miércoles, 28 de enero de 2009

Contemplar mi propia calavera

Hamlet y la calavera de Yorick. Semiotaku. Fuente: http://www.avidos.net
Por Giovanni Rodríguez
Mi muerte ficticia (mi desaparición de todos y de todo) la narraría en primera persona. Siempre me he preguntado cómo sería morir, y a pesar de estar muerto, ser capaz de ver cómo quedan las cosas ahí en la vida. Lo primero sería ver cómo reaccionan todos ante la noticia de mi muerte; después, cómo lo llevan, cómo continúan con sus vidas sabiendo que yo ya no seré parte de sus vidas. Sería como en esos versos de Tomás Segovia que dicen: “Y salir a mirarme desde afuera/ cómo me quedo dentro”. Mi muerte ficticia sería más o menos así:
La inquietud no me permitiría dormir mucho esa noche. Despertaría en repetidas ocasiones. Daría muchas vueltas en la cama. Así que agradecería la llegada del amanecer y me levantaría por fin, desvelado pero motivado con la idea de mi desaparición, que empezaría a materializar ese mismo día, e iniciaría la preparación de mi interminable viaje planeado desde hacía ya bastante tiempo.
No llevaría gran cosa en la mochila y en la maleta deportiva escogida de entre las que compré con motivo de mi último largo viaje a Honduras para visitar a mi mamá. Esta vez llevaría apenas unos cuantos pantalones, otras tantas camisetas, ropa interior, un par de zapatillas deportivas extra, algo de ropa para el frío que arreciaría en los meses siguientes, mi lap top, un cd recopilatorio de lo que me parece lo mejor del blue bebop y un solo y apropiado libro: Historia abreviada de la literatura portátil.
Una vez listo, me pondría mi chaqueta Diesel (comprada a muy bajo precio en una tienda de la frontera francesa, tan rebajada que sigo sospechando si no será una falsificación de la marca); una bufanda marrón alrededor del cuello y una gorra de corduroy doble uso que evitaría el frío en mi cabeza tempranamente calva. Me acomodaría la mochila en mi espalda y la maleta en mi hombro derecho, y antes de salir vería mi habitación por última vez.
Nadie aseguraría que esa es la habitación de un hombre que se marcha para no volver jamás. Todo quedaría igual: la gran bandera con la imagen de La naranja mecánica en la pared más amplia; los dos cuadros mitad pintura mitad fotografía que reflejan escenas en calles newyorkinas; el televisor de catorce pulgadas con el dvd averiado que mi hermano me regaló y que pocas veces ha sido encendido; el armario con una buena cantidad de ropa de la que mi hermano jamás se desharía con la esperanza de mi regreso; la mesita de noche en cuya gaveta guardo la cajita de música con la melodía de “La vie en rose”, y sobre la que descansarían una fina película de polvo, una cajita de pastillas contra la acidez, algunas monedas que juntas no sumarían más de un euro y un minicaballete con la fotografía en la que mi novia y yo aparecemos abrazados y con sombrero en la finca de mi papá en Honduras; y el estante con todas las películas y libros que habría comprado durante más de dos años de residencia en España, cuyo abandono en condiciones distintas a las de esta vez me hubiera provocado una gran tristeza pero que ahora representaría tan solo una pequeña fracción de todo aquello a lo que, a partir de ese momento, renunciaría para siempre.
Así quedaría todo. Después vendrían las reacciones de mi familia y mis amigos, que es la parte más interesante del asunto. Empezaría entonces a ver los efectos de mi muerte. Algo así como si Hamlet, en lugar de la de Yorick, contemplara su propia calavera.
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7 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que Chesterton tiene un cuento en el que un tipo desaparece así como decís vos, pero se renta un apartamento no muy lejos de su casa para espiar a su mujer... A los años vuelve a aparecerse frente a su casa, toca la puerta, creo que la mujer ni lo reconoce, ya no me acuerdo, el pedo es que ahí sí que se muere el cabrón.

Algo así, creo...

G.Rodríguez dijo...

El cuento es "Wakefield", de Nathaniel Hawthorne. De los mejores que he leído. Buena comparación. No lo había pensado.

Anónimo dijo...

Yo he pensado más o menos lo mismo algunas veces y siempre lo interesante es qué pensarán los que te conocen, imaginar sus reacciones al saberte palmado. LO nuevo acá es lo de llevarse libros y música. NO sabría qué libros o qué música llevarme porque hay tantos y tan buenos. ¿Por qué en vez de eso no imaginar q no llevo nada y que en el sitio al que voy escribiré o recrearé mentalmente los libros que me gustan? Es un ejercicio múltiple de memoria y de fantasía.

Dennis

Gustavo dijo...

Yo no llevaría libros, música sí, películas mejor. Llevaría conmigo un televisor y una laptop con servicio de Internet.
¿Quién piensa en llevar libros?

La novela de Berti sobre el cuento de Hawthorne, en lugar de intrigarme y darme cuentas sobre Wakefield, que por supuesto no ocupaba saberlas, me desilusionó.
Prefiero desconocer a Wakefield.
No hay que asistir siempre a cada evento de la historia, a veces es mejor desconocer un ángulo, esperando que cuando ese ángulo sea descubierto, sea para volver a mostrarlo desconocido, como si nunca hubiera sido encontrado.

G.Rodríguez dijo...

La verdad es que ni libros ni música ni películas. Una mujer. Y que los que desaparezcan sean los demás.

Gustavo dijo...

Giova: Muy bien, es la mejor respuesta, y la más realista. Yo agregaría cervezas o vino. Y mucha agua para la resaca y para hidratar la pérdida de fluidos...jeje.

Anónimo dijo...

ujummmm...
Laptop con servicio de internet (digital books, music, movies, blogs).
Qué más?
ahhhhhh..........
La mujer es trabajo aparte (mmmm... a menos que quieran conseguirla por msn latam amor jajajjaa) .....

Done!