Su sombra se parece a mi rostro.
Su carne, no la mía, es mi carne.
Quisiera imaginarme como fui.
Recrear un episodio de la infancia
o de la juventud,
igual que antes, cuando la memoria
me acompañaba sin desconfianza.
Los recuerdos, ahora, ella los domina.
Son el paraíso donde trabajo por nada todo el día
o merodeo sin nacer.
Son la poza prohibida.
La luna que corta las manos con su hoja de afeitar.
Quiero olvidar y recordarme
antes de ella, en mí.
José Luis Quesada, Sombra del blanco día (1987)