viernes, 31 de octubre de 2008

Ulises

Fuente: http://egolucion.blogspot.com/

En el año 1973, Edilberto Cardona Bulnes (Comayagua, 1935-1991) obtuvo el Premio Hispanoamericano “Café Marfil” de España con la obra Los Interiores, poemario editado en el mismo país tras obtener el galardón. (En una débil e inconsistente Tesis sobre “La vida y obra del poeta hondureño Edilberto Cardona Bulnes”, y de reciente publicación con el título simpático de “Vida y obra de Bulnes el memorioso” (Editorial Universitaria, 2007), Leonel Alvarado nunca nos esclarece nada sobre la obra de este autor; procura ahilar en su planteamiento argumentos que planean en la nada sin vista de pista de aterrizaje, pero en la misma nos entrega un dato curioso que incita a la investigación o alimenta la ficción en torno a este poeta hondureño: “por haber sido editado en España, el libro llegó a manos de Samuel Beckett, quien se interesó en el poeta hondureño, como se lo hizo saber en una tarjeta postal que le envió de París a Comayagua, en la que le decía que había leído sus poemas y esperaba tener el gusto de conocerlo; tal encuentro nunca llegó a realizarse.” Hay que agradecerle al Dr. Alvarado su esfuerzo e interés en estudiar la obra de un poeta olvidado en un país que apenas comienza a valorar obras desligadas de su acontecer político y social).

Otras obras del autor: Los Ángeles murieron, premio único de poesía “Jorge Federico Travieso” (1972); Levítico (1974); Animal sombra, décimo finalista de la Bienal de poesía de León, España (1974); Jonás, fin del mundo o líneas en una botella, publicado en Costa Rica por EDUCA (1980).

En esta segunda entrega “Torre Trunca” publica un fragmento de “Ulises”, poema perteneciente a Los Interiores.

Ulises

(El aire. El de Ulises. Sus blancuras. Por el aire de Ulises Odiseo

navegando intermundos. Las cajas. Odisea del pájaro.

Los bloques. Es lo mismo. Oes, úes, aes.

Poseidón y su música. Lea Ulises su espuma. Voluntades

en autopsia. Oxida hasta la nieve. Hunde sus oboes. Y por ternos

van hojeando las olas soledades, soledades. Resistencia

en fosfatos de sodio. Oiga Ulises su música. Oquedades

donde el agua no ve su transparencia. El tiempo no abandona.

Cipreses enraizándose en acuarios, rodeándonos.

Océano nos sigue. El espacio aumenta su límite.

Un beso como un astro. Y no consigue tiempo. Mi espacio.

Mi lenguaje hasta donde me cierra su tempestad. Sobo

mis sienes como pasear un sepia por la tarde de un ciego.

Los dioses contra. La abeja repitiendo sus hexágonos.

Soy su sombra. No conozco más cámaras. Son mi viaje.

Esmeralda tiene Invierno. No me han vencido.

El recuerdo, sus armas. La canción, su jardín, sus equinoccios.

Sudo. Si en el olvido han firmado sus acuerdos contra mi corazón.

La luna da su espalda. El sueño nos envuelve y desenvuelve.

He visto amigos que Circe volvió cerdos. Su rueda, su diamante.

Los cerdos no saben mis abrigos, mercenarios de las sombras.

No deja tallar el fuego su topacio. La vajilla del aire.

Vivo la muerte sin testigos muriéndome de vida.

La de ojos de lechuza no viene a volar sobre mí.

Quiero una mano sin guante. O al menos, habitado.

No hay firmamento encima de la espuma que uno tiene.

Bajo los hongos no existen las constelaciones ni las palomas.

No viene ya por eso la de ojos de lechuza

que ayer ayer contiene tanto me rescató de los rastrojos.

Así la diferencia en que consisto. Suma de resta. Los pájaros no vuelven.

Siempre están. Sobre el mundo en su rama de silencio abren su palacio.

Hay que salir para hallarlos. Adentro. No en la tierra o de la tierra.

Son a ella desde que aparecen. Siempre. Antes del canto la canción.

En caballos y toros resisto el pecho de las olas.

No salvarse para no condenarse. La numancia de la rosa.

Cuando acabe la cólera termino. Y paf, los impuestos.

Entregar el testuz, dar la pequeña para herrarla, ser manopla.

El corazón tiene la culpa de ser virgen y su condena es mantenerse.

No. Calipso no embruja mis corceles. Arre, arre caballos, arre toros.

Resistir hasta las pieles, a empujar amapolas. En ristre los pecuezos,

las colas y crines como dardos, palos, piedras, la guerra es sin cuartel

contra las olas. La guerra es sin cuartel. Febo lo sabe.

Sin descanso me siguen amapolas fluyendo el corazón que ya no cabe,

sin que acaba en la tarde la batalla que día a día sigue,

sin que acabe otra recua que venga de repente por aquí, por allá,

y así me halla la de manos de rosa.

El tridente buscando mi planeta, el aliento que pájaro callando

primavera mi frente. La malva, la uva, violeta donde siento.

