Por Gustavo Campos
Sabiduría y rebelión: dos venenos.
E. M. Cioran
Cuando publiqué Habitaciones sordas, mi primer libro de poemas, decidí no incluir comentarios elogiosos de algún oráculo del patio como respaldo -existen también los prólogos ocurrentes, inocentes y chispeantes-, a lo que ya estamos acostumbrados en el medio. También me abstuve de pedirle a mis amigos tan deshonroso favor, la palmadita en la espalda a lo Pilatos podía obviarse. Sin embargo, las políticas editoriales en donde lo publiqué lo exigían, ello los obligó a elaborarlo. Era mejor antes que el compadrazgo. Sin embargo, como bien es sabido en el medio literario, las editoriales exigen que el prólogo sea una invitación exultante, por lo tanto lisonjera, para atraer al lector. De esto tenemos harto conocimiento los lectores.
Ahora, pasados poco más de 3 años, aunque mis principios se mantienen firmes, decidí incluir un comentario de mi amigo y compañero Poeta del Grado Cero: Yorch Martínez, de quien admiro su entusiasmo y jovialidad y que siempre me ha parecido un auténtico juglar, además de celebrar sus Causas Perdidas, poemario aún inédito de futura publicación.
Estas líneas que me atrevo a escribir las considero forzosas para aclarar cómo ha sido y es mi relación con la literatura, quizás alguien piense “lo que importa en este tiempo es el placer del texto, no las biografías”, a lo que respondo de antemano: “amigos, todo lo que piensen o critiquen ya lo sé, también es mi ejercicio”.
A continuación un breve paseo por Desde el hospicio, libro que espera hospedarlos. Antes de la aparición de Habitaciones sordas ya tenía bosquejado básicamente todo el presente poemario, razón por la cual me desanimé tan pronto de mi debut literario, que incluso no quise publicar: mi ambición era mayor y mi autocrítica seguía elevándose cual Ícaro. Con Desde el hospicio creí tener ante mí un mundo de habitaciones, un sinfín de experiencias vividas intensamente, como intensas fueron mis lecturas. Un laberinto en donde desfilaban aquellos “espíritus agrietados”, como dijera Cioran acerca de los artistas sufrientes, y que, como escribió Stevenson, cargaban con un destino difícilmente sacudible de sus hombros.
Aún recuerdo los poemas que fueron importantes en su concepción. Artaud, Fijman, Hölderlin, Pound, Ginsberg y Thomas fueron algunos de los contribuyentes. Y así fue que comencé un canto de la desesperación, a manera de arco de tiempo, como la idea que a Pound siempre lo posesionó.
Aprovecho la ocasión y el espacio para confesar mi admiración por la “torre trunca” de Edilberto Cardona Bulnes y ese “sabor a exilio” de Nelson Merren.
Curiosamente siempre me enternecieron los escritores sin “fórmula de salvación”, aquellos de una estirpe luciferina, transgresores, “acróbatas capaces de contorsionarse en el punto extremo de sí mismos, y que nos invitan a sus peligros (1)”; inventores de límites, y que trazado ese límite lo transgreden. Pienso en un Rimbaud y en un Bukowski. Admiración mía similar a la de Bolaño por su buen amigo Mario Santiago Papasquiaro o por Leopoldo María Panero. En ese entonces tendía a mitificarlos.
Una imagen o una obsesión eran constantes en mí obligándome a dedicarme a una vocación que hasta entonces la creía auténtica, y que sin duda lo fue en su tiempo: los tres árboles de Desnos multiplicándose y conformando un bosque. Cada árbol en lugar de hojas y frutos tenían rostros derruidos por el tiempo. Entre esos árboles aparecían uchoscaminos y un tigre los iluminaba. Cada camino era una "idea superior del honor humano".
Antes bien la savia de los árboles era un río subterráneo que para ese entonces lo creía el Aqueronte. Esa imagen desde una perspectiva superior me remitía a una rosa, que en el más leve parpadeo sería un laberinto, en el siguiente parpadeo una rosa, y entre cada pliegue del alma de la rosa una habitación sorda, donde cada pétalo constituía un muro. Me dejaba llevar por la música del último acorde de una flauta.
Para mí la escritura siempre fue una obligación y un riesgo y estos dos aspectos rigieron mi vida, desesperándola. Escribir fue mi forma de amar, mi única forma de amar. Y amar, apostar. Y aposté a leer. A no declinar de una vocación vital y compulsiva, y creí entonces que era lo que mejor yo hacía y podía hacer. Algo romántico me lancé y fui desvaneciéndome en letras. No me importaba nada más. Para crear, me decía, tenés que sacrificarte. No debe haber nada más que la literatura. Me tomé muy en serio, pero al final pude resolverlo (hoy no lo soy tanto).Y escribí sobre lo mismo, y reescribí. Me volví un explorador de mis angustias y obsesiones. Debía ser sólo un instrumento. Ser mi proyecto. Me di cuenta que las horas de la creación son las horas del entendimiento.
