jueves, 23 de octubre de 2008

Extraños inquilinos

Han enlazado nuestro blog mimalapalabra desde la web de diario La Prensa. "¡Qué bien!", pensé al enterarme, "ahora más gente podrá leerlo". Pero pensé también: "Ahora seguramente empezarán a llegar esa clase de comentarios..." Sí, comentarios de personas a las que nunca les ha interesado la literatura ni ninguna otra rama del arte pero que todos los días entran a laprensa.hn y no desaprovechan la oportunidad para decirle al mundo que están ahí, leyendo, informándose y opinando; comentarios que dirán, casi siempre desde una prosa ilegible, básicamente dos cosas:
1: Que nos felicitan por la labor que hacemos, qué que bueno encontrar gente que se dedica al arte en un país eminentemente futbolizado y reguetonizado, que no sabían que en Honduras hubieran escritores, que sigamos adelante, etcétera.
2. Que qué mal que no aprovechemos nuestro talento para aplaudir lo bueno y no sólo para resaltar lo malo, para criticar a quienes con gran esfuerzo se dedican a escribir en nuestras honduras, que qué odiosos somos, etcétera.
Agradecemos a La Prensa por su buena -y extraña, hay que decirlo- voluntad de hospedarnos en su página web, específicamente en su columna de blogs, al lado de vecinos periodistas, sacerdotes, nutricionistas, informáticos, estrellas de la televisión y de la música catracha, lingüistas y gurús futboleros y de la farándula; hermoso censo vecinal en donde nosotros somos los recién llegados menos bienvenidos.
A nuestros habituales lectores les decimos que nada cambia con esto, que siempre nos encontrarán aquí hartos de las pobres y malas palabras pero sin perder el hábito de la carcajada, que un evento extraordinario como el de haber sido hospedados –sin previa petición por nuestra parte, hay que decirlo también- en la página web de un diario nacional no incidirá ni en la forma ni en el contenido de este blog, que porque una nana amable quiera chinearnos un rato no vamos a chuparle la teta. Nadie nos paga ni le pagamos a nadie, ni tampoco tenemos deudas con nada ni con nadie. Sigamos pues con la palabra mimada o con la mala palabra… lo que ustedes quieran creer que somos.
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen blog, seguid en ello..

mesoletras dijo...

Jajajaja

Eso de que no le chupan la teta a nadie es un cague de risa, porque es cierto, es por eso que aquí les dejo un ensayito a de E. Wilson, para aseverar eso de la noble labor de los editores, a ver si lo comentan:
POLONIO
DEL TRABAJADOR LITERARIO

Breve guía para autores y editores
Edmund Wilson

Traducción de Aurelio Asiain

Este ensayo de Edmund Wilson, publicado originalmente en 1935, recogido primero en The Shores of Light y después en otras colecciones, no es inédito en español, pues ha visto antes la luz en una revista mexicana cuyo nombre y fecha no recuerdan nuestros informantes. Publicamos esta nueva traducción porque creemos que, no siendo inédito, tampoco es conocido y, a mas de seis décadas de publicado, sigue siendo una perfecta pieza inaugural para una revista literaria. Polonio es, desde luego, el personaje del dubitativo Hamlet.


