lunes, 8 de junio de 2009

Un camino insólito

El escritor argentino Sergio Chejfec, autor de Mis dos mundos (Candaya).

Por Enrique Vila-Matas

1-Empiezo como puede que termine: a la deriva. Y lo hago preguntándome si tienen forzosamente las novelas que narrar una historia. La respuesta es sencilla: pretendan contarla o no, siempre la cuentan. Porque no hay un solo lector inteligente que, por mucho que le den a leer algo raro, e incluso la novela más hermética del mundo, no sepa leer una historia detrás del impenetrable texto que hayan podido darle. Ahora bien, ¿qué puede suceder si el lector es inteligente y en cambio el novelista no lo es? Sospecho que en esos casos tiene lugar siempre una gran fiesta. Me acuerdo de Georges Simenon, que dijo que no es en absoluto necesario que un novelista sea inteligente, sino todo lo contrario: cuanto menos inteligente sea, más posibilidades se abren para él de ser novelista. Sin duda llevaba toda la razón del mundo, porque yo he tratado a grandes novelistas a lo largo de mi vida y ninguno me ha parecido muy inteligente, sobre todo comparado con otras personas que he conocido: personas dedicadas a otras artes, negocios o ciencias.
Hay excepciones a esta regla y el novelista argentino Sergio Chejfec es una de ellas. Aunque, si lo pienso bien, este escritor es alguien a quien no le cuadra bien la palabra novelista, porque él en realidad crea artefactos, pensamiento narrado antes que novelas. En Mis dos mundos, por ejemplo, nos recuerda que hay novelas con historias, pero también novelas como la suya, que no son tan ortodoxas, aunque contienen también historias. La que se cuenta en Mis dos mundos (Candaya) no es fácil de sintetizar, pero digamos que es la historia de un escritor que, a punto de cumplir los 50 años, y probablemente debido a esta fecha crucial, quisiera convertirse en un no escritor. Esto lo sabremos cerca del final, aunque es una ilusión que organiza el relato: la historia de un escritor que está visitando una ciudad del Brasil y, mientras recorre su parque más emblemático, ve en ese gran espacio medio abandonado (incluyendo las barcas con forma de cisne o las aves cautivas) señales de su propia condición incompleta y una prueba cósmica de que cualquier autenticidad es imposible y de que "así como uno no elige el momento en que va a nacer, también ignora los mundos variables que va a habitar".
2-La caminata ocupa casi todo el libro. Es un paseo cargado de frases que disuelven -algunas de forma asombrosa- el sentido de frases que han aparecido páginas atrás. Allí donde el narrador (cuyos dos mundos parecen confundirse tanto como en ocasiones se mezclan en el libro el estilo ensayístico con el narrativo) vacila y duda sobre lo que está narrando, o bien se pregunta cómo hacerlo, Chejfec, en el fondo, no se lo pregunta jamás. Es más, está entre quienes dominan con mayor maestría tanto el arte de la digresión como el de la narración en la literatura actual. Ante Chejfec, en una primera impresión recordamos a muchos autores admirados, y en un segundo momento -más sólido y perdurable en el tiempo- advertimos de que no se parece a nadie y que ha elegido un camino insólito, único, muy diferenciado, que tarda en distinguirse a causa de las exigentes y muy personales búsquedas que el propio autor realiza en su narrativa.
Chejfec parece pertenecer a una casta de escritores que debió comenzar a existir allá por los tiempos en los que Proust mostró su desprecio por una novelística reducida a un desfile cinematográfico de las cosas. Siempre he pensado que ese tipo de desfiles, aparte de ser burdas traducciones de la vida interior del narrador, operaban perniciosamente, actuaban como impedimento para que pudiéramos hundirnos en el fragmento de una historia -o en el detalle de un fragmento de esa historia- y dedicarnos por fin a la deriva feliz que podríamos hallar, por ejemplo, en el análisis a fondo de la condición de relato de un relato -nuestro propio mundo, sin ir más lejos- desprovisto en realidad por completo -para qué engañarnos- de sentido.
Chejfec -muy injustamente poco conocido entre nosotros- destaca entre los novelistas que de un tiempo a esta parte vienen esforzándose por traducir sus historias al pensamiento narrado, género del que, aun no sabiéndose mucho, se sabe al menos que escapa con inteligencia ensayística de la corriente de aire limitado de los grandes novelistas con tendencia obtusa al desfile cinematográfico de las cosas. ¿He calificado de obtusa a esa tendencia? Voy bien. Perfecto. Veo que afortunadamente sigo paseando -como el discreto héroe de Mis dos mundos- a la deriva.
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