Al final de aquella “feria literaria anual”, le ofrecí a Borges llevarlo a su casa. Antes de bajar del coche, Borges me dijo: “¡Pero qué lengua la lengua francesa, qué atrevimiento! Un autor francés es capaz de escribir jusqu’au para que rime con Vasco. Cuando usted encuentre al autor de esta rima me vendrá a ver.” Yo sabía que era Mallarmé, pero no se lo dije para tener la oportunidad de ir a verlo. Nuestro encuentro empezó con una rima.
Borges contaba la visita que le hizo a Vargas Llosa en Perú. Este lo recibió en su biblioteca. Borges, ciego, recorría despacio la biblioteca, sacaba un libro y le preguntaba a Vargas Llosa quién era el autor. Sacaba otro y preguntaba lo mismo. ¡Siempre eran libros de Vargas Llosa! Esto le causó mucha gracia. Cuando Vargas Llosa estuvo en su casa, buscó con insistencia en su biblioteca algún libro de Borges y no había ninguno.
Me dijo en francés: “Merci pour tout, vous êtes un grand ami, vous m’avez aidé a mourir en littérature, je n’ai rien a vous léguer, mais je vous condamne à être la mémoire de Borges.” “Pero Borges –le contesté–, si usted mismo fue la memoria de Shakespeare y ahora me condena a mí a ser una doble memoria.” Me interrumpió: “Vous vous débrouillerez” (“Usted se las arreglará”). Hermoso legado pero terrible responsabilidad.
Borges me decía: “La gente piensa que escribí cuentos fantásticos; se equivocan, en realidad mi obra es autobiográfica, habrá que decirles muchas cosas para que comprendan y puedan leerme como yo lo escribí, solo así conocerán la realidad de mi obra. Yo no he escrito más que el último borrador, el lector escribirá la versión definitiva.”
Recuerdos de Jean Pierre Bernès, amigo de Borges, en Letras Libres.
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