Rodrigo Rey Rosa. Fuente: eltiempo.com
De eltiempo.com de Colombia Hernán nos remite esta entrevista de María Paulina Ortíz a Rodrigo Rey Rosa, "el escritor guatemalteco más universal, después de Asturias y Monterroso". Una buena manera de empezar a conocer a este escritor, ídolo de Bolaño, entre otras cosas:
El escritor guatemalteco es una de esas plumas que pasean por el mundo sin aspavientos y sin publicidad, y que, quienes saben de literatura, admiran y respetan.
Él es supersticioso y su vida de escritor ha estado marcada por la 'B'.
¿Vino Rodrigo Rey Rosa a Colombia? ¿Sí fue el escritor guatemalteco más universal, después de Asturias y Monterroso, el que anduvo por aquí? ¿Fue el ídolo del chileno Roberto Bolaño el que recorrió la feria del libro con morral y gafas azules? Las preguntas no sobran. Porque una vez visitó Lisboa y conoció a colegas y firmó libros y al final no era él. No sobran porque en la red circulan entrevistas que no ha dado y opiniones que no han salido de su boca. Han sido impostores o fanáticos suyos, quién sabe, nunca lo ha averiguado y tampoco le importa. ¿Es este Rey Rosa? Está sentado en el lobby de un hotel del centro bogotano, más bien arrojado en uno de esos sillones siempre incómodos. Una sonrisa relajada, ojos atentos. No parece esperar con entusiasmo que la persona que lo acompaña comience a preguntar.
Un resumen de su hoja de vida diría que Rey Rosa nació en Guatemala en 1958 y cursó un semestre de medicina; vivió en Nueva York, luego en Marruecos, y volvió a Guatemala; que es autor de El cuchillo del mendigo, Otro zoo, La orilla africana, Ningún lugar sagrado, Caballeriza y más títulos leídos en varios idiomas. Que su obra se publicó primero en inglés que en español, traducida nada menos que por el escritor estadounidense Paul Bowles, y que Roberto Bolaño dijo sobre él: "Leerlo es aprender a escribir y también es una invitación al puro placer de dejarse arrastrar por historias siniestras o fantásticas".
No ha sido un autor de marketing ni de premios prefabricados. Más bien lo contrario. A Rey Rosa le gustan el bajo perfil y permanecer alejado de los círculos literarios. "Si quisiera figurar, tampoco sabría qué hacer", dice, cuando no tiene más remedio que empezar a contestar preguntas. "Fue una de las lecciones vitales que recibí de Bowles, esa suerte de indiferencia. Los autores que me interesan también les huyen a las entrevistas". En sus manos tiene un ejemplar de El material humano, su libro más reciente, escrito a manera de diario, de cuaderno de notas basado en lo que encontró en viejos archivos policiales de su país y que revelan la violencia estatal. En este libro, él mismo forma parte de la trama. "Era algo que nunca había hecho: seguirme como personaje".
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Rey Rosa empezó a escribir por la letra B. Por la B de Borges y de Bioy Casares. Un día, cuando leyó las últimas palabras del cuento Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius, dijo:
-O hago esto o no hago nada.
"Esas eran mis opciones -dice-. Escribir o volverme vagabundo. Ya estaba dispuesto a irme de hippie y dejarlo todo. Pero me puse a escribir, que es lo más parecido a no hacer nada". Ya había abandonado el primer semestre de medicina, aterrorizado por tener que matar gatos para diseccionarlos (le dio "asco moral"); ya se había retirado de cursos de cinematografía e ido por Europa en plan mochilero. Decidió inscribirse en un taller de escritura con Paul Bowles en Nueva York. Cuando el viajero y autor de El cielo protector leyó los primeros relatos de Rey Rosa, le preguntó:" ¿Te molestaría que los tradujera al inglés?". Había una editorial neoyorquina pidiéndole material y sintió que lo escrito por el guatemalteco les iba a interesar. Así se editó su primer libro, El cuchillo del mendigo, relatos que dejaron al descubierto el sello de Rey Rosa. "Las historias de este libro son intensas y concisas, como teoremas -dijo Bowles-. Se prescinde de símbolos y metáforas y se presenta su tema en términos breves y precisos". La crítica norteamericana calificó esos relatos de "prodigiosos".
A partir de ahí aceptó su destino de escritor y contó con Bowles como amigo, mentor y lector. Su amistad duró hasta la muerte del estadounidense, en 1999. Los unía algo más: los viajes. Los primeros diez libros de Rey Rosa fueron hechos mientras viajaba por Marruecos.
-¿Qué ha significado viajar para su literatura?