Habitaciones sordas fue mi primer escalón, mi primer imperfecto escalón del cual renegué en su presentación hace un par de años, pero que, a pesar de esta antipatía, reconozco en él la fuerza devastadora de quien ha regresado del “jardín de la muerte con algunas bellezas literarias”, pocas, pero necesarias para mi formación.
Hoy decido publicar Desde el hospicio por una razón: creí en él cuando lo concebí y le pertenece a ese momento, no al actual, donde la literatura me aburre, donde toda pose “intelectualoide” me parece patética y lo confieso aunque esto moleste a amigos y a uno que otro idílico autor serio.
Me pregunto, ¿para qué llenar de palabras este mundo? Escribir, escribir… “¡pura paja!” (2). Trato de encontrarle sentido a la escritura -en la lectura siempre hay deleite-. Me he agotado. Ya coseché el huerto sombrío que me fue dado. La poesía ha sido derrocada. Me esfuerzo por encontrarle sentido al por qué de la creación. Las puertas se me cierran en cada verso. Cada verso es su pomo y su misma tapa. Me enamoré quizás de una imagen: simular ser creador. Desde pequeño hasta hoy mi personalidad fue conflictiva y por mi naturaleza rebelde y de cíclicos hartazgos incluso han llegado a tildarme de “poeta maldito”, que es una mentira. Es mi naturaleza estar siempre contra mí, no lo niego. Y al rato hasta poso pozo poco como…
Ortega y Gasset le dijo en una ocasión a Octavio Paz que dejara de escribir tonteras, que la literatura estaba muerta, que se dedicara al pensamiento. Esta idea puede ser complementada con ensayos de Gombrowicz, Emilio Pacheco, Sonofelet y Cioran.
Puedo jactarme –sonriendo-, al menos, que dejé mi vida en la escritura hasta deshacerme de mí. Hasta deshacerme de mi supuesta vocación. Y precipité mi lenguaje a su abismo, para que no quedara nada: ni intenciones futuras. Fui devastador. Escribí para dejar de escribir, por obsesión, por compulsión, no sabía hacer nada más. Renuncié a esta quimera a mis 23 años. Ha pasado un año –hoy tengo 24- y me niego a escribir algo más, a pesar de algunos reclamos de amigos y de la mendicidad de mi espíritu. Renuncié quizás por decepción más que por aburrimiento, me enamoré tanto del arte que esperaba más de él, o más de mí, creo que la segunda es la más acertada, y cuando me di cuenta que no lo conseguiría, decidí no seguir engañándome ni engañando a nadie más. Que otros se dediquen a hacerlo. Pero dejo a quien quiera leer Desde el hospicio. Le pertenece a esa etapa de creyente inveterado. Este libro junto a Bajo el árbol de Madeleine son mi último engaño.
San Pedro Sula, febrero de 2008.
Notas
1 E. M. Cioran, La tentación de existir.
2 Expresión frecuentísima de “chupe Tito” para desacreditar y desarmar cualquier farsa ya sea oral o escrita. Es hijo de mi buen amigo Mario y tiene 5 añitos de edad. A él le debo tal enseñanza.
4 comentarios:
Es muy grato saber que en Honduras hay personas apasionadas y fieles a la literatura. Gracias poeta Gustavo, es usted muy dadivoso al dejarnos leer su ponencia y sobre todo valiente al hacernos saber que dejará este trabajo tan cruel y difícil como lo es la literatura. Supongo que tras su intención no está la de ser un Rimbaud, o intentar posar como iluminado, tras un paseo efímero por la poesía. Desafortunadamente, si usted decide realmente dejar esto, que no lo creo, Honduras perderá una de sus promesas literarias, porque con todo y mi modo, yo siempre he creído en su trabajo y sobre todo en la honestidad de su poesía, alejada de cualquier otra de nuestra generación, lejos del artificio ornamental de palabras banas y el puro lucimiento verbal. Su libro (H.S), ínfimo (la temática), tesis urbana, verdad trangresora que en su momento concidió con lo que cualquier hombre había vivido y aprendido antes, era un canto donde se reunía la soledad de miles de nocturnos, de laberintos con putas y una ciudad maldita llena de cucarachas y zorzales, como si viviese ahí, en la oscuridad de la habitación, una perpetua noche de San Pedro Sula. Yo sé, Campos, "que contra el viento el poeta nada puede".
K. Martínez
Me alegra el comentario de Kalki...casi el primero que observo afortunado, excepto por el error.
UN ARTE DE ARTIMAÑAS ES EL DE GUSTAVO CAMPOS. JUEGA, FANTASEA, SUEÑA. PARA QUE ENTONCES LA LITERATURA? ADIOS, POETA CAMPOS. A VECES HASTA EL SILENCIO ES POESIA.
Y a mí se me acusa de ilustre anónimo, como a veces me ha llamado Don Onan. Ya ven que hay nuevos infames en el Blog, o al menos que sean como aquellos personajes de Rubem Fonseca que ellos mismos se contestaban los comentarios (en este caso de la revista) en el cuento "Corazones Solitarios; De ser así son el más claro palimsesto de la literatura, jajajajaja.
Kalki Martínez
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