NATURALEZA DE LAS REVISTAS Y LOS EDITORES

Hay que tener en cuenta un hecho esencial: los editores no son agentes independientes, sino que funcionan como parte de organismos más grandes, conocidos como revistas. Las revistas, como los otros organismos vivientes, se desarrollan según ciertas leyes y atraviesan ciclos de vida regulares. La duración de estos ciclos puede ser de pocos o muchos años, pero todas cumplen el mismo (salvo que tengan un fin prematuro); tienen juventud, madurez y vejez. En sus primeros años, una revista puede parecer espontánea, novedosa y atrevida, pero solo llega a la madurez cuando ya ha plegado las alas, como dicen los franceses, y sucumbe a la fuerza de una inercia contra la cual el editor más joven y fresco es tan impotente como el más viejo y oxidado. Luego envejece, decae y muere.
La existencia de las revistas se funda en una relación entre cierta parte del espíritu del editor y cierta parte del espíritu del público. Rara vez representan enteramente o del mejor modo al editor, y no suelen darle al público todo lo que quieren. Pero es claro que la delación, una vez establecida, no puede alterarse. Aunque el contenido de la revista aburra al editor lo mismo que al lector, a estas alturas sería imposible introducir alguna verdadera novedad o tomar seriamente una nueva orientación. Lectores y colaboradores pueden encontrar al editor tímido, pedante, carente de imaginación y obsesionado por las formulas probadas. Pero cualquiera que haya tenido algo que ver con el trabajo de una revista sabe que siempre hay un Poder Superior que decide todos los asuntos de importancia: la revista como entidad en sí misma. Y esta entidad termina por adoptar un carácter puramente metafísico: no tiene nada que ver con las consideraciones comerciales. Con frecuencia puede demostrarse que un cambio drástico de criterios incrementaría la circulación de la revista, pero efectuar semejante cambio es tan posible como transformar, añadiendo alas o garras, una especie animal en otra.
Las revistas no pueden volver a nacer. Lo mas que puede hacerse con una revista es someterla a una especie de limpieza facial que, aunque pueda darle un mejor lejos, no hace sino exponerla, cuando se la examina de cerca, a un estado de senilidad más horroroso. También puede ocurrir, como fue el caso con el viejo Dial, que a una revista se le de muerte deliberadamente y una nueva tome su nombre. Pero, de otro modo, lo más que cabe esperar es que la vejez de una revista transcurra en algo parecido a la paz y la tranquilidad sin alejarse de sus normas originales. Con demasiada frecuencia debe sobrevivir en la chochez o en una forma abaratada que disgusta a sus antiguos lectores.


LOS DEBERES DEL EDITOR PARA CON EL COLABORADOR

La esfera en que es posible para el editor ejercer su voluntad con independencia esté pues estrechamente circunscrita. Se limita en realidad a los aspectos meramente oficinescos de su trato con los colaboradores. La selección del material la determina la aspiración más alta de la revista, pero el editor puede ser más o menos expedito para registrar y comunicar al colaborador las decisiones a las que así se ha llegado, y la comunicación expedita de las decisiones es uno de los primeros deberes del editor para con sus escritores. El editor tiene un trabajo seguro; lo más frecuente es que el escritor no lo tenga, y aun puede ser que dependa de la venta de lo escrito para ganarse la vida. Normalmente requiere una decisión inmediata, aunque sea adversa; esa decisión le permitiría al menos vender su original en otro lado.
Hay editores eficientes en este sentido: Mencken y Nathan, por ejemplo, eran notables por lo definitivo e inmediato de sus decisiones. Pero muchos editores o son victimas de oficinas mal organizadas o carecen de consideración hacia los escritores, y su negligencia o su irresolución son causa de gran cantidad de depresiones, exasperaciones y, a veces, autenticas privaciones.
Una vez aceptado, un escrito debe pagarse de inmediato (si las finanzas de la publicación lo permiten); una vez aceptado, debe publicarse. Respecto a lo primero, el método ideal es el de uno de los semanarios de Nueva York, que envía el cheque con la carta de aceptación. En cuanto a la publicación, debe decirse que hay algunas circunstancias atenuantes, que el escritor debería comprender y tener en cuenta. Uno de los editores puede haber forzado una decisión en favor de un manuscrito que uno o más de los otros editores pueden luego sabotear consciente o inconscientemente, y el editor puede sabotear un manuscrito de cuya aceptación el mismo ha sido responsable. Concediendo, como sea, cierto pequeño margen a las dudas sinceras y a las diferencias por parte de los editores, debe afirmarse, como cosa general, que el escritor tiene toda la razón en quejarse cuando un editor acepta su manuscrito y luego lo suprime dejándolo en la banca.
Conectado con esté hay otro problema que probablemente haya causado, entre editores y escritores, más malentendidos y amargura que cualquier otro aspecto de sus relaciones, y que ha resultado en graves perdidas, casi siempre para el escritor, a veces para el editor. Se trata del problema de pedir cosas por adelantado. Dejar claras sus decisiones y luego respetarlas es problema del editor, y no siempre el menos difícil de sus problemas, pues a veces el escritor, en su disposición a la solicitud, hará inconscientemente lo posible por malinterpretar una expresión de posible interés tomándola como el compromiso de publicar sus escritos; pero cualquier editor con una noción elemental de los deberes de su cargo se enseñara a no dejar nunca la menor duda sobre si ha solicitado o no un artículo y a ser fiel a su compromiso si lo ha hecho. Si el manuscrito resulta demasiado malo, no está en absoluto obligado a publicarlo; pero sin duda esta obligado a pagarlo y devolvérselo al escritor, para que éste quede en posibilidad de publicarlo en otra parte.


