La mayoría no se ha enterado, pero en la actualidad la narrativa se escribe de distinta manera a como se hace en nuestra aldea. Los conceptos de reescritura, autoficción y metaliteratura, además de la fragmentación del texto y la mezcla de géneros, son la moneda circulante en el resto del mundo, mientras aquí intentamos seguir comprando lectores con los ajados billetes de perfil garciamarquiano. Mario Gallardo lo sabe y por eso, en este número 24, nos entrega un texto cargado de referencias bibliográficas, de alusiones y de guiños. Es normal si sienten algo de mareo, sucede siempre que viajamos por primera vez. Y en esta ocasión de Macondo nos vamos directo a la isla de Pico, en donde afortunadamente son escasos los topos de la literatura.
Escribir poesía en el país de los imbéciles
"He tomado una firme resolución,
la de irme a vivir para siempre a Oceanía.
Pienso terminar allí mis días, libre y tranquilo,
sin preocupaciones por el mañana
y sin la eterna lucha contra los imbéciles".
Paul Gauguin
Agosto 27 de 2007
Escribir poesía en el país de los imbéciles. Vaya título, aunque bien pensado es apenas un pretexto, nada más que una línea garrapateada para designar a un diario de navegación. Piensen en el logbook de Rayuela que Julio Cortázar le obsequió, quién sabe con qué avieso propósito, a Ana María Barrenechea. Días y fechas, anotaciones, fragmentos, recetas, lecturas, sobre todo lecturas. Anotaciones sobre los libros que lee. Cortazariano al fin, paciente tibetano, Bardo Thödol y mandala, recoge notas íntimas, tiernas conjeturas sobre una existencia marcada por la literatura. Patético como Ignatius Reilly, con la equívoca e inútil arrogancia de algunos personajes de Coetzee. La reacción opuesta al “preferiría no hacerlo”. Bartleby a la inversa: prefiero decirlo, prefiero escribirlo. Leer y escribir. La vida como una lectura infinita, sumergida entre negro sobre blanco, pero después de haber vivido, con el peso ineludible de seguir viviendo. Tomar notas diarias y ampliarlas durante el fin de semana, corregir y engrosar, los nuevos mandamientos: no eliminar nada, no dejar espacio sin ocupar, horror vacui, barroco posmoderno, el paisaje completo en un haba, la migración de los sentidos, adiós al significante tutor, el espacio estereográfico de Barthes… el placer del texto a ultranza.
Nota imprescindible: Evitar las alusiones, evitar a toda costa que los personajes se parezcan a cualquier insulso con ínfulas suficientes como para sentirse personaje de novela. Desaplicados, díscolos lectores, recuerden que todos los personajes aquí reunidos son absolutamente ficticios, y cualquier parecido con seres que medran en este mundo sublunar es pura coincidencia; además, es imprescindible enfatizar -como dice Fresán: "en una aclaración obvia, pero nunca del todo innecesaria"- que el hecho que algunos pasajes estén narrados en primera persona no implica que el autor comparta ideas, haya protagonizado o justifique las acciones de quienes aquí cuentan sus vidas y sus historias y sus muertes. Evitar la nota al pie de página, “recordar que una historia no es más que el fantasma de una vida”.
26 de agosto de 2007
Me veo al espejo y ¡zas!, ahí está de nuevo la incertidumbre terrible: ¿quién soy?, ¿a quién pertenecen esa nariz superlativa, ese elefante boca arriba, ese par de órbitas inquisidoras? Doppelgänger que te escruta con frialdad, no hay emoción en esa cara, es la de un extraño, un perfecto extraño, pero hay algo en su mirada que reconoces. Más que una información es un sentimiento, un indicio que te traslada, Wells mediante, al día en que platicaste con tus propias células (¡ah Timothy picarón, lástima que no te siguieron con la constancia y el entusiasmo necesarios! ¡cuántas guerras nos hubiésemos evitado!). La tarde feliz, a la orilla de la piscina, blue lagoon en medio de oasis bananero, el regusto amargamente delicioso de la cerveza que