Ricardo Piglia en un café de París. Fotografía tomada de El País.
El vuelo de un e-mail espectral
Por Ignacio Bajter
En el otoño de 2006 Ricardo Piglia viajó a Chile para recibir el Premio Iberoamericano José Donoso concedido por la Universidad de Talca. Ese episodio dio ocasión a un cuestionario respondido con fidelidad a la práctica crítica de la “forma breve”. Sobre el galardón académico dijo, como un pibe artliano que ha dormido todas sus noches en una pensión porteña: “Estoy muy contento de haber recibido un premio que también recibió el gran José Emilio Pacheco.” En Talca había presentado la clase magistral “El arte de narrar”. Un escritor en un aula universitaria: “Bueno, a narrar no se aprende en la Universidad. Todos somos narradores, nos pasamos la vida contando historias (luego algunos las escriben). La Universidad es también, desde luego, un lugar donde circulan los relatos.” A pesar de la devolución inmediata, el archivo electrónico que contenía las respuestas estuvo suspendido en el ciberespacio entre los meses de mayo y noviembre de ese año: su nombre había sido extrañamente abducido por el azaroso servidor de correo local. La reedición de La invasión permitió dar luz a textos archivados y, con menor distancia que algunos de sus primeros cuentos, recuperar la voz inédita de Piglia con un mecanismo mucho menos imaginativo que su “Homenaje a Roberto Arlt”. Brecha publicó el 10 de agosto de 2007 parte de esta entrevista exprés.
Clases de literatura: Enseño en Princeton desde 1987. El lugar está lleno de nombres y presencias fantasmales (Fitzgerald y Faulkner anduvieron por aquí). Pero siempre he preferido los fantasmas que circulan por la ciudad de Buenos Aires (Macedonio y Arlt en primer lugar).
Encuentro con Nicanor Parra: Pasamos un día charlando y tomando vino. Me hace acordar a esos grandes boxeadores de peso liviano (como Cirilo Gil o Nicolino Locche) rápidos, ágiles, que se mueven como si bailaran. Parra, el poeta como boxeador.
Sobre Roberto Bolaño: Nos vimos varias veces, me gusta mucho su ironía y la ironía es una condición de la amistad. El chiste como contraseña entre amigos. (…) ha dejado una gran obra y eso es todo lo que tenemos que pedirle a un escritor. Sus libros nos hacen leer de otro modo la literatura. Habría que decir, los libros de Bolaño cambiaron el modo de leer nuestra literatura. No es el único que ha hecho eso (Saer es uno, Puig es otro), pero sólo los que inventan algo nuevo pueden producir ese cambio.
Las historias secretas: La verdadera historia de cada uno de nosotros está escrita en las fichas policiales. El registro policial de nuestros actos es algo de lo que verdaderamente podemos enorgullecernos: los archivos del Estado como la verdadera historia particular (o la verdadera historia de los particulares).
El cruce de invención y crítica: Siempre he visto la combinación de voz poética y voz crítica como una marca de la literatura de vanguardia. Los escritores a los que más admiro (como Brecht o Pound o Borges) han hecho eso. Aspiro a esa conjunción, pero nunca la he logrado.
Blanco nocturno, una novela en borrador: Paso muchos años con una novela, eso no quiere decir que esté todo el tiempo escribiéndola. Termino una versión y la dejo por un tiempo (a veces años enteros) y después la retomo y sigo y vuelvo a dejarla. Me gustan las novelas que cuentan muchas historias y esas tramas (al menos en mi caso) necesitan tiempo.
El dracma: Esa moneda griega tiene una historia, aparece en un barco hundido uno de mis primeros cuentos (“En noviembre”, recogido en la reedición de La invasión) y luego en un bar de la calle Corrientes, en un relato posterior. Me gustaría que la moneda volviera a aparecer en algún otro relato y también me gustaría contar toda su historia, desde el principio, desde que fue acuñada y empezó a circular. ¿Por cuántas manos pasa una moneda a lo largo del tiempo? ¿Y cómo viaja de un lado al otro? Me gustaría seguir esa historia.
El diario personal: Salvo ese Diario y algunas notas que tomo de vez en cuando, nunca escribo a mano. Me gustaría escribir a mano solamente el Diario. Habría que decir, sólo sabía escribir a mano en su Diario.
Los rostros de los escritores y la ficción: A veces la cara no corresponde. Por ejemplo, a la prosa de Hemingway le corresponde la cara de Beckett mientras que la cara de Hemingway le vendría bien a la prosa de Jorge Amado. El que tiene una cara a la altura de lo que escribe es Roberto Arlt. Pero la cara de escritor que más me gusta es la de Clarice Lispector (y también la de Katherine Porter cuando era joven, con el pelo atado). Bellísima, Isak Dinesen de vieja.
Santa María: Recuerdo de memoria el comienzo de muchos textos de Onetti y a veces se me aparecen de pronto en cualquier lado (como si fueran poemas). Por ejemplo el comienzo de “La novia robada”: “En Santa María nada pasaba, era en otoño, apenas la dulzura brillante de un sol moribundo, puntual, lentamente apagado…”
El detective en una librería: Hace unos días, en una librería de usados acá en Princeton, encontré una edición de Star Maker de Olaf Stapledon y me acordé que leí por primera vez ese libro en La Plata, cuando era estudiante; había encontrado la edición de Minotauro en una mesa de saldos de la vieja librería Palumbo en la calle 6. Las librerías de viejo son el verdadero lugar donde persiste la literatura más allá de las novedades y las modas. Y lo notable es que, en cualquier ciudad, hay siempre abierta una librería de usados en la que uno puede pasarse las horas con la ilusión de encontrar lo que busca (aunque no sepa lo que es).
La versión cinematográfica de Plata quemada: Un novelista es el peor espectador de una película basada en un libro propio. Trabajé varios años como guionista, así que me di cuenta rápidamente que el cine está interesado en la narración, pero nunca en el lenguaje en que un libro está narrado. Y por supuesto una novela no es otra cosa que el modo en que está escrita.
En 1998 decía que “la muerte de la literatura sería algo a lo cual esta sociedad aspira”: No me acordaba. Me parece que en estos años las cosas no han hecho más que empeorar. Hay cada vez más periodismo sobre literatura y menos literatura.
Libros, reseñas, cultura de masas: Ojalá los suplementos culturales fueran tan buenos (al menos tan precisos) como los suplementos deportivos. Los que escriben sobre fútbol escriben para gente que entiende de lo que se está hablando. No se ven obligados a explicar cada vez que un equipo tiene once jugadores o que Pelé era brasileño. En cambio los suplementos culturales tienden a explicar todo de nuevo cada vez como si empezaran siempre de cero.
Narrativa y ciberespacio: Me interesan mucho esas nuevas posibilidades técnicas. Se han escrito ya algunas novelas que tienen eso como tema (por ejemplo las de William Gibson), pero no se ha escrito nada que yo conozca usando las posibilidades técnicas de un lenguaje que se manifiesta sin mediación (al menos sin la mediación del papel o de la imprenta). Habrá que esperar un nuevo Joyce.
1 comentario:
Es realmente increíble poder saborear estos fragmentos del gran Piglia. Muchas gracias.
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