DEBERES DEL ESCRITOR PARA CON EL EDITOR

Por otro lado, el escritor debería concederle al editor un plazo razonable para decidir y no fastidiarlo con cartas y llamadas telefónicas hasta que no hubieran transcurrido, digamos, dos semanas cuando menos.
El escritor debería tener siempre su original a máquina, y nunca debería enviarlo a la revista acompañado de una larga carta ni, a menos que conozca a uno de los editores, de ninguna clase de carta. En primer lugar, suelen prejuiciar al editor en contra del texto, en lugar de despertar su interés. Este prejuicio puede a veces resultar en una injusticia por parte del editor, si el escritor carece de experiencia y ha pensado que lo normal es que él mismo se dirija al editor: está acostumbrado a que el editor se dirija a él, en el departamento editorial de la revista, en forma amistosa y hasta confianzuda. Pero debe advertirse a tales escritores que la lectura de originales es una de las tareas más demandantes de un editor, y la idea de leer además largas cartas se rechaza con impaciencia. Los manuscritos deben hablar por sí mismos, las cartas nunca pueden ayudarlos. Si el escritor conoce a alguno de los editores, en el que supone buena disposición hacia él, puede dirigirle su manuscrito (aunque ciertas revistas han tratado de impedirlo): es posible que obtenga una respuesta más rápida. Pero nunca debe escribir más de una línea.


NATURALEZA DE LOS AUTORES

Las relaciones entre los autores y los reseñistas son una fuente constante de ansiedad para los autores. Para entender por qué ha de ser así, debemos examinar primero la naturaleza de los autores.
Los autores son ante todo personas ocupadas en construir y poblar mundos intelectuales individuales. Pueden dividirse gruesamente en tres clases:

1. NARRADORES

Los novelistas y los cuentistas son escritores que inventan fantasías sobre gente imaginaria. Tales escritores pueden en ciertos casos estar en bastante buenos términos unos con otros, pero los mundos imaginarios que habitan tienden a ser mutuamente excluyentes. Como resultado, parecen poco generosos unos con otros, y a veces se concluye con ligereza que son gente extraordinariamente vanidosa y envidiosa. No siempre es así, en todo caso. El narrador puro que meramente reacciona a los estímulos de la vida sin mayor interés histórico o filosófico sentirá naturalmente que el trabajo de otro escritor semejante es, sobre todo si trata con el mismo material, una desnaturalización monstruosa o hasta una impostura deliberada.

2. POETAS

Los poetas son los escritores imaginativos de hoy que emplean la técnica del verso. Esta técnica, aunque empleada por los antiguos para casi cualquier forma de profecía y de registro, de las canciones a los dramas y la épica, de los códigos legales a los tratados de medicina, ha llegado a limitarse en nuestra época a las funciones de una clase especializada. Mientras el novelista trata con un personaje, una aventura y una situación, el poeta se limita normalmente a la expresión de la emoción y el estado de ánimo o a la simple descripción de la gente y los objetos. En consecuencia, ser poeta es muy rara vez un trabajo de tiempo completo y en la vida de un poeta hay grandes espacios que no están llenos por su actividad propiamente literaria y en los cuales es probable que se ocupe en una especie de política profesional. Los poetas forman grupos, cuyas combinaciones, rupturas y recombinaciones, debates, bromas privadas y fieras batallas tienden a mantenerlos en estado de excitación. En este instinto grupal recuerdan de algún modo a los pintores... aunque los pintores, por el hecho de que practican un auténtico arte manual en lugar de un oficio puramente intelectual, hacen cierta cantidad de trabajo físico que los cansa y no son tan irritables como los poetas. Un grupo de poetas reacciona hacia los otros más o menos como un novelista reacciona hacia los otros.

