Relativity, de Escher.
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Me interesan muchísimo las narraciones que, además de contar una historia, y a través de ésta y sus personajes, mostrarnos con suficiente carga emotiva los diferentes matices de la condición humana, se la jueguen contraponiendo esos dos elementos constituyentes de toda obra narrativa que son la realidad y la ficción. Narraciones en las que, más allá de realizar el autor el típico juego de despistes acerca de lo que es o no real, utiliza la mezcla de realidad y ficción como recurso para proponer un juego más “justo” y quizá hasta más interesante, un juego en el que sin ocultar sus intenciones, sin cartas bajo la manga ni sorpresas con moraleja, el autor invita al lector a dejarse conducir de diferente manera por las páginas. ¿Y cómo logra Horacio Castellanos Moya conducir de esta manera a los lectores en el cuento “El gran masturbador”? Pues con frases como ésta: “Y ahí, entonces, se insinuó la historia que yo necesitaba para encontrarle un sentido a esa casa, el cuento que me permitiría engarzar a esos seres solitarios…” (Con la congoja de la pasada tormenta. Tusquets. Pág. 58)
El efecto de simultaneidad entre ficción y realidad creada por el autor es el bonus track de la narración, porque entonces el lector sabe que no sólo dispone de los dos planos convencionales de la narrativa: realidad y ficción, sino también de un tercer plano: el que corresponde a la ambigüedad, a ese no saber con certeza dónde acaba la ficción y dónde empieza la realidad (y viceversa) o si lo que se nos presenta como una cosa es lo que es y no lo contrario. Veamos otro pasaje del mismo cuento: “Hasta aquí, armar la intriga, aunque fuera vaga, era posible para un temperamento como el mío; pero terminarla (…) requería de una energía, de una pasión y sobre todo de un oficio en el arte de fantasear, que sencillamente me rebasaban” (Pág. 69).
Un recurso, entonces, que emplea a un personaje que, para contar su particular historia, dice que lo que está contando es una invención suya (o finge que lo es), de manera que el lector lleva su lectura entre la “certeza” de que lo que lee es una ficción del personaje y la duda de que esa ficción sea realmente una ficción. Y más allá de estas dudas o certezas, la tensión narrativa, el poder de seducción que piezas narrativas como ésta, cuando están bien hechas, saben ejercer sobre los lectores.
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Sergio Pitol, en el relato “El oscuro hermano gemelo”, hace algo parecido a lo de Castellanos Moya. Mientras habla, en un tono ensayístico, del papel del creador en la literatura, nos plantea la situación de un novelista imaginando una novela: “Puedo imaginarme a un diplomático que fuese también un novelista. Lo situaría en Praga, una ciudad maravillosa, ya se sabe. Acaba de pasar unas vacaciones largas en Madeira…” (Pág. 230. Anagrama, 2006). Es un relato en el que a medida que el lector se sumerge en la lectura se va dando cuenta de que a pesar de saber que la historia que lee es una historia “supuesta” del narrador, le va importando cada vez menos esta circunstancia, de manera que la trama logra involucrarlo plenamente con la historia, sin importar que ésta sea falsa.
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Ricardo Piglia hace cosas parecidas, pero a la inversa. Piglia dice, asegura, en sus ficciones que lo que está contando es real, y trata de demostrarlo recurriendo a fechas o a nombres de personas reales, fácilmente identificables en el curso de la historia. De ahí la verosimilitud de sus relatos. Porque Piglia escribe supuestamente a partir de lo ya ocurrido. En el epílogo de Plata quemada, por ejemplo, dice: “Esta novela cuenta una historia real”; y con algunos de sus cuentos asegura que estos “están inspirados en hechos reales”.
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Y veamos ahora el relato “Porque ella no lo pidió”, de Enrique Vila-Matas, de su libro de ficciones breves Exploradores del abismo (Anagrama, 2007), en el que leemos que Sophie Calle llama por teléfono a Vila-Matas para plantearle un reto: que él escriba un relato sobre ella, como quiera que se le ocurra hacerlo, que invente una historia para ella de la manera que le venga en gana, y ella le corresponderá viviendo todo lo que esté escrito en el relato, es decir, llevando la ficción a la realidad. El escritor acepta el reto y escribe el relato, pero se producen una serie de circunstancias que retrasan cada vez más el término del acuerdo, que consiste en que ella empiece a vivir lo narrado. Hasta que el escritor se cansa y opta por ser él el protagonista de un relato; y este relato no será otro que el que empieza el día de la llamada de Sophie Calle para proponerle un trato. Si Sophie no está dispuesta a cumplir su promesa de hacer realidad la ficción que él ha creado para ella, será entonces él quien viva como personaje de su propio relato. Este relato propone una relación inversa entre realidad y ficción y entre autor y personaje. Aquí no es la ficción la que se hace a partir de la realidad sino lo contrario: la realidad es producto de la ficción. Los personajes buscan vivir lo que su creador ha escrito.
1 comentario:
Quizás podrías incluir una fuente de la que seguramente esos cuatro escritores han abrevado:
"La acción transcurre en un país oprimido y tenaz: Polonia, Irlanda, La república de Venecia, algún estado sudamericano o balcánico... Ha transcurrido, mejor dicho, pues aunque el narrador es contemporáneo, la historia referida por él ocurrió al promediar o al empezar el siglo XIX. Digamos (para comodidad narrativa) Irlanda; digamos 1824. El narrador se llama Ryan; es bisnieto del joven, del heroico, del bello, del asesinado Fergus Kilpatrick, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los versos de Browning y de Hugo, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas."
Tema del Traidor y el Héroe, Jorge Luis Borges
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