Hotel Istmania de Tegucigalpa. Fuente: www.mundoanuncio.com
"Salir del ascensor del hotel Istmania, de nuevo indemne pese a los inquietantes ruidos de poleas, supone cada día un renovado placer".
La frase anterior es de Patrick Deville, de su novela Pura vida, y me hace pensar en esa manera, plenamente justificada, de ver a H que tienen los extranjeros. Todo el que llega a H lo hace con prejuicios y con un dossier mental lleno de historias de crímenes, de violencia, de miseria, de ignorancia. Todo el que pone por primera vez un pie en H se siente como PDeville al salir de ese ascensor del hotel capitalino: como un sobreviviente tras cada paso, porque sabe (presiente) que en cualquier momento alguien lo puede asaltar, extorsionar, engañar y hasta matar, o que, independientemente del pronóstico del tiempo, un huracán lo puede agarrar desprevenido en la calle. Pero sigue Deville:
"Me he llevado el periódico al lóbrego restaurante del hotel Istmania, que tal vez tuviera un toque elegante en los años cuarenta, desmesuradamente grande y alto de techo, gruesos manteles blancos almidonados, cuadriculado en relieve del planchado sobre la tela áspera y acartonada, barra de madera roja, rematada con espejos e hileras de botellas de aguardiente cuya visión me produce mareos esta mañana, de modo que he elegido un lugar que los sustraiga a mi mirada vidriosa".
Un francés en Macondo, pues, más o menos así.
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