Marlon Brando en Apocalypse Now
Por Giovanni Rodríguez
¿Habrá combinación más poderosa en el cine que la que forman Joseph Conrad, Francis Ford Coppola y Marlon Brando en Apocalypse Now, la película dirigida por el segundo en 1979, basada en la novela El corazón de las tinieblas (Heart of Darkness) del primero y con el tercero interpretando el papel de Kurtz, ese idealista loco que se quedó en la selva decapitando indígenas? ¿Y si a esto le sumamos la música de The Doors como banda sonora?
Fue en 2001 cuando por primera vez vi esta película, en el céntrico cine Tropicana de San Pedro Sula, el único que se permitía ofrecernos de vez en cuando algo de cine independiente o que no tuviera necesariamente la marca “Made in Hollywood”, hoy demolido para construir seguramente otra pizzería o hamburguesería de las que abundan dos calles más abajo. Coppola había presentado hacía poco en Cannes –el mismo festival en donde en 1979 ganó la Palma de Oro- su, por fin, versión ideal del film, a la que bautizó Apocalypse Now Redux.
Once lempiras era el valor de la entrada esa vez al cine, dinero con el que ahora ni siquiera podríamos entrar a una sala en los días de dos por uno. Iba con un amigo y nos ubicamos en una de las filas del medio hacia atrás, para tener una mejor visión de la pantalla. Seis o siete extraños individuos (cinco era el número mínimo de demandantes para que los estrictos empleados del cine decidieran echar a andar la cinta), o quizá tan sólo equivocados con su presencia ahí, a esa hora de la noche, para ver esa película, se percibían dispersos en toda la sala, que tenía aforo para unas cuatrocientas personas. Era martes y era la única función de Apocalypse Now ese día, a las once de la noche, la última hora de la jornada. Era la antepenúltima de las siete funciones que tendríamos oportunidad de ver antes del viernes, cuando, según nuestras predicciones, la suprimieran de la cartelera, como en efecto sucedió.
Lo primero: el sonido. Después: las imágenes. El resto: la combinación de ambos, y las palabras, y el horror, el horror. Simplemente genial. Las notas de “The End” funcionan como un aperitivo idóneo, le abren a uno la boca del estómago; y las imágenes del ventilador de techo en la habitación en la que el capitán Willard espera en Saigón, uniéndose a las de los helicópteros bombardeando la selva con napalm, constituyen quizá uno de los mejores inicios del cine de toda la historia.
De esa primera vez recuerdo también la imagen de Kurtz entre las sombras, pasándose repetidamente las manos por la cabeza rapada y diciendo aquello de que las palabras no pueden describir lo que es necesario para quienes no saben lo que significa el horror: “El horror tiene una cara... y uno debe hacerse amigo del horror”. Y recuerdo también las cabezas de los nativos incrustadas en estacas, y el sonido de las explosiones con la voz de Jim Morrison de fondo, y el fuego en la selva, y el horror, otra vez el horror…
Después supe por qué Marlon Brando aparece poco, apenas en las partes finales, a pesar de que su nombre se repita muchas veces desde el principio de la historia, tal como sucede en la novela. Luego de recibir un adelanto, se había negado a viajar a Filipinas, en donde se rodaba la película, y cuando Coppola lo convenció, se presentó con exceso de peso y la cabeza rasurada; por eso sus escenas siempre son entre las sombras; él es el corazón de esas tinieblas, y las tinieblas son el sitio desde el que soñaba la horrible pesadilla de que era un caracol deslizándose por el filo de una navaja, y sobrevivía.
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