
A la luz de estas consideraciones, se hace muy interesante leer y reseñar el nuevo libro del autor de Elche, No ficción. No es, evidentemente, un título inocente. Lleva el sello de una voluntad programática. Ya lo deslicé más arriba, Verdú desconfía de la ficción. Es frágil, un océano de inverosimilitud. Y desconfía de ella porque no la concibe como partícipe de un proceso de representación sino de alejamiento de la sinceridad y la autenticidad humanas. La ficción no comunica (y parece que la representación o la desconoce o la desprecia). Sólo lo que vive como escritura del yo tiene rango literario. Sobre todo, como escritura. No ficción es un libro autobiográfico. No lo cruza ni el menor atisbo de "fantaseo", como considera su autor a la ficción.
¿Pero qué garantías se tiene de que este libro no es ficción? ¿No hay un hilo narrativo? ¿No hay una trama, excepto que se desconozca qué es una trama? Hay un narrador, se llama Vicente Verdú y escribe los libros que escribe el autor de Reglas para la supervivencia de la novela. Hay historias en este libro bastante novelescas, como esa accidentada historia de amor entre el narrador y Paula. O esa larga sesión de imposible seducción entre el narrador e Irena. Con ese humor autoconmiserativo que crea legiones de cómplices, con esa galería de personajes, Verdú, como quien no quiere la cosa, hace que su libro gravite sutilmente sobre la memoria de su esposa (la esposa del narrador). Es irónico (y logradísimo) el contraste entre las descripciones pormenorizadas de los males físicos del narrador y la callada enfermedad letal que se cierne sobre su mujer.
¿Pero se necesita en realidad tener alguna garantía que no sean la escritura y la certeza de que es muy difícil creerse que Verdú nos endilga una confesión personal y no una obra literaria de fuste? Independientemente de lo que quiera su autor que sea su libro, yo lo defenderé como una obra de ficción. Una ficción sobre algunos placeres y un infinito dolor. Las ficciones siguen siendo no sólo vigentes, sino más necesarias que nunca. Porque la ficción, aunque no lo crea Verdú, también sufre un desolador descrédito en nuestra sociedad. No es cierto, como reza la contraportada, que suframos un abuso de ficciones. Sufrimos un abuso de realidad. No ficción es un ejercicio de representación de un personaje de nuestros días. Metáfora de una forma de búsqueda de sí mismo y de crucial recuperación de la felicidad. La invención del yo, el único yo que ennoblece a la novela.
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