domingo, 28 de febrero de 2010

8 veces H

 
Hijos de H celebrando un gol (clímax de nuestro patriotismo).
Estaba tan insistente la H en la edición sabatina de El País, que decidí inventariar sus apariciones. 

1. Primero fue en un texto titulado "La gran tentación latinoamericana", en el que comentan que en Colombia al presidente Uribe le niegan la opción de un tercer mandato. La H aparece cuando recuerdan el golpe de Estado del pasado 28 de junio:
"En Honduras, el derrocado presidente Manuel Zelaya intentó reformar la ley para optar a otro período de gobierno, pero el golpe de Estado truncó sus aspiraciones".
Hay que ver con qué ligereza dan por descontado que todo lo ocurrido en H a partir de la fecha mencionada anteriormente es consecuencia directa de la propuesta de la Cuarta Urna, una propuesta que daría lugar a una Asamblea Nacional Constituyente, y que una vez instalada ésta, los ahí reunidos habrían de estudiar democráticamente si se reformaba y modernizaba un poco nuestra vetusta Constitución, y que en el hipotético caso de que una de las reformas concediera la opción de la reelección presidencial, Zelaya decidiera volver a ser candidato, y que en el caso de que así lo decidiera, que finalmente el pueblo votara, en su mayoría, por su reelección, como ocurre en todo país verdaderamente democrático y civilizado, pero para qué volver con la misma babosada, ¿verdad?, si ya nuestra H está resurgiendo, ganándose nuevamente el favor del mundo entero, con su carita y su camisita blanca, pura, democrática e independiente...

2. La H apareció de nuevo en la nota titulada "EE UU se resiste a apoyar a Insulsa para liderar la OEA":
"La secretaria (de Estado de EE UU, Hillary Clinton) está especialmente molesta por la maniobra propiciada por el secretario general en la Asamblea de la OEA de San Pedro Sula (Honduras), en junio pasado, para reincorporar a Cuba a la organización".
Es una situación que, "por la enorme importancia que tiene para mi vida", desconozco, pero que me permite observar de nuevo esa simpática costumbre gringa de meterse en todo y con todos porque, claro, todo lo que hagan todos en todas partes del mundo al fin y al cabo tiene algo que ver con ellos, los gringos. Pero no me interesa indagar en los intereses de la señora Clinton, tan sólo consignar aquí, una a una, las apariciones de la H este sábado en El País.

3. Va la tercera: "Que cada palo aguante su vela" es el título del discurso del presidente de Costa Rica, Óscar Arias, en la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe, en Cancún, México, el pasado 22 de febrero, en donde, entre otras cosas, de esas típicas cosas suyas medio claras medio oscuras, dice:
"Y es también lamentable que en esta Cumbre de la Unidad se encuentre ausente el Gobierno de Honduras, cuyo pueblo es víctima del militarismo y no merece castigo, sino auxilio".
Muchas gracias, señor Arias, pero si su mediación seguirá teniendo el objetivo de caerle bien a todo el mundo mientras bajo bajo planea algo sucio que favorecerá a algunos, mejor ni se meta, que ya le sabemos el juego.

4. "El ciudadano se aleja de sus líderes", es el título de la siguiente nota en donde vuelve a aparecer nuestra querida H. La nota contiene un mapa de los derechos políticos y las libertades civiles, diseñado por Freedom House, un "centro de estudios independiente estadounidense fundado en 1941 que analiza la situación mundial de libertades y democracia", en el que H aparece marcada entre los "países parcialmente libres", de un total de 58 en todo el mundo, a la par de los "países libres" (89) y los "países no libres" (47). Hasta en esto somos "término medio".

5. Otra fugaz mención a la H la encontramos en la nota "El equipo del Mundial", en la que podemos leer la lista casi definitiva de los jugadores que Vicente del Bosque convocó para los próximos partidos amistosos de España antes del Mundial en el que habrá de enfrentarse a la temible selección de H. No se habla mucho de H en esta nota, pero supongo que servirá al menos para que vayamos haciendo cábalas y pensando si es más conveniente que el penal a Casillas lo tire Pavón o Amado Guevara.

6. Ya en Babelia me encuentro un reportaje de Winston Manrique Sabogal sobre el Diccionario de americanismos titulado "Polola, menso, trucho, rumbear...", en el que se cita una frase de Humberto López Morales, el secretario de la Asociación de Academias de la Lengua Española:
"Vale lo mismo el español de Honduras que el de España o el de Argentina".
Es una frase que, si la descubre alguno de los iluminados cerebros de nuestro periodejismo que se la pasan "poniendo en alto el nombre de Honduras", puede hacer correr mucha tinta y saliva, para acabar, probablemente, con la declaración de que ellos (llámense Kilvet Bertrand, Animal de Barro o Reñato Álvarez) son tan buenos periodistas como cualquiera y que escriben y se expresan tan bien como García Márquez, por ejemplo.

7. Una reseña de Caballero Bonald sobre una "antología de la poesía hispanoamericana contemporánea" titulada Cuerpo plural me dejó con curiosidad por saber el nombre del único poeta hondureño incluido. Así que al llegar a casa busqué en Google y descubrí que ese poeta era Fabricio Estrada (por suerte, porque tenía el mal presentimiento de que se trataba de alguno de esos poetas sonámbulos o peripatéticos o simplemente tarados que tanto abundan en nuestra aldea). Felicidades, Fabricio.

8. Y finalmente, en la nota titulada "La vida de los refranes" reúnen a 22 escritores de 22 países para "compartir los refranes preferidos o los que mejor retratan a sus regiones". Así que por H, cómo no, Julio Escoto, que puso esto:
"Bien vale perder un barco por conocer un puerto"
Típico de mi madre. Es bellísimo, poético, nostálgico, no ocupa aclararlo: por la Gran Ilusión vale sacrificar algo o mucho. Otro muy de acá es: "Machete estate en tu vaina". Lo particular es que sólo hay un enunciado a medias, no tiene conclusión verbal. Tampoco la ocupa porque sólo esa oración ya expresa la idea: hay que contenerse, no saltar a la violencia con la primera agresión (mejor que el arma esté quieto en su vaina). También pide no provocar. Cuando alguien está ofendiendo se le dice el refrán, o sea, que haya paz para no pelear, no nos vayamos a las manos.

viernes, 26 de febrero de 2010

¿Es usted lector de Javier Marías?

 
Tercer volumen de Tu rostro mañana.
Acabé el 2009 y empecé el 2010 leyendo Tu rostro mañana, de Javier Marías, y ya lo he dicho varias veces, pero lo repito: es de las mejores novelas que he leído. Que nadie le tema a las 1,600 páginas de sus tres volúmenes porque son un reto que vale la pena. Juan Gabriel Vásquez opina más o menos lo mismo en el siguiente texto tomado de elespectador.com:
El primer libro que leí de Javier Marías fue Corazón tan blanco, y me sigue pareciendo que es ésta la puerta de entrada ideal a su obra.

