domingo, 29 de noviembre de 2009

La bola del bolero


Hoy se desarrollará en H esa inmensa puesta en escena denominada "elecciones", cuya convocatoria, con el concurso no solicitado de gente muerta, de menores de edad, de militares y de exiliados, llegará posiblemente a unos 6 millones de "electores" (nuestra población es de 7 millones y poco más). Cualquiera de los dos que resulte ganador (aunque lo más seguro es que sea el del Partido Liberal, a pesar de las encuestas), antes que representar el fin de la crisis política y el inicio de una nueva era para los hondureños, lo que hará será seguir marcando el paso que nos lleva, ahora más rápidamente que nunca, al fondo del abismo. Sólo los ilusos o los descarados no se han dado cuenta. El texto que posteo a continuación, recogido de Babelia, no tiene relación directa con esta farsa nacional, pero su autor, Horacio Castellanos Moya, es de los que opina que a nuestro país habría que dejarlo hundirse por completo y después tratar de reinventarlo en el centro de África.
Sucedió hace cinco años. Estaba de visita en la Ciudad de México, cuando por uno de aquellos tics que quedan de las viejas rutinas, pasé a lustrar mis zapatos con el mismo "bolero" (así se les llama en México a los lustrabotas) que me había lustrado durante muchos años, a inmediaciones de la estación de metro San Pedro de los Pinos. Era una mañana soleada de primavera y el caos paralizaba la ciudad con media docena de marchas de protesta. Me quejé de ello. El bolero comentó la crisis económica y el aquelarre político, y luego me dio una explicación que nunca olvidaré: "Ahí viene la bola", dijo mientras con el encendedor le sacaba un fogonazo al cuero embetunado de mis zapatos. "En este país la bola viene cada cien años: en 1810 por la independencia, en 1910 por la revolución y ahora ahí viene de nuevo para el 2010". Y sentenció: "Nadie la puede detener. Está escrito en el cielo". La "bola" en México es sinónimo de tumulto, reunión bulliciosa de gente en desorden, revolución; cuando las tropas de Villa u otro caudillo revolucionario se acercaban a un pueblo, la gente anunciaba aterrorizada: "Ahí viene la bola".

Cuando escuché la explicación del bolero me pareció insólito que desde entonces estuviera en el imaginario popular la inminencia de una inevitable conflagración social y política, determinada por una idea cíclica de la historia, y que semejante predicción viniera de un bolero, cuyo gremio, férreamente organizado, funciona como una importante antena de escucha del servicio de inteligencia mexicano. Si no lo hubiera conocido de años atrás, hubiera pensado que se trataba de una provocación para "sacarme la sopa" (información) dada mi condición de extranjero. Pero fue él quien habló, no yo, y puedo jurar que dijo "está escrito en el cielo", y que no es una adaptación mía de aquella frase de Jacques el fatalista.

Ciertamente dos meses después de que la dictadura de Porfirio Díaz celebrara con fasto y pompa el primer centenario de la Independencia en septiembre de 1910, un movimiento revolucionario explotó en las narices de una élite que no daba crédito a lo que sucedía, pero ahora estamos en pleno siglo XXI, México vive una democracia y nada igual puede suceder, me dije entonces con certeza, aún sorprendido por esa visión "mítica" de la historia que pervive en sectores populares de Latinoamérica.

Cinco años después, y en la antesala de las celebraciones del bicentenario de la independencia, ya no tengo la misma certeza. Y me pregunto consternado si el bolero de San Pedro de los Pinos no habrá tenido razón y tales festejos no serán sino el detonante de un nuevo ciclo de violencia infernal (como la que ya se padece en México), de gorilismo solapado (como el que impera en Honduras, Venezuela, Nicaragua) y de guerras entre vecinos suramericanos (que los amagos entre Caracas y Bogotá, y Lima y Santiago son moneda corriente). Y también me pregunto si en verdad hay algo que celebrar -aparte de las realizaciones en la cultura y el arte-, porque en lo político padecemos una resaca de doscientos años de frustraciones, con gobernantes que han blandido el espejismo del bienestar y el desarrollo como los conquistadores españoles lo hacían con la bisutería.

Y me digo que quizá lo único a celebrar sería lo inevitable, el sentido de pertenencia, aunque aquello a lo que se pertenezca sea una mugre, en especial para los millones de desesperados ante la miseria del presente y el futuro que se les ofrece, quienes sólo piensan en largarse al llamado Primer Mundo y que el último en irse eche la tranca.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El fantasma de Kafka reaparece



Franz Kafka
Hoy en publico.es vuelven a la carga con las noticias sobre el legado de Kafka. Conocida la anécdota (posiblemente falsa) del escritor checo diciéndole a su amigo Max Brod que quemara sus papeles y éste, una vez muerto el escritor, negándose a hacerlo, todos coincidiremos seguramente en que sí sería interesante que se descubrieran ahora unos cuantos manuscritos inéditos.
El legado del escritor checo Franz Kafka se encuentra más diseminado por el mundo de lo que se pensaba hasta ahora. El grueso de los manuscritos se hallan en Israel, pero también los hay en varios países del mundo, y ahora se ha descubierto que una parte significativa de su obra está enterrada en la caja fuerte de un banco suizo.

El semanario alemán Der Zeit y el diario de Tel Aviv Haaretz han revelado la enrevesada historia de estos manuscritos, que en un principio fueron propiedad de Max Brod, amigo y albacea de Kafka. Brod se estableció en Tel Aviv en el año 1939 con el legado literario del escritor, a pesar de que Kafka le pidió como última voluntad que quemara todos sus textos.

Antes de fallecer, Brod cedió sus bienes relacionados con Kafka a su secretaria, Esther Hoffe, que también residía en Tel Aviv, quien a su vez subastó a escondidas en el extranjero varios manuscritos por cantidades millonarias.

Al fallecer hace dos años, Esther Hoffe estableció en su testamento que sus propiedades pasaran a sus dos hijas, Hava y Ruth. La caja fuerte de Zurich pertenece a Hava, quien ahora desea vender su contenido a varias instituciones y archivos alemanes, algo que tratan de impedir en los tribunales las autoridades israelíes alegando que los manuscritos salieron ilegalmente del país.

Psicoanálisis y secretismo
El semanario Der Zeit revela que entre los textos ocultos en el banco suizo se halla Carta a mi padre, un texto crucial en la obra de Kafka que tiene profundas implicaciones psicoanalíticas, según los expertos.

La pugna por los manuscritos se ha recrudecido en estos últimos meses. Las hermanas Hoffe alegan que los textos en disputa fueron "regalados" por Max Brod a su madre en 1945, tres años antes de que se fundara el Estado de Israel, de manera que, legalmente, Israel no tendría ninguna opción de recuperarlos.

