¿En qué ajeno paraíso abandonaron
mi humeante corazón, quemado vivo,
las mujeres que amé?
¿Bajo qué cielo raso se desnudan
y muestran victoriosas el reino que perdí?
Yo, en cambio, nada guardo: ni dicha ni rencor.
Una a una me dieron la gloria merecida
y derrotado fui con sus mejores armas.
El amor es la única batalla
que se libra en igualdad de condiciones.
Yo no pude escudarme, devolver las palabras
con la misma osadía, y los más leves golpes
me alcanzaron de lleno a la altura del pecho.
Dado ahora a morir en cama extraña
(orgulloso de mí, en paz conmigo)
cierta gloria atesoro, ciertos nombres
como el viejo guerrero que alivia sus heridas.
Rigoberto Paredes, La estación perdida (2001)