inicia su frío recorrido por tu garganta, y los cuentos de Bestiario en la otra mano: la pareja de hermanos, ese “simple y silencioso matrimonio de hermanos”; pero en esa época aún eras ingenuo y no atendiste a la insinuación (ahora, en este preciso instante, te imaginas a Julio, con un Gauloise entre los labios y el vaso de vino en la mano que, irónica sonrisa de por medio, te dice: “pero ché, debiste aplicarle la misma lectura que a “Ciclismo en Grignan”). Misión imposible para ese imberbe lectorcillo de fines de los setenta que aún no había leído la sórdida confesión del Cronopio: “Creo que no he escrito nada más erótico que “La señorita Cora”. Pero volvamos al doppelgänger que te mira. También hubo una noche doblemente fantástica, la noche entre los espejos del serrallo, la doble cara de la luna, arriba y abajo y a los lados, un entrevero de piernas y muslos, una cabellera negra, lujosa, que apenas deja ver un seno, una nariz perfecta, multiplicados hasta el hastío; y tu cara de placer repetida hasta siempre, hasta nunca, perdida ya en la bruma alcohólica… Pero te gustaba también “Axolotl”. También allí veías al doble, la doble existencia: el hombre y el anfibio, porque el ajolote es un anfibio. No equivocarse, no es un pez, recuerda: siempre investigar a fondo; no existen ideas generales Gregorovius, debes permitir que la Maga te cuente con lujo de detalles cómo la violó el negro en el conventillo. La investigación a fondo: Reino: Animalia, Phylum: Chordata, Clase: Amphibia, Orden: Caudata, Famila: Ambystomatidae, Género: Ambystoma, Especie: A. mexicanum. Ahí está: mexicano tenía que ser el bendito axolotl, aunque a Cortázar nunca lo he sentido muy proclive a lo charro. Aparte de “La noche boca arriba” (y es que este día no salimos del tema del doble) no le recuerdo otro cuento, otro relato, ambientado en la “región más transparente del aire”. Sí lo intentó con Nicaragua, enamoramiento tan violentamente inútil, salvo por un texto rescatado al ritmo de una proyección fantástica de diapositivas. Pero volvamos a los temas lisérgicos. Fue antes o después; no, primero fue el THC, y la cerveza, y el THC de nuevo. Lasitud, paz consigo mismo y con el mundo. Peace and love. Todo tranquilo. Y la casa que empieza a ser invadida por esos odradeks rioplatenses, porque está claro que fueron odradeks, lo que pasa es que Julio se resistió a ser explícito: la ambigüedad, ante todo la ambigüedad ché. Y para esa fecha ya la influencia kafkiana andaba como demasiado vista, casi casi cliché de oprobio. Pero no hay duda, hay un momento en “Casa tomada” en que resulta insoportable la respiración del odradek, que se cuela a través de las revelaciones de los hermanos. Parece demasiado arriesgado, un atrevimiento imperdonable, plantear a Julio como antecedente de Vila-Matas. Confieso que a mí me encanta la idea: Cortázar como miembro de número de la “sociedad de los portátiles”: Montano y Oliveira tomando una copa y fumando como desesperados en el Café de Flore. Además, ambos vivieron y leyeron y pensaron en París, con todas las posibles implicaciones que este hecho puede tener para un escritor, ya sea argentino o catalán o kurdo. Pero volvamos a los temas lisérgicos. Fue antes o después; no, primero fue el THC, y la cerveza, y el THC de nuevo. Lasitud, paz consigo mismo y con el mundo. Peace and love. Todo tranquilo. Después llegó M y su eterna propuesta de alcanzar estados alterados. Y esa tarde de viernes en el menú iba incluida una diminuta pastilla, cuya sorprendente dureza resistía a la cuchilla Victorinox con que intentamos dividirla. Finalmente logramos escindir el átomo y cada uno guardó su electrón, “para más tarde, para cuando estemos en la playa”. La playa, posibilidad remota a las cuatro de la tarde, después de media docena de cervezas y otra ración de THC disolviéndose a gran velocidad en el corriente sanguíneo, fue certeza incuestionable.
