Portada de la novela de GGMárquez aludida en el artículo.
Con ocasión de una reciente noticia relacionada con García Márquez, el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez nos entrega en este artículo, publicado en
El Espectador, una leccioncita que tendrían que aprender muchos de nuestros "lectores" catrachos, acostumbrados a confundir, con ignorancia y altanería a la vez, algunas cosas elementales:
Hace 17 años, un tal Miguel Reyes Palencia demandó a García Márquez por haber convertido su vida en literatura.
Sostuvo Reyes que el personaje de Bayardo San Román era él, o que él era Bayardo San Román. Ustedes lo recuerdan: aquel hombre misterioso y adinerado que en Crónica de una muerte anunciada se casa con Ángela Vicario, descubre que la novia no es virgen, la devuelve a su familia y pone en marcha la tragedia que acabará con la muerte de Santiago Nasar. Sostuvo Reyes que García Márquez le debía la mitad de las regalías que hubiera obtenido por la novela y que además su nombre, el de Reyes, debía figurar en la portada como coautor. Hace unos días, un tribunal superior de Barranquilla falló a favor de García Márquez y en contra de las curiosas pretensiones del modelo real del personaje ficticio. Y al hacerlo ha recordado algunas verdades sobre la creación literaria que al parecer no son, o no son siempre, del dominio público.
El asunto tiene un lado humano, demasiado humano: el oportunismo. Y no es la primera vez que alguien trata de sacarle tajada al éxito económico de García Márquez con estas estrategias: ustedes recuerdan que ya el marinero cuya experiencia informa el Relato de un náufrago había probado suerte de la misma forma. Con una diferencia: el hecho de que ese relato fuera un reportaje —y no una ficción— podía provocar cierta confusión en gente bienintencionada. Pero alegar que uno es coautor de una novela por el hecho de que su vida ha inspirado la creación de un personaje no sólo es cómico: es delirante. En la (justamente) célebre entrevista con Hemingway, el entrevistador de la Paris Review le dice: “¿Podría usted decir algo acerca del proceso de convertir a un personaje de la vida real en un personaje ficticio?”. La respuesta de Hemingway es: “Si explicara cómo se hace a veces, sería como hacer un manual para abogados expertos en difamación”. Y para oportunistas, añado yo.
Una novela no es nunca las cosas que cuenta, sino cómo se cuentan esas cosas. Tomen ustedes la siguiente historia: una mujer frívola se casa mal, se aburre de su matrimonio, se enreda con uno o dos amantes y la vida se le enreda tanto que acaba en la desgracia. Con semejante material pueden ocurrir dos cosas: una mala telenovela venezolana o Madame Bovary. Un joven confundido comete un asesinato, es perseguido por la policía y acosado por la culpa hasta que decide confesar su crimen, va a parar a la cárcel y allí encuentra la redención gracias al amor de una mujer. Con eso se hace una pésima película de Hollywood o Crimen y castigo. La diferencia, por supuesto, está en las palabras que se escogen, el orden en que se ponen, las escenas o los párrafos que construyen: ese complejo aparato que es una novela es la consecuencia de muchas decisiones, y ninguna de ellas pertenece a la persona real que el novelista usó.
Crónica de una muerte anunciada, ese librito que en mi edición tiene apenas 120 páginas, es uno de los aparatos narrativos más sofisticados de nuestra lengua. Su construcción y su prosa son una maravilla; su falsa estrategia periodística, una lograda osadía. Bayardo San Román es una criatura hecha de lenguaje, y ese lenguaje no es el de Miguel Reyes Palencia, sino el de Gabriel García Márquez. Y eso, me parece, es todo lo que hay que saber.