Portada del libro de Juan Cruz.
"Cada vez que aparece un nombre, con él viene una historia", escribe
Juan Cruz. Así, los senderos del libro se bifurcan continuamente y un
viaje a la casa londinense de Guillermo Cabrera Infante, por ahí empieza
todo, puede quedar interrumpido durante decenas de páginas porque en el
trayecto se cruzan Juan Marsé, Julio Caro Baroja ("la entrevista más
seria de mi vida") o una comida en Chile durante la que surge el título
del libro a partir de una frase: los escritores desayunan egos
revueltos.
Es Javier Rodríguez Marcos comentando en esta nota de Babelia el libro Egos revueltos, de Juan Cruz, publicado porTusquets, que habla de los escritores que el autor ha conocido a lo largo de su vida como periodista o editor, y que se rige por teorías como "la teoría universal del ego":
Lidiar con el ego de un escritor va en el
sueldo de su editor porque "la literatura es el ego escrito". Un editor
es "un confesor laico que recibe a gente que le confía libros, palabras,
solicitud de salvavidas", alguien cuyo primer mandamiento es: no juntar
a dos autores de la misma generación para evitar el choque de trenes
("los iguales se repelen, a no ser que se junten por su gusto".
Los editores son, sobre todo, acompañantes. Ésa es una de las tesis
mayores de Egos revueltos. "El autor necesita auxilio, y aunque
no lo pida, tú se lo has de dar; ser editor, además de conducir de la
mejor manera posible las ideas que están detrás de los libros, es
también ser farmacia de guardia, médico de guardia, estanco de guardia,
dentista de guardia, periódico de guardia, comisaría de guardia y hasta
salvavidas de guardia; al menos has de estar dispuesto a serlo". Las
peticiones de un autor no admiten demora, ya necesite compañía para ir
al baño (Borges) o para dormir (Cela), un dentista (John Berger), un
oculista (Paul Bowles), un fisioterapeuta (Vargas Llosa, Azcona) o un
helicóptero de madrugada (Carmen Balcells para sacar a Nélida Piñon de
un atasco provocado por la nieve). Una novela de aventuras, vamos. A
veces dictada por Kafka. Escrita a veces por Groucho Marx. O por
Torrente Ballester, que en la presentación de Vigilia del almirante,
de Roa Bastos, le dice a Juan Cruz por lo bajo antes de tomar la
palabra: "Qué novela tan mala". A lo que el entonces editor responde:
"Don Gonzalo, pero usted no lo diga".
"Ahora se muere gente que
antes nunca se moría", dice Juan Cruz que dice García Márquez. Egos
revueltos es también una larga despedida de escritores admirados que
terminaron siendo amigos de su autor: "Mi vida ha sido, hasta ahora que
la cuento en relación con los egos que he ido tratando o descubriendo,
una especie de confabulación para hacer que la gente sea feliz, y
seguramente no lo he conseguido nunca; pero siempre he estado
disponible, como si me sintiera en la obligación de proporcionar a los
escritores papel y lápiz para que escribieran sus libros (cuando fui
editor), por eso viene de más lejos, de cuando yo era un niño y
necesitaba animar a los demás para que vinieran a jugar conmigo". Ese
niño recorre también este libro. Lo descubrirán aquellos que empiecen a
leerlo por la primera página y no por el índice onomástico. Ese niño
carga con el Ventolín como remedio contra el asma, con la literatura
como remedio para todo lo demás.
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