domingo, 12 de agosto de 2007

La reinvención mítica, cuarenta años después de Macondo

Por Giovanni Rodríguez

El génesis en Santa Cariba. Julio Escoto. Centro Editorial. San Pedro Sula. 2006. 400 Págs.
El génesis en Santa Cariba, la última novela de Julio Escoto, pese al regusto carpenteriano de su lenguaje barroco y algunas soluciones propias del realismo mágico, que delatan a su autor como todavía devoto de las recetas del “boom”, parece cifrar su apuesta en el ingreso a esa corriente de la novelística latinoamericana que los críticos definen como “nueva novela histórica”.
En esta novela, antes que una propuesta narrativa acorde con los nuevos tiempos, subyace un ambicioso aunque ya gastado proyecto: contar la historia de América a través de los recursos maleables de la ficción. Un proyecto semejante implica la ficcionalización de la historia tal como se conoce y por ende, la recreación de los personajes pertenecientes a esa historia; es decir, la reescritura de la historia misma. Aquí es donde empiezan a identificarse, por una parte, ciertas características que, por utilizar estrategias narrativas desmarcadas ya de la novela histórica tradicional, permiten abordar la lectura de El génesis en Santa Cariba dentro de lo que Seymour Menton y otros críticos llaman “nueva novela histórica”, y por otra, ciertas características propias del “boom” de los sesentas y setentas.
A medio camino entre el “boom” y la nueva novela histórica se encuentra esta novela de Escoto; aunque es la historia el trasfondo de su argumento, ésta se nos muestra como digerida y sintetizada finalmente, en la invención de la isla Cariba, en una fábula tipo Macondo, que no hace otra cosa que reinventar el mito, redimensionarlo, en un afán totalizador, propio más de la narrativa de los sesentas que de la contemporánea.
La nueva novela histórica parte de lo no dicho en la historia oficial; el autor debe jugar con las distintas versiones de la historia o con la historia no contada, y esta novela no parte de un hecho específico, sino de una serie de acontecimientos de la historia de América que aquí se aluden vagamente a través de las analogías.
En Honduras, país al que la actualidad literaria casi siempre llega tarde, son pocas las novelas insertadas en el marco de esta denominación de “nueva novela histórica”. Las más recientes son La guerra mortal de los sentidos, de Roberto Castillo, publicada en 2001, y Madrugada. Rey del albor, precisamente de Julio Escoto, publicada en 1993. En ambas, desde un trasfondo histórico, sus autores rescriben a través de la ficción los momentos cruciales en la historia de sus pueblos, optando, como es característico en este tipo de novelas, por la utilización de recursos como la subjetividad histórica, la carnavalización, la parodia, el pastiche y la intertextualidad.
En esta obra la narración nos llega a través de la voz de un personaje anónimo que, junto a Recamier, su secretario, se propone construir un reloj para medir el tiempo en Cariba. La isla “carecía de gobierno propio y era sólo una perla en el majestuoso anillo verde británico, tan íngrima que ni provocaba avaricia, tan extraviada y accidental que agradecíamos al cielo su ausencia de voluntad”, dice el narrador. Hasta que llegaron los británicos y empezó la colonización. Y luego, como en todas las historias de opresores y oprimidos, se vaticinó la llegada de un mesías, de un redentor. Desembarcó entonces Crista Meléndez (oportuno nombre), quien fue capturada después de arduas luchas revolucionarias, después que Iscario (nombre paródico de Judas Iscariote), uno de sus discípulos, le depositara un beso en la mejilla al tiempo que le decía: “te sigo, maestra”.
El episodio de la captura de Crista Meléndez, -quien además, para agregarle morbo a la narración, resucita al tercer día de muerta- constituye quizá el primer asomo de intención paródica en la novela. La parodia continúa con la eterna historia del pueblo sometido y colonizado que hace la revolución y alcanza el poder, hasta que de nuevo sucumbe ante la imposibilidad de sostener en terreno firme la patria de sus ideales.
El escenario en El génesis en Santa Cariba alberga la visión sincrética del autor. Los paisajes, la población, las costumbres, las idiosincrasias de los distintos países latinoamericanos se funden con un solo propósito: recrear la historia de América. Escoto opta en esta novela por la hibridación total, en una suerte de aleph en el que pueden verse de manera simultánea todos los motivos de lo latinoamericano. Es aquí en donde aflora de manera más obvia el eterno discurso de Escoto sobre la cuestión de la identidad nacional. La preocupación del autor por transmitir a sus lectores un sentido de conciencia colectiva sobre lo nacional lo ha llevado, con cierto infortunio, a acumular en esta novela, recipiente profundo de lo autóctono, todas las comidas, las bebidas, las vestimentas, los giros coloquiales, las costumbres, y otras yerbas de color local.
