Playa de Blanes. Fuente: www.paginabierta.com
Por Giovanni Rodríguez
Es jueves, no ha sonado la alarma del despertador de mi teléfono y no tengo que ir hoy a trabajar. Tampoco fui ayer ni anteayer ni el lunes, y no tendré que hacerlo sino hasta el miércoles. Vacaciones. Nueve días. ¿Qué hacer? Hay muchos planes, pero sin orden. Para empezar a ordenarlo todo, me voy al café, pido uno con leche y un croasán, y entonces recuerdo que una de las cosas que siempre he querido hacer es irme a Blanes y hacer ahí, en un bar, lo mismo que hago ahora en este café, pero a la orilla del mar, mientras imagino a Bolaño en la mesa contigua, mirando cómo las olas mueren en la arena.
No paro de escuchar a Tom Waits. Desde que me levanté con esta sensación de felicidad contenida en nueve días. Tom Waits me produce una mezcla de alegría y de melancolía que me llevan, invariablemente, a una sensación de felicidad. Quizá sea tan sólo la sensación de la libertad, la certeza de no tener que estar sujeto a un horario ni a unas responsabilidades específicas y además contrarias a las que uno quisiera que fueran sus verdaderas responsabilidades. Aunque, bien pensado, quizá la felicidad consista solamente en ser libre.
“Es extraño ese tipo de dolor... muy extraño; a veces te olvidás, como si no pasara nada, y en lo más silencioso de la noche te despertás para escuchar ese dolor... es muy raro”, me escribe un amigo a quien le ocurren en este momento cosas tristes, cosas parecidas a un huracán en medio de la noche, un huracán que se lo lleva todo, un huracán que no te deja nada. Quizá la felicidad consista tan sólo en la posibilidad de un clima tranquilo, me digo.
Estamos en primavera. La temperatura afuera es de 17 grados y hace un viento capaz de volarte el sombrero, si acaso llevaras uno puesto. Pero aquí en el café la temperatura es agradable. Mientras doy cuidadosos sorbos a mi taza y sigo leyendo mi correo electrónico, veo pasar afuera, a través del enorme cristal del café, a los turistas, en su mayoría franceses, que llegan hasta aquí para visitar el museo Dalí, ubicado una calle más arriba. Esa es la apariencia de esta ciudad en mis días de vacaciones: calles repletas de turistas que van de aquí para allá, con sus cámaras fotográficas, mientras el viento juega a arrebatarles sus sombreros, si acaso los llevan puestos.
Me he asegurado de proveerle a mi ocio de los próximos días todos los elementos necesarios: tres novelas sacadas a préstamo de la biblioteca: una de Milan Kundera (La identidad), otra de Graham Swift (Fuera de este mundo) y la tercera de Michel Houellebecq (Plataforma); más la novelita que escribieron a cuatro manos Bolaño y A. G. Porta: Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, comprada ayer en mi librería de siempre. Además, una buena dotación de discos también sacados de la biblioteca: Elvis Costello, Lou Reed, Roger Waters, Jimi Hendrix, Stone Temple Pilots y otros, sin olvidar, por supuesto, al gran Tom Waits. El resto lo llenan unas cuantas películas, entre ellas El ángel exterminador, de Buñuel, una vieja inquietud de cinéfilo aficionado.
Trato de no pensar en el huracán que amenaza con llevarle a mi amigo sus más valiosos tesoros. Y evito pensar que el viento puede arrebatarme el sombrero imaginario. Hace días que vengo practicando también mis propios ejercicios de evasión de la realidad, pero ya sabemos que adonde quiera que uno vaya lleva encima sus malditos demonios. A veces pienso que es mejor aprender a convivir con ellos en lugar de intentar quitármelos de encima. “Mata a mis demonios y matarás también a mis ángeles”, dijo Tennessee Williams, que precisamente un día como hoy nació en 1911. Me voy de vacaciones, y se vienen conmigo mis demonios.
3 comentarios:
Los demonios también tienen derecho a vacacionar, o no?
Recuerdo que una colochita en una ocasión te hizo una observación sobre que eras "demonoángel", o algo así. Por cierto, ayer la vi en la universidad.
Disfrutá tus vacaciones.
Que bueno, lo releí escuchando de fondo la voz de Tom Waits y la comprensión ha cambiado.
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