Lo leí en marzo de 1999; en estos once años he leído todo lo que ha escrito Marías: sus extraordinarias novelas, sus novelas menos extraordinarias, sus varios volúmenes de cuentos o artículos. E incluso he leído lo que no ha escrito, sino traducido: El espejo del mar, de Conrad, lo leí primero en la traducción de Marías que en el original. Lo que quiero decir es que Marías es uno de esos autores rarísimos: los que generan pasiones, los que no permiten las medias tintas. Uno lo colecciona o lo aborrece. Yo lo colecciono, aunque no podría defender todos sus libros. Pero tampoco puedo defender todos los libros de Vargas Llosa, por decir algo, ni de Philip Roth. Y siempre me interesarán más estos novelistas, los que se caen por la borda de tanto llevar las cosas al extremo, que los otros, los medianos que no disgustan a nadie, esos tibios de la literatura.

Pues bien, la última novela de Marías me viene muy bien para ilustrar el punto, porque no se me ocurre, dentro de la literatura contemporánea en español, un libro más radical, más extremista, que Tu rostro mañana. Todos ustedes ya conocen las características externas del libro, sus intimidantes señas particulares: son tres volúmenes de títulos herméticos que Marías publicó en 2001, 2004 y 2007; el total, por lo menos en la edición original, es de 1.608 páginas. Muchos críticos despistados siguen hablando de trilogía, pero no es una trilogía lo que tenemos aquí: es una novela en tres volúmenes, igual que En busca del tiempo perdido es una novela en siete volúmenes. Digo que es un libro extremista y radical porque —y que esto funcione a manera de advertencia— Tu rostro mañana es una especie de hipertrofia de Javier Marías: todos sus rasgos como novelista están ahí, sólo que mucho más. Y eso seduce a sus lectores de siempre, claro, pero impacienta y hasta indigna a quienes no lo son.

¿Y cuáles son esos rasgos que aparecen hipertrofiados en esta novela? Los comienzos meditativos, por ejemplo: igual que Mañana en la batalla piensa en mí y Negra espalda del tiempo, los tres volúmenes de Tu rostro mañana comienzan con esas consideraciones abstractas de los narradores de Marías, y la única diferencia es que en aquellas novelas la meditación duraba un párrafo, y en éstos dura diez páginas. Otro ejemplo: las digresiones. A Marías, lector fiel de Don Quijote y de Tristram Shandy, le ha gustado siempre interrumpir la acción para irse por una rama (que muchas veces, dicho sea de paso, acaba siendo más interesante que el tronco). En otros libros, esa digresión podía durar algunas páginas; en Tu rostro mañana hay una escena magistral en que un inglés, armado con una espada antigua, está a punto de degollar a un español en un baño para minusválidos del Londres del siglo XIX, pero basta con que el hombre levante la espada para que Marías nos tire a la cara una desviación de 70 páginas sobre las armas, el miedo y la Guerra Civil española.

En fin: se trata —como espero haber transmitido, así sea por simple entusiasmo— de una gran novela. Es excesiva, caprichosa, idiosincrásica, y no es necesariamente la que yo recomendaría para empezar a leer a Marías. Pero es una gran novela.

jueves, 25 de febrero de 2010

Presentarán La piel de la ternera

 
Otoniel Natarén Álvarez.
Este viernes 26 de febrero, a las 19:00 horas, Otoniel Natarén Álvarez, poeta progreseño radicado en La Lima, estará presentando su primer libro de poesía, La piel de la ternera (mimalaplabra editores 2010), en el Museo de Antropología e Historia de San Pedro Sula. Lo acompañarán Gustavo Campos y Murvin Andino.

Otoniel acaba de ser incluido en la edición digital de la revista mexicana Círculo de poesía (clic aquí) con una buena cantidad de los poemas de este libro. Antes, habíamos adelantado algo en este blog (clic aquí).

Les recordamos que La piel de la ternera está a la venta en las librerías Caminante (4ta. Calle, 10 Ave., NO, esquina opuesta a los antiguos cines Plaza de Sula) y Metromedia (City Mall) de San Pedro Sula.

Enigma en medio de una vida común y corriente

 
Edward Hopper. Room in New York.
Personajes:
Mujer
Hombre
 
Un hombre y una mujer en un cuarto.
 
Mujer: Estuve pensando qué extraño es esto.
 
Hombre: ¿Qué?
 
Mujer: Esa gente es capaz de vivir junta. Días y noches y años. Cinco años pasan. ¿Cómo lo hacen? Diez, once, doce años. Dos personas haciendo una vida. Compartiendo diez mil alimentos. Hablándose el uno al otro cara a cara, de frente, como sánduches calientes. Todas las palabras que inundan la casa. ¿Qué se dice la gente durante la vida? Atrapados en la sintaxis del otro. La misma voz. La monótona repetición tonal. Te voy a decir algo.
 
Hombre: Me vas a decir algo.
 
Mujer: Allá existe un enigma. La gente detrás de las paredes de la casa marrón de al lado. ¿Qué dicen ellos y cómo sobreviven? Todo ese diálogo frívolo. La nasalidad. La banalidad. Estuve pensando en qué extraño es. ¿Cómo hacen ellos eso, noche tras noche, todas esas noches, esas palabras, eso poco que hacen y sobreviven?
 
Hombre: Hacen el amor. Hacen ensaladas.
 
Mujer: Pero tarde o temprano tienen que hablar. Eso es lo que destroza el mundo. Y no quiero decir que está gradualmente destrozándose por sentarse y escuchar sin ton ni son a la misma persona todo el tiempo. Palabras que se esparcen lejos. Las pausas. Las oraciones. ¿Cuántas miles de veces puedes mirar la misma cara escurrida y ver la boca empezando a abrirse? Todo está siendo primoroso hasta ahora. Es cuando ellos abren sus bocas. Es cuando ellos hablan.
 
(Pausa)
 
Hombre: Todavía no me pasa este resfriado.
 
Mujer: Ponte esas cosas que tú te pones.
 
Hombre: La inyección.
 
Mujer: La vacuna.
 
(Pausa)
 
Hombre: Largo día.
 
Mujer: Largo día.
 
Hombre: Una buena noche de sueño.
 
Mujer: Lento y largo día.
 
(Las luces bajan lentamente)
 
Telón. 