"El secretismo que rodea a la caja fuerte de Zurich habla por si sólo", ha dicho el abogado Heller, que defiende los intereses del Estado. "Si las hermanas Hoffe son las propietarias legales, ¿qué es lo que pretenden ocultar?".

viernes, 20 de noviembre de 2009

RFresán: "No necesito decir que ese ya no soy yo"



Rodrigo Fresán. Foto: Isabel Carroll
El título de esta entrevista de Luis Fernando Charry en cambio.com alude a la situación de Rodrigo Fresán con respecto a su primer libro publicado: Historia argentina, un libro en el que aún se reconoce y en el que podemos encontrar "el germen, el Big Bang, de lo que vendría después" en su obra.
Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) publicó Historia argentina en 1991. El libro se convirtió de inmediato en un éxito en ventas y crítica. Desde entonces ha sido reeditado cuatro veces, la más reciente en la colección 'Otra vuelta de tuerca' de la editorial Anagrama, con un nuevo cuento sobre el fútbol y textos del escritor, guionista y director de cine español Ray Loriga y del crítico literario Ignacio Echevarría.


Aunque siempre es incómodo juzgar los libros propios, ¿cómo cree que ha envejecido Historia argentina?
Creo que ha envejecido bien. Es decir, sigo reconociéndome en el libro y sigo contento de haberlo firmado. Ninguna necesidad de negarlo o de andar ensayando un "ese no era yo" o un "ese ya no soy yo". De alguna manera, en Historia argentina ya está el germen, el Big Bang, de lo que vendrá después y que se proyecta hasta mi nueva novela, El fondo del cielo. Muy puntualmente, creo que todas mis claves aparecen en el relato final, en "La vocación literaria". Ese es el manual de instrucciones y la declaración de intenciones de todo lo que vendrá después. Y, la verdad, me ha alegrado mucho esta reedición en tándem junto a mi nuevo libro. Me gusta verlos juntos -al primero y al último hasta ahora- en las librerías. Me recuerda un poco a ese gran momento en la última película de la serie Star Trek en el que el Mr. Spock joven y el Mr. Spock viejo se encuentran en un pliegue del espacio-tiempo y se saludan.

El cuento ha sido el gran género dentro de la tradición argentina: Borges, Bioy Casares, Cortázar, Walsh, Piglia, etc. ¿Fue premeditado debutar con un libro de cuentos?
Fue premeditado debutar con un libro de cuentos que no fuera el típico libro de cuentos. Es decir: yo siempre distingo entre libro con cuentos (donde se reúnen relatos sueltos) y libros de cuentos (donde los diferentes relatos se relacionan entre ellos y acaban configurando un todo casi novelesco). El cuento es el género argentino por excelencia, claro, pero no abunda ese modelo de libro de cuentos que sí es más fácil de hallar dentro de la literatura anglosajona.

En esta nueva edición de Historia argentina hay un cuento sobre fútbol, ¿por qué le pareció importante incluirlo?
Muchas personas me señalaron la ausencia del fútbol en Historia argentina (aunque había una mención a Maradona) y, sí, nunca me interesó el fútbol pero siempre me intrigó la ausencia o inexistencia de una gran novela argentina sobre el fútbol. Sobran los relatos (Soriano, Fontanarrosa...) pero falta esa novela. Así que se me ocurrió escribir sobre esa 'desaparición' en el contexto de los desaparecidos: que fuese un secuestrado quien intentara explicar las razones para ese secuestro. Y, de paso, aproveché para tender nuevos lazos con otros relatos del libro. Escribí "La pasión de multitudes" durante los últimos tramos de la escritura de El fondo del cielo y, aprovechando que Jorge Herralde quería reeditar Historia argentina, le propuse agregar un nuevo texto/capítulo al asunto. Enseguida me preocupó mucho la posibilidad de que yo ya no estuviera capacitado para recuperar la 'voz' o el 'tono' de mis inicios. Pero, para mi sorpresa, fue muy sencillo. Fue como volver a probarte unos blue jeans que no te ponías desde hacía años y descubrir que te siguen quedando bien.

Resulta imposible no tener una postura política a la hora de tocar grandes temas nacionales. ¿Cuál ha sido su experiencia en esos casos?
Cuando me preguntan por esta cuestión siempre digo, como suele decirse a esas personas que llaman a nuestras puertas para solicitarnos dineros para esta o aquella obra más o menos benéfica o maléfica: "Yo ya di". Es decir: fui pseudo-secuestrado a los 10 años, canjeado por mis padres (todo el asunto está en el ya mencionado La vocación literaria, de lo más autobiográfico que he escrito) y eso es todo, amigos. Volví a este paisaje con mi novela Esperanto pero siempre intrigado por una historia y no por La Historia. No me interesa la política, los políticos siempre resultan ser personajes lamentables y mucho menos me plantaría en el casillero aquel de escritor-comprometido-preocupado-por-los-grandes-temas. Para bien o para mal, siempre pensé que la práctica de la literatura es una actividad más bien burguesa, bastante dandy y absolutamente solipsista y hasta egoísta desde el punto de vista social.

Ha sido una constante en su vida el gusto por los autores de lengua inglesa. ¿De dónde viene esa predilección?
Tiene que ver fundamentalmente con un orden de lecturas y el atractivo de ciertos ritmos y cadencias. Leo básicamente en inglés, pero eso no quiere decir que no me interesen lo europeo, lo oriental, lo español y lo argentino. Pero está claro que me gusta el rol del alien y la postura del extraterrestre. Algo que trasciende al idioma y que tiene más que ver con una determinada actitud. Así, disfruto más y mejor de la Buenos Aires alienígena de escritores como Borges y Bioy Casares y Cortázar que de una necesidad absoluta de contar las cosas tal cual son. Creo que eso se nota muy claramente en Historia argentina donde, de algún modo, lo que se ofrece es una mirada marciana o hiper-extranjera de determinados "episodios nacionales". Historia argentina es, por lo tanto, más un guiño travieso que un título confiable: es más un "este libro se llama Historia argentina pero...".

