Fuente: www.decopasion.com
Por Giovanni Rodríguez
La novela (del italiano novella, noticia, relato novelesco) es, según la Real Academia Española, “una obra literaria en prosa en la que se narra una acción fingida en todo o en parte, y cuyo fin es causar placer estético a los lectores con la descripción de sucesos interesantes, de caracteres, de pasiones y de costumbres”. Pero, ¿sigue vigente esta definición para la novela?
Sabemos que el arte evoluciona y que es precisamente en esa necesidad de evolucionar que todo artista debe poner su empeño, y el único progreso que el artista alcanzará tendrá que ver con los avances en la construcción de su proyecto particular y no con el arte en general, porque no hay progreso en el arte, sólo evolución.
El arte ha evolucionado, desde las primeras pinturas rupestres hasta, por ejemplo, la cúpula de Barceló en la sede de la ONU, y no necesariamente una obra de este tiempo es superior a otra del pasado. La novela, en tanto género de la rama del arte que es la literatura, también ha evolucionado. ¿Habría que exigirle a la RAE entonces, para completar el silogismo, que haga evolucionar también su definición de la palabra “novela”?
Está bien; ya sabemos que el diccionario de la RAE no es un texto en el que uno deba buscar explicaciones a preguntas estéticas de este tipo, porque el diccionario es un instrumento que al hacerle una pregunta nos da una respuesta automática, una respuesta previamente redactada por un conjunto de ilustres cerebros que se proponen ponerle un nombre y otorgarle una fría descripción a todo cuanto exista.
¿Qué significado podría tener en la actualidad la palabra “novela”?. Porque en principio la novela era eso que la RAE define: una historia ficticia o real contada para causar placer en los lectores; pero ahora se escriben muchas novelas que al final no logran producirle ese placer a los lectores, sobre todo porque los lectores se han acostumbrado al tipo de novelas que define la RAE, que no exigen más que un poco de atención de parte de quien las lee, la necesaria para seguir la pista de los acontecimientos narrados, sin que estos ofrezcan cambios de ritmo, de tiempo, de puntos de vista, ni posibiliten ese juego de espejos en donde podemos ver en los personajes el reflejo, a veces aterrador, de nosotros mismos.
“Si la novela seria es una especie en vías de extinción es porque el lector serio es una especie en vías de extinción, porque el lector es en estos tiempos que corren un seguidor de culebrones capaz solamente de interesarse por las preguntas morbosas: quién es éste, quién es este otro…”, dijo una vez Juan Gabriel Vásquez en una reseña a un libro de Philip Roth.
Con el Boom latinoamericano –que había bebido de las aguas de la mejor literatura norteamericana- la novela rompió con la historia lineal, empleó recursos como la fragmentación, la dislocación del tiempo en la narración y el punto de vista del o los narradores para lograr que el lector se involucrase más en la lectura, para que no cumpliera el papel de simple receptor sino que con su aporte la novela ganara en posibilidades de resolución. Ahora la novela apela más al yo, a la “autoficción” y a la ambigüedad, su estructura puede ser desde la tradicional estructura lineal hasta otra que altere los tiempos infinitamente, y un solo texto puede albergar el ensayo, el cuento y la poesía sin que pierda su condición de novela. Pueden encontrarse novelas que parecen ensayos o conferencias, o una mezcla de ambos, o pueden también encontrarse novelas que no sean otra cosa que una sucesión más o menos relacionada de distintos cuentos o relatos cortos. ¿Cómo podría entonces la RAE decirnos lo que es la novela actual?
Mejor que ni lo intenten los señores de la Academia.
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