Todo lo que no es literatura se encuentra en cualquier calle. Sólo las confesiones diarias del hombre son literatura. Sonofelet
Por Jorge Martínez Mejía
Hubo un tiempo distinto, un extraordinario fervor, un éxtasis literario en el que Gustavo Campos se confundía entre su misma producción. Fue el tiempo en que vivió en sus Habitaciones sordas y construyó Desde el hospicio un mundo de correspondencias, una inmensa galería en la que tuvo la fortuna de estar frente a sus ídolos literarios en un téte-à-téte. Desde el hospicio fue ese inhóspito edificio siquiátrico en que la poesía se alimenta de los poetas en un festín demoníaco. Su voz fue entonces tan fluida hasta la enajenación. No hubo sacrificio de palabras ni ceremonias vanas, ni metáforas válidas. Sus construcciones dejaron de ser “naturalmente literarias” para convertirse en un fluir de miradas y ecos casi sin sentido, resonancia de otras voces poéticas entre las que retumban las voces perdidas de Ezra Pound, Hölderlin, Pizarnik, Leopoldo M. Panero, Vallejo, Artaud, Oliverio Girondo, Allen Ginsberg, Beckett, el Marqués de Sade, Dylan Thomas, etc., etc., etc., etc.
Cierta enfermedad se apoderó de sus huesos y sus horas durante los años 2005 y 2006, “una obsesiva intención de encontrarse a sí mismo, de buscarse en la sombra teñida de empellones contra las paredes” (1). Un pesimista atroz, totalmente náufrago, sonámbulo, con un destino cifrado en la poesía, hizo de cada uno de sus instantes un objet d’ art, pequeñas construcciones poéticas de enorme aliento. Entonces decía; “No escribo un poema por sufrimiento, sino para sufrir… para darme fin…”. Trasnochado, ebrio y sin embargo lúcido en el ambiente demencial de sus sórdidas habitaciones, fue construyendo simultáneamente en el hospicio Bajo el árbol de Madeleine, ya sumergido con todas sus palabras en la misión de darle fin a la cordura. Entregado al alcohol, pergeñando lecturas inconexas, pero trazadas en su fantasía para descifrar el caos del lenguaje, y no obstante empecinado en encontrar una manera auténtica de vivir su propia vida, libre de la fatua imbecilidad circundante, la mediocridad y el abuso de cánones desteñidos y obtusos, concluye su pequeño y descomunal esfuerzo sólo para quedarse mudo. Y lo ha logrado. No se ha podido ver reflejado a sí mismo en lo que ha escrito, pero se ha encontrado, él es la voz de la poesía. “De antemano estuvo condenado al hospicio sin prometerse talento ni locura, pero el zapato siempre iba a estar sobre la silla”.
Gustavo Campos nació en San Pedro Sula en 1984 en una familia humilde y esforzada, signada por la fatalidad del suicidio de su padre, en un barrio de la clase media sampedrana. Un permanente sentido de lo trágico y el afán de proteger a los suyos aún desde la impotencia, le hizo desarrollar una personalidad taciturna, sentido de tristeza y soledad. En sus tres poemarios podremos encontrar entonces esa intención de buceo en sus propias fantasías y terrores, la inminencia del suicidio como un fantasma acechante:
“Nos obligaron a vivir
jamás me dejaron seguir
ya vendrá el milagro, dijeron
y la angustia fue el milagro
nos obligaron a vivir…”
“…no escogimos las pesadillas
el exilio
errar eternamente solos
las convulsiones
o delirios
ni inventar un nuevo diálogo
nos obligaron a vivir
quienes nos obligaron a morir”.
Con Bajo el árbol de Madeleine Gustavo Campos concluye un ciclo en su producción literaria, se cierra la puerta que abrió en la literatura, una creación oscura, enferma y demencial. Un ciclo de una producción muy importante para las letras hondureñas. En la actualidad Gustavo Campos se dedica al estudio de la literatura y al trabajo cultural con la Dirección Regional de Cultura, Artes y Deportes. Ha publicado fragmentos de su obra en suplementos literarios y revistas del país, ha concedido entrevistas y se perfila como una de las voces poéticas de mayor resonancia. Tal vez el milagro que lo hizo enmudecer, de igual manera le devuelva su voz, si no, con este último libro tendremos suficiente.
Gustavo ríe, con una risa torva, entrecortada.
San Pedro Sula, 4 de febrero de 2008.
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Nota 3 Jorge Martínez Mejía, "La enferma y bella poesía de Gustavo Campos". San Pedro Sula (2005).
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