3. ESCRITORES, CIENTÍFICOS, FILÓSOFOS Y CRÍTICOS

Esta clase incluye a todos los escritores ocupados en el intento de presentar o interpretar acontecimientos conocidos o de investigar la naturaleza de la realidad. A veces son capaces de una especie de colaboración apenas conocida entre los novelistas y los poetas, por la razón de que, cuando los materiales son hechos, suele requerirse más de una persona para asegurar lo que los hechos son y organizarlos; y cuando se trata de teoría matemática o metafísica, puede necesitarse un equipo de varias personas para desarrollar las ramificaciones de un tema. Pero, aunque es posible que cierta cantidad de expertos trabajen juntos en un tema particular, no es infrecuente que los grupos mismos o las poderosas autoridades de algún departamento intenten monopolizarlo, y esto puede conducir a combates formidables como los enfrentamientos de Leviatán y Behemoth. Debe añadirse que los críticos literarios pueden desarrollar las peores características de cualquiera de estas otras clases de escritores.
(Podría indicarse que los escritores de biografías noveladas y de historia constituyen una cuarta clase, que debería anotarse entre las clases uno y dos, pero lo cierto es que los productores de libros de este tipo no son en modo alguno auténticos escritores, sino meramente una especie de quimera en la que los editores creyeron durante el Boom).
Se verá luego que los autores de todas las clases tienden a suponer que los mundos que personalmente han creado tienen alguna especie de validez general, y que tienden a alterarse cuando quien sea se atreve a cuestionar u ofender esta suposición.
El autor es muy frecuentemente ofendido de esta manera por la gente que reseña sus libros. Para un autor, la lectura de sus reseñas, sean favorables o adversas, es una de las experiencias más desconcertantes de la vida. Ha trabajado durante meses o años para precisar cierta visión totalizadora o para resolver cierta cuestión demandante, y luego ve su libro discutido por personas que no solamente no lo han comprendido sino que, en algunos casos, parecen ni siquiera haberlo leído. En veintidós de dos docenas de reseñas, o el reseñista no ha intentado sino dar una descripción del contenido del libro, sin siquiera hacerlo correctamente (y estas reseñas suelen copiarse palabra por palabra una de otra), o bien sus comentarios, en encomio o vejamen, le parece al autor que tienen poca o ninguna relevancia para el libro que él cree haber escrito. Es tan probable que la lectura de sus reseñas derrumbe al autor, después de la emoción y la satisfacción de haber terminado su libro, que desde luego hay mucho que decir en favor de la costumbre que tienen ciertos escritores de emprender viajes a los puntos más remotos del planeta tan pronto como han corregido las últimas pruebas.
Con el fin de entender por qué el reseñista desconcierta de ese modo al autor, debemos averiguar quiénes son los reseñistas y en qué circunstancias hacen su trabajo.


NATURALKZA DE LOS RESEÑISTAS

Los reseñistas pueden clasificarse bajo cinco entradas:

1. GENTE QUE QUIERE TRABAJO
Cualquier oficina de revista es una agencia de colocaciones para gente que necesita trabajo o dinero: las salas de espera están siempre llenas de pasantes, radicales indigentes, jóvenes imberbes y viudas en fuga, muchachos de provincia que se han lanzado a la aventura y muchas otras especies de personas que quieren escribir o asociarse ellos mismos con la escritura, así como amigos personales del editor en aprietos. Hay que tratar con consideración a esta gente, así sea sólo porque a veces resulta haber un escritor verdaderamente bueno entre ellos, y las revistas con secciones literarias acostumbran ponerlos a prueba en la escritura de reseñas bibliográficas. Esas reseñas suelen ser muy malas y no muy distantes, si acaso, de las tareas escolares. Pero el editor querrá pagarlas si sabe que el escritor necesita dinero y. una vez que las ha pagado, sentirá que debe publicarlas si de alguna manera puede volverlas presentables. Probablemente, la mejor solución a este problema sea la que adoptó uno de los semanarios de Nueva York. La revista vende los libros sobrantes que llegan a la oficina para ser reseñados y ofrece un fondo permanente para alivio de los escritores necesitados, volviendo así innecesario obtener de ellos reseñas que pueden resultar o bien impublicables o publicables sólo a costa de mucho sudor por parte del editor.
Hay que añadir a los grupos arriba mencionados al novelista y al poeta empobrecidos que, aunque con dones y experiencia en su propio campo, pueden no tener capacidad ni práctica para la reseña.

