En Margarita, está linda la mar, del nicaragüense Sergio Ramírez, el relato se presenta en dos niveles, uno que nos remonta a 1907, año del regreso de Rubén Darío a Nicaragua, siendo recibido por sus compatriotas con gran entusiasmo en un homenaje que se le brinda; y el otro en 1956, año de la muerte del dictador Anastasio Somoza García a manos de Rigoberto López Pérez, un poeta leonés que, tras un plan llevado a cabo minuciosamente por él y sus compañeros, logra infiltrarse en una fiesta que se realizaba en honor al dictador.
Ambas historias, la que inicia con la llegada de Darío a Nicaragua y que acaba con su muerte producto de cirrosis hepática, y la que conduce finalmente al atentado y muerte del dictador Somoza, son presentadas alternativamente, ya sea por un narrador omnisciente, que nos lleva principalmente desde la perspectiva del capitán Agustín Prío, uno de los conspiradores de Somoza, o por los apuntes de Rigoberto López Pérez en 1956, que obligan a saltar constantemente al pasado.
Rubén Darío llegó, se dijo, procedente de París, a la ciudad de León en 1907. Los nicaragüenses reunidos a orillas del mar esperando el barco le brindaron un homenaje sin precedentes que el poeta recibió con mucho agrado, sobre todo porque entre los anfitriones figuraba Eulalia, una joven mujer ya casada pero con grandes atributos, que de inmediato atrapó la atención del homenajeado.
49 años más tarde el capitán Agustín Prío observa desde el balcón del café, donde desde hace algún tiempo viene reuniéndose un grupo para reconstruir la historia del poeta y al mismo tiempo conspirar contra el régimen dictatorial de Somoza, cómo el dictador y su esposa Salvadora Debayle, la Primera Dama, llegan a León para disfrutar de una fiesta en honor a Somoza.
Desde este momento, a partir de lo que el capitán Prío supone que debe estar pensando la Primera Dama frente a la tumba de Rubén Darío, empiezan a ocurrir los frecuentes saltos al pasado y su consiguiente vuelta al presente a través de las conversaciones de los conspiradores en el café.
Darío se prende de la belleza de Eulalia y la hace sentarse a su lado durante el homenaje. Todos comparten la alegría del poeta: el sabio Louis Debayle, su esposa Casimira, el obispo Simeón, el entonces pequeño Quirón, a quien el poeta habría de traspasarle luego el numen de las musas apretando fuertemente su cabeza, y las hijas del sabio y Casimira, Salvadora y Margarita, esta última propietaria del abanico depositario del famoso poema de Darío "Margarita, está linda la mar".
Pero todo vuelve a 1956, el presente del relato, cuando los conspiradores llegan al punto en su recuento de la vida del poeta en el que La Maligna, apodo adjudicado a la legal esposa de Darío, se presenta sorpresivamente en el homenaje y sin considerar el valor de los buenos modales se brinda con todo a su impostergable pregunta: "¿Quién es esa puta?" , refiriéndose, por supuesto, a Eulalia, tan inocente y presumiblemente tan casta hasta el día en que el vate operó divinamente en ella.
Más adelante, antes de la muerte de Rubén Darío y del atentado contra Somoza, los momentos más importantes de la novela, se registran otros episodios que ayudan a hilvanar la relación entre las dos historias creando una continuidad temporal entre pasado y presente para situarlos como un mismo orden de acontecimientos en la percepción de los lectores.