He bebido los zumos de mi ausencia.

El corazón completa su contorno por arriba.

No se sabe el centro de la cruz. El hombro, si lo siente, no lo sangra.

Pero al pasar por octubre el pecho que se abre desde fines de junio

queda abierto definitivamente y el peso de la luz deshace el ocaso.

Me duele la armonía que escuché contra el palo en ataduras

sin poderme soltar. Lo deseaba por rozar su recuerdo.

Las hojas ya han caído cuando caen. No hay asesinatos.

Cómo matar muertos, vivos. En una vivificación o muerte.

No hay resurrección. Antes de llegar la alondra está esperándose.

Mis magnolias no pueden abrir las cerraduras del traspatio.

Estoy en acto con la muerte. Traigo mis sustratos a sus pisos

de tinta, de papel, ladrillos, de toda clase de material,

de soledades, de noches donde vierte el sexo su vigencia desde el Hades.

Bien dura lo que un fósforo. ¿Pero cuánto fuera del reloj?

Salí cuando el sonido. Y en mí caen de un golpe las edades.

Bien vuela pájaro de mar, tocando las almenas del aire.

Pero hasta dónde llega el pájaro en un pecho.

Yo sé bien que tu cuerpo en otra dimensión

tiene luminosidad de relámpago.

No sé cómo es así como en el día en que hiciste la luz

y nací en tu mundo. Supe por tus ojos lo que era.

El agua habla la misma lengua en toda la tierra

como el dolor en su camino.

Caen mis ojos a la sal y mi lengua lame maderos.

Cae mi voz. Me oigo llamando sombras.

Vivo burla de héroes y olvido de dioses.

¿Dónde están, dónde el que ayer juntaba las palomas?

Las cosas dicen algo de uno y nos extienden sus dedos de coherencia.

El plomo y la mano de luto hablan lengua de ellos

en una gramática sin dificultades. La oscuridad de sus palabras

es así como la claridad de las palabras de una novia

a su ramo de canarios. La ciudad tiene voz de los desaparecidos.

Cielo sobre cielo. Mi sombra comprende vidas que no he vivido.

Mías. Las agrupa de tiempos. No me deja.

Pues si Odiseo soy y no el que fui, soy mi conciencia.

Y si el cuerpo de Eolo Aquileo no respira, por mi bosque.

Mis muertos miran por mis ojos, Primavera y Otoño no son de la tierra.

Es para ellos. Se la pasan. La esencia viene, va, cambia de vaso

y ve por los postigos de la casa con llave.

Parto de cadáver. Mi cementerio donde vuelven las briznas.

Sólo en mí mi distancia. Mi infierno. Mi demonio.

La estructura del cíclope rodeando la pecera.

Arriba van los astros.

Cruza Apolo haciendo obedecer bestias de fuego.

Polifemo volvió con pupila de oro, hambre, sed de vida,

mermelada de niños, corazones, vino de arte, té de los que llegan.

La inocencia en la esquina de la nieve tocando la canción que no asoma.

Con sus ojos sin marco un mundo que no es. La caída de los ramos

con sus dedos de aceite. Siente pasar, de él, su alianza con el plomo.

La plomería de cuartel en cuartel el aire va murando.

(…)

Mi sangre doy donde me huye ese mar que no es mar.

El águila en el vuelo se deshace y en la sombra del vuelo se construye

sin que la toquen los dardos. La de afuera se complace

en sugerirse como la espuma habla del mar. La palabra

que es abono del aire. Columna de Atlas. Mano que despeina la muerte.

Hay rosales que suben del infierno. Y en los barcos de un niño

se exilan del reloj. Huyen del frío navegando su agua en golondrina.

Los círculos de luz, la ligadura de sangre, la armadura del óvulo,

los espinos floreciendo palomas, la música del astro, del naranjo,

caminos en un pétalo, ojo oyendo tonos de los prismas, pupilas viendo trinos

levantar su jardín sobre abandonos. Los escudos de la sal,

las construcciones de los espermatozoides, las acuarelas del recuerdo,

la palabra, su teurgia, premisa, liturgia, presagio,

su creación tan antes del milagro, muy antes de la luz. Esto y lo demás,

los argumentos del sueño, la inocencia, la sonrisa,

aún ante los rayos sin más rumbo de herir y derrumbar la madrugada.

Aquí peno el gozo de ser yo. Quemar el aceite.

Coger la burbuja de música, un pistilo de luz, una miga

de amor que cayendo de la mesa el corazón la huele, lame, come.

Se muere de vivir. Muriendo de lo que amo

aquí me tengo allí vela de muerte. Mudada que sin dicha

un marinero llevó bajo la lluvia. Porque vengo me voy.

Penélope me alumbra. A sus pies anclaré nauta siempre,

y en un pecho donde he velado mis uvas

entraré mendigo de mí mismo. Corifeo de olas, de viento.

Abandonaré mi equipaje hasta llegar a ella

sin nada más que yo. Por fin: yo.

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