Después de vivir más de una década en Barcelona, ¿sigue pensando que la verdadera patria de un escritor es su biblioteca?
Cada vez más seguro de ello. Pero en Barcelona, hace tres años, nació mi hijo y eso, claro, altera un poco la intensidad de las cosas. Por lo que -en lo estrictamente sentimental- ahora matizaría con un "la verdadera patria de un escritor es su biblioteca y mi biblioteca vive ahora en Barcelona y lo cierto es que, por el momento, muy pocas ganas de meter esa patria en cajas y salir a buscar un nuevo lugar donde reordenarla y volver a fundarla".

sábado, 14 de noviembre de 2009

Mi voto por nadie

La primera vez -y última- que asistí a una caravana política tenía 13 años de edad. Mi madre, nacionalista por herencia, era una de las miles de mujeres hipnotizadas por la palabra del licenciado Rafael Leonardo Callejas (a quien este año le entregaron 16 cartas de libertad definitivas que confirman su honestidad). Recuerdo las banderas con la estrella solitaria que ondeábamos subidos en la paila de un pick up Toyota 1000. Cinco años después llegó el tiempo para ejercer el sufragio. Sin conocimientos amplios -aunque aún ahora tengo muchos vacíos- acerca de la historia política de Honduras, decidí no votar por ningún candidato: Ni Carlos Roberto Reina, y menos Oswaldo Ramos Soto. Luego subieron al trono presidencial Carlos Roberto Flores, Ricardo Maduro y Manuel Zelaya. Ninguno despertó mi interés y me sumé a los miles de hondureños que ya no se tragan el gastado discurso de combate a la pobreza, apoyo a la educación, combate a la corrupción o gobierno para los pobres. ¿Por qué dar mi voto para legitimar las falacias de quienes adquirieron astucia política desde alguna dependencia del Estado? ¿No tengo acaso derecho de elegir no elegir este 29 de noviembre? Muchos se llenan la boca diciendo que elegir es un derecho constitucional. Falso: nos obligar a creer eso. Los hondureños van a las urnas para legitimar al candidato que los grupos de poder "bendicen". No elegimos, legitimamos la voluntad de quienes en realidad tienen el poder para poner y quitar presidentes. De nuevo me rehuso a participar en las elecciones. "Cambio Ya", dice Pepe Lobo. Pepe no merece nuestro voto. "El cambio para vivir mejor", proclama Elvin Santos; tampoco merece nuestro voto. El "Obama" Catracho -qué manía la de buscarle a todo personaje famoso su contraparte catracha- deja mal parada a la cultura garífuna; tampoco merece que desperdiciemos un domingo para darle el voto. "Del pueblo al poder", asegura Felícito Ávila del Partido Demócrata Cristiano de Honduras. Basta con echarnos a reír y no votar por el partido verde que nunca alcanzó madurez. ¿Y César Ham? Pues mucho ruido y pocas nueces. ¿Y Carlos H. Reyes? Ha hecho historia al lograr una candidatura independiente. Aunque tampoco le daré el voto, porque se retiró del proceso electoral.
¿Qué opciones tenemos entonces quienes descreemos del tradicionalismo político de estas Honduras? Pues no votar para demostrar que somos más los ausentes que aquellos "ilusos" o "engañados" que todavía creen que eligen y que los presidentes dependen de su voto. Aunque quizá he votado sin darme cuenta. ¿Si en elecciones pasadas han ejercido el sufragio los muertos, porque no han de obligar a votar a quienes no asisten a su centro de votación? En estas Honduras todo es posible. Si acaso cambiara -aunque sé que no pasará- no podría ya ejercer el sufragio pues no cambié mi domicilio de votación y tendría que movilizarme a Tegucigalpa.
¿Que soy zelayista? ¿Nángara? ¿Comunista? Nada de eso. Solo un lector con algo de sentido común y apatía por marcar bajo un rostro hipócrita y mancharme el dedo por "amor y respeto a la democracia". ¿Serán éstas las elecciones más votadas? Si los organizadores del teatro electoral quieren sí, aunque la gran mayoría nos quedemos viendo la tv o durmiento el próximo 29 de noviembre. ¿Votar para salvar a Honduras? Otra falacia. El futuro de estas Honduras es sombrío. Los tentáculos de las vacas sagradas que heredan el poder a sus becerros asfixian cualquier intento por encaminar por nuevos caminos a esta patria. Su prioridad no es Honduras, sino mantener su status y defender sus haciendas (entiéndase intereses). ¿Que si no creo en la democracia? -¿Y existe, pues?
Publicado también en carloshn.blogspot

martes, 10 de noviembre de 2009

El mito Bolaño en USA



Bolaño en su época infrarrealista. Fuente: garciamadero.blogspot.com

Horacio Castellanos Moya me envía la versión completa de un texto suyo que habla sobre Roberto Bolaño y las posibles razones de su éxito póstumo en Estados Unidos. De ninguna manera se trata de restar mérito a la obra de Bolaño sino tan sólo de analizar el contexto y darse cuenta de que para que un escritor de calidad indiscutible como él consiga triunfar en el mercado editorial estadounidense no basta con eso, con la calidad, sino que es necesaria también otra circunstancia, y que esta circunstancia sea bien aprovechada por sus editores. Leamos:
Me había propuesto no volver a hablar o escribir sobre Roberto Bolaño. Ha sido objeto de demasiado manoseo en los dos últimos años, sobre todo en cierta prensa estadounidense, y me dije que ya bastaba de intoxicación. Pero aquí estoy de nuevo escribiendo sobre él, como un viejo vicioso, como el alcohólico que promete que esa es la última copa de su vida y a la mañana siguiente jura que sólo se tomará una más para salir de la resaca. Y la culpa de mi recaída la tiene mi amiga Sarah Pollack, quien me hizo llegar su agudo ensayo académico precisamente sobre la construcción del “mito Bolaño” en Estados Unidos. Sarah es profesora en la City University de Nueva York y su texto, titulado “Latin America Translated (Again): Roberto Bolaño’s The Savage Detectives in the United States”, será publicado en el próximo número de la revista trimestral Comparative Literature.

Albert Fianelli, un colega periodista italiano, parodia al doctor Gobbels y dice que cada vez que alguien le menciona la palabra “mercado” él saca la pistola. Yo no soy tan extremista, pero tampoco me creo el cuento de que el mercado sea esa deidad que se mueve a sí misma gracias a unas leyes misteriosas. El mercado tiene dueños, como todo en este infecto planeta, y son los dueños del mercado quienes deciden el mambo que se baila, se trate de vender condones baratos o novelas latinoamericanas en Estados Unidos. Lo digo porque la idea central del trabajo de Sarah es que detrás de la construcción del mito Bolaño no sólo hubo un operativo de marketing editorial sino también una redefinición de la imagen de la cultura y la literatura latinoamericanas que el establishment cultural estadounidense ahora le está vendiendo a su público.

No sé si sea mi mala suerte o si a otros colegas también les sucedió, pero cada vez que me encontraba en territorio estadounidense –podía ser en el bar de un aeropuerto, en una reunión social o donde fuera– y cometía la imprudencia de reconocer ante a un ciudadano de ese país que soy escritor de ficciones y procedo de Latinoamérica, éste de inmediato tenía que desenvainar a García Márquez, y lo hacía además con una sonrisa de auto suficiencia como si me estuviera diciendo “los conozco, sé de qué van ustedes” –claro que me encontré con otros más silvestres, que alardeaban con Isabel Allende o Paulo Coello, lo que tampoco hacía diferencia, porque se trata de versiones light y de autoayuda de García Márquez. En los tiempos que corren, sin embargo, esos mismos ciudadanos, en los mismos bares de aeropuertos o en reuniones sociales, han comenzado a desenvainar a Bolaño.

