En absoluto no es necesario para nada
el poeta en el mundo. Nunca. Desde la vida
de su poesía nunca se da solo, sólo
en su poesía para entrarnos a la poesía,
a la vida poética, a la vida de la poesía,
a la otra vida, a la poesía del hombre,
de la vida y del mundo, y darnos de todo
a lo sumo sólo la imagen sola
para hallar en ella nosotros solos
la medida sólo de nuestra sola imagen,
la medida del silencio, del silencio
a la palabra, del espejo al espejismo,
de la realidad, de la realidad a la ficción,
de la verdad a la mentira, de la muerte,
de la muerte a la vida, la proporción
de que la ficción es a la muerte
lo que la muerte es a la nada,
o la identidad de que la verdad
es al amor lo que la realidad es a la vida,
y en esta dimensión poder saber
hasta dónde son en ficción amados
los bellos ídolos del amor o en verdad
amado el dios vivo de Amor,
y hasta dónde somos y estamos de verdad
en el tiempo de la vida o en la vida
del tiempo y en el ser de la vida
o en la vida del ser y ser vivo tiempo
del ser, o si estamos y no sabemos
en la ficción del ser como ciegos peces
de una imposible antártica inexistente
para un principio desde el principio
muertos en el fondo, o en el boomerang
de nadie perdido para nadie,
o en el salvaje hielo de una navaja
de afeitar no tanto porque se nos empuje
una muerte distinta, brutal, salvaje,
que al fin y al cabo se habría de conocer,
sino que por ella se nos presenta
como humano algo no humanoide, humanesco,
algo que no llega desgraciadamente ni siquiera
a la más triste sombra de un árbol hecho piedra.
Es nada. Casa del ser: casa de Dios. Nada.
Puras palabras. No más acto de ser del ser.
Esta flor. Esta hierba. Nada.
Sangre de Abel y sombra. Nada.
Palabras. Cuajos de luz. Simples palabras;
pura palabra, pura. No sé dónde qué
en lo más recóndito de este pañuelo blanco.
Edilberto Cardona Bulnes, Jonás, fin del mundo o líneas en una botella (1980)