Quirón se constituye en uno de esos personajes tejedores y unificadores de la historia cuando, luego de la muerte del poeta, el sabio Debayle y Andrés Murillo, hermano de La Maligna, se disputan su cerebro. Quirón, a quien, recordemos, el poeta había traspasado el numen de las musas, logró al final de cuentas apoderarse del cerebro y salir corriendo a enterrarlo al pequeño jardín trasero del burdel de La Caimana. Y lo mismo hizo casi medio siglo después con los testículos de Rigoberto López luego que éste disparara contra Somoza y muriera acribillado por miembros de la Guardia Nacional. Quirón se deslizó, como antes lo había hecho por el cerebro de Darío, esta vez por las calles oscuras y vigiladas por la Guardia Nacional y luego de que Caradepiedra Diómedes Baldelomar, un esbirro del dictador, le cortara, según presunta orden del convaleciente mandatario, los testículos, aprovechó una distracción de todo el mundo para agenciarse tan preciada joya, o más bien joyas, si recordamos que eran dos, para salir de nuevo corriendo al jardincillo del burdel de La Caimana y enterrarlos junto al cerebro del poeta Darío.
Rubén Darío murió debido a una de las tantas operaciones infructuosas, entre las que valdría mencionar la de cambio de sexo de La Caimana, que a lo largo de toda su vida como médico había practicado Louis Debayle. El poeta había recaído por causa de su nada reprochable afición a los productos destilados y tonificadores del ánimo, afición que lo conducía hacia lo que él mismo llamaba "Los paraísos artificiales", y el sabio Debayle, aún sabiendo que para la cirrosis hepática no había cura, se aventuró en busca de la tan ansiada gloria científica, encontrándose solamente con la triste muerte de uno de los más grandes poetas de todos los tiempos.
Mientras tanto, casi medio siglo después, en el que, repetimos, es el presente de la historia, Rigoberto López Pérez ha entrado ya con una acompañante a la fiesta en honor de Somoza. La forma de perpetrar el atentado está suficientemente discutida por todos ellos, los conspiradores. Todo está listo. Calcula los movimientos, saca a bailar a su pareja, se acerca a Somoza y le encaja los libertadores disparos que diez días después habrían de ocasionarle la muerte en el refugio de una clínica privada.
Así nos presenta la historia Sergio Ramírez, con un Rubén Darío de carne y hueso y un Somoza no tan poderoso que termina siendo atacado, para después morir, de una forma muy simple.
La novela, el héroe, el estilo
Margarita, está linda la mar es una novela que refleja la madurez literaria de Sergio Ramírez, quien llega a la raíz literaria y al drama político de Nicaragua y América Latina con una conjunción perfectamente armónica de sustancia y estilo.
Las dos líneas argumentales que se alternan responden al declive y muerte del poeta Rubén Darío, entre 1907 y 1916, y a la pequeña conspiración que terminará con la vida de Somoza, en 1956. A partir de un poema escrito en el abanico de una niña se desarrolla la historia de la Nicaragua del siglo pasado teniendo como centro la ciudad de León y como telón de fondo la corrupción política, la constante intervención militar y política norteamericana y la violencia de la dictadura somocista.
Se trata, una vez más en Sergio Ramírez (ya lo había demostrado en sus dos novelas anteriores), de la fuerza poderosa de la memoria tamizada por la imaginación del escritor que incluye, además, la imaginería centroamericana, y expresada mediante un prodigio verbal rico y sutil.
La voz del narrador adquiere a veces un carácter omnisciente y a veces se individualiza en la del poeta Rigoberto López Pérez, un joven que investiga y apunta en su cuaderno de notas a los personajes curiosos que le rodean en León, y cuya afición lo lleva tanto a averiguar detalles de la muerte de Darío como a conocer los antecedentes miserables del dictador a quien odia. Rigoberto no sólo será la voz que dé coherencia a las numerosas historias que constituyen en entramado narrativo, sino que se irá convirtiendo en el héroe que lúcidamente se enfrentará a la muerte para cumplir con lo que considera un deber patriótico: matar al dictador.
La vida de Rubén Darío forma parte del fondo de Margarita, está linda la mar y su poesía impregna el estilo y la forma de la novela. El afán de coherencia, la madurez conceptual de Sergio Ramírez han dado lugar a que en esta novela su lenguaje sea un vehículo modernista terso y matizado para una historia al mismo tiempo provinciana y universal. El estilo de Margarita, está linda la mar revela la reflexión del autor sobre la propia escritura, la preocupación, al mismo tiempo obsesiva y refinada, por encontrar una forma adecuada y nueva para esta historia de pasiones humanas.