Hace más de treinta años que Julio Escoto publicó El árbol de los pañuelos. En ese momento (1972: apenas en el 67 Cortázar había publicado Rayuela y un año antes García Márquez daba a luz Cien años de soledad) esta novela se apuntaba también como una obra representativa de aquel movimiento que la mercadotecnia y la prensa llamaron “boom latinoamericano”; Escoto, desde esta esquina del tercer mundo, estaba a tono con lo que se hacía en las altas esferas de la literatura latinoamericana. La pregunta sigue siendo la misma de entonces: ¿Es ésta una novela cuya propuesta esté acorde con los nuevos tiempos? Y de esta pregunta, otras preguntas subordinadas: ¿Está saldada la cuenta de Escoto con el ahora empalagoso realismo mágico? ¿Asimiló plenamente su aparente devoción por Carpentier? ¿Estamos condenados los lectores a seguir repasando las historias de la conquista y la colonia, de los enfrentamientos armados, de los golpes de estado, de las dictaduras, y con ellas el discursito de la identidad nacional?
No es El génesis en Santa Cariba una novela fácil de leer. Y esto puede afirmarse no sólo por el manejo de los tiempos en la narración, en una estructura que podría compararse con la inexistencia del tiempo en Cariba y sus deliberados anacronismos; la dificultad de su lectura radica mayormente en lo tormentoso que resulta su lenguaje barroco, cuya intención no parece ser otra que velar lo que se dice, impregnado además, en exceso, de regionalismos y neologismos; en la acumulación escalonada de metáforas que representan y repiten lo mismo; en lo extenuante de las continuas divagaciones filosóficas, eruditas o irónicas del narrador, en las sofocantes descripciones del escenario, del ambiente o de las personas.
Ésta hubiese resultado una mejor novela si su autor, en un pase de modestia, le hubiera restado a sus 400 páginas la sobreabundante palabrería que, lejos de aportar algo significativo, se queda en el mero alarde de una erudición enciclopédica; o si la historia que cuenta no estuviera marcada por una visión recta y simplista, que no ofrece nada nuevo, desde la ficción, a lo que ya conocemos de la historia de América.
Algo de la experiencia vital de su autor parece también faltarle a esta obra, pues aunque en ella se presenten situaciones límite, a través de las guerras, conflictos de poder o episodios eróticos, estas no acaban saltándose la página para instalarse definitivamente en la mente y el corazón de los lectores. Su redacción no parece sobrepasar el dominio técnico y el derroche erudito.
Ésta es probablemente la novela más ambiciosa y compleja de Julio Escoto, pero es también un proyecto literario que no cuaja del todo como propuesta estética. Y esto por dos razones fundamentales: no se despega totalmente de las fórmulas que constituyeron el “boom” y no entra tampoco en los códigos narrativos de la “nueva novela histórica”, que, por lo demás, no es, a estas alturas, nada nuevo, si recordamos que sus primeros brotes datan de por lo menos hace treinta años.
El génesis en Santa Cariba es una novela que se mantiene en un limbo estético que no permite observarla como un acierto en la narrativa hondureña. Habrá que esperar entonces el próximo trabajo de Escoto para ver si ha superado por fin el pálpito local y encuentra un camino más recto hacia lo contemporáneo y lo universal.
Agitada respiración de la noche
Conocí a la legendaria Selva Madura en un rústico hospital de la isla, el único, entre vendas y termómetros, y de sus virtudes —no pocas y de bien mirar— me sorprendió que fuera dueña de una estupenda cadera que reflejaba con galanura a la comba celestial. Traía fama de seductora, macha fértil, y en un gesto secreto, que fue más bien gancho inducido para invitarme a hablar, confidenció que su disposición de pelvis —larga y empujada hacia arriba como pregonando pan— era fruto de unas erradas lecciones de ballet que la habían forzado a desbalancear las coyunturas para ocultar sus nalgas prominentes de moflete equino, obligándola a aquella deformación que poco tenía que ver con el arte y más con cierta desatada sensualidad, ya que desde entonces Selva Madura era incapaz de soportar que la abrazasen sin que se le desatornillaran unos orgasmos epidémicos revueltos con pudibundez. (Del primer capítulo de El Génesis en Santa Cariba).
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