2. COLUMNISTAS LITERARIOS
El escritor de la columna literaria de un periódico tiene que leer y comentar uno o más libros al día durante cinco o seis días a la semana. Examinar a conciencia todos esos libros y comentarlos con inteligencia es una tarea que excede las humanas capacidades; no cabe esperar, en consecuencia, mucha crítica seria de esos escritores. No todos se interesan en los libros: algunos son columnistas literarios sólo por accidente, otros pueden ser personas con buena formación que deben escribir tanto y tan rápidamente que no son capaces de hacerse justicia. Pero en cualquier caso hay que juzgar a estos escritores no como ensayistas o autoridades críticas sino como cronistas de las novedades literarias, que se las arreglan para darnos, con más o menos sensibilidad y amenidad, mediante una selección de fragmentos o un breve resumen del contenido de un libro, una idea más o menos adecuada de los acontecimientos de la temporada editorial.
Donde es más probable que el reseñista de periódico se equivoque es en la explicación del propósito o el significado de un libro. Una obra breve y concentrada, como un cuento de Ernest Hemingway, se lee muy rápidamente (estos reseñistas están naturalmente encantados cuando les cae algo fácil de despachar) y lo más probable es que el reseñista se pierda muchas cosas que el autor se empeñó en dejar implícitas y, en realidad, yerre el tiro. Y en el caso de un libro largo, tiende a verse forzado a saltarse partes y, así, no sólo a confundir las intenciones del autor, sino a meter la pata y no saber lo que ha dicho. Cuando La condición humana de André Malraux apareció en inglés, por ejemplo, las descripciones que daban los periódicos de los personajes y de la historia me parecieron tan diferentes de lo que yo recordaba de mi lectura en francés, que me vi orillado a consultar la traducción. Pero en general el traductor había sido responsable: eran los reseñistas los que a veces se habían confundido por haber tenido que tratar apresurada y brevemente con una obra tan populosa y tan compleja. Sin embargo, también es cierto que aun en el caso de El cielo es mi destino, de Thornton Wilder, uno de los reseñistas del periódico se las arregló para mezclar a los personajes. Quizá pueda pedirse al reseñista de periódico que evite esta clase de descuido literal, pero incluso eso es pedir mucho y, probablemente, lo más que podría esperarse.

2. GENTE QUE QUIERE ESCRIBIR SOBRE OTRA COSA
La reseña de un libro es frecuentemente explotada, especialmente entre los jóvenes, como pretexto para escribir un ensayo personal sobre el tema del libro o para olvidar el libro entero y escribir un ensayo sobre algún otro tema. Tales reseñas suelen ser amargamente recibidas tanto por los autores como por los críticos concienzudos, pero cualquiera que haya sido editor debe mirarlas, si son interesantes por sí mismas, con cierto grado de tolerancia: es tan raro para un editor tener artículos de cualquier especie de veras interesantes, que no puede empeñarse en descartarlos incluso en las ocasiones en que desplazan a las auténticas reseñas. El autor puede consolarse con el pensamiento de que la reseña que de otra manera podría haber tenido hubiera sido tan pobre, probablemente, como la mayor parte de las reseñas.
También podemos tratar bajo esta entrada el problema de los jóvenes en general. ¿Debe permitírsele a un joven escritor brillante pero inexperto tratar injustamente a un escritor maduro en una reseña brillante pero incomprensiva? Debe dársele oportunidad al joven, y a veces su punto de vista es importante, aun si lo que dice está enteramente fuera de lugar. Los escritores viejos tienen que resignarse a veces a ser maltratados por la juventud. Y también hay, por supuesto, viejos amargados que se molestan cuando se ven orillados a escribir reseñas y lo resuelven poniendo a los jóvenes en su lugar y saboteando a sus contemporáneos más afortunados.