Otra idea clave de Pollack es que durante treinta años la obra de García Márquez con su realismo mágico representó a la literatura latinoamericana en la imaginación del lector estadounidense. Pero como todo se desgasta y termina percudiéndose, el establishment cultural necesitaba un recambio, hizo tanteos con los muchachos de los grupos literarios llamados Mc’Ondo y Crack, pero no servían para la empresa, sobre todo porque, como explica Pollack, era muy difícil vender al lector estadounidense el mundo de los iPods y de las novelas de espías nazis como la nueva imagen de Latinoamérica y su literatura. Entonces apareció Bolaño con Los detectives salvajes y su visceral realismo.

“Que nadie sabe para quien trabaja” es una frase hecha que me gusta repetir, pero también es una realidad grosera que me ha golpeado una y otra vez en la vida. Y no sólo a mí, estoy seguro de ello. Sigamos. Los cuentos y las novelas breves de Bolaño venían siendo publicados en Estados Unidos, con esmero y tenacidad, por New Directions, una muy prestigiosa editorial independiente pero de difusión modesta, cuando de pronto, en medio de las negociaciones para la compra de Los detectives salvajes, apareció, como surgida de los cielos, la poderosa mano de los dueños de la fortuna, quienes decidieron que esta excelente novela era la obra llamada para el recambio, escrita además por un autor que había muerto hacía muy poco, lo que facilitaba los procedimientos para organizar la operación, y pagaron lo que fuera por ella. La construcción del mito precedió al gran lanzamiento de la novela. Cito a Sarah Pollack: “El genio creativo de Bolaño, su atractiva biografía, su experiencia personal en el golpe de Pinochet, la calificación de algunas de sus obras como novelas de las dictaduras del Cono Sur y su muerte en 2003 a causa de una falla hepática a sus cincuenta años de edad, contribuyeron a ‘producir’ la figura del autor para la recepción y el consumo en Estados Unidos, incluso antes de que se propagara la lectura de sus obras”.

Quizá no haya sido yo el único sorprendido cuando, al abrir la edición norteamericana de Los detectives salvajes, me encontré con una foto del autor que no conocía. Es el Bolaño post adolescente, con la cabellera larga y el bigotito, la pinta de hippie o del joven contestario de la época de los infrarrealistas, y no el Bolaño que escribió los libros que conocemos. Celebré la foto, y como soy un ingenuo me dije que seguramente había sido un golpe de suerte para los editores conseguir una foto de la época a la que alude la mayor parte de la novela. (Ahora que los infrarrealistas han abierto su sitio web, varias de esas fotos se encuentran colgadas ahí, en las que descubro a mis cuates Pepe Peguero, Pita, el “Mac” y hasta al periodista peruano radicado en París José Rosas, de quien yo desconocía su pertenencia al grupo). No se me ocurrió pensar entonces, pues el libro apenas salía del horno y comenzaba el revuelo en los medios de Nueva York, que esa evocación nostálgica de la contracultura rebelde de los 60’s y 70’s era parte de una bien afinada estrategia.

No fue casual entonces que en la mayoría de artículos sobre el perfil del autor se hiciera énfasis en los episodios de su juventud tumultuosa: su decisión de salirse de la escuela secundaria y convertirse en poeta; su odisea terrestre de México a Chile donde fue encarcelado luego del golpe de Estado; la formación del fracasado movimiento infrarrealista con el poeta Mario Santiago; su existencia itinerante en Europa; sus empleos eventuales como cuidador de camping y lavaplatos; una supuesta adicción a las drogas y su súbita muerte. “Estos episodios iconoclastas eran demasiado tentadores como para que no fueran convertidos en una tragedia de proporciones míticas: he aquí alguien que vivió los ideales de su juventud hasta las últimas consecuencias. O como rezaba el titular de uno de esos artículos: ¡Descubran al Kurt Cobain de la literatura latinoamericana!”.

Ningún periodista estadounidense resaltó el hecho, advierte Sarah Pollack, de que Los detectives salvajes y la mayor parte de la obra en prosa de Bolaño “fueron escritos cuando éste era un sobrio y reposado hombre de familia” durante los últimos diez años de su vida, y un excelente padre, agregaría yo, cuya mayor preocupacion eran sus hijos, y que si al final de su vida tuvo una amante lo hizo en el más conservador estilo latinoamericano, sin atentar contra la conservación de su familia. “Bolaño aparece ante el lector (estadounidense), incluso antes de que uno abra la primera página de la novela (Los detectives salvajes), como una mezcla entre los beats y Arthur Rimbaud, con su vida convertida ya en materia de leyenda”. La mayoría de críticos ha pasado por alto que Bolaño no murió a causa de un exceso de drogas y alcohol, sino por una vieja pancreatitis mal cuidada que le inutilizó el hígado (fue lo que me explicó en Blanes, donde yo era el único que alzaba la copa y él sólo bebía té). Y que su caso es más semejante a los de Balzac y Proust, quienes tambien murieron a los 50 años de edad después de un esfuerzo de trabajo descomunal, que al de los ídolos pop estadounideses consumidos por la droga y el escándalo.

Digo yo que a Bolaño le hubiera hecho gracia saber que lo llamarían el James Dean, o el Jim Morrison, o el Jack Kerouac de la literatura latinoamericana. ¿Acaso no se titula la primera novelita que escribió a cuatro manos con García Porta Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce? Quizá no le hubiera hecho gracia saber los motivos ocultos por los que lo llaman así, pero esa es harina de otro costal. Lo cierto es que Bolaño siempre fue un contestatario; nunca un subversivo, ni un revolucionario involucrado en movimientos políticos, ni tampoco un escritor maldito (como sí lo fue su mentor de aquellos primeros años, el poeta veracruzano Orlando Guillén, pero esa es otra historia que espera ser contada), sino un contestatario, tal como lo define la Real Academia: “Que polemiza, se opone o protesta contra algo establecido”.