Tomado de elmalpensante.com

martes, 23 de febrero de 2010

V-Matas ahora en el Café Perec

 
El escritor turinés Guido Ceronetti.
Como todo mundo sabe, Vila-Matas dejó de publicar su "Dietario voluble" en El País hace algunos meses. Se ha dado un tiempo, supongo, para ensanchar la oferta de contenidos en su página web (la más completa web que conozco sobre la vida y obra de un escritor), para publicar algunas de sus "Relecturas" en Babelia y para preparar otra novela, Dublinesca, que aparecerá en marzo con Seix Barral. Pero hoy vuelve con un nuevo espacio en El País llamado "Café Perec" y en adelante podremos encontrarlo ahí cada martes ,en su tentativa de agotar ese lugar (¿barcelonés? ¿extranjero?) desde el que puede observar todo lo que ocurre alrededor o desde el que puede mostrarnos algo de lo que ocurre en su imaginación. Se estrena hoy hablando de un escritor italiano poco conocido, y éstas son las primeras líneas:
Entro en mi librería habitual y un caballero que no conozco, un cliente que estaba ya enfilando la puerta de salida, retrasa su partida para preguntarme si me puede entregar Pequeño infierno turinés, de Guido Ceronetti. El nombre de la editorial, me dice, comenta su previsible frágil paso por este mundo: Editorial Días Contados.

lunes, 22 de febrero de 2010

Un médico, una isla

 
Por Giovanni Rodríguez
Hacía muchísimo tiempo que no disfrutaba de la televisión como lo hago desde finales de septiembre, cuando un señor fascista que tenía por jefe me hizo el favor de despedirme de mi trabajo. Tenía algunos años de no ver regularmente algún programa de televisión. Ni noticieros ni series ni documentales. Tan sólo algún partido de fútbol de vez en cuando. Pero, recordando una frase que (supuestamente) Vila-Matas tomó de Vilém Vok: “La vida es corta, pero el día es largo”, me he permitido últimamente dedicarle algunas horas diarias a la televisión, confiando en que habrá tiempo para mis otros intereses durante el resto de cada jornada.

He descubierto dos series interesantes: House y Lost, más que interesantes, interesantísimas, llegando a adictivas. House atrapa desde una atmósfera a primera vista poco atractiva: la de un hospital, con sus enfermos, sus emergencias y sus medicinas, y si ha logrado trascender este, al parecer, obstáculo inicial ha sido porque sus guionistas saben entretejer de manera sorprendente las historias típicas de hospital con las historias personales de sus protagonistas, pero más allá de eso, por la extraordinaria interpretación que hace el actor Hugh Laurie del personaje Gregory House, el mejor médico del hospital, de carácter fuerte, frío, directo y honesto siempre con los pacientes y con los otros médicos de su equipo, a quienes ridiculiza y da lecciones profesionales y de vida por partes iguales. Es un personaje que puede motivar antipatía entre los televidentes, pero estos no podrán negar jamás su inteligencia, su capacidad como científico y su talento para el sarcasmo y la ironía. El Dr. House es un héroe con apariencia de antihéroe, se la pasa salvando vidas desde su aspecto descuidado: sin su bata de médico y con la barba crecida, mientras consume calmantes.

Pero si House resulta adictiva por lo dicho anteriormente, la otra serie, Lost, lo es por su estructura. Todo comienza con un accidente de avión. Sobreviven, al parecer (esto es algo que se cuestiona a la altura del undécimo capítulo), 47 personas, que buscan la manera de convivir mientras esperan un hipotético rescate, en la playa de una isla aparentemente desierta.

Un amigo me ha prestado varios discos con las primeras dos temporadas de Lost. Vi los primeros 12 capítulos en una sola noche. Me preparé una cena rápida con huevos, pan tostado y queso Philadelphia, más una barra de chocolate para después, me senté frente a la pantalla a las ocho de la noche y me levanté casi a las cinco de la mañana para dirigirme a la cama. Demás está decir que soñé con ese ojo que se abre al inicio de cada capítulo y con esa selva oscura y misteriosa de la isla.

En Lost no hay personajes tan entrañables como el Dr. House pero en cambio es una serie capaz de hacer lo que hizo conmigo esa primera noche: mantenerlo a uno con los ojos pelados en la pantalla, mientras se cae el mundo alrededor. En Lost cada cinco minutos surge un nuevo misterio, pero de este misterio se nos van revelando algunas pistas en mínimas dosis a través de constantes flash backs en los que los personajes aparecen con sus respectivas vidas antes de embarcarse en el avión que los llevaría a la isla. La isla se convierte entonces en el receptáculo de las vidas de 47 sobrevivientes, de sus pasiones, de sus problemas, de sus ambiciones, de sus secretos. Y la isla puede con todo eso, y ofrece además su propia cuota pues da la impresión de que tiene vida propia y que es un personaje más, el personaje más misterioso e indescifrable de todos.

House y Lost, dos ejemplos de narrativa inteligente en la pantalla que vale la pena seguir sin sentirse uno culpable por cerrar los libros para encender la televisión.

miércoles, 17 de febrero de 2010

+ book - face

 
Afiche utilizado por La Fundación El Libro para promover la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, Argentina.
Copio y pego aquí cuatro párrafos del artículo que Eduardo Verdú publica hoy en El País, en el que habla del libro en la época del chat, de Facebook y de los videojuegos:
Si la tele se ha quedado obsoleta ¿qué pasa hoy con el libro? El libro ya no está de moda y eso lo revaloriza, pero, sobre todo, revaloriza a quien lo lee. Hoy el libro no es sólo una forma de interesarse, sino de resultar interesante. El lector es un ciudadano voluntarioso e irreductible, un hombre o una mujer reflexivos y ciertamente nostálgicos. Quien entrega la mirada a una novela o un ensayo en lugar de derramarla únicamente por la vida es alguien que aún se busca, una persona confiada en prender su combustible emocional con una mecha de tinta. Alguien que apuesta por otro mundo, por el que la escritura le descorchará dentro. Pero esa vivencia íntima no le convierte en un introvertido, un asocial o un huraño, sino en un individuo generoso, receptivo a la voz de otras gentes en otros lugares y tiempos. 

Hoy leer es un ejercicio de autoestima y de fe, pero no necesariamente de cultura y mucho menos de libertad. Ante el apocalipsis del libro, frente al holocausto de la lectura a manos de una generación de nativos digitales, de una juventud ni-ni de piercings y twitter, el libro se ha santificado. Eslóganes como "leer nos hace más libres" han abovedado iniciativas que encumbran sobremanera la lectura, que hacen del consumo de libros casi un arte, un ejercicio de intelectualidad y purificación espiritual. No se es más libre leyendo un libro que explorando un videojuego o una película. No culturizan más las novelas policiacas, las trilogías vampíricas o los best sellers suecos que el rock o Facebook. Hoy la mayoría de los lectores consumen productos de entretenimiento, simples y fútiles, lo valioso no es el contenido, sino la forma de absorberlo, seguir importando con la imaginación universos y pensamientos ajenos. 

En este presente visual y táctil, en estos tiempos de chats y apps, es complicado ganar lectores, que un adolescente se quede quieto en un sofá recorriendo con la vista una página impresa, inmóvil, sin que nada se agite o se ilumine, sin que suene ninguna explosión ni ninguna sirena. El niño concibe el libro como un objeto muerto al que debe insuflar vida a través de un gran esfuerzo sin estar seguro de recuperar la inversión. Pero el libro es tan interactivo como un videojuego, un móvil o una web. Mientras que a través de una consola o de la red intervenimos en un escenario desconocido, con la lectura es el libro quien penetra en nosotros. Es cierto que el tiempo y la energía que demanda una publicación superan a las de una película o un videojuego, pero la recompensa también es mayor. 

