Enrique Vila-Matas hoy está muy pdf. ¿Suena raro, verdad? Pero es así como se siente después de una extenuante jornada de entrevistas en las que los periodistas le han preguntado con insistencia por el asuntillo ese del paso de la era Gutenberg a la era Google. Tan cansado está de contestar a la misma pregunta que por momentos se siente también como el bicho de Kafka. No se preocupen, les dice, no hay tal ruptura, sólo continuidad. Lo encontré en El País:
Estoy volviendo a casa después de un día muy cansado en el que no he parado de contestar y contestar -con la misma respuesta siempre, respuesta perfectamente memorizada, dicha de forma muy mecánica- a preguntas de los periodistas sobre el futuro del libro impreso. Me lo tengo merecido por haber escrito una novela en la que comento el paso de Gutenberg a Google. A lo largo del día, me he preguntado varias veces qué habría sido de Kafka si hubiera tenido que contestar en mil entrevistas por qué contó que Gregor Samsa se encontró un día en su cama convertido en un monstruoso bicho, con una espalda dura como un caparazón y un vientre abombado. Me imagino a Kafka escuchando mil veces la misma pregunta:
-¿Es usted ese bicho?
-¿Cómo dice, señor?
Ha habido hoy un momento terrible en el que, sin duda a causa del cansancio, me ha parecido que en lugar de preguntarme por el futuro del libro impreso se interesaban por el futuro del bicho. Estaba ya en la última entrevista, por suerte.
-¿Acaso ve usted al libro impreso como si fuera ya un vulgar bicho? -he preguntado alarmado.
Recuerdo que a partir de ese momento, contagiado por la apabullante insistencia de las preguntas en torno al mismo tema -que si Gutenberg y que si Google, y dale que dale y todo el rato así, yendo y viniendo de Google a Gutenberg y de Gutenberg a Google- he comenzado a ver realmente al libro impreso como si este sólo fuera un vulgar escarabajo repugnante que acabará interesando sólo a acumuladores de papel viejo y sucio, es decir, a gente enferma y afectada por esa variante horrible del mal de Diógenes que es tener librerías.
Estoy felizmente ya volviendo a casa. Lo hago a pie y en estos momentos camino por una calle solitaria, mal iluminada. Si no fuera porque está al lado de mi casa y la conozco mucho, pensaría que es una calle peligrosa. Camino ciertamente fatigado y pensando obsesivamente en eso que he contestado hoy a todos los que me han entrevistado: "No hay motivo para alarmarse con la irrupción del mundo digital en la literatura porque entre Gutenberg y Google no hay una ruptura sino una continuidad. Lo alarmante sería que desapareciera el lenguaje, el pensamiento, la narración".
Ha sido particularmente fatigante la perorata del último entrevistador porque este se ha empeñado en hacerme ver que no es nada cierto que no exista ruptura entre Gutenberg y Google. Basta con observar, me decía, lo imposible que resulta citar de un libro digital la página en la que se encuentra una frase que nos ha conmovido. Se puede, me decía, citar la página si el libro está ya en un pdf que reproduzca la paginación del volumen en papel, pero si por el contrario el texto se puede adaptar en tipo y tamaño de letra las páginas dejan de existir y todo va de corrido, por lo que no se puede citar, salvo que se diga: para una pantalla de equis pulgadas y tipo de letra tal con tamaño de la fuente cual, pero eso sería verdaderamente absurdo...
No sé qué ha pasado, tal vez ha sido el momento en el que se han acumulado todos los momentos del día en que me han preguntado por Gutenberg y Google, pero lo cierto es que estas palabras me han punzado con cierta brutalidad la mente y estoy llegando ahora a casa no sólo fatigado, sino con mi cabeza claramente punzada por esas palabras del último entrevistador, especialmente por una de ellas, por la palabra -no sé si llega a tal- pdf.
¿Es pdf una palabra? ¿Me estoy volviendo loco? Esa es también otra buena pregunta. No sé ya si, cuando llegue a casa, podré dormir. Todo me da vueltas, como si las punzadas provinieran de una peonza que fuera a ratos punzón y en otras un monstruoso bicho y ese bicho fuera, además, el futuro del libro. Algo me dice aquí dentro -en la cabeza, reiteradamente punzada y próxima a estallar- que en realidad la producción y distribución de libros poco a poco migrará al ciberespacio y la pantalla reemplazará a la palabra escrita sobre el papel y que habrá ruptura por mucho que yo quiera creer y diga lo contrario. Estoy deshecho. Estoy -con perdón- muy pdf. Habrá ruptura, claro que sí. Puede que esto sea lo que va a pasar. Pero lo peor es que aún no he llegado a casa y ya sólo veo escarabajos que parecen burdos actores cómicos en un gran drama muy serio. El drama es el mío. Y soy el escarabajo principal.
-¿Por qué dice usted que es un monstruoso bicho, con una espalda dura como un caparazón y un vientre abombado? -imagino que me pregunta un desconocido antes de doblar la esquina que está ya al lado de mi casa.
¿Estoy en peligro? ¿Lo está más todavía el libro impreso? ¿Tengo miedo de algo?
-¿Cree que desaparecerán los libros impresos y vamos hacia un mundo completamente digital? -imagino que me pregunta el acompañante del desconocido.
Es como si fueran los dos últimos entrevistadores del día. La cabeza me da vueltas. Si al menos tuviera miedo. Pero el callejón ahora me parece hasta iluminado y todo. ¿Me habré muerto por culpa del problema entre Gutenberg y Google? Cada vez el callejón me parece más vívido, como si hubiera ingresado en otro mundo. Luz del más allá.
-No contesto hoy a más preguntas -digo-. Como diría Shakespeare, Gutenberg es Gutenberg y Google es Google. ¿Entendido? Y ahora perdonen ustedes, pero estoy pdf.
Doblo la esquina y dejo atrás a los entrevistadores y, al ir a entrar en casa, veo que en mis llaves está escrito el futuro del libro. Es tan horrible lo que leo en mis propias llaves que no sé si silenciarlo. A partir de ahora, si alguien vuelve a preguntarme por el futuro del libro impreso, callaré piadosamente, como un muerto. No es agradable saber que no sobrevivirá tampoco Google y que más allá de la era digital nos espera el terrible Eyjafjallajökull, el centro de Difuclyatd, allí donde se oye el permanente e inconfundible gluglú de un desagüe.
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