Fue contestatario contra el establishment literario mexicano –ya fuera representado por Juan Bañuelos u Octavio Paz– a principios de los 70’s; con esa misma mentalidad contestataria, y no con una militancia política, se fue al Chile de Allende (a propósito de ese viaje, que un periodista del New York Times ha puesto en duda, he llamado a mi amigo el cineasta Manuel “Meme” Sorto a Bayonne, Francia, donde ahora vive, para preguntarle si no es cierto que Bolaño pernoctó en su casa en San Salvador cuando iba hacia Chile y también a su regreso –el mismo Bolaño lo menciona en Amuleto– y esto es lo que Meme me ha dicho: “Roberto aún venía conmocionado por el susto de haber estado en la cárcel. Se quedó en mi casa de la colonia Atlacatl y luego lo llevé a la parada del Parque Libertad a que tomara el autobús hacia Guatemala”). Y se mantuvo contestatario hasta el final de su vida, cuando ya la fortuna lo había tocado y arremetía contra las vacas sagradas de la novelística latinoamericana, en especial contra el boom, a quienes llamaba, en un email que me envió en 2002, “el rancio club privado y lleno de telarañas presidido por Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes y otros pterodáctilos”.

Fue esa faceta contestaria de su vida la que serviría a la perfección para la construcción del mito en Estados Unidos, del mismo modo que esa faceta de la vida del Che (la del viaje en motocicleta y no la del ministro del régimen castrista) es la que se utiliza para vender su mito en ese mismo mercado. La nueva imagen de lo latinoamericano no es tan nueva, pues, sino la vieja mitología del “road-trip” que viene desde Kerouac y que ahora se ha reciclado con el rostro Galel García Bernal (quien también interpreta a Bolaño en el film que viene, a propósito). Con la novedad de que, para el lector estadounidense, de acuerdo con Pollack, dos mensajes complementarios, que apelan a su sensibilidad y expectativas, se desprenden de Los detectives salvajes: por un lado, la novela evoca el “idealismo juvenil” que lleva a la rebeldía y la aventura; pero, por el otro, puede ser leída como un “cuento de advertencia moral”, en el sentido de que “está muy bien ser un rebelde descarado a los diecisiete años, pero si uno no crece y no se convierte en una persona adulta, seria y asentada, las consecuencias pueden ser trágicas y patéticas”, como en el caso de Arturo Belano y Ulises Lima. Concluye Pollack: “Es como si Bolaño estuviera confirmando lo que las normas culturales de Estados Unidos promocionan como la verdad”. Y yo digo: es que así fue en el caso de nuestro insigne escritor, quien necesitó asentarse y contar con una sólida base familiar para escribir la imponente obra que escribió.

Lo que no es culpa del autor es que algunos lectores estadounidenses, a través de Los detectives salvajes, quieran confirmar sus peores prejuicios paternalistas hacia Latinoamérica, según explica Sarah Pollack, como la superioridad de la ética protestante del trabajo o esa dicotomía por la cual los norteamericanos se ven a sí mismos como trabajadores, maduros, responsables y honestos, mientras que a los vecinos del Sur nos ven como haraganes, adolescentes, temerarios y delincuentes. Dice Pollack que, desde este punto de vista, Los detectives salvajes es “una muy cómoda elección para los lectores estadounidenses, pues les ofrece los placeres del salvaje y la superioridad del civilizado”. Y repito yo: nadie sabe para quien trabaja. O como escribía el poeta Roque Dalton: “Cualquiera puede hacer de los libros del joven Marx un liviano puré de berenjenas, lo difícil es conservarlos como son, es decir, como un alarmante hormiguero”.

Sangen-Jaya, Tokio, septiembre de 2009.

Ficción, instrucciones de uso



 Honoré de Balzac y Gustave Flaubert.- SCIAMMARELLA/El País.


Este blog concede mucho espacio a los narradores pero muy poco a los críticos. ¿Será que la vida de los críticos es menos interesante que la de los creadores de ficción? Puede ser. Pero he aquí a un crítico que con su último libro ha despertado mucho interés (más de 25,000 ejemplares vendidos, según sus editores). Se trata del inglés James Wood y de su libro Los mecanismos de la ficción (Gredos, 2009), un libro que a él le hubiese gustado leer cuando tenía 20 años. Leamos la nota completa de Andrea Aguilar en El País:
Un programa de la cadena NPR estadounidense propuso hace unos meses a sus oyentes que mandaran relatos breves que arrancaran con la frase "La enfermera se despertó". Tras leer casi 200, James Wood (Durham, Reino Unido, 1965) sigue dándole vueltas a la pregunta de a qué altura del texto prende la ficción.

Antes de participar en el concurso, el eminente crítico literario -uno de los más respetados y populares en lengua inglesa y toda una celebridad intelectual cuya incorporación a la plantilla de la revista The New Yorker fue noticia- ya había intentado ofrecer algunas pistas sobre este enigma en Los mecanismos de la ficción (Gredos, 2009), un libro que escribió pensando en lo que a él le hubiera gustado leer cuando tenía 20 años y era estudiante de literatura en Cambridge.

Wood vive en Boston con su mujer, la escritora Claire Messud, e imparte en Harvard un curso titulado Práctica de la crítica literaria; y en Columbia, una clase magistral en el programa de escritura. En las aulas nació la idea de Los mecanismos de la ficción que escribió en cuatro meses y del que lleva vendidos más de 25.000 ejemplares, según sus editores estadounidenses.

El libro no es un texto de crítica académica al uso, mantiene un tono de conversación con breves capítulos que dan agilidad a sus argumentos. En sus páginas, Wood habla de las personas narrativas, de los personajes, del uso del detalle y de la temporalidad y de la eterna cuestión del realismo en la novela. "Recurrimos a la ficción porque nos plantea preguntas sobre el ser humano. El argumento que intento exponer es que uno puede obtener placeres convencionales sin tener que recurrir a formas tradicionales y de la misma manera uno puede tener un gran interés en lo real sin tener interés alguno en el realismo", precisa.

La tendencia de algunos lectores a buscar personajes que les caigan bien más allá de entender si están suficientemente vivos, es uno de los errores más comunes, según Wood, a la hora de comprender los mecanismos de la ficción. "Hay una enorme diferencia entre simpatía e identificación", dice. "Es complicado encontrar gente que te caiga bien en la vida y aún más en la literatura, pero la ficción te vuelve más perspicaz ante las situaciones humanas".

El profesor no ha querido renunciar a su vocación de crítico y argumenta con fuerza señalando por ejemplo a Flaubert y no a Balzac como el padre de la novela moderna. "Me interesa la forma. Flaubert creó un estándar para la narrativa y Sebald, Marías o Roth le deben algo. Quería abrir debate. A menudo me tildan de defensor del realismo tradicional", explica. "Se trata de una corriente muy común en América: textos sólidos un poco periodísticos, abarrotados de detalles. A mí me resultan bastante aburridos".

Al otro lado, se sitúan los detractores del realismo. Wood sostiene que intenta buscar el punto medio. En el centro de su libro ha querido situar la figura del personaje; lo vivo que éste puede estar, el misterio de cómo un novelista crea a un ser en una página. Para ello Wood dice que es fundamental crear el contexto, las reglas del juego. "Se trata de un problema de gestión del apetito, de ver cómo de grande es el plato en relación con la ración de comida que en él se sirve".