4. ESPECIALISTAS
El resultado tan frecuentemente insatisfactorio de que los libros de poesía los reseñen personas que nunca han escrito un verso, las obras de filosofía personas sin educación filosófica, y así por el estilo, ha llevado a los editores a tratar de que sean poetas quienes escriban sobre poetas, filósofos los que escriban sobre filósofos. El problema con esto, como sea, es que el filósofo o el poeta pertenecen o bien a la misma escuela o bien a una escuela opuesta, de manera que en cualquier caso la reseña puede ser sesgada y producirle al lector que esté fuera de la jugada una impresión descaminada del libro.

5. CRÍTICOS RESEÑISTAS
Estos son extremadamente raros. La mayor parte de la gente capaz de hacer crítica de primer nivel no quiere interrumpir su otra obra por un trabajo tan poco remunerativo como las reseñas de libros. Casos excepcionales fueron Van Wyck Brooks y H. L. Mencken; pero el primero tenía intereses más bien limitados y el segundo ha tendido siempre a usar las reseñas de libros como una manera de desplegar su propia personalidad y sus opiniones sobre toda clase de temas. El único escritor de Estados Unidos que haya tratado recientemente de hacer esta clase de cosa en la forma en que idealmente debe hacerse fue un hombre de segunda clase, Stuart P. Sherman. Semejante reseñista debe estar más o menos familiarizado, o dispuesto a familiarizarse, con la obra anterior de cualquier autor importante del que trate y ser capaz de escribir sobre el nuevo libro de un autor a la luz de su desarrollo general y sus intenciones. Debe además ser capaz de ver al autor en relación con el conjunto de la literatura nacional y a la literatura nacional en relación con otras literaturas. Pero esto implica una gran cantidad de trabajo, y presupone cierto grado de instrucción. SainteBeuve tenía que trabajar toda la semana —con tiempo apenas para almorzar— en cada una de sus Causeries du Lundi. Pero SaintBeuve fue quizá un caso único. ¿Ha habido alguna vez otro ejemplo de un hombre con las capacidades de SaintBcuve que dedicara una parte tan larga de su vida a escribir artículos semanales sobre temas misceláneos?
Quiero decir, de todos modos, que podría ser una idea provechosa para algún editor tener un escritor de literatura verdaderamente capaz y hacer que le convenga escribir un artículo semanal. Para encontrar un hombre que combine buena formación, inteligencia y capacidad literaria, lo mejor que podría hacer quizá sea acudir a las universidades, donde el Herald Tribune encontró a Stuart Sherman y el New Mases a Granville Hicks. Que tome, digamos, un Newton Arvin o un Haakon Chevalier, no le imponga ninguna tarea que le impida escribir su artículo semanal —es evidente que los artículos de Burton Rascoe sufrían, cuando estaba a cargo de la sección de libros de Herald Tribune, por sus muchas tareas— y le pague bastante para que viva de ellas. No hay que esperar que dé cuenta de todo lo que se publica, sino que escriba cada semana sobre un hombre o un libro. Creo que una característica semejante probaría ser valiosa para la revista que lo intentara y una cosa excelente para el mundo literario en general.


ACTITUD DEL AUTOR HACIA EL. RESEÑISTA

Se verá pues que el autor no puede justificadamente esperar una crítica seria de los reseñistas, y que malgasta sus nervios y su energía al entusiasmarse o indignarse por cualquier cosa que se escriba sobre sus libros.
Las reseñas pueden tener cierto interés para el autor, si sabe cómo leerlas; pero no será capaz de sacar mucho de ellas sobre el valor de su obra. Para esto deberá depender de otras fuentes, como las observaciones hechas en una conversación informal y las pruebas de su efecto en otros escritores —siempre que tenga en mente, en todo caso, que la verdadera excelencia o la mala calidad de lo que ha escrito puede que no sea apreciada nunca durante toda su vida —azar para el que todos tenemos que estar preparados. Mientras tanto, debe leer las reseñas no como el veredicto de una Suprema Corte de críticos sino como una colección de opiniones de personas de variable inteligencia a las que les ha ocurrido tener algún contacto con su libro. Consideradas desde este punto de vista, de vez en cuando hay algo que aprender de ellas.


