Ilustración de Iván Solbes
Por Giovanni Rodríguez
¿Por qué la mayoría de quienes se dedican a la literatura se la toman tan en serio?, o mejor dicho, ¿por qué se toman ellos tan en serio? ¿Acaso la mejor manera de asumir la seriedad como escritor no es procurando hacer buena literatura?
Hablo de este asunto sólo porque me parece que cada vez es más difícil encontrar a un escritor lo suficientemente serio en su oficio, lo suficientemente comprometido con su oficio antes que con otro tipo de demandas, demandas externas, periféricas, con escasa importancia a la hora de crear una obra literaria de calidad.
Vivimos, es cierto, una época de incertidumbres, una época de continuos cambios políticos, económicos y sociales en todo el mundo. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, algún niño estará muriendo de hambre en África, algún ciudadano inocente estará siendo víctima de un asalto violento en una calle cualquiera, algún radical iraquí piensa en el mejor sitio para colocar su próxima bomba o un prisionero de Guantánamo siente explotar su cabeza después de horas y horas de escuchar a un volumen altísimo la misma canción de Britney Spears, pero ¿deben esperar los lectores que el escritor se obligue a comprometerse en sus libros con las causas que tratan de solucionar asuntos como estos?
Por eso en la actualidad escribir literatura utilizando la ironía, el sarcasmo o siquiera el buen humor representa algo así como una ofensa a la conciencia social de la humanidad entera. Porque los lectores esperan que el escritor interprete la gran tragedia de la realidad diaria en nuestros países, que retrate la corrupción de nuestros políticos, la violencia de las calles, la pobreza de nuestra gente. Pero ¿qué habría de importarles que el escritor quiera descargar la tinta sobre, por ejemplo, las nalgas flojas de Madonna, el partido que decide si iremos al próximo Mundial de fútbol o la última película de Batman?
Pienso en todos esos temas serios que mencioné antes de meterme con las posaderas de la cantante pop y en muchos otros temas serios, serios como ninguna otra cosa puede serlo en la vida, y creo que tenían absoluta razón quienes decían que después de Auschwitz ya no se podía escribir una poesía que tuviera realmente algún valor, y creo también que tienen razón los que afirman que no se puede escribir ficción seria (en el sentido que le dan a la seriedad los exagerados) después de los atentados del 11-S.
No, definitivamente no se puede ser serio después de presenciar escenas espeluznantes como la de la caída de las Torres Gemelas. ¿Qué narrador podría ser capaz de representar a través de la ficción algo más fuerte, más contundente, más literario que la muerte de miles de personas provocada por la chipa de luz de un retorcido cerebro humano? Si la misma realidad parece ficticia, ¿qué le queda a la ficción?
A la narrativa habrán de alimentarla en nuestra época la ironía, el sarcasmo y el buen humor, y no deberá importarte al escritor esa tajante y decimonónica separación entre lo ficticio y lo verdadero pues de esa manera es como se nos presenta la realidad en nuestro tiempo: irrefutable pero también confusa y aparentemente ficticia. Esa mueca de asombro, incertidumbre y sospecha que produce la realidad es lo que debe propiciar la narrativa contemporánea, no importa si el tema es serio o no. La literatura, si es de calidad, será siempre seria.
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