Andrés Neuman visto por Sciammarella. Fuente: El País.
Lo que sigue es un extracto del discurso "Ficticios, sincronizados y extraterrestres", pronunciado por el premio Alfaguara Andrés Neuman:
"La historia", escribe Claude Adrien Helvetius, "es la novela de los hechos". "Y la novela", añade, "es la historia de los sentimientos". Desde esta perspectiva, todas las novelas son históricas. No sólo porque toda narración propone un marco histórico explícito o implícito, sino porque además los sentimientos, a los que a veces les atribuimos una incontaminada eternidad, se transforman a lo largo de las épocas.
La historia no es un tema ni un momento: es lo que condiciona nuestra aproximación al tema y lo que asocia los momentos. Nunca antes había intentado escribir una novela que sucediese fuera de mi siglo, que era y sigue siendo mi foco de interés. Pero siempre me ha parecido absurda la manía de dividir las novelas entre las que suceden ahora (...), antes y (...) después. Las novelas, ante todo, están bien o mal escritas. Y su vigencia (...) no depende de cuándo tienen lugar sus argumentos. Hay novelas de actualidad que son conservadoras. Novelas futuristas que parecen antiguas. O novelas sobre el pasado que discuten los problemas y el lenguaje del presente. La curiosidad por estas últimas me condujo a escribir El viajero del siglo.
La imaginación hace preguntas para que la ficción estudie lo real. Regresemos al viejo organillero y al viajero misterioso, a quien llamaremos Hans. Mientras imaginaba su encuentro, me pregunté cuándo podría tener lugar. Y pensé que lo justo sería que ambos se encontrasen el mismo año en que Wilhelm Müller publicó el Viaje de invierno. Ese año era 1827, que resultó ser también el de la muerte del poeta. Entonces me pregunté dónde podrían encontrarse Hans y el organillero. Y pensé que lo justo sería que lo hicieran a medio camino entre Dessau, la ciudad natal de Müller, y Berlín, la ciudad donde estudió. Entonces me pregunté cómo sería la Alemania de aquel tiempo. Y me puse a estudiar la vida cotidiana de la época, sus costumbres sociales. Entonces me pregunté por los salones literarios y sus anfitrionas, por aquellas mujeres educadas entre la vindicación de los derechos de la mujer y las contradicciones misóginas de la Revolución Francesa, por la generación de Mary Shelley o George Sand. Y me puse a inventar el salón de Sophie, la otra protagonista de la novela, con quien Hans mantendrá una pasión conflictiva y basada en la traducción. Entonces me pregunté por la política europea de esos años. Y me di cuenta de que, en muchos sentidos, la Europa de la Restauración era el principio de la nuestra. Retorciendo a Vargas Llosa, si nos preguntáramos en qué momento se jodió Europa, la respuesta sería: en el siglo XIX.
La Europa conservadora de la Restauración y los valores retrógrados de la Santa Alianza fueron posibles por el fracaso de Napoleón, que empezó proponiendo derechos, constituciones, libertades, y acabó convertido en un emperador que invadía países y pretendía poderes ilimitados. Hoy pasa algo parecido a nivel mundial. Los proyectos de la izquierda revolucionaria han degenerado en lamentables dictaduras o caudillos omnipotentes. Sobre las ruinas de ese desengaño se han aliado las potencias neoliberales que dirigen lo que llamamos Occidente, con la Europa del Vaticano, las multinacionales y la xenofobia a la cabeza.
Mi intención, sin embargo, no era escribir un testimonio académico ni una crónica realista. Yo quería escribir un libro raro. Una novela futurista del pasado. Una ciencia-ficción rebobinada. Por eso la novela no narra ningún acontecimiento histórico, ni presenta un solo personaje que haya existido realmente. Y por eso Wandernburgo, la ciudad donde transcurre, es una ciudad imaginaria. (...) Un ángel exterminador a escala europea. Espero que Buñuel esté muerto de verdad. De lo contrario, le pido mil disculpas.
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