Breakingfall. Tomada del blog sashanonserviat.blogspot.com/
Por Giovanni Rodríguez
Ineluctable modalidad de lo visible. Inevitable forma de lo que se ve. Irremediable imagen. Inevitable visión. Pienso, no sé por qué, en lo cabrón que fue Stephen Dedalus al dejar ir a su madre a la muerte sin antes haber accedido a su petición. Pudo haber fingido que lo haría, pudo haberle dicho a ella, ahí, minutos antes de su muerte, que lo haría, pudo habérselo prometido y ello hubiese significado únicamente una pequeña traición a sus principios antes que la cruel traición que su negativa representó para su madre.
El pasaje del Ulises, de James Joyce, que aludo lo alude también el gordo Buck Mulligan en estas líneas: “Podrías haberte arrodillado, maldita sea, cuando te lo pidió tu madre agonizante -dijo Buck Mulligan-. Yo soy tan hipérboreo como tú. Pero pensar que tu madre te pidió con su último aliento que te arrodillaras y rezaras por ella. Y te negaste. Tienes algo siniestro...”.
¿Qué le respondería yo a mi madre si me pidiera lo mismo? ¿Qué le responderíamos todos nosotros a nuestras madres si nos pidieran lo mismo? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a mantener una postura en nombre de los principios? Es una pregunta que también abarca el asunto de la dignidad y el de la condición humana. “Me consideraron traidor, cuando en realidad estaba siendo fiel a mi condición humana”, dijo Sabato luego que la comunidad científica argentina reaccionara con desagrado a su decisión de abandonar la ciencia por la literatura. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a traicionar a los otros sólo para no traicionarnos a nosotros mismos?
Ahora comprendo por qué pienso en estas cosas. Pienso en ellas porque, de alguna manera, yo soy también ese Stephen Dedalus que traiciona en nombre de sus propios principios, soy parte del mismo espíritu que empujó a Sabato a traicionar a los otros en nombre de la fidelidad a su propia condición humana. Eso soy, un traidor, pero también un hombre con su pequeña cuota de dignidad. Después de todo, soy humano.
Sin embargo, y al hacer un recuento de todo aquello que es inherente a mi “condición humana”, llego a verme insignificante entre toda esa masa de gente que me rodea, gente que ve las cosas de manera radicalmente opuesta a la mía, personas, en su mayoría, a las que jamás hubiera elegido como amigos. Al estar ahí, cumpliendo disciplinadamente mi papel de simple engranaje en el sistema, cediendo a sus caprichosas disposiciones, volviéndome parte de su juego infame, no puedo evitar verme como uno más de ellos, y acabo aceptando que no estoy siendo del todo fiel a mi condición humana. Ineluctable modalidad de lo visible. Es peor, además de traicionar a los otros, me traiciono a mí mismo.
¿Pero cómo un individuo puede ser absolutamente fiel a su condición humana? ¿Qué necesitaría hacer cualquier persona para serlo sin tener que sacrificar algo de eso que constituye la dignidad o los principios? En mi caso, sería adoptar una actitud extrema como ésta: renunciar a todo: a los trabajos estúpidos y “necesarios para sobrevivir”, renunciar precisamente a esa “necesidad de sobrevivir”, dedicarme enteramente a leer y a escribir. ¡Bah! Leer y escribir. Actividades inútiles. El arte no sirve para nada, dijo Wilde. No es posible. Hay que sacrificar un poco el derecho que uno tiene a defender su dignidad. Por eso seguiré trabajando donde ahora trabajo, fingiendo que soy –o que puedo ser- el mejor empleado, el mejor compañero, fingiendo ante mi familia, ante mis amigos, ante todo el mundo, que estoy siendo fiel a mi condición humana. Seguiré siendo un impostor. Así es como lo veo. Ineluctable modalidad de lo visible.
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