Ajeno a sus reflexiones sobre los misterios y trucos de la ficción ha quedado el argumento, algo por lo que Wood no siente mucho interés. Tampoco ha querido tratar la ficción como un espejo -"el espejo del que habló Stendhal tiene las huellas de todos los que lo han usado y además hoy está angulado de mil formas distintas"-. Fuera ha quedado también una mención directa al realismo histérico, un término que Wood acuñó para referirse al trabajo de Zadie Smith, o David Foster Wallace, entre otros. El crítico habla, sin embargo, de cómo el trabajo de estos autores ha añadido al lenguaje del escritor y al del personaje el lenguaje del mundo, el ruido exterior reproducido tal cual. En el caso de Wallace, Wood escribe que consiguió reproducir el tedio contemporáneo, lo que le valió airadas críticas. Tanto es así que ha incorporado un matiz a la edición de bolsillo, puntualizando que se trata de "un logro necesario".

Wood equipara a la enfermedad el estado en el que uno se sume tras recibir críticas punzantes en carne propia. "Al estar al otro lado ves lo horrible que es y piensas que nunca volverás a hacer eso a otra persona, pero luego, sano de nuevo, comprendes la necesidad de ser duro y vuelves a decir cosas desagradables sobre el trabajo ajeno".

El avance de Internet no le hace temer de momento por el futuro de la crítica. "La Red es como una fiesta a la que llegas y todo el mundo está ya borracho discutiendo apasionadamente. Sientes que debes beber deprisa para entonarte. Es muy vigorizante". Aunque percibe cierta nostalgia en su profesión -"hablas con una autoridad que cada vez respeta menos gente"- se muestra optimista y confía en el poder de la pasión. "Si funciona o cómo funciona una novela no preocupa a mucha gente pero si tú lo contemplas como una cuestión de vida o muerte llegas a gente fuera del círculo".

lunes, 9 de noviembre de 2009

Saúl Sepúlveda apuntado en el premio


Apurado quizá por nuestro anuncio de la fecha límite para la recepción de trabajos (15 de noviembre) en nuestro I Premio de Relato Corto mimalapalabra 2009, Saúl Sepúlveda (seudónimo) nos envía desde El Progreso su relato "Bajo el ojo del Gorila" y de esta manera se inscribe e invita a otros a darse prisa, ya que se acaba el tiempo.
Las bases del premio pueden consultarse haciendo clic sobre el logo en color naranja ubicado en la parte superior derecha de esta página.
La fecha de la premiación será confirmada en los próximos días.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Escribir desde el exilio



Chaplin y Con la congoja de la pasada tormenta.

Giovanni Rodríguez

Con la congoja de la pasada tormenta. Horacio Castellanos Moya. Tusquets editores. 308 Págs. Barcelona. 2009.


Hay pocos nombres que se le comparen a Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) en el panorama actual de la literatura centroamericana. Rodrigo Rey Rosa, Sergio Ramírez y poco más. Y es paradójico que una consideración como ésta gane más adeptos afuera que dentro de nuestras fronteras. Una de las razones podría ser que en los últimos años las novelas de Castellanos Moya han tenido mayor difusión en España y en algunos países latinoamericanos, incluso con traducciones a varios idiomas y éxito de crítica internacional, antes que en la propia Centroamérica.

Y sin embargo con sus cuentos se ha producido el fenómeno inverso. Es posible que en Centroamérica y México algunos se hayan enterado de su trayectoria como cuentista, pero en el resto del mundo literario en español, el que a la larga viene a ser casi el único importante y que tiene que ver con las ediciones en España y su distribución en Latinoamérica, Castellanos Moya es un escritor en cuyo currículum identificamos, sumergido entre abrumadores datos relativos a la publicación de sus novelas, el dato curioso de haber publicado alguna vez en México, El Salvador y Guatemala algunos libros de cuentos. En este sentido, la reciente aparición de Con la congoja de la pasada tormenta es una saludable actualización a su trayectoria.

Están aquí reunidos “casi todos los cuentos” que Horacio Castellanos Moya ha publicado desde 1987 hasta 2007, en una edición que viene a saldar una deuda que su autor pudo haber contraído, sin querer, con sus lectores más recientes, pues habrá que recordar que los libros en los que estos cuentos aparecieron inicialmente son imposibles de encontrar actualmente en otro país que no sea El Salvador o Guatemala, en donde siguen reeditándose algunos con tiradas conservadoras.

Pero con este libro, repito, Castellanos Moya ha ganado una batalla al tiempo y a la memoria. Y nos ha traído 22 ficciones breves que no acusan el paso de ese tiempo pero que sí ubican en nuestra memoria, evocándolos, una serie de acontecimientos inherentes a nuestra historia centroamericana, y de paso, nos ofrece la visión de unos personajes marcados por la violencia y el horror y que se ven obligados a huir hacia territorios más habitables.

De todos los personajes narradores que encontramos en estos magníficos cuentos podríamos extraer uno que sería su denominador común: el hombre solitario, indolente, culto e intelectual, arisco, un hombre que prefiere “la soledad de un acostón eventual al amor que se vuelve rutina”.

Quedémonos entonces con ese personaje-denominador común en todos estos cuentos y comparémoslo con la atmósfera que se respira en cada uno de ellos. Así podríamos extraer la conclusión de que su actitud, su carácter esquivo, su temperamento tiene, efectivamente, razón de ser pues ha sido formado y pulido en ambientes hostiles, ambientes marcados esencialmente por la guerra civil salvadoreña ocurrida más o menos entre los años 1980 y 1992. Cómo no va a ser cauteloso y desconfiado este personaje si en la situación político-social de su país cualquiera podría ser un verdugo, si la violencia anda suelta en las calles y no existe la posibilidad inmediata de la paz. Imposible obviar, también, las palabras de Roberto Bolaño sobre Castellanos Moya: “Es un melancólico y escribe como si viviera en el fondo de alguno de los muchos volcanes de su país”.

“Los animales y los locos asolan esta ciudad. Los primeros son bestias salvajes, sanguinarias, voraces, inmunes a otra inteligencia que no sea el pillaje; los segundos surgieron para combatir a los primeros, pero a medida que su lucha se ha ido prolongando, se parecen cada vez más a sus enemigos”, se lee en el cuento “El gran masturbador”. Y en medio de este paisaje, lo que al personaje, quizá perteneciente a esa “raza de escépticos, apáticos, contempladores y víctimas de la acción”, le ayuda a respirar un poco es el whisky o la cerveza, los prostíbulos y de vez en cuando los libros. Son estos los provisionales antídotos contra la congoja.

