Por Giovanni Rodríguez
Preferiría no hacerlo. Preferiría no tener que escribir nada esta vez. A veces uno no quiere hacer nada, ni siquiera aquello que más le gusta hacer, y ésta es una de esas ocasiones. En literatura, a mí lo que más me gusta es leer, pero escribir me sirve como… Diría como terapia, pero no creo en las terapias. Creo más bien que para mí la actividad de escribir tiene que ver con la necesidad de ocupar la mente en algo, y mi mejor manera de darle trabajo a mi cabeza es escribiendo.
Algo similar me ocurre con el cine; con el cine serio, quiero decir. Puedo ver una película como Mulholland Drive, de David Lynch, y sumergirme en la trama de tal manera que la diversión consiste precisamente en involucrarse en la trama, en formar parte de ella, pero no de la manera burda que invita a hacerlo una película de Jackie Chan, sólo abriendo los ojos y la boca ante cada acrobacia del protagonista, sino más bien abriendo la mente, pensando la película, procurando decodificarla, encontrarle el revés, aquello que no está a la vista, y reconocerlo, hacerlo propio. (Léase todo este párrafo como metáfora de la lectura).
Pero no es lo mismo, porque en la actividad de disfrutar una película –soy un simple aficionado al cine y nunca he intentado hacer cine- no interviene la capacidad creadora, tan sólo la capacidad, en mayor o en menor grado efectiva, que el individuo tiene como receptor: espectador o intérprete de lo que alguien más creó. En esa imposibilidad de creación radica, en mi caso, la diferencia entre el cine y la literatura como objetos de mi pasión. (La última línea podrá también leerse de esta manera: En esa imposibilidad de creación radica, en mi caso, la diferencia entre leer y escribir como actividades apasionantes en mi vida).
El arte de la escritura es para mí el que mejor canaliza esa necesidad de pensar de la que he venido hablando. Para mí, escribir es pensar, y pensando es como le encuentro algo de sentido a la vida.
Pero el asunto es que hoy preferiría no hacerlo. Hoy preferiría no tener que escribir nada, quedarme tan sólo viendo la gente pasar a través del cristal de mi Café Kubista. Quisiera hoy ser apenas un ente receptor y no creador, un tipo que se deja llevar únicamente por lo que captan sus sentidos físicos, que no opina, que no emite juicios ni dicta sentencias, un absoluto y miserable ceropensante.
¿Y por qué? Puedo decir que no lo sé. Aunque lo cierto es que no quiero tener que argumentar nada, no quiero explicar el origen de mi deseo de inmovilidad mental a nadie, no quiero justificarme ante nadie, porque de hacerlo, estaría frustrando mi irreprochable empeño, estaría cediendo a una voluntad que no es la mía, y no estoy ahora para satisfacer voluntades ajenas. No quiero hacerlo. Punto.
Mejor les recomiendo volver a ese cuento de Melville en el que el personaje principal, Bartleby, un escribiente taciturno y misterioso, se niega a hacer cualquier cosa que se le ordene, respondiendo cada vez, independientemente de las circunstancias, de la misma desfachatada manera: “Preferiría no hacerlo”. Y como complemento, un libro de Vila-Matas titulado Bartleby y compañía, que trata sobre los escritores que en determinado momento, como yo ahora y aunque sea por esta única vez, decidieron dejar de escribir o no volver a hacerlo nunca. Adiós.
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