PSICOLOGÍA PECULIAR DE LOS RESEÑISTAS

El reseñista tiene su ego, como los otros tipos de escritores; y, puesto que está continuamente ocupado con los libros de otras personas, su ego encuentra cierta dificultad peculiar para autoafirmarse. Una de las mejores maneras en que un reseñista puede sentir vicariamente que está creando es alentar y presentar a nuevos escritores hasta entonces desconocidos; pero cuando un escritor ya es conocido, el reseñista puede procurarse la sensación de poder haciendo el gesto de echarlo abajo. Siempre hay que vérselas con esta psicología. En el mundo literario de los últimos años hemos visto a muchos escritores ensalzados, cuando todavía eran obscuros, por los críticos más competentes, y luego desbancados por ellos. Le ha ocurrido, por turno, a Eugene O'Neill, Edna St. Vincent Millay, Ernest Hemingway y Thornton Wilder. Es la cosa más rara del mundo en nuestros días encontrar el menor comentario crítico inteligente sobre cualquiera de estos escritores importantes. Al pobre de Saroyan lo hicieron recorrer este ciclo en tiempo récord. Primero lo descubrieron los editores de Story, entre cuyos lectores se ganó una reputación. Luego, cuando su libro fue publicado, obtuvo inmediatamente algunas reseñas entusiastas. Pero ahora lo han aplastado triunfalmente, después de lo cual no le ha quedado a los últimos reseñistas de sus libros sino intentar que se avergüence de sí mismo.


DEBERE DEL RESEÑISTA PARA CON EL AUTOR

Por otro lado el reseñista tiene, de todos modos, ciertas obligaciones en relación con el autor.
Recomendé la tolerancia hacia los reseñistas que usan los libros que supuestamente están reseñando como pretextos para expresarse a sí mismos; pero sólo en los casos —bastante raros en realidad— en que sus artículos sean interesantes por sí mismos. Una reseña sin interés que no diga nada sobre el libro carece de pretextos. Debe esperarse que el reseñista, en el peor de los casos, ofrezca información. Contar el argumento de una novela, recitar el sumario de un libro histórico o filosófico, seleccionar pasajes representativos e intentar comunicar la calidad de un poeta es la parte más aburrida del trabajo de un reseñista, pero es una parte absolutamente esencial. Debe dársele al lector la oportunidad de juzgar si estaría o no interesado en el libro, independientemente de lo que el reseñista pueda pensar del mismo; y es una disciplina indispensable para el reseñista, o para cualquier crítico, dar el meollo del libro en sus propias palabras. El reseñista, cuando se aplica a esta tarea, es bastante probable que descubra en el libro más, o menos, u otra cosa, de lo que había imaginado la primera vez que lo recorrió. Si el autor es incoherente o descosido, el crítico será capaz de detectarlo. Si el reseñista es incompetente, su incompetencia será evidente para los lectores más acuciosos cuando descubran que no puede decirles lo que hay en el libro.
La incapacidad para seguir este procedimiento es uno de los factores responsables de esos opacos ensayos pretenciosos sobre estética, metafísica o sociedad, que, especialmente en las reseñas elitistas, se cuelgan a veces de los títulos de los libros. El lector no tiene manera de saber, si él mismo no ha leído los libros, si prueban o no los comentarios del crítico: los títulos desempeñan el papel de contadores a los que, desde el punto de vista del lector, no se ha asignado ningún valor. Es tan importante vitalmente para el crítico establecer identidades definidas para los libros que discute en un ensayo, como lo es para el novelista establecerlas para los personajes que figuran en su historia.


ACTITUD DEL AUTOR HACIA SU PÚBLICO

Otra clase de personas hacia las cuales el autor debería adoptar una actitud no emocional son las que le escriben cartas; la mayoría de éstas caen en las siguientes categorías:

1. GENTE ENFERMA Y ORATES
El autor debe ser capaz de distinguirlos y debe recordar que la gente en estados mentales anormales tiende a salirse de sus casillas por cualquier cosa.

2. MUJERES SOLITARIAS E INDIVIDUOS AISLADOS EN LA PROVINCIA
De muchos de éstos, aunque no sean enfermos, puede decirse casi lo mismo: el hecho de que escriban cartas a los autores revela únicamente que necesitan comunicarse con alguien y no implica necesariamente un interés ni ningún mérito del libro del autor.