Durante una partida audiovisual e interactiva somos el protagonista de una historia que maleamos a nuestro antojo, nos investimos de una vida que olvidaremos en cuanto apaguemos el aparato. Leyendo, en cambio, serán las páginas quienes se muevan dentro de nosotros, quienes nos alteren y nos transformen, y no únicamente durante la lectura, sino mucho tiempo después de mirar el punto final. El impacto emocional o intelectual de un escrito puede ser profundo y duradero, crucial. Con los libros quizá ya no se construya el porvenir, pero se sigue amueblando la memoria.

lunes, 15 de febrero de 2010

El país desde afuera


Algún lugar de SPS, visto con Google Earth.
Por Giovanni Rodríguez
Ayer, mientras me tomaba un café, pensaba en las posibles consecuencias (para mí mismo, por supuesto) de mi hipotético regreso a H. ¿Cuánto tardaría en esfumarse este insólito deseo de volver a caminar por sus calles, de volver a encontrarme con mi familia y con mis amigos?

Una vez leí un artículo en el que el escritor argentino Andrés Neuman hablaba de la perspectiva con que uno observa a su país cuando lleva cierto tiempo viviendo fuera. Decía Neuman algo así como que se llegaban a entender mejor las circunstancias del país si uno podía confrontarlas con sus circunstancias actuales, si uno se convertía en un observador externo, foráneo y sin embargo nativo. Agregaba también lo del amor a su país y lo del odio a su país, ambas cosas en partes iguales, que nacían, o crecían, o tan sólo se exacerbaban en la medida en que uno era capaz de identificar plenamente su posición, no sólo geográfica sino también sentimental o intelectual, con respecto a su país.

¿Cuál es mi posición actual con respecto a H? ¿Desde qué lugar geográfico, sentimental e intelectual observo a H? Era esto lo que pensaba ayer mientras pasaba el rato en mi Café Kubista y miraba a la gente caminar afuera con la prisa a que los empuja el viento frío de esta época del año. ¿Cuánto tiempo tardaría en volver a desencantarme de H una vez habiendo vuelto?

Hay unos versos de Tomás Segovia que siempre me han acompañado. Los puse de epígrafe en mi primer libro de poesía y la imagen que evoca aparece en muchas de las circunstancias de mi vida: “Y salir a mirarme desde afuera/ cómo me quedo dentro”. Es precisamente eso lo que hago ahora: salir a mirarme desde afuera de mis propias fronteras para identificar lo que soy, lo que hay de mí o lo que queda de mí allá adentro. En estos versos, si los aplico al tema que me ocupa en esto que ahora escribo, el cuerpo es la metáfora del país. Mi país es mi cuerpo y yo tan sólo algo que ha salido de él, pero que nunca ha salido en su totalidad y se observa, disgregado, desarraigado y sin embargo nostálgico, desde lejos para aprender a conocerse verdaderamente. Es la óptica del Google Earth, me digo, con la que puedo simular que salgo pero sigo inevitablemente dentro.

Es posible que se haya tratado en un principio de un asunto de incompatibilidad, o que al menos yo lo haya entendido así. Nunca fueron compatibles mi temperamento y el “temperamento de H”, por decirlo de alguna manera. Pero si dije “en un principio” no significa que ahora, nel mezzo del cammin di nostra vita, piense que esta incompatibilidad ha cambiado. La incompatibilidad sigue ahí y lo que ha cambiado es mi perspectiva. Y esta perspectiva, que tiene su punto de origen en España y está a trece horas de vuelo, empieza a admitir la posibilidad de algo parecido a la tolerancia.

¿Cuánto tardaré, una vez reacostumbrándome a la falta de bibliotecas y librerías, a la falta de algún diario serio y legible para leer por las mañanas, a la falta de un cómodo café como este Café Kubista, a la falta de esa agradable sensación de anonimato que puede disfrutarse en las grandes ciudades, cuanto tardaré, decía, en hartarme de nuevo, en volver a considerar todo eso insoportable y en buscar la manera de huir, como la primera vez?

Información para los turistas: H es un lugar horrible para vivir pero hermoso para ir por unas cortas vacaciones.

domingo, 14 de febrero de 2010

Los egos revueltos de Juan Cruz

 
Portada del libro de Juan Cruz.
"Cada vez que aparece un nombre, con él viene una historia", escribe Juan Cruz. Así, los senderos del libro se bifurcan continuamente y un viaje a la casa londinense de Guillermo Cabrera Infante, por ahí empieza todo, puede quedar interrumpido durante decenas de páginas porque en el trayecto se cruzan Juan Marsé, Julio Caro Baroja ("la entrevista más seria de mi vida") o una comida en Chile durante la que surge el título del libro a partir de una frase: los escritores desayunan egos revueltos.
Es Javier Rodríguez Marcos comentando en esta nota de Babelia el libro Egos revueltos, de Juan Cruz, publicado porTusquets, que habla de los escritores que el autor ha conocido a lo largo de su vida como periodista o editor, y que se rige por teorías como "la teoría universal del ego":
Lidiar con el ego de un escritor va en el sueldo de su editor porque "la literatura es el ego escrito". Un editor es "un confesor laico que recibe a gente que le confía libros, palabras, solicitud de salvavidas", alguien cuyo primer mandamiento es: no juntar a dos autores de la misma generación para evitar el choque de trenes ("los iguales se repelen, a no ser que se junten por su gusto". 

Los editores son, sobre todo, acompañantes. Ésa es una de las tesis mayores de Egos revueltos. "El autor necesita auxilio, y aunque no lo pida, tú se lo has de dar; ser editor, además de conducir de la mejor manera posible las ideas que están detrás de los libros, es también ser farmacia de guardia, médico de guardia, estanco de guardia, dentista de guardia, periódico de guardia, comisaría de guardia y hasta salvavidas de guardia; al menos has de estar dispuesto a serlo". Las peticiones de un autor no admiten demora, ya necesite compañía para ir al baño (Borges) o para dormir (Cela), un dentista (John Berger), un oculista (Paul Bowles), un fisioterapeuta (Vargas Llosa, Azcona) o un helicóptero de madrugada (Carmen Balcells para sacar a Nélida Piñon de un atasco provocado por la nieve). Una novela de aventuras, vamos. A veces dictada por Kafka. Escrita a veces por Groucho Marx. O por Torrente Ballester, que en la presentación de Vigilia del almirante, de Roa Bastos, le dice a Juan Cruz por lo bajo antes de tomar la palabra: "Qué novela tan mala". A lo que el entonces editor responde: "Don Gonzalo, pero usted no lo diga".

"Ahora se muere gente que antes nunca se moría", dice Juan Cruz que dice García Márquez. Egos revueltos es también una larga despedida de escritores admirados que terminaron siendo amigos de su autor: "Mi vida ha sido, hasta ahora que la cuento en relación con los egos que he ido tratando o descubriendo, una especie de confabulación para hacer que la gente sea feliz, y seguramente no lo he conseguido nunca; pero siempre he estado disponible, como si me sintiera en la obligación de proporcionar a los escritores papel y lápiz para que escribieran sus libros (cuando fui editor), por eso viene de más lejos, de cuando yo era un niño y necesitaba animar a los demás para que vinieran a jugar conmigo". Ese niño recorre también este libro. Lo descubrirán aquellos que empiecen a leerlo por la primera página y no por el índice onomástico. Ese niño carga con el Ventolín como remedio contra el asma, con la literatura como remedio para todo lo demás.

¿El vacío en la era del vacío?

 
Portada de Aire nuestro, de Manuel Vilas, publicado por Alfaguara.
Rafael Reig comenta, en el suplemento cultural del ABC, Aire nuestro (una novela de Manuel Vilas que trata de esto):
Envidioso como soy, me fastidia decirlo, pero a Manuel Vilas (no le conozco, vaya por delante) le sobra talento, imaginación y capacidad narrativa. Sin embargo, creo que se ha propuesto esta vez dar una puntada (literaria) sin hilo (narrativo). Y lo ha conseguido, aunque nos lleve a preguntarnos qué esperamos de una novela (o precisamente por eso).Ya sé que vivimos en un «capitalismo de ficción» (como diría Verdú), que nuestra experiencia de la realidad es fragmentaria y discontinua, como la del que hace zapping, y que la propia identidad es apenas una conjetura. Vale, pero me resisto a la analogía mecánica: para expresar que la vida es aburrida, ¿valdrá la pena escribir una novela aburrida? Para contar una existencia vacía, ¿habrá que escribir algo vacío? Para mostrar que la realidad no tiene sentido ni hilo que la sujete, ¿no hay más remedio que prescindir del argumento y los personajes? A mí me parece tan desproporcionado como casarse sólo por no discutir, suicidarse para demostrar que uno lleva razón o negarse a comer, para que se joda el sargento.

viernes, 12 de febrero de 2010

¿Dónde están los lectores?

 
Y vuelve también Juan Gabriel Vásquez, esta vez para hablarnos de los lectores, que están en vías de extinción. El ejemplo en este artículo es Colombia, que, con todo, tiene un Nobel de Literatura. Ya podrán imaginar ustedes lo que sucede en H, en donde la mayoría no sabe identificar las diferencias entre un manual de jardinería y una obra literaria. Veamos lo que nos dice JGV en su columna de El Espectador:
Debe ser que el tema está en el aire. En pocos días me he encontrado con varios textos, más o menos largos, que tienen en común una cierta preocupación, más o menos directa, por los lectores colombianos.

Andrés Hoyos, en su columna del miércoles pasado en este periódico, se lamentaba de la guerra que algunos medios le han declarado a los textos de cierta longitud y cierta profundidad; la revista Arcadia, en su editorial, lamentaba que los editores se hayan dedicado a publicar best sellers baratos. Y mientras leía yo todo eso me llegó un correo electrónico del escritor Pedro Badrán, que había leído mi columna de la semana pasada sobre la incapacidad de los lectores para entender un escrito irónico, y me decía: “El problema no es la muerte de la ironía sino sencillamente que en Colombia la gente no sabe leer (y lo que es peor, cree saber leer)”.

Y tal vez tenga razón. Basta echar una mirada a los incontables foros de internet para tomarle el pulso al triste estado de las cosas: demasiados lectores no entienden lo que leen. Curiosamente (o tal vez no tanto), los comentaristas que menos comprensión demuestran son los que con más dedicación insultan; los comentaristas que más insultan, por la misma lógica, son los que peor escriben. Y esto ocurre siempre: no hay excepciones a esta regla. Los comentaristas de una columna cualquiera, de la posición política que sea, tienen una capacidad extraordinaria para encontrar en el texto lo que quieren encontrar, aun si el columnista no lo ha dicho ni por asomo; el texto, para ellos, es un trampolín desde el cual ventilar sus resentimientos, sus frustraciones, sus manías. Por supuesto que algunos sí entienden y, tras renunciar al impulso de mantener una discusión civilizada, se dedican a explicarle al vecino lo que dice la columna mientras el vecino se limita a lanzar insultos pésimamente redactados.

En este panorama la asignación de culpas suele ser una serpiente que se muerde la cola. ¿Se reduce el espacio en los medios porque los lectores no soportan nada medianamente profundo, o son los medios los responsables de infantilizar a los lectores mediante la estrategia,  muy probada, de apelar al común denominador más bajo? ¿Publican basura las editoriales porque los editores han dejado de leer, o la publican porque los lectores mediocres la exigen a gritos, porque los suplementos culturales son incapaces de explicar cuál es la diferencia entre un libro bueno y uno malo? Miro la biblioteca que tengo al lado y me doy cuenta de que Norma publica en Colombia a Alberto Manguel y Alfaguara publica en Colombia a Thomas Lynch, con lo cual no todo es el filisteísmo que señala Arcadia. Según los números, sin embargo, los lectores siguen prefiriendo la autoayuda ñoña de Paulo Coelho, el amarillismo prefabricado de las tetas y el paraíso, las banalidades falsamente enigmáticas del Código Da Vinci.

La gran pregunta es: ¿qué importancia tiene todo esto? Y la respuesta nunca es sencilla. La buena literatura y el buen periodismo no son sólo material para que los universitarios saquen fotocopias: son herramientas para entender el mundo, y en la vida diaria es muy fácil distinguir a los que las tienen de los que no. El problema es que decir estas cosas no está de moda, y quien sostenga que leer a Orwell o a Borges tiene un efecto real en nuestra vida de ciudadanos, en nuestra manera de hablar de política o de elegir presidentes, se arriesga a ser ridiculizado. Hoyos habla en su columna de lectores en vía de extinción. Yo me pregunto: ¿qué piensan esos lectores?

miércoles, 10 de febrero de 2010

Los libros y la vida

Vuelve Héctor Abad Faciolince con un artículo sobre literatura y vida, tema fetiche en este blog:
Alguien dijo alguna vez que hay tres tipos de personas: las que viven la vida, las que la escriben y las que la leen.

Si pienso en el primer tipo, recuerdo a un amigo mío, vividor, que —como me lo explicó una vez Santiago Gamboa— “se pasó la vida tratando de empezar una nueva vida”. Nada, ni lo más desaforado, le parecía nunca suficientemente vital. Empezó tantas vidas que no terminó ninguna y al final vivió con tanta intensidad cada una de ellas que resolvió que nadie le iba a quitar el último pedazo de vida que le quedaba y terminó quitándosela él mismo.

Del segundo tipo de persona, los que escriben la vida, o mejor, los que dedican la vida a escribir, no se me ocurre mejor ejemplo que el de Gustave Flaubert. Se impuso a sí mismo la rutina más sosa y carente de interés que pudo —repetitiva, sobria, retirada— con el único fin de vivirlo todo en su obra. Esto le dijo en una carta a Louise Colet: “Llevo una vida áspera, carente de toda alegría exterior y lo único que me sostiene es una especie de rabia permanente. Amo mi trabajo con un amor frenético y pervertido, como un asceta el cilicio que le araña el vientre. Escribo con regularidad unas diez horas diarias, y si me molestan, me pongo frenético. Ya no espero nada de la vida excepto unas cuantas hojas de papel que emborronar de negro”. Y este era su dogma práctico: “Hay que vivir como un burgués y hay que pensar como un semidiós”.

Los del tercer tipo son personas que dedican su vida a leer. Son, de algún modo, vividores vicarios. Todo lo que no aman, todo lo que no lloran, todo lo que no luchan o trabajan, lo experimentan en los libros. No se me ocurre un ejemplar más acabado de esta especie que ese viejo lector ciego, Borges, que vivió más bien poco, escribió maravillas, y leyó o le leyeron sin parar. Su lema, no por excesivamente citado, deja de seguir siendo hermoso: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.

Quizás estos tipos de hombre correspondan también a una diferencia de carácter más honda, que ya no es ternaria sino binaria: aquellos que prefieren la vida activa frente a los que escogen la vida contemplativa. Hay quienes hacen y hay quienes piensan; están los que hablan y otros que se muerden la lengua. Por supuesto que no es necesario vivir exclusivamente de una manera. Se puede vivir, con distintas proporciones, a ratos en la realidad y a ratos en el sueño. Borges, por ejemplo, en sus 86 años de vida, estuvo casado 17 meses con su primera esposa, y con la última tres. Es poco, pero es algo. De Flaubert se dice que se retiró del mundo después de que contrajera la sífilis en un aventurero viaje de juventud a Egipto. No le quedaron ganas de una vida de excesos.

Por deformación profesional he citado casos de escritores, pero supongo que algo parecido ocurre en otras profesiones. Todos conocemos adictos a la sociedad y cusumbosolos. Si me preguntaran qué quisiera más para mí (o para mis hijos), si una vida intensamente vivida, o una vida leída, o una vida dedicada a un oficio retirado como las matemáticas o la escritura, no sabría responder con una receta. Flaubert, cuando escribía sobre una pobre mujer adúltera, vivía con tanta intensidad su adulterio como si fuera él el pecador. No creo que el gozo de Borges leyendo a Kipling fuera menos que el de un viajero en India.

De mí puedo decir que me gusta vivir lo que leo en los libros. Si el protagonista toma ginebra, no puedo resistirme a servirme una. Si un personaje es celoso, acabo haciendo una escena de celos en mi casa. Hace poco leí sobre un viejo escritor con cáncer de próstata y esa misma semana me medí el antígeno y pedí cita urgente con el urólogo. Y por otro lado, muchas cosas que vivo me provoca escribirlas, acomodándolas algo en el recuerdo, y otras que me imagino, me encantaría llevarlas a la vida real. No he podido saber a qué tipo humano pertenezco. No concibo vivir, en todo caso, sin escribir cada día, sin leer cada noche, ni sin salir a disfrutar a ratos el espectáculo del mundo.

martes, 9 de febrero de 2010

Bolaño al cine. Segundo intento

 
Alicia Scherson ayer en Madrid. Foto: GUILLERMO SANZ.
Primero fue una mexicana la que se propuso llevar al cine una novela de Bolaño (Los detectives salvajes);. Al parecer ésta adquirió los derechos hace mucho tiempo pero aún no se decide a empezar. Ahora es una chilena la que quiere adaptar Una novelita lumpen, aunque ella sí tiene, al parecer, fecha de arranque. En esta nota de Público nos lo cuentan todo:
Acaba de regresar de Roma, donde estuvo buscando localizaciones para su tercera película. La directora Alicia Scherson (Santiago de Chile, 1974) empezará a rodar en enero de 2011 la primera adaptación de una novela de Roberto Bolaño. Se llamará El futuro, y estará basada en el último libro que se editó mientras vivía el escritor, Una novelita lumpen (2002). 

"Al ser un libro de encargo, tiene un punto un poco bastardo. Me alivia porque no estoy tomando la obra maestra. No me atrevería a adaptar Los detectives salvajes", reconoció ayer desde un hotel del centro de Madrid. Las rocambolescas peripecias romanas de dos hermanos huérfanos es, para la realizadora, la historia más cinematográfica de Bolaño. "Tiene un poco de serie B: acción, sexo y referencias cinéfilas directas en el personaje de un viejo actor de cine peplum, Maciste". 

Scherson encontró en el libro conexiones con los personajes que había desarrollado en sus dos anteriores filmes, Play (2005) y Turistas (2009): "Bianca, la protagonista de la novela, se me hizo muy familiar porque es alguien que está un poco fuera de las convenciones sociales o al menos las cuestiona", precisa la directora, que ganó el premio a la mejor dirección novel en el festival neoyorkino de Tribeca de 2005 con Play

Al acabar de leer la novela, allá por 2005, Scherson se armó de valor y voló a Barcelona para verse con Carmen Balcells, la agente de Bolaño en aquel tiempo. "Me hice con los derechos sin contar con ningún respaldo", cuenta. Pasados cinco años ha conseguido implicar a productoras de Chile, Italia y España, y buscará en el Festival de Berlín un cuarto socio. Pero, antes de partir a la Berlinale estará en Madrid presentando en la Casa de América Play y Turistas, dos filmes que a pesar de haber recorrido un puñado de festivales internacionales no se han estrenado en España. Dos películas atravesadas por el deseo de ser otro. Su economía de medios, la relación entre las personas y los lugares y el gusto por los inadaptados son las señas de identidad de esta chilena, que dice admirar a los que dudan.

lunes, 8 de febrero de 2010

Malditos tiempos modernos

En otros tiempos la mejor manera de preservar las copias de los textos escritos era utilizando papel carbón. El original y dos copias es lo que quedaba para guardar celosamente. En esos tiempos, y con esas copias obtenidas, había que ser muy cuidadoso. La humedad y el fuego eran los peligros latentes, pero en algunos casos también la censura y el permanente acecho de unas autoridades mojigatas, intolerantes y represoras. Se hablaba de manuscritos o de mecanoscritos. Eran los tiempos en los que la humanidad ni soñaba con Internet, con los e-mails ni con los programas procesadores de textos. No soñaba siquiera con las computadoras.

Ahora, en estos tiempos modernos, todo es distinto. No soñamos con todas esas cosas sino que las usamos permanentemente; y algunos incluso no podríamos concebir otra manera de sobrevivir en este mundo y en estos tiempos sin las posibilidades que ofrece el wi-fi, el correo electrónico y los archivos en bytes.

No me imagino, por ejemplo, escribiendo este texto a mano, mientras mojo la pluma en el tintero, a la luz de una vela en el siglo XVI. Ni siquiera logro imaginarme escribiéndolo en la máquina de escribir que mi mamá, experta mecanógrafa, aún guarda en el fondo de un armario de mi casa en el pueblo. Es que vine a nacer en estos tiempos modernos. Soy uno más de la generación Google, de la generación Facebook, de la generación YouTube.

Recuerdo las vicisitudes de Reinaldo Arenas cuando vivía en Cuba y trataba de preservar el manuscrito de alguna de sus novelas, probablemente la titulada Otra vez el mar, que llegó a escribir tres veces porque las dos primeras versiones le fueron decomisadas por el gobierno de Fidel Castro y, si no falla mi memoria lectora, logró ver la luz tan sólo porque introdujo, por partes y en varias ocasiones, la tercera de estas versiones en su cavidad anal, para pasarla con éxito por los controles de la prisión en donde se encontraba recluido y entregársela a dos amigos que la publicarían finalmente en Francia.

Se supone que en estos tiempos ya no deberíamos tener problemas para preservar nuestros escritos. Podemos guardar copias en varias computadoras, en nuestra cuenta de correo electrónico, en alguna página web. Incluso podemos imprimirlos cuantas veces deseemos. Y sin embargo son muchos los casos de personas a las que alguna vez un virus o el fin de la vida útil de su computadora acabaron llevándose al limbo informático el trabajo de algunos meses o años.

Acaba de ocurrirme algo parecido. Acaba de ocurrirme, además, por segunda vez. Por fortuna en esta ocasión no tendré que rescribir demasiado. Tan sólo sondear por aquí y por allá para reagrupar textos, y después, eso sí, volver a corregirlos. Es el precio que se paga por pertenecer a estos tiempos modernos, por ser uno más de la generación Google o Facebook o YouTube.

Algo más peligroso que la humedad, el fuego o la censura son los virus de las computadoras y las computadoras mismas. Y más peligrosa aún es la aparente seguridad que uno adquiere con las herramientas de la tecnología, al grado de llegar, a veces, a confiar absolutamente en ellas, como si fueran ellas las que habrán de sufrir a la hora de las pérdidas. A veces da rabia pertenecer a estos tiempos, a estos malditos tiempos modernos.

viernes, 5 de febrero de 2010

Vuelve 2666 versión Àlex Rigola


Escena de "La parte de Fate", de la obra 2666 de Àlex Rigola.
Las tres funciones de 2666, desde hoy y hasta el domingo, en el Teatre Lliure, se han convertido en un acontecimiento para el que no quedan localidades. A pesar de tratarse de una reposición –procede del Grec del 2007–, a pesar de su duración de cinco horas, la obra, basada en la novela homónima de Roberto Bolaño y dirigida por Àlex Rigola, ha levantado una enorme expectación por los elogios cosechados en su paso por Europa y América y por la imparable aura de mito literario alcanzada por Bolaño tras su muerte.
¿Cómo se le ocurrió adaptar una novela de 1.119 páginas?
Yo buscaba dirigir una pieza épica, por su dimensión, con muchos personajes que se conectaran. Pensaba en "Los siete afluentes del río Ota" de Robert Lepage. Buscaba mis propios afluentes en textos teatrales, y no las encontraba. Buscaba una historia que la gente no conociera, como los juglares que sorprendían al público con nuevas historias, sentía que había pasado mi etapa de hacer clásicos. Shakespeare es muy bueno, pero todo el mundo sabe cómo acaba. Vi, de repente, que la novela que yo había devorado y estaba recomendando a todos mis amigos cumplía esas condiciones y además mostraba una temática social que, bajo mi punto de vista, es importantísima para el teatro. Era, asimismo, una novela que contenía cinco novelas, lo que permitía a mí pasar por cinco formas de narrativa teatral.
Es su obra más ambiciosa...
Sí, sin duda. Transcurrido un año y medio después de cada estreno, acostumbro a detestar mis propias obras, casi sin excepciones. Con 2666 no me sucede. 2666 es como una summa de lo que soy, me permite mostrar todos los caminos que he seguido en mi carrera, todo lo que he hecho estos años, cada una de las cinco partes es un lenguaje teatral diferente.
¿Cuál es el tema principal?
Habla de muchas cosas pero sobre todo de la capacidad del ser humano de apartar la vista de lo que está sucediendo cuando no nos gusta. En Ciudad Juárez –la Santa Teresa de la obra– hay siete asesinatos cada día, es la ciudad más peligrosa del mundo y, hasta hace muy poco, ese era un hecho absolutamente desconocido.
¿Qué tiene esa ciudad?
Es la frontera entre el tercer mundo y el país más rico del planeta. Es tal vez el único lugar del mundo donde esa frontera es solamente una línea: normalmente hay un mar, países intermedios, una cordillera… Es el reino de las maquiladoras, fábricas donde reina la esclavitud, y los trabajadores fabrican productos en condiciones de vergüenza, como las anteriores a la revolución industrial. Y a todo ello se suma el negocio de la droga, que genera una economía sumergida gigantesca, dinero fácil, prostitución… La gente crece en un entorno en el que el valor de la vida es tan bajo que los jóvenes, colocados tras una noche de marcha, esperan que salga una trabajadora de la maquiladora y, en vez de irse a pagar un servicio sexual, la violan y luego, para que no haya problemas, la matan. Y el desierto está lleno de cadáveres. En este contexto se desarrolla también la violencia entre bandas por el control del negocio.
Usted ha dicho que es una ciudad capitalista llevada al extremo.
Sí, es el mismo funcionamiento. El capitalismo es un sistema basado en el ego, no en el individuo, como se dice. El individuo, justamente, es atacado desde todos los lados. Ciudad Juárez es el paraíso capitalista, el extremo total: los empresarios contratan a quien quieren al precio que quieren.
Bolaño dijo: "Escribir bien lo puede hacer cualquiera, la literatura de calidad es saber meter la cabeza en lo oscuro". ¿Es su idea del teatro?
Sí, no siempre lo conseguimos, eh, es algo que nos tenemos que recordar cada vez. Bolaño, hay que decirlo, escribía muy bien, fuera de lo normal, porque procede de la poesía y su lenguaje funciona teatralmente, todas las frases provienen del libro. No es un Larsson, vaya.
¿En qué sentido?
He leído a Larsson y me ha enganchado, pero su prosa es tramposa, artificial. Engancha la trama pero, al finalizar, te invade una sensación de pérdida de tiempo porque, para eso, mejor me voy al cine. Dedicar 30 horas a la lectura de una cosa superflua es más grave que dedicarle solamente dos. Y encima esa vacuidad se esconde tras la denuncia de la violencia de género. Para mí, 2666 es la verdadera novela denuncia de la violencia de género, porque nos cuenta los asesinatos reales de mujeres en Ciudad Juárez. En Larsson la violencia de género no es más que una excusa para la distracción, no hay calidad.
¿Cuánto tardó en leer la novela?
La he leído muchas veces. Unas 50 horas la primera vez, tenga en cuenta que la gente del teatro leemos mentalmenete en voz alta, sin verbalizar pero, en vez de leer significados, yo escucho los fonemas, y me la iba imaginando representada a medida que la leía.
Vamos por la primera parte, La parte de los críticos.
Es una conferencia. Los cuatro profesores explican su tesis doctoral sobre Archimboldi, ese escritor que nadie ha visto y del que nadie sabe nada. Comienzan hablando de él y acaban explicando su propia vida.
La segunda, La parte de Amalfitano.
La parte teatral más clásica, con géneros que permiten mostrar lo sobrenatural, la angustia, la tristeza. Los estudiosos se trasladan a Santa Teresa y allí conocen a Amalfitano, un trasunto de Bolaño, porque es de Barcelona y de padre chileno. Ha ido a Ciudad Juárez con su hija. Su mujer, Lola, es una gruppie de Leopoldo Panero, un poeta loco al que nunca se cita por el nombre.
La tercera, La parte de Fate.
Es la parte en que el libro es una novela policíaca. Un periodista negro llega desde Detroit para cubrir un combate de boxeo y se encuentra con los asesinatos de mujeres. Y conoce a la hija de Amalfitano. Es la parte más complicada en cuanto a la acción, porque hay que representar varios miedos, el mundo de la noche, de las drogas… y lo hacemos en un solo espacio, hemos creado una caja verde en la que se pueden sentir estos temores.
La cuarta, La parte de los crímenes.
Hemos montado una instalación, que reproduce el desierto de Ciudad Juárez. Si tuviéramos que escoger una sola parte que describa la obra sería esta, con la descripción de los asesinatos de mujeres. Y cómo las autoridades se mueven en relación a los hechos, y las diferentes actuaciones de los policías. Hay miles de historias pequeñitas, que podrían ser relatos y que hemos tenido que seleccionar mucho. Es dramaticamente bella y clásica.
¿No es muy dura?
Le voy a decir algo: sabía perfectamente cómo acabar esta parte consiguiendo un magnífico aplauso del público, pero mi voluntad fue que los espectadores no salieran contentos, que experimentaran una sensación desagradable y extraña. De la tragedia hacemos belleza y, en vez de un final amable, acabamos de forma muy dura.
La quinta, La parte de Archimboldi.
Un espacio vacío, con la historia del escritor. Hay una gran crítica a la Alemania nazi y también al comunismo, aunque por este segundo aspecto hemos pasado de puntillas porque no nos cabía.
¿Habrá más funciones?
Nos lo estamos planteando. Creíamos que era anticomercial, por eso tenía sentido hacerlo en un teatro público, porque era un proyecto de riesgo. Y, en cambio, agotamos las localidades...

Entrevista de Xavi Ayén a Àlex Rigola en La Vanguardia.

La carretera: De la nada a ninguna parte


Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee, de perfil, en La carretera.
Cuando una película anunciada está por llegar a las salas de cine, me voy a buscar la crítica de Carlos Boyero en El País. Así, reduzco las posibilidades de equivocarme. Confío en el criterio de Boyero, que nunca apreta la boca ni se muerde la lengua y sabe cuándo tirar unas discretas flores. Hoy estrenan La carretera en las salas de cine de España, película basada en la magnífica novela de Cormac McCarthy, con Viggo Mortensen como protagonista, y esto es lo que escribió Boyero, ésta es su invitación al cine para esta semana:
En las perplejas y desoladas reflexiones mentales que hace el hastiado sheriff de No es país para viejos, en la visita que hace al solitario anciano que está impedido en una silla de ruedas, en la sombría atmósfera de ese libro excepcional, latía el sentimiento de que el mundo se estaba pudriendo irremediablemente, que el mal era tan caprichoso como invencible. En La carretera, su siguiente novela, Cormac McCarthy nos cuenta que ya ha llegado el Apocalipsis. No ofrece las razones. ¿Qué más da? Sólo ofrece un doloroso y angustioso tratado de supervivencia, ese instinto animal que permanece aunque todo sea oscuridad y devastación, la esperanza de encontrar un refugio duradero en un lugar remoto. Centrada en un padre y su desarmante niño, descrita su relación por McCarthy como "el uno para el otro, todo cuanto tienen en el mundo", esta estremecedora novela te engancha en el corazón de principio a fin. Esa prosa honda y desgarrada te hace vivir el camino pedregroso e infectado de peligros que recorren los vagabundos, te contagia el miedo de que los caníbales que pueblan montes, valles y carreteras se los zampen, hace que compartas su lógico desfallecimiento y su épica determinación de seguir adelante, que sientas su frío, su hambre, su terror, su exaltación, los recuerdos lacerantes de que alguna vez existió el esplendor en la hierba, la tentación de acabar con todo para no prolongar el sufrimiento.

Temática tan angustiosa no invitaba a que las productoras de Hollywood apostaran por ella, a que invirtieran demasiado dinero reconstruyendo un infierno sin salida. Tampoco están los tiempos ni el ánimo de los espectadores para historias con planteamiento y desarrollo tenebroso e imposible final feliz, a no ser que el que invierte la pasta sea tan bellaco y tan cínico como para cambiar el espíritu del texto literario e inventarse un desenlace complaciente y al gusto del espectador más convencional.

El director John Hillcoat ha optado por la fidelidad absoluta al texto de McCarthy. Retrata con arte poderoso ese indeseable universo. Sus imágenes, los personajes, sonidos y situaciones que describe son tal como imaginábamos al leer la novela. Está obsesionado con dotar de fisicidad el recorrido de esos cuerpos temblorosos, de esas almas perdidas.

Ocurren muchas cosas en La carretera. La mayoría de ellas horrorosas, pero también hay respiros y oasis, la sensación de que en el mundo que se ha tornado embrutecido y salvaje, en el que la única norma es el sálvese quien pueda, hay vestigios de humanidad. Es dura pero también muy tierna la historia de amor entre ese padre forzosamente pragmático y ferozmente precavido ante los monstruos que les amenazan y ese hijo que no ha perdido la inocencia a pesar de los pesares. Sus escasos y compartidos momentos de alegría te conmueven y cuando todo invita a la claudicación a ti también se te encoge el alma. Nunca he oído un llanto tan auténtico e hiriente (ignoro lo que habrá hecho con él los casi siempre temibles doblajes) que el de ese crío a la intemperie.

Si el trabajo de Hillcoat posee una notable fuerza visual, ambiental y sentimental, las interpretaciones de Viggo Mortensen y