Horacio Castellanos Moya
Acaba de aparecer la traducción al japonés de su novela Desmoronamiento. La presentó en diciembre en Tokio (donde actualmente reside). Horacio Castellanos Moya sigue conquistando lectores por todos lados. Y esto ocurre especialmente en Sudamérica, en donde parece que lo están descubriendo hasta ahora, desde que el año pasado (creo) empezara a circular por ahí su novela El asco. En Argentina, particularmente, le hacen entrevistas a cada rato, como ésta de Roka Valbuena que encuentro en criticadigital.com y que comentamos ahora.
Le preguntan a Horacio por la rabia, y él contesta:
Soy muy poco consciente de la rabia. Pero me sucede, claro.
Y más adelante agrega:
–No pienso mucho en la rabia. Y, de hecho, quizá se sorprenda, pero escribo con alegría. Sí, sí, yo escribo con humor. Se imaginará que si escribiera con rabia estaría rasgando las paredes. El humor impide que me meta en un pozo. Yo pienso que la rabia sin humor puede ser una rabia impostada.
Le preguntan por el lenguaje en sus libros, y dice:
–Creo que la literatura es esencialmente el lenguaje. Y eso implica escribir con las palabras precisas. Es que no es necesario pasar por 250 páginas de una escena en que el personaje se rasca, se mira, se rasca otra vez un cojón, ese tipo de tonterías. Si una historia da para 35 folios, ya está. Es eso.
Luego el periodista hace una pregunta tonta (¿estamos hablando de literatura, no?): –¿Cree que es importante que el lenguaje tenga una intención artística? Y él, salvando por un instante la rabia que tal pregunta seguramente le provoca, contesta:
–Si escribo una frase, tiene que tener un sentido artístico. Pero en el último tiempo pienso que ha habido una involución del concepto de la escritura. En mi caso, cuando comencé a escribir, para mí la literatura era un arte y uno debía luchar por tener un conocimiento de los materiales. Y el material es el lenguaje. Hoy los jóvenes no se preocupan del lenguaje mismo. Hoy, muchas veces, se escribe literatura sin saber escribir.
A mitad de la plática, el periodista quiere jalar un poco para su corral: –¿Qué opina del fenómeno de la crónica, la no ficción?, y Horacio dice que "excelente", que "le gusta leer esos trabajos". Pero no cede el periodista: –¿Piensa que la no ficción superará en importancia a la ficción? Entonces el escritor lo pone en su lugar (y de paso pone en su lugar a todos esos periodejos que piensan cosas parecidas):
–Ey, amigo, cada cosa es cada cosa. La crónica no puede combatir con la ficción. La crónica envejece muy rápido. Un reportaje, por ejemplo, a Menem, de hace ocho años, ya no lo puedes leer con la misma pasión. Una novela es distinto. La virtud de una obra de arte es que pelea con el tiempo, se cree y se desea que perdure por los años. El que diga que la crónica vencerá a la ficción es porque no tiene ideas para escribir.
Y para terminar, hablemos de los bares y las mujeres: –¿Los bares no son tan buenos como antes, Horacio?
–Conozco los bares porque me pasé parte de mi vida allí. Son buenos paisajes para la literatura. Pero sí, ya no voy tanto.
–Perdone le pregunte… ¿le va bien con las mujeres?
–¿Por qué me pregunta?
–Los personajes de sus cuentos, al menos los hombres, fornican como conejos, Horacio.
–Es ficción, hombre, es ficción. Uno escribe justamente de cómo no es. Esos personajes duros, tipo Philip Marlowe, son justo lo que no puedo ser. A la literatura no hay que creerle tanto.
–¿No representará usted a uno de sus cuentos titulado “El gran masturbador”, no?
–En todo ser humano hay un gran masturbador. El ego sin masturbación no es ego, porque el ego es la capacidad de la fantasía.
–¿Es usted un gran masturbador?
–No con las manos, amigo. Soy un pajero de alma.
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