Afiche utilizado por La Fundación El Libro para promover la Feria Internacional del
Libro de Buenos Aires, Argentina.
Copio y pego aquí cuatro párrafos del artículo que Eduardo Verdú publica hoy en El País, en el que habla del libro en la época del chat, de Facebook y de los videojuegos:
Si la tele se ha quedado obsoleta ¿qué pasa hoy con el libro? El libro ya no está de moda y eso lo revaloriza, pero, sobre todo, revaloriza a quien lo lee. Hoy el libro no es sólo una forma de interesarse, sino de resultar interesante. El lector es un ciudadano voluntarioso e irreductible, un hombre o una mujer reflexivos y ciertamente nostálgicos. Quien entrega la mirada a una novela o un ensayo en lugar de derramarla únicamente por la vida es alguien que aún se busca, una persona confiada en prender su combustible emocional con una mecha de tinta. Alguien que apuesta por otro mundo, por el que la escritura le descorchará dentro. Pero esa vivencia íntima no le convierte en un introvertido, un asocial o un huraño, sino en un individuo generoso, receptivo a la voz de otras gentes en otros lugares y tiempos.
Hoy leer es un ejercicio de autoestima y de fe, pero no necesariamente de cultura y mucho menos de libertad. Ante el apocalipsis del libro, frente al holocausto de la lectura a manos de una generación de nativos digitales, de una juventud ni-ni de piercings y twitter, el libro se ha santificado. Eslóganes como "leer nos hace más libres" han abovedado iniciativas que encumbran sobremanera la lectura, que hacen del consumo de libros casi un arte, un ejercicio de intelectualidad y purificación espiritual. No se es más libre leyendo un libro que explorando un videojuego o una película. No culturizan más las novelas policiacas, las trilogías vampíricas o los best sellers suecos que el rock o Facebook. Hoy la mayoría de los lectores consumen productos de entretenimiento, simples y fútiles, lo valioso no es el contenido, sino la forma de absorberlo, seguir importando con la imaginación universos y pensamientos ajenos.
En este presente visual y táctil, en estos tiempos de chats y apps, es complicado ganar lectores, que un adolescente se quede quieto en un sofá recorriendo con la vista una página impresa, inmóvil, sin que nada se agite o se ilumine, sin que suene ninguna explosión ni ninguna sirena. El niño concibe el libro como un objeto muerto al que debe insuflar vida a través de un gran esfuerzo sin estar seguro de recuperar la inversión. Pero el libro es tan interactivo como un videojuego, un móvil o una web. Mientras que a través de una consola o de la red intervenimos en un escenario desconocido, con la lectura es el libro quien penetra en nosotros. Es cierto que el tiempo y la energía que demanda una publicación superan a las de una película o un videojuego, pero la recompensa también es mayor.
Durante una partida audiovisual e interactiva somos el protagonista de una historia que maleamos a nuestro antojo, nos investimos de una vida que olvidaremos en cuanto apaguemos el aparato. Leyendo, en cambio, serán las páginas quienes se muevan dentro de nosotros, quienes nos alteren y nos transformen, y no únicamente durante la lectura, sino mucho tiempo después de mirar el punto final. El impacto emocional o intelectual de un escrito puede ser profundo y duradero, crucial. Con los libros quizá ya no se construya el porvenir, pero se sigue amueblando la memoria.
2 comentarios:
Felicidades por sus comentarios respecto a los hábitos de lectura frente a las "explosiones, luces y fanfarria" de las PS, DS, WII, etc. Estoy en curso de revisar cómo convencer a un jóven de la lectura de un buen libro. Un abrazo. Antonio
Muy interesante y acertado.
Publicar un comentario