Una impresión que produce este volumen de cuentos es que el conjunto se acerca mucho al conjunto de partes de lo que podría constituir una novela; y esta impresión se deriva no sólo del resultado de encontrar personajes comunes (con nombre y apellido) de un cuento a otro sino también de la atmósfera que casi todos ellos (los cuentos) transmiten, con la guerra civil y sus consecuencias muchas veces de exilio y muerte; y con el papel del individuo común y corriente que sin pretender formar parte activa del curso de la historia de su país, por una razón o por otra, acaba finalmente involucrado, como en el cuento que da nombre al libro.

Por esta impresión de conjunto que acabo de mencionar es que tiendo a abordar su lectura de manera global, sin detenerme particularmente en cada uno de los cuentos, y por eso, al plantearme las primeras conclusiones, observo que hay dos grandes temas que atraviesan el libro: el del conflicto político-social en El Salvador y el de las también conflictivas relaciones de pareja. Establecer esta clasificación temática de manera tajante sería un poco arriesgado, porque no todos los cuentos están claramente marcados por un tema o por otro, y hay algunos incluso que contienen igual porcentaje de ambos, pero en términos generales bien puede uno permitírselo.

“Es un sobreviviente pero no escribe como un sobreviviente”, dijo también Bolaño sobre Castellanos Moya. ¿Cómo escribe, entonces, este sobreviviente? Escribe quizá con (y desde) la experiencia del exilio, ese casi destierro autoimpuesto que lo hace volver a sus orígenes, pero sólo en sus libros, con una mirada oblicua, casi pendenciera, para tratar de recuperar algo que no considera del todo perdido.

Un gran libro, sin duda, que aunque sólo contenga cuentos publicados con anterioridad, volverá a situar a Horacio Castellanos Moya en el centro de la literatura contemporánea en español y que ayudará a afianzar su obra en conjunto como una de las más arriesgadas y comprometidas de la literatura centroamericana de las últimas décadas.

jueves, 5 de noviembre de 2009

El Médicis para Danny Laferrière



Creo que fue en junio cuando en un chat Felipe Bello me habló de Danny Laferrière, un escritor canadiense del que él había leído un par de libros y sobre cuya figura trabajaría en un documental (específicamente como director artístico) en los días siguientes en Haití, el país natal del escritor. Muchos días después, Felipe me enviaría los enlaces con toda la información relacionada con el documental (ver bajo la nota), incluyendo los títulos de las ediciones en español de dos de sus novelas: Cómo hacer el amor con un negro sin cansarse (Ediciones Destino, 1997) y ¿Esta granada en manos del joven negro es un arma o una fruta? (El Cobre Ediciones, 2004). Confieso que hasta ahora no he leído ninguna de esas novelas con títulos tan llamativos ni he visto el documental en el que trabajó Felipe, pero leyendo hoy El País me encuentro con esta nota: Danny Laferrière gana el premio Médicis; así que no habrá que aplazar más ni una cosa ni la otra. Leamos la nota:
El escritor canadiense de origen haitiano Danny Laferrière se ha alzado con el premio literario Médicis 2009, el más importante de toda Francia, por su obra L'énigme du retour. Laferrière cuenta en ella la dolorosa experiencia de repatriar el cuerpo de su padre, al que no había visto en 30 años, desde que el exilio le alejó de su Haití natal.


La novela es también el relato desgarrador del reencuentro de un hombre -que reparte su vida entre Montreal y Miami- con los suyos y con un país en el que se siente un extranjero, un Haití que abandonó de la noche a la mañana tras el asesinato de su amigo periodista Gasner Raymond, y ante el temor de estar también en una lista negra.

El jurado consensuó otorgar el premio a Laferrière, cuyo verdadero nombre es Windsor Kléber, en la primera vuelta de la votación, en la que se apuntó cuatro votos frente a una papeleta que fue a parar a Justine Lévy por Mauvaise fille, y a otra que se llevó Alain Blottière por Le Tombeau de Tommy.

Nacido en Puerto Príncipe en 1953, Laferrière entendió lo que significaba el exilio desde que su padre, alcalde de Puerto Príncipe y secretario de Estado de Comercio, abandonó el país durante al dictadura de François Duvalier. A partir de los 4 años, el escritor se educó con su abuela, quien inspiró la novela L'odeur du café (2001) y terminó convirtiéndose en periodista, profesión que le llevó a trabajar para Radio Haití y Le Petit Samedi Soir. Fue entonces, en 1976, cuando las milicias privadas del presidente haitinano, conocidas como Tonton Macoute, asesinaron a su amigo Raymond y Laferrière partió hacia Canadá, una experiencia que recogería en Le cri des oiseaux fous. Allí trabajó en diferentes fábricas hasta que en 1985 publicó Comment faire l'amour avec un nègre sans se fatiguer, que llegaría después al cine de la mano de Jacques Benoît.

Le seguirían otras obras como Éroshima, Cette grenade dans la main du jeune Nègre est-elle une arme ou un fruit?, Pays sans chapeau o La Chair du maître, además de la película Le goût des jeunes filles, de la que fue guionista, o el film Comment conquérir l'Amerique en une nuit, que el mismo dirigió.

Tras el premio de la Academia, que recayó en Pierre Michon, el Goncourt, que fue parar a Marie Ndiaye y el Renaudot, que se atribuyó Frédéric Beigbeder, Lafferrière se hizo con el cuarto galardón de la maratón de reconocimientos literarios de Francia, que concluirá el próximo lunes con el fallo del Femina.


Sitio web del documental
Más sobre el documental

miércoles, 4 de noviembre de 2009

¿Es verdad o es ficción?




                                                            Relativity, de Escher.


1
Me interesan muchísimo las narraciones que, además de contar una historia, y a través de ésta y sus personajes, mostrarnos con suficiente carga emotiva los diferentes matices de la condición humana, se la jueguen contraponiendo esos dos elementos constituyentes de toda obra narrativa que son la realidad y la ficción. Narraciones en las que, más allá de realizar el autor el típico juego de despistes acerca de lo que es o no real, utiliza la mezcla de realidad y ficción como recurso para proponer un juego más “justo” y quizá hasta más interesante, un juego en el que sin ocultar sus intenciones, sin cartas bajo la manga ni sorpresas con moraleja, el autor invita al lector a dejarse conducir de diferente manera por las páginas. ¿Y cómo logra Horacio Castellanos Moya conducir de esta manera a los lectores en el cuento “El gran masturbador”? Pues con frases como ésta: “Y ahí, entonces, se insinuó la historia que yo necesitaba para encontrarle un sentido a esa casa, el cuento que me permitiría engarzar a esos seres solitarios…” (Con la congoja de la pasada tormenta. Tusquets. Pág. 58)

El efecto de simultaneidad entre ficción y realidad creada por el autor es el bonus track de la narración, porque entonces el lector sabe que no sólo dispone de los dos planos convencionales de la narrativa: realidad y ficción, sino también de un tercer plano: el que corresponde a la ambigüedad, a ese no saber con certeza dónde acaba la ficción y dónde empieza la realidad (y viceversa) o si lo que se nos presenta como una cosa es lo que es y no lo contrario. Veamos otro pasaje del mismo cuento: “Hasta aquí, armar la intriga, aunque fuera vaga, era posible para un temperamento como el mío; pero terminarla (…) requería de una energía, de una pasión y sobre todo de un oficio en el arte de fantasear, que sencillamente me rebasaban” (Pág. 69).