La forma
Margarita, está linda la mar presenta una secuencia aparentemente lineal; de hecho, si consideramos por separado las historias de Rubén Darío y de Anastasio Somoza, cada una presenta su propia secuencia de acontecimientos en un orden lineal. Sin embargo, a pesar de que los hechos se van presentando en un orden cronológico dentro de cada una de las dos historias, al analizarlas juntas se registran numerosos saltos al pasado (1907-1916), del cual es posible volver para instalarse de nuevo en el presente (1956) sólo a través de las conversaciones de los conspiradores en el café Prío.
De modo que esta novela tiene una forma bastante compleja que implica una lectura muy atenta para no perder el hilo de los acontecimientos.
El rompimiento de los mitos
Algo que llama la atención en esta novela es la forma como Sergio Ramírez presenta a la figura de Rubén Darío. “Voy a poner a caminar en las calles de esta novela a un Rubén Darío de carne y hueso”, declaró una vez Ramírez en una entrevista que le hicieran en Costa Rica.
De modo que el Rubén Darío mítico de las estatuas de mármol y de bronce, el aristócrata impecable, aparece aquí como un hombre cualquiera; y no sólo eso, lejos de una intención meramente desmitificadora, que se conformaría sólo con restarle pompa y colorido a sus días, Ramírez se permite ofrecernos una perspectiva nueva del poeta, muy diferente de la tradicional, observando sus más marcados defectos, sus momentos de declive artístico y humano e incluso aquellos episodios de su vida que resultan cómicos, por ejemplo aquél en que se duda de la virilidad del poeta: "El impotente era Rubén. Nunca pudo haber preñado a Eulalia –dijo Edwin-. Para los días de su viaje triunfal a Nicaragua el licor le había consumido toda su potencia viril".
Otra de las características de esta novela es que la verdad acerca de los acontecimientos, ya sean los históricos o los ficticios, depende de la perspectiva desde la cual se los mira. Así es como los personajes entran en constantes contradicciones respecto de lo que ocurrió en la vida del poeta Darío. Un ejemplo de esto puede encontrarse en el episodio del traspaso del numen de las musas de Darío al niño Quirón. La primera vez que se nombra el suceso en la voz de Rigoberto se lee: "El niño quiere retroceder pero las manos lo retienen implacables, apretándolo cada vez más. Un sordo rumor de caracolas va llenando su cráneo, y tanto lo aturde aquel ruido que rueda desvanecido". Y en la segunda ocasión, durante la discusión de los conspiradores en el café Prío, puede, en cambio, leerse: "-Eso de que se le pueda traspasar a un niño el numen de las musas con sólo apretarle la cabeza, me parece una grave exageración –dice entonces Edwin. -Ninguna exageración –dice el Capitán Prío-. El niño rodó por los suelos, prendido en calentura. El sabio Debayle lo estuvo tratando por meses. Sufría una especie de paludismo mental".
Estos pasajes demuestran una vez más las dotes de narrador de Sergio Ramírez. Tal vez el contenido argumental de Margarita, está linda la mar lleve a la idea preliminar de que estamos sólo ante una novela de época, con personajes históricos, con anécdotas verificables, con un paisaje social y político de inmediata identificación; y, sin embargo, con tener todo ello, la novela de Sergio Ramírez se eleva sobre sus circunstancias históricas para proponerse como un excelente artefacto de encantamiento narrativo.
5 comentarios:
¡Excelente reseña del libro,la verdad por ser obligación leerlo para una de mis cátedras opté por buscar un resumen, pero luego de leer tu reseña sólo me ha servido para impulsarme a leerla!
Qué bien que te haya gustado. Felices lecturas.
Super super tengo que ir al libro pero gracias por tu
de reseña.
Muchas gracias!! :)
Excelente reseña!!! :)
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