Por Giovanni Rodríguez
Se me da bien el reciclaje de textos. A veces releo cosas que escribí hace mucho tiempo, fragmentos de lo que iba a ser un ensayo, un artículo o un texto narrativo y que no me parecieron buenos ni publicables, o correos electrónicos que le escribí a amigos para comentar o discutir un tema o algún libro leído, y esos fragmentos acaban convirtiéndose en otra cosa, como si su existencia anterior no hubiera tenido otro fin que constituir esto que escribo y armo ahora.
Últimamente, la mayoría de estos fragmentos provienen de esos correos electrónicos enviados. El impulso que me llevó a escribirlos es distinto al impulso que suelo tomar para escribir un texto literario propiamente dicho, pero al final todo acaba en un archivo con el nombre “Reciclar”.
El ejemplo más reciente es un correo que le envié a Amalia Iglesias, coordinadora de la sección de poesía del suplemento cultural del diario ABC, en donde, a petición suya y con motivo de un premio de poesía, trato de hablarle de eso que en literatura se llama “poética” y que en este caso debía explicar mi modus operandi, mi manera de abordar el acto poético.
“Si acaso tengo alguna poética, Amalia, es la poética de la inacción. Verás, soy un Bartleby de la poesía. La última vez que escribí un poema tenía 25 años. Y ese poema sigue siendo el último de un libro que no he publicado y que no sé si publicaré alguna vez. Desde entonces prefiero no hacerlo. Ahora tengo 28 y sigo sin escribir poesía.
No sabría definir lo que en el principio fue para mí la poesía. Cuando intento recordarlo, apenas logro imaginarme como un muchacho tímido, ingenuo, melancólico, y siempre con un libro de poemas en cualquier lugar en que me encuentre; lo que vivía, lo que percibía, lo que me ayudaba a sobrellevarlo todo, era traducido por mi subconsciente al lenguaje poético.
Recuerdo que al caminar por la calle trataba siempre de pensar en imágenes y no en conceptos, ¡vaya manía!; era como si mirara la vida a través de un filtro y no de frente; pretendía que cada uno de mis actos fuera la metáfora de algo. Así es como creo ahora que era yo cuando escribía poesía. Ya no escribo poesía. La poesía es para mí ahora como una de esas novias de la adolescencia que dejamos atrás pero que no podemos evitar recordar con cariño y hasta con cierta nostalgia. Únicamente eso, lo cual, supongo, debe interpretarse entre los poetas como una traición al oficio.
No soy poeta, lo aclaro desde ahora, pero también aclaro que nunca lo fui. Nunca me consideré poeta. Intenté serlo muchas veces, pero nunca lo fui, o al menos nunca lo fui como yo hubiese querido serlo.
Creo, como dijo alguna vez Wislawa Symborska, que para escribir poesía hay que tener un temperamento melancólico. Yo ya no poseo ese temperamento melancólico que me empujaba a querer escribir poesía en el pasado. Ni siquiera tengo ya el temperamento necesario para leer poesía. Si acaso, Amalia, ésta de la inacción es mi poética. Algo decepcionante, ¿no creés?”.
Pero Amalia, al parecer, no se sintió decepcionada sino al contrario: mi respuesta le había parecido honesta y convincente, lo que para mí, un ex intento de poeta, es suficiente. Quizá algún día pueda reciclar también esos poemas que escribí, con toda la melancolía y el tedio del mundo, hace tres años. Por ahora sólo quiero dejar constancia de mi inacción.
1 comentario:
Muy buena entrada. Me gustó tu artículo.
Vos sabés que a mí me pasa lo mismo, siempre encuentro escritos fallidos en correos o en el pc, a los que suelo agrupar y llamarles "Fábrica de monstruos". Y en otro tiempo tuve en mente un proyecto absurdo de un poemario hecho de deshechos de poemas, jaja, "Versurero". Lo empecé, pero jamás lo terminé. Sólo versos basuras habían en él. (Esta última oración hay que pronunciarla como wirro de escuela, "pura basura", jaja)
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