martes, 3 de marzo de 2009

La sordidez de la vida doméstica

Fuente: Robert & Shana ParkeHarrison
Por Giovanni Rodríguez
Aún no he comenzado a hacerlo pero creo que pronto lanzaré unas cuantas maldiciones al azar. Si no fuera porque estoy tan cansado ahora y sólo tengo ganas de acostarme y cerrar los ojos y dejarme ir y dormir durante diez horas seguidas, empezaría por maldecir a la lavadora que, desde el primer intento a las 9:00 de la mañana hasta ahora a las 6:32 de la tarde después del cuarto o quinto, se ha empeñado en no lavarme la ropa, o en lavármela mal, o en no exprimírmela, en fin, en no completar los ciclos de la manera en que debería hacerlo.
Si no fuera porque este problemita doméstico me ha conducido de la confusión al enojo y de éste a la desesperación y de ahí al cansancio definitivo tras la renuncia a buscarle remedio a la lavadora, me habría concentrado, para reorientar el destino de mis maldiciones, en mi reciente olvido de una bolsa en el supermercado, cuyo contenido estaba valorado en unos 18 euros que, en estos tiempos de crisis y aunque me ría de ésta, resultan –ya se imaginarán ustedes- onerosos. “La sordidez de la vida doméstica”, me dice un amigo al que le hablo de este mal día, de este jodido día.
Había planeado desde hace una semana ir hoy al cine a ver El curioso caso de Benjamin Button y Slumdog millionaire, en una doble tanda que hubiera podido hacerme olvidar todo lo demás, pero una lluviecita incesante me disuade. Además, no he logrado sacar la ropa de la lavadora. Y otro además: el dinero no abunda en mi cuenta bancaria; apenas lo necesario para pagar alquiler, internet, luz y agua, y para sobrevivir durante esta semana con lo que tengo en el refrigerador, hasta que sea necesario volver al supermercado la próxima semana y gastarme los últimos treinta euros en unos cuantos platos congelados, más tomate, lechuga y pepinos para las ensaladas, una cajita de flanes, dos barras de pan y seis coca-colas.
No logro completar nada hoy, ni siquiera el sueño. Todo, las tareas domésticas, los planes, las intenciones, las ideas, los deseos, todo queda (va quedando) a la mitad. Estoy funcionado igual que la lavadora. Había puesto un disco de Tom Waits para complementar esta absurda melancolía que, me doy cuenta ahora, ha empezado a invadirme, creyendo que ese Nighthawks at the diner, que es el nombre del disco, me pondría definitivamente a tono con el momento, pero me equivoqué, porque el disco resultó inesperadamente divertido, con el viejo Tom (me lo imagino así) sentado en un banco alto sobre el pequeño escenario de un bar newyorkino y cantando –recitando muchas veces- canciones que aunque están en inglés y entiendo sólo la mitad, me resultan sumamente divertidas, por lo que dice Tom pero también porque el ritmo –una especie de blues travieso- es como para irse con él saltando alegremente y sin caer por el borde de un delgado muro.
Vuelvo a pensar en la lavadora y me abruma la idea de que llegará un día en que me tocará domesticarme un poco; una mujer e hijos, quizá, y las responsabilidades y las detestables tareas domésticas derivadas. Entonces habrá que cocinar comida seria de vez en cuando, no esas ensaladas express que me preparo en cinco minutos y que me ahorran, además de tiempo, la tediosa tarea de lavar frideras y platos. Suprimo la imagen de mi cabeza y la cambio por la de un paisaje en movimiento, mientras escucho a Tom Waits y mi tren avanza en uno de tantos viajes de regreso a una casa en donde me esperan una mujer y unos hijos con una cena completa. ¿Será esa la vida que me espera, mientras ahora avanzo saltando alegremente por el delgado y peligroso muro de la libertad? Una casa con jardín y todo, y con una lavadora que no se joda nunca. No se ve tan mal después de todo.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Este otro habla de los idiotas en un libro-ensayo curioso. Le dejo el link para descargarlo. Felicidades por su blog.

http://www.bibliotheka.org/?/ver/37765