3. JÓVENES QUE QUIEREN QUE EL AUTOR LEA SUS MANUSCRITOS

4. GENTE QUE QUIERE EL AUTÓGRAFO DEL AUTOR
Éstos, en su mayoría, o lo quieren para su colección y no tienen ningún interés en los libros del autor, o lo quieren para venderlo.

Junto con una buena cantidad de los anteriores, el autor recibirá unas cuantas cartas de gente interesada en lo que ha escrito y que tiene algo que decirle al respecto. Pero, en general, puede darse por sentado que las cartas a los escritores no significan nada. Ningún escritor que haya sido editor puede tomarse jamás las cartas tan seriamente como suelen hacerlo los escritores que no han tenido tal experiencia. No hay editor que no haya visto pruebas casi increíbles de que uno no puede publicar nada en una revista tan malo que no aparezca algún lector que le escriba para decir que le ha cambiado la vida, ni tan bueno que no ocasione que alguien cancele su subscripción.
DEBERES DEL PÚBLICO PARA CON EL AUTOR

No habría que enviarles nunca manuscritos a los autores. Bastante tienen que hacer escribiendo sus libros. Si los autores leen los manuscritos que les envían, nunca serán capaces de hacer nada más. El autor de un manuscrito en busca de consejo debe enviárselo a un editor: éste le paga a la gente por tal clase de trabajo.


DEBERES DE LOS AUTORES PARA CON LA OTRA CÍENTE

El autor no enviará por sistema a sus amigos, o a gente a la que admira pero no conoce, grandes cantidades de sus libros dedicados. En primer lugar, se quedará sin dinero si excede la cantidad de ejemplares regalados por el editor. En segundo lugar, los libros dedicados por los autores tienden a probar un descuido: la persona a la que se le ha enviado el libro puede sentir que debe leerlo y sin embargo no poder hacerlo en el momento; llevará en la conciencia el peso de pensar que debía haberle escrito al autor. Y cuando finalmente lo lea, puede sentir que la dedicatoria elogiosa o afectuosa lo obliga, le guste o no, a decir algo amable al respecto. Un regalo semejante es en realidad un freno que tiende a impedir que el lector salga con la opinión sincera que el autor piensa que se merece.


DEBERES DEL NOVELISTA PARA CON EL PUBLICO Y LA PROFESIÓN

El novelista no pondrá nunca al final de su novela una fecha de la siguiente manera:

Boulogne-sur-Mer-Hoboken
Diciembre 1934-enero 1935

Esta clase de cosa ha estado de moda desde que Joyce fechó el Ulises:

Trieste-Zurich-París 19141921

Pero muy rara vez se justifica. En el caso de Joyce, el libro le tomó siete años, y la fecha tiene un significado especial, porque a Stephen Dedalus se le hace decir en 1904 a los dublinenses de la novela que producirá algo importante en el lapso de diez años. Pero suele ser un error para otros escritores imitar esto, por la razón de que, en primer lugar, es peligroso señalar una comparación con Joyce; y, en segundo lugar, porque esas fechas son irrelevantes. En el caso de un poema, la fecha y el lugar pueden en algunos casos tener sentido si añaden algo que ayude a comprenderlo y no puede ponerse convenientemente en el poema. Pero si un novelista es de veras afortunado, nos mantendrá interesados en personajes y acontecimientos que se supone nada tienen que ver con el mismo; nos habrá inducido a aceptar su realidad, y es por lo tanto una impertinencia hacia su propia creación recordarnos a él mismo y dónde ha trabajado. Si el novelista ha fracasado, el lector, al llegar al final del libro, no querrá que le recuerden ni al autor ni a su temporada en Boulogne-sur-Mer.


Saludes!

G.Rodríguez dijo...

Vaya! Aprobé el comentario anterior como quien firma un extenso contrato de trabajo. Empecé a leerlo pero dejé la lectura por tareas urgentes. Lo acabaré después. Mientras tanto, que alguien, si quiere, lo vaya comentando.
Gracias, Masomenos, por el envío.

Karen Valladares dijo...

que aburrido.brrrrrrrrrrr