Escritores leyendo, escritores que conversan
Basta. A partir de hoy no más fechas. A cuenta de qué tanta precisión. Sustituirlas por el título alusivo, el epígrafe salvador, el guiño al lector cómplice (o la cáscara de banano, una de dos). Pero lo cierto es que acabo de leer a Piglia y descubro varias frases antológicas, incluso parece que fueron escritas para ser recreadas en estas líneas. Y cuando Piglia habla hay que escucharle con atención, entre otras cosas, porque es de los escritores que siempre tienen algo nuevo e inteligente por decir. Contrario a los del boom, que ya parecen disco rayado, cada uno palimpsesto de otro palimpsesto. Lo telúrico en distinto envase: coroneles, generales, madrastras y tías, gallos y bananeras, revoluciones y héroes degradados, ilusiones y desesperanza. América latina, marca registrada. Por eso mejor sigo con Piglia, quien me está contando sobre la conversación y su importancia en la literatura, la conversación como elemento central de la literatura, y lo mejor es que incluye en este contexto a las discusiones en los bares y -quizás por eso- termina afirmando que las amistades entre los escritores son complejas y luego, axiomático, señala que “uno sólo puede ser amigo de un escritor si le gusta lo que éste escribe”. Más de acuerdo no puedo estar, aunque no he sido amigo de ningún escritor, creo que tampoco he sido amigo de nadie, quizás fui amigo de Z, aunque me acosté con ella y compartimos algunas horas de vuelo rasante y dicen que entre los verdaderos amantes no puede existir amistad, pero creo que Z sí fue mi amiga, además nunca me importunó con celos ni aspiraciones de exclusividad o de ejercer soberanía sobre la ínsula barataria. Y conversábamos largamente. Ella me escuchaba y yo la escuchaba, nos escuchábamos, y luego hacíamos el amor, pero ahora que lo pienso éramos como dos solistas, dos virtuosos que se juntan para tocar una pieza que tiene bien marcadas las distancias entre ambos, y para quien escucha suena bien, suena muy bien, pero ellos nunca se encuentran, sinuosos jazzistas que se empecinan en sus takes particulares. Aunque quizás fui amigo de S, poeta excelso, gloria universal que fuera inmortalizado en la publicidad de un banco local, tras haber distribuido las 200 páginas de su opera omnia en cinco inmortales cuadernillos de 40 folios, en los cuales, según T, el crítico por excelencia: “el clasicismo rezumaba en unos versos insólitos para la literatura nacional”. Y T había publicado sus juicios en el periódico dirigido por U, quien a su vez era amigo de S. Y hay que decir además que, en forma periódica, S le reenviaba a U por correo electrónico los juicios que desde distintos confines del mundo le remitían sus admiradores, todos expertos en materia de las belles lettres, como el fiscal de Aracataca o la periodista hondureña que residía en Zimbabwe, quienes coincidían de manera absoluta en que sólo la abominable tozudez de los académicos suecos era la línea Maginot que separaba a S del Nobel. Pero lo cierto es que con S conversábamos con notable soltura y humor, quizás atizados por las rondas consecutivas de cerveza, y a mí me gustaban algunas de sus obras, no todas, pero algunas. Pero mejor volvamos a Piglia, quien está explicando a Villoro que por más que los teóricos de la posmodernidad afirmen que se acabaron los grandes relatos, que la verdad se ha retirado de escena, que la significación y el sentido no son la cuestión, hay un empecinamiento en la literatura, en los escritores, por persistir en la búsqueda de ese sentido, y los grandes momentos de la literatura tienen que ver con grandes personajes “que nunca abdican del intento de encontrar el sentido”. Y luego Piglia pasa a enumerar y los nombres de Ahab, Herzog y Don Quijote resuenan en mis oídos. Y pienso, mientras apuro otro trago de cerveza, que yo podría añadir que en el sinsentido también encuentro sentido a lo que dice Piglia, y, émulo indigno, paso a enumerar y los nombres de Bartleby, K, Wakefield y Godot resuenan en mis oídos. Otras voces, otros ámbitos. Pero volvamos a los escritores que conversan y entonces Piglia menciona a Bolaño y yo me remuevo, como preparándome para lo que viene, que no sé a ciencia cierta lo que será, pero intuyo que será inteligente, que será original, y entonces Villoro, quien a su vez está conversando con Piglia, recuerda a los detectives salvajes y afirma que se dedican “a investigar poéticamente la realidad” y yo no puedo dejar de pensar en Mario Santiago y pienso que quizás esta frase le haría atragantarse de risa o, en el mejo de los casos, quizás hasta le daría un abrazo a Juan y recordarían el largo viaje que hicieron juntos, cuando cruzaron a bordo de un autobús casi todo el DF rumbo a la presentación de un libro en la UNAM, y al llegar aquí no puedo dejar de pensar que en algún rincón de este fragmento, tan enrevesado y caótico, se dijo que “uno sólo puede ser amigo de un escritor si le gusta lo que éste escribe”, y entonces aprovecho para señalar que coincido con esta frase, que incluso quisiera elevar al rango de axioma, y así es como me siento amigo de Villoro, de Piglia y, cómo no, de Bolaño, y disfruto leyendo sus cosas y leyendo también conversamos y me presentan a sus amigos y así conocí a Vila-Matas y a Pauls y a César Aira y a Castellanos Moya, aunque a Lacho lo conocí antes… Pero mejor paro de contar y me pongo a leer, que es lo mismo que escribir y escribir es conversar…
Mario Gallardo es miembro fundador de mimalapalabra, profesor universitario de literatura y compilador de las antologías El relato fantástico en Honduras y Honduras, Narradores Siglo XX; además es autor del libro de cuentos Las virtudes de Onán y acaba de salir de imprenta La danta que hizo dugú, basado en la investigación que realizó en la comunidad garífuna de Masca. Escribir poesía en el país de los imbéciles es un fragmento de la novela homónima -cuyo título está inspirado en un verso de Roberto Bolaño- que se encuentra en preparación.