Un recurso, entonces, que emplea a un personaje que, para contar su particular historia, dice que lo que está contando es una invención suya (o finge que lo es), de manera que el lector lleva su lectura entre la “certeza” de que lo que lee es una ficción del personaje y la duda de que esa ficción sea realmente una ficción. Y más allá de estas dudas o certezas, la tensión narrativa, el poder de seducción que piezas narrativas como ésta, cuando están bien hechas, saben ejercer sobre los lectores.
2
Sergio Pitol, en el relato “El oscuro hermano gemelo”, hace algo parecido a lo de Castellanos Moya. Mientras habla, en un tono ensayístico, del papel del creador en la literatura, nos plantea la situación de un novelista imaginando una novela: “Puedo imaginarme a un diplomático que fuese también un novelista. Lo situaría en Praga, una ciudad maravillosa, ya se sabe. Acaba de pasar unas vacaciones largas en Madeira…” (Pág. 230. Anagrama, 2006). Es un relato en el que a medida que el lector se sumerge en la lectura se va dando cuenta de que a pesar de saber que la historia que lee es una historia “supuesta” del narrador, le va importando cada vez menos esta circunstancia, de manera que la trama logra involucrarlo plenamente con la historia, sin importar que ésta sea falsa.
3
Ricardo Piglia hace cosas parecidas, pero a la inversa. Piglia dice, asegura, en sus ficciones que lo que está contando es real, y trata de demostrarlo recurriendo a fechas o a nombres de personas reales, fácilmente identificables en el curso de la historia. De ahí la verosimilitud de sus relatos. Porque Piglia escribe supuestamente a partir de lo ya ocurrido. En el epílogo de Plata quemada, por ejemplo, dice: “Esta novela cuenta una historia real”; y con algunos de sus cuentos asegura que estos “están inspirados en hechos reales”.
4
Y veamos ahora el relato “Porque ella no lo pidió”, de Enrique Vila-Matas, de su libro de ficciones breves Exploradores del abismo (Anagrama, 2007), en el que leemos que Sophie Calle llama por teléfono a Vila-Matas para plantearle un reto: que él escriba un relato sobre ella, como quiera que se le ocurra hacerlo, que invente una historia para ella de la manera que le venga en gana, y ella le corresponderá viviendo todo lo que esté escrito en el relato, es decir, llevando la ficción a la realidad. El escritor acepta el reto y escribe el relato, pero se producen una serie de circunstancias que retrasan cada vez más el término del acuerdo, que consiste en que ella empiece a vivir lo narrado. Hasta que el escritor se cansa y opta por ser él el protagonista de un relato; y este relato no será otro que el que empieza el día de la llamada de Sophie Calle para proponerle un trato. Si Sophie no está dispuesta a cumplir su promesa de hacer realidad la ficción que él ha creado para ella, será entonces él quien viva como personaje de su propio relato. Este relato propone una relación inversa entre realidad y ficción y entre autor y personaje. Aquí no es la ficción la que se hace a partir de la realidad sino lo contrario: la realidad es producto de la ficción. Los personajes buscan vivir lo que su creador ha escrito.


martes, 3 de noviembre de 2009

La vida antes de marzo

Manuel Gutiérrez Aragón, ganador del Premio Herralde de Novela, ayer en Barcelona. Foto: Gianluca Battista/El País.

Dos españoles resultaron ganador y finalista del último Premio Herralde de Novela y sus libros ya aparecen anunciados entre las próximas publicaciones de la editorial. Dejo aquí el texto de sus contraportadas y el fragmento de la nota que encontré en El País:

La vida antes de marzo. Manuel Gutiérrez Aragón. Premio Herralde 2009:
Dos extraños se encuentran en un tren que viene de todas las estaciones y se dirige a varios sitios a la vez. Es el año 2024, y dos mil vagones forman la serpiente metálica de este enorme trasto. Y de un país a otro, Martín y Ángel, que al comienzo desviaban las miradas, se convierten en interlocutores, y saborean el vino de cada región que atraviesan. Y los alcoholes desatan las lenguas, y los relatos se enlazan en este viaje con destino inesperado, en este cuento oriental y ásperamente contemporáneo que atraviesa la Europa del futuro próximo, y también la del cercano pasado. Ambos son oriundos de España. Martín tuvo amores con una magrebí, y Angel se vio mezclado con un grupo extremista. El temor, el recuerdo dolorido y también la ilusión viajan a bordo. Y cuando en el finito infinito del tren las paralelas de sus vidas acaben por cruzarse, quizá nos desvelen cómo era la vida antes de marzo, de "aquel marzo". Manuel Gutiérrez Aragón, uno de los cineastas mayores de nuestro país, nos descubre en esta novela que también es un magnífico escritor. En diario El País se lee: La vida antes de marzo, que publicará en breve Anagrama, narra el encuentro de un joven asturiano con la trama islamista meses antes del atentado del 11 de marzo, "la mayor tragedia colectiva que hemos vivido en España". Gutiérrez Aragón explica que el libro no es una novela en torno al 11-M, ya que sólo aparece en el fondo de la historia y muy al final del libro. "Lo que más me interesaba es el choque con el mundo islámico, que está tan alejado de nuestra cultura, el encuentro entre ese joven asturiano, no tan inocente, con una trama que no entienden muchos".
Providence. Juan Francisco Ferré. Finalista Premio Herralde 2009:
Providence es una miríada de novelas, todas ellas sorprendentes y originales: relato de terrores y terrorismos post-11S, novela de campus pornográfica, reverso tenebroso del american way of life, reescritura no cinéfila de la Historia del Cine; retrato, en fin, de una conspiración global para imponer el mundo virtual al mundo real. Suprotagonista, Álex Franco, es un cineasta español con una visión perversa de Hollywood. En el Festival de Cannes conoce a una misteriosa mujer, Delphine, que le propone realizar una nueva película. Providence es también la ciudad donde se instala el conflictivo y escandaloso Franco, sin hacerse una idea de lo que le espera allí: sectas mafiosas, conspiraciones apocalípticas y sociedades secretas que pugnan por el control de su metamórfica realidad. Providence es un hipnótico viaje al fin de la noche americana: esa América real que encubre el horror gótico tras una fachada colorista de glamour y consumo.