François Valorbe
Hacía frío. Un hombre y una mujer, jóvenes y de aspecto saludable, entraron al café y se acercaron al mostrador.
Él pidió un vaso de leche caliente para ella y para él un anís, como excusa, sin duda, para poder contemplar a su compañera, que parecía agradable. Cuando los sirvieron, él tomó un trago de anís mientras ella miraba su humeante vaso de leche sin tocarlo.
-Beba. Necesita entrar en calor.
-¿Qué sabe?
-Hace un instante se quejaba de frío.
-Yo soporto muy bien el frío.
Sus manos amoratadas y sus dientes castañeteantes desmentían sus palabras.
-Sin embargo fue usted quien sugirió que entrásemos.
-¡Ah…! Hay trecho del dicho al hecho. No creí que esto iría tan lejos. Usted toma todo al pie de la letra.
-Usted no sabe lo que quiere.
-¡Si uno siguiera todos sus impulsos…! Yo sé dominarme.
-En ese caso, ¿por qué dice que le gustaría un hombre que la dominara?
-Bueno…Quiero decir…No tengo costumbre de escucharme.
-Sería cansador. Pero entonces hágame caso y beba su leche caliente.
-No ahora. Ni lo piense.
Sin embargo, me parece el momento más adecuado.
-¿Y por qué, quiere decirme, señor sabelotodo?
-Porque tiene la leche delante de usted, todavía caliente, porque le haría bien, porque resultará deliciosa y porque, en el fondo, se muere de ganas.
-Pero yo no soy de esas mujeres que toman leche así como así.
-No me va a hacer creer que nunca tomó.
-Claro que sí, aquí y allá… ¡He vivido!
-¿Quiere decir que ya no vive más?
-He puesto una cruz sobre todo eso.
-Saque la cruz. Déme el gusto. Hace tiempo que ardo en deseos de ofrecerle un vaso de leche caliente.
-Sólo piensa en usted. Los hombres son todos iguales. ¡No se da cuenta de que enferma, su leche!
-No hay peligro. Está perfectamente esterilizada. Conozco la casa. Es como si estuviera en mi propia casa.
Razón de más. En realidad lo conozco tan poco…
-Sólo depende de usted conocerme más. A ver…Al decir esto apoyó sus labios en el vaso de la joven. Beba por ese sitio y conocerá mis pensamientos.
-No tengo ganas de conocerlos. ¡Cómo me despreciará si bebo esta leche…!
-No veo por qué. Es una leche perfecta.
-Sin duda porque es usted el que me la ofrece, ¿no?
-No soy tan pretencioso. Además, usted no sería la primera que la encuentra buena.
-Eso es lo que usted dice.
Ella se había apoyado en el mostrador, y sostenía en su mano el vaso, que ahora estaba tibio.
-En verdad no soy una timorata.
Aspiró el olor algo soso de la leche mientras hacía girar el vaso sobre el mostrador y echó a su compañero una mirada de soslayo, medio provocadora, medio desdeñosa.
Mientras tanto, el mozo, la cajera y tres o cuatro bebedores rituales de aperitivos, que habían seguido el diálogo haciéndose los distraídos, espiaban los gestos de la muchacha con una expresión entre escandalizada y socarrona. Ninguno de ellos ignoraba que cualquier mujer normalmente constituida toma leche caliente, y que esto forma parte de las cosas racionales; pero pensaban que aun así el hecho tenía algo de ignominioso y que convenía borrar la imagen. Por otra parte, la joven había reaccionado y había dejado el vaso.
-Por favor, sea razonable. ¿Qué van a pensar de mí? Así, en el mostrador…Un vaso de leche ni siquiera perfumada con nuez moscada… ¡Es la primera vez que me ofrecen! Usted no se da cuenta…seguramente se sentiría embarazado si de pronto me dieran ganas y perdiera el control…
-¡Pero si no deseo otra cosa!
-Y después, ¿si me gustara realmente tomar leche con usted y no pudiera contener mis deseos? El día en que usted ya no pudiera ofrecerme más me sentiría muy desdichada. No, no quiero volver a sufrir.
-Pero, ¿quién habla de sufrimiento? Es por su bien que me preocupo. ¿Acaso su médico no le ha dicho que debe tomar leche caliente?
-No sea malvado. Se está burlando de mi porvenir.
-No veo por qué la idea del porvenir tiene que impedirle tomar un vaso de leche conmigo, ahora.
-Bueno, en todo caso, no voy a tomarlo ahora. Tengo otras cosas en qué pensar. Más tarde, tal vez, veré. Nunca se sabe…Tal vez dentro de tres o cuatro meses…
-¿No tiene miedo de que se enfríe? –la interrumpió el muchacho, arrojando el dinero sobre el mostrador. Inmediatamente salió, y ella quedó sola frente a su vaso intacto. Buscando en torno alguna respuesta a su angustia, levantó maquinalmente los ojos hacia el reloj que estaba en el fondo del salón. El péndulo, cuyo aspecto se asemejaba al de un metrónomo invertido, representaba el signo asiduamente negativo de su vida.
El humor más serio del mundo, Rodolfo Alonso
(Fuente de foto: liyo.files.wordpress.com)