Milan Kundera. Fuente: publico.es
Del novelista checo Milan Kundera (Brno, 1929) aparecerá esta semana en Tusquets un nuevo libro de ensayos titulado Un encuentro. Dice Carlos Pardo, en la nota de publico.es en la que leo la noticia, que éste y los anteriores libros de ensayo de Kundera (Los testamentos traicionados, El arte de la novela y El telón) "conforman una personal obra ensayística (ágil, certera y vengadora) que para muchos es superior a sus novelas". El siguiente párrafo va dedicado a la mayoría (de los pocos, poquísimos, casi inexistentes) narradores de H que persisten en el error de "aterciopelar" sus textos para que no representen una "mala influencia para los lectores":
Enemigo de buena parte de lo que hoy se hace pasar por literatura, textos idiotizados por la obsesión de contar una idea con sentimientos políticamente correctos, Kundera defiende la radicalidad de la novela como arte que siempre está por reinventarse. Algo que viene ya de los tiempos de Rabelais, cuando la novela (libre y alérgica a lo serio) no había encontrado la forma cerrada que alcanzó en el siglo XIX. Milan Kundera incide en el valor de la libertad creativa: el escritor no debe ser esclavo de sus prejuicios ideológicos ni formales, porque su camino (o los muchos caminos que aun le son posibles a la novela) está por recorrer.
Y no podía faltar en este libro de Kundera una alusión a su propia historia reciente:
El libro Un encuentro retoma otro tema muy kunderiano (La insoportable levedad del ser, una vez más): cómo los rumores moralizantes arruinan nuestra vida. Ya no hace falta vivir en un estado totalitario para que el vecino te delate. Ha empezado "la época de los fiscales". El propio Kundera ha vivido recientemente un estrambótico proceso una acusación de colaboracionismo con los comunistas que no ha podido probarse, parecido al que sufren los artistas en las numerosas biografías fiscales que proliferan a lo largo y ancho de las librerías. Se apartan de la obra para ajustar cuentas con los biografiados: el pornógrafo Philip Larkin, el fétido Bertolt Brecht. Para Kundera, son otros tantos ejemplos del odio al arte y a las obras por su radical independencia. "El escritor es ante todo un hombre libre y la obligación de preservar su independencia contra toda coacción pasa por delante de cualquier otra consideración", escribe tajante.
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