-Empecé a escribir viajando. Para mí, una cosa lleva a la otra. Me acostumbré a escribir en un viaje que hice por Europa, muy solo. Compré un cuaderno y lo llené de apuntes. No pensaba ser escritor, pero ese fue mi primer acto de escritura. Estar en un bus, en un tren, en un taxi, la sola sensación de que voy me llena de ideas. Me hace fantasear.
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No es la primera vez que Rodrigo Rey Rosa viene a Colombia. Incluso, vivió en Cali por más de tres meses, cuando llegó con su novia bailarina, que había sido invitada a dictar un taller de danza moderna. Esa familiaridad, dice, lo llevó a sentirse "con derecho" de poner a un colombiano como protagonista de uno de sus libros. Lo llamó Ángel Tejedor y es el personaje central de La orilla africana, una novela que retrata el Tánger moderno con ese estilo suyo minimalista, casi cortante.
Pero es sobre todo Guatemala la que ha estado presente en su obra. Ha sido su materia prima, con todo lo bueno y lo malo que su país le genera. Su nuevo libro, El material humano, no lo habría podido escribir en ningún otro lugar. Alguna vez Rey Rosa afirmó que desde sus primeros textos le había interesado narrar la violencia. Hoy lo explica:
-La utilizaba como tema porque era lo que me venía a la pluma. Me salía espontáneamente. También tenía que ver con la edad: cuando uno es joven carga una violencia acumulada que busca explotar. Era lo que aparecía. Ya no necesito esa especie de resorte para escribir.
Rey Rosa no especula ni suelta teorías. ¿Por qué escribía relatos cortos, incluso, cercanos a poemas en prosa? Sencillo: "Porque no podía hacerlos más largos. No era una virtud. Así me salían. Pensar en un argumento que justificara cinco páginas era un gran esfuerzo. Y para qué llenar páginas innecesarias". Hoy, escribe textos más extensos y quiere más. Lo explica en términos pictóricos: su libro más reciente es un cuadro. El siguiente tiene la pretensión de que sea un mural.
-¿En El material humano hay una nueva voz de Rey Rosa?
-Sí. Estaba harto del sonido de mi prosa. Uno se cansa de uno mismo y necesita cambiar de traje. Eso forma parte del gusto de escribir.
-¿Escribir siempre es placentero o a veces le produce tensión?
-Es un esfuerzo gozoso, como creo que decía Borges.
Sus borradores suelen ser automáticos. Después viene la tarea de pulir. "Eso sí es trabajo -dice-. El tipo de pulido que realizo es obsesivo. Cada palabra está cotejada. A veces pienso que es una estupidez lo que hago. Pero no puedo evitarlo". Esa labor la nota su lector, que con dificultad encuentra una palabra gratuita o una frase más larga de lo necesario.
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Rodrigo Rey Rosa es supersticioso. Tiene cábalas y cree en esa suerte de señales que da la vida. Recuerda, por ejemplo, que el día que decidió dejar la facultad de medicina entró por casualidad a una clase que no era de su carrera. El profesor explicaba un cuento borgiano. "Lo sentí como un momento de destino", dice. Hay cosas que nunca hace, como hablar de lo que está escribiendo. Siempre escribe a mano, en hojas blancas y sin líneas -cuadernos de dibujo- y con bolígrafo.
En la lista de seguidores fervientes de su literatura estaba Bolaño. El chileno lo contactó por medio de un amigo común, tres años antes de su muerte, porque quería conocerlo. Se volvieron amigos telefónicos. Bolaño solía llamarlo a cualquier hora, desde la ciudad donde estuviera, y conversar durante horas. En una ocasión, supo que Rey Rosa había llegado de un viaje de la India con una gripa fuerte. Bolaño estaba en Barcelona; Rey Rosa en Guatemala. Pues el chileno encontró la forma de hacerle llegar a su casa una docena de naranjas y vitamina C.
-Mire: ¡otra B! -dice-. Borges. Bioy. Bowles. Bolaño.
¿Otra señal? Sin el temor de romper sus cábalas, Rey Rosa puede hablar de lo que está escribiendo en este momento: porque no está escribiendo nada. Acostumbra pasar temporadas sin hacerlo, y entonces se dedica a la traducción (su "antídoto contra la ansiedad"). En un tiempo intentó hacer cine. Dirigió la cinta Lo que soñó Sebastián, basada en un texto suyo, que se exhibió en el Festival de Sundance. "Fue un juego que me salió muy caro -afirma-. Una pérdida aparatosa. Prefiero escribir".
Hoy, vive en Guatemala, pero no descarta, cuando su hija de siete años esté más grande y menos apegada a él, irse a cualquier otro lugar del mundo. La idea de moverse, con morral al hombro, lo entusiasma. -Debe ser mejor viajar como un anónimo que como un autor famoso.
Rey Rosa sonríe. Y dice:
-Pues yo no he perdido el anonimato.
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