Los jugadores del Start -con camiseta oscura- y los del Flakelf posan juntos después del segundo partido que los enfrentó, el 9 de agosto de 1942.
Recuerdo una historia parecida a ésta en una película en la que aparecían, entre otros, Silvester Stallone, Pelé y Michael Caine. ¿Estará hablándonos Juan Villoro en este texto acerca de los hechos que la inspiraron? La nota es de El País:
En 1942, durante la ocupación nazi de Kiev, los antiguos miembros del equipo Dínamo trabajaban en la Panadería 3.
En verano ocurrió uno de esos milagros que el sol trae en los países fríos: se volvió a jugar fútbol. Los panaderos comunistas formaron el equipo Start. Golearon a un par de escuadras ucranias y a un equipo húngaro.
El 28 de julio Stalin promulgó la Orden 227, que se resumía en cuatro palabras: "Ni un paso atrás". La tensión aumentaba en Kiev cuando el Start enfrentó a un equipo alemán, el Flakelf.
Los ucranios cumplieron en el campo la Orden 227: ganaron 5-1. El deporte era un eje decisivo de la ideología nazi. En 1936, cuando Noruega derrotó a Alemania en la Olimpiadas de Berlín, Goebbels escribió en su diario: "100.000 personas abandonaron el estadio deprimidas. Ganar un partido puede ser más importante que conquistar algún pueblo en el este". El Flakelf exigió la revancha.
El segundo juego se celebró el 9 de agosto. El árbitro era miembro de las SS y el equipo alemán recibió refuerzos (no se trataba de cracks, pero sí de aviadores mejor alimentados).
Antes del partido, el árbitro visitó a los ucranianos y pidió que al salir a la cancha hicieran el saludo nazi. Sobrevino una polémica que llevó a la típica conclusión de izquierdas: la discrepancia. Sin embargo, cuando el Flakelf gritó "Heil Hitler!", en forma espontánea, los panaderos exclamaron: "FizcultHura!" ("¡Viva el deporte!", lema de los equipos soviéticos).
El Start jugaba con camiseta roja porque no tenía otra. El accidente cromático contribuyó a la rivalidad. El árbitro toleró el juego rudo de los alemanes como si sus patadas fuerzan permitidas por el Convenio de Ginebra. Aun así, el primer tiempo terminó 3-1 a favor del Start.
En el medio tiempo, un oficial les advirtió de las consecuencias de ganar. Esta vez la unanimidad en el vestuario fue instantánea: el partido terminó 5-3 para los ucranios.
Durante décadas se ignoró lo que pasó después. Una leyenda aseguraba que los futbolistas habían sido fusilados. La tragedia tuvo otro signo: un jugador fue torturado hasta la muerte y los demás fueron llevados al campo de concentración de Siretz.
En cautiverio, los panaderos de Kiev recibieron una ración de 150 gramos de hogaza al día. El 24 de febrero, el comandante del campo enfrentó la nieve y la hambruna con una aritmética de delirio: uno de cada tres presidiarios fue liquidado. Tres miembros del Start cayeron ese día.
Cuando el Ejército Rojo recuperó Kiev en noviembre, la población había descendido de 400.000 habitantes a 80.000. El alivio fue relativo para los jugadores. En un ambiente paranoico fueron vistos como colaboracionistas. El primer reportaje sobre el tema se publicó en 1959.
La gran jugada del "partido de la muerte" no fue un gol. Alexei Klimenko sorteó a la defensa del Flakelf y llegó a la línea de cal. En vez de empujar el balón a las redes, lo pateó al centro del campo.
Los nazis no soportaron ese gol fallado adrede. Acaso por ello, el más joven del equipo fue uno de los tres que murió en Siretz, con un tiro tras la oreja.
Klimenko hizo la jugada más valiente en la historia del fútbol. Solo ante la portería, demostró a sus verdugos que no era como ellos: les perdonó.
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