Por Giovanni Rodríguez
Cualquiera que lea esto debe imaginarme así, que es como ahora me la paso: corrigiendo una línea más. Donde antes se leía: “los que sólo saben redimirse en el dulce placer de sus pecados”, ahora se lee: “los que sólo saben redimirse en la dulce diaria miel de sus pecados”. No estoy del todo satisfecho, pero puedo asegurarme a mí mismo que he puesto todo de mi parte para que el texto resulte digno de ser leído. Por lo menos ahora me siento capaz de escribir una novela. Después intentaré algo más serio, algo que ponga en juego todo eso a lo que la gente llama “el verdadero potencial” y no sólo ese impulso salvaje que me llevó a escribir esto que ahora acabo de corregir –esta vez sí- por última vez.
Mi vida, por supuesto, fue alguna vez la versión original de la vida de los personajes que he creado. No puede pedírseme otra cosa. Alguien que empiece una novela a los veintiún años (y ésta de la que hablo empecé a escribirla a esa edad) no tendrá conciencia sino de su propia persona, por lo que se verá abocado sin remedio a la autobiografía, ya que no tiene nada más a su alcance. Es lo que dice Martin Amis y es lo que me repito a mí mismo para justificarme. Puede decirse entonces que hasta cierto punto la novela que escribí es una novela autobiográfica. Una “novela verdadera”, me digo; eso es, al final de cuentas, lo que para mí representa una autobiografía.
El sol afuera es insoportable. Imaginen treinta y siete grados de temperatura. Imaginen el tamaño de mi impaciencia. Pero ni modo, qué se le va a hacer, a veces uno no escoge dónde vivir y debe acomodarse a las circunstancias. A veces, incluso, uno no escoge vivir con una mujer y ahí se ve, de repente, viviendo a la medida de la vida de una mujer.
Pero, ¿estaría yo consciente en ese momento de esa situación? (estoy hablando ahora del rollo con la mujer que mencioné atrás); es decir, ¿me habría dado cuenta para entonces que mi vida era sólo la extensión de la de la mujer que vivía conmigo? Probablemente no. Y ahí pueden imaginarme de nuevo, más atrás que estos días de ahora, diríase casi feliz, porque feliz hubiera sido (es lo que creía) viviendo en Europa, en donde existen unas librerías enormes con lo mejor de la literatura latinoamericana, que es lo que entonces me mantenía entusiasmado; feliz hubiera sido con la publicación de mi novelita, sacándole algo de provecho monetario, por supuesto, que es lo que representaba mi necesidad más inmediata; feliz hubiera sido, al fin y al cabo, si al estar con la mujer de la que hablo hubiera podido olvidarme de todo lo demás y no hubiera deseado nada que no fuera la compañía de esa mujer; pero bien pueden ir ustedes suponiendo que ésta no era la realidad y que, si bien es cierto hasta entonces no había surgido con ella el primero de esos llamados “conflictos de pareja”, tampoco es cierto que me sentía absolutamente cómodo con esa situación semiconyugal.
Pero déjenme caminar por ahí, con esa expresión apacible en el rostro que me hace parecer casi feliz ante los ojos de cualquiera que, al cruzarse conmigo por las calles, pueda, por casualidad, quedárseme viendo, y hablemos un poco de otras cosas, de cosas que sucedieron también en el pasado y que no necesariamente tienen que ver con la historia de la mujer que vivió a mi lado, de cosas que he visto y de cosas que he hecho, aunque podría hablar también de cosas que he imaginado; pero en fin, todo lo que diga de aquí en adelante, a la manera de un diario personal, no tendrá mayor importancia que la de que en un futuro me sirva para escribir otra novela, quizá también otra novela verdadera, no importa, no le temo a las palabras ni a las palabras que nacen de los actos. Le temo, sí, al silencio, a mi propio silencio, a mi probable grito ahogado en estas páginas futuras, pero no por las páginas sino por mí, porque de estas páginas futuras depende todo.
2 comentarios:
Quitale "Dulce diaria". Los que sólo saben redimirse en la miel de sus pecados.
Te felicito por las primeras líneas de este post. Son extraordinarias, expresan muy bien lo que todo aquel que quiera escribir tendrá que hacer: escribir, reescribir, corregir, y vuelta a reescribir, y otra vez a corregir.
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