Fotografía tomada por E. Vila-Matas en Dublín. Fuente: ellamentodeportnoy.blogspot.com
Enrique Vila-Matas anuncia en su penúltimo Dietario voluble que ahora tiene "Un destino secreto". Al parecer deja su columna semanal en El País para dedicarse a continuar su Dietario en la intimidad, sólo para su consumo personal. Esperamos, sin embargo, no tenerlo tan alejado de las canchas y que de vez en cuando nos alegre el día con el último de sus textos. Les dejo a continuación el penúltimo DV:
1- Penúltimo dietario de una exhaustiva temporada de 185 semanas que llega el próximo domingo a su final. La vida, en cualquier caso, de no mediar una catástrofe que nunca se puede descartar, continuará. Y el dietario -voluble también hasta en los días en los que su registro parece estable- regresará al silencio del que procede, volverá a ese ambiente de intimidad tan propio del diario secreto. En su nueva atmósfera, el dietario forzosamente cambiará de tono y si hasta ahora, por dirigirse al lector de prensa diaria, se había ocupado esencialmente de asuntos públicos -de ahí que hablara de la vida y obra de los otros y casi nada del dietarista, cuya biografía, para colmo, era inventada-, pasará a concentrarse en cuestiones más privadas y, libre de las exigencias de lo que está destinado a ser editado, puede que vaya asemejándose a las fluctuaciones de mi pensamiento y me acerque a una libertad no conocida desde hace tiempo: una escritura pensada, no escrita; una vuelta a los orígenes, a cuando estaba muy concentrado y no había escrito un solo dietario. Y aunque obviamente, siendo secreto, no es necesario que vaya firmado, me imagino ese diario mental bajo la rúbrica de un seudónimo. Una máscara siempre da mucha tranquilidad, y hasta quizá permita llevar las cosas al sótano frío de mi más fría personalidad desconocida. Aunque quién sabe si a la larga no será como aquello que decía Eliot de traducir: otro camino de ser uno mismo.
2- "¿A qué se parecerá ese endiablado diario oculto?"
(Graham Greene, El libro de cabecera del espía)
3- Puedo prever que me situará el dietario mental a las puertas de una especie de calma del desierto. Dunas y un destino secreto. Largos domingos muy infinitos, viento y arena, silencio. Es fácil imaginar al más clásico habitante de esa futura región callada. Es alguien parecido a un sujeto que acaba de salir de su casa de Barcelona y se dedica a pensar y a ensayar su futuro dietario. Alguien que no lleva hoy consigo su ordenador portátil y que ha apagado su teléfono inteligente y, además, está fuera del alcance de YouTube, Facebook, el correo electrónico, los mensajes de texto. Es alguien que, en definitiva, no está conectado y que trata de prescindir de estímulos exteriores para concentrarse en reflexiones de su infatigable diario secreto.
Concentrarse es lo que más le importa a quien, hace unos días, cruzó feliz por las celebraciones del Bloomsday en Dublín y en el teatral escenario de Meeting House, junto a sus compañeros de la Orden del Finnegans leyó el final del sexto capítulo de Ulises, aquel que transcurre a la salida de Prospect Cemetery. Hoy ha tenido que levantarse a las cuatro de la mañana (hora irlandesa) para tomar el avión de regreso a su hogar, y ahora está ya en sus calles habituales de Barcelona y acaba de entrar en un taxi y está haciendo esfuerzos para no distraerse y poder seguir conectado a su diario mental. Es alguien que no cesa en sus esfuerzos por seguir concentrado y no distraerse en nada. Alguien que está tratando de no escuchar lo que dice la emisora clerical que ha impuesto el despótico taxista, pero que ni aun así consigue concentrarse en nada, excepto en el deseo de destruir brutalmente el sonido radiofónico.
Cuando finalmente se olvida de la idea de machacar al taxista, no puede evitar seguir desconcentrado y distraerse de nuevo, primero con el recuerdo de aquella visión del mundo como grosser Ekel (gran náusea) que invocaba Nietzsche, y luego con otro recuerdo, el de un amigo que un día le dijo que para expulsar el grito más desgarrado era absolutamente imprescindible estar solo. Mientras va de una distracción a otra, escucha a Melody Gardot cantar Sweet Memory. El tiempo es soleado y benigno. Y la tarde parece fragante y, como diría John Cheever, definida como una manzana. El habitante de la más sigilosa de las regiones, nuestro amigo del dietario pensado, retiene ahora ese grito, pero sabe que muy pronto éste traspasará el desierto. Para entonces ya ni siquiera estar solo parecerá imprescindible, e incluso será ya un hecho comprobado que en la realidad (en nuestra famosa realidad) no ocurre nada que corresponda rigurosamente a una lógica. Y también estará ya comprobado que vivir es una experiencia amarga que al principio es mejor escupirla por todas partes, aunque al final lo más sabio sea, a través del arte, tratar de sublimarla: a ser posible, con la más desgarradora de las historias.
www.enriquevilamatas.com
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