El escritor argentino Andrés Neuman
Por Andrés Neuman
Siempre hay una primera vez para todo. Pero en literatura, que es un oficio de asombros, todas las veces parecen la primera. Por eso recuerdo haber publicado al menos tres primeros libros. Quizás un escritor publica para eso: para quedarse con las manos vacías y enfrentarse de nuevo a la incesante, gozosa incertidumbre de la primera vez.
1º. Era la primavera de 1997. Yo tenía muchísimo entusiasmo, 20 años y 200 cuentos pésimos. En Granada, la ciudad donde vivo, acababa de inaugurarse una pequeña editorial llamada Sureste Narrativa. La dirigía José Vicente Pascual, quien mostraba una inexplicable paciencia con mis textos imberbes. Pascual me invitó generosamente a reunir mis cuentos (él dijo los mejores, hoy yo diría los menos ilegibles) en un volumen que se publicaría a finales de ese año. Recibí su propuesta con alborozo y vértigo: ¿cómo sería eso de tener lectores? Me puse temblorosamente manos a la obra y, al cabo de unos meses de noches en vela, los cuentos quedaron listos para su edición. El poeta Álvaro Salvador, que me había dado clases en la facultad, tuvo la amabilidad de escribir la contraportada. Para entonces, la colección no iba camino de batir récords, o quizá sí: el último título había vendido siete ejemplares. Al filo del invierno, mi primer libro se distribuyó en las librerías de Granada. El libro se llamaba Pertenecí, título que terminaría resultando profético: seis meses después Sureste Narrativa cerró por problemas de presupuesto. El libro se saldó y mis cuentos pasaron a un benévolo limbo. Si no recuerdo mal, las ventas alcanzaron la entrañable cifra de 180 ejemplares. Contando las decenas que compró mi madre.
2º. Al año siguiente, el poeta granadino Miguel Ángel Arcas daba sus primeros pasos con Cuadernos del Vigía, que hoy dispone de un exquisito catálogo. En aquel momento la editorial sólo publicaba plaquettes de poemas, y Arcas apostó por poetas muy jóvenes que pronto se convertirían en nombres destacados de la nueva generación. Tuve la suerte de participar en esa colección con un librito llamado Simulacros, título de nuevo profético. A mediados de 1998 se celebró la presentación de mis primeros poemas, y sucedió algo divertido. Allí estaba mi altruista editor, allí estaba Luis García Montero (que se había tomado la molestia de presentar el acto), la sala estaba llena, pero el libro no venía: habían surgido problemas en la encuadernación. Ninguno había traído los poemas impresos, así que tampoco disponíamos de los textos. Tras varias llamadas desesperadas a la imprenta, nos miramos con nerviosa complicidad y decidimos dar comienzo a la presentación. Debatimos. Contamos chistes. Recitamos versos de memoria. Y le anunciamos al público que acababan de asistir a una performance titulada Simulacros. Todo el mundo pareció encantado. A la salida del acto, un señor sudoroso llegó corriendo con una caja de libros. Al ver que mi libro existía, la gente se quedó decepcionada.
3º. A principios de 1999, yo acababa de terminar una novela que estaba seguro de que jamás se publicaría: me conformaba con que algún novelista admirado aceptase leerla para señalarme los errores. Ese autor fue el excelente Justo Navarro, quien no sólo leyó la novela con insólita diligencia, sino que además me instó a mandarla nada menos que a Anagrama. Me pareció un disparate. Pero como la literatura es un oficio disparatado, seguí su consejo y presenté Bariloche al premio Herralde, en cuyo jurado estaba un para mí desconocido Roberto Bolaño. Cuando escuché por teléfono la voz del colosal Herralde comunicándome que había sido finalista, me acordé de mis anteriores primeros libros y tuve un ataque de risa. No dejamos jamás de ser un poco vírgenes.
Tomado de El Cultural
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