Parte de la instalación TH.2058 de la artista francesa Dominique Gonzalez-Foerster en la Tate Modem de Londres.
Por Giovanni Rodríguez
Siempre han llamado mi atención esas propuestas artísticas que se encuentran al borde mismo de su condición de “arte”, esas que confrontan nuestra concepción del arte y nos llevan a preguntarnos hasta qué punto una obra es una obra artística, qué es lo que la convierte en arte y no en un simple producto.
Es sabido que en la intención radica el carácter artístico de algo. Una puesta de sol, un arcoiris o una cascada no pueden ser considerados obras de arte porque en su existencia no interviene la intención humana. Los religiosos podrán decir que estas cosas hermosas son obras de arte porque su existencia se deriva de un acto creativo de Dios, pero habrá que aclararles, en primer lugar, que la palabra “arte” se deriva de la palabra “artificio” y que “artificio” viene de “artificial” y que “artificial” es todo aquello hecho por la mano del hombre, no por la mano de Dios, a excepción del caso de Maradona, por supuesto, quien asegura unir con sus mañas lo humano y lo divino.
A la hora de interpretar el objeto artístico debe considerarse la intención del artista, aquello que se proponía al crear su obra, lo que lo empujó a crearla y a perfeccionarla, y son esa intención y esa labor de perfeccionamiento los elementos que constituyen el primer paso para determinar si una obra es artística o no. Pero claro, esos dos elementos sólo constituyen el primer paso. Después hay que evaluar los resultados de esa intención y del trabajo de materializar y perfeccionar esa intención, en lo cual, lógicamente, está el meollo del asunto.
Asomémonos, por ejemplo, a una exposición que por estos días ofrece Carlos Pazos en algún lugar de España de cuyo nombre no logro acordarme, que consiste en mostrar cajas que contienen objetos diversos acumulados por el artista a lo largo de su vida, eso nada más: cajas con llaves, o monedas, o bolígrafos, o papeles, etcétera; o a la decisión de Ivo Mesquita, promotor de la Bienal de Arte de Sao Paulo, de desalojar una planta completa del edificio que la alberga para rendir un homenaje al “vacío” de calidad y crítica que impera en todas las bienales del mundo; o a TH.2058, la instalación en Londres de Dominique Gonzalez-Foerster, que consiste en mostrar esculturas célebres que han sido afectadas por un hipotético diluvio del año 2058 y que ahora (en este futuro imaginado por la artista) descansan en una sala de turbinas entre 200 literas destinadas a los “hombres que no duermen”; y un último caso: la cúpula de Miquel Barceló en la sede de la ONU en Ginebra, que no es más que un mar de pintura de todos los colores pegado al techo, un mar goteando hacia abajo, como estalactitas multicolores, hacia las cabezas de sus espectadores.
Todos estos casos son ejemplos de una concepción del arte que consiste en formular, a través de obras concretas, una sola pregunta: ¿es posible hacer una obra que no sea una obra de arte? Una pregunta que se hizo Duchamp hace muchos años y que hoy, casi un siglo después, se sigue discutiendo. Porque en cuestiones relativas al arte nunca nos pondremos de acuerdo, por aquello de la disparidad de gustos y criterios. Qué aburrido sería si todos coincidiéramos. En todo caso, una obra que no genere preguntas no vale gran cosa. ¿O sí?
3 comentarios:
Gracias por este artículo Giovanni, creo que es una reflexión que necesitaba escuchar. Disfruté leerla. Fito
Sao Paulo, bienal sin obras de arte
por Natividad Pulido...
http://arte-nuevo.blogspot.com/2008/11/sao-paulo-bienal-sin-obras-de-arte.html
Para los seguidores del arte nuevo!
Hansy.
Yo creo que no es posible hacer una obra de arte que no sea una obra de arte. Habria que independizar, aislar quiza, las actividades, las emociones de su sentido practico y darles una autonomia estetica desinteresada, por alli quiero decir "sublime," pero esa es una categoria de la razon tambien. Bueno, del gusto. Segun parece todo es artificio, pirueta mental, meterse a indagar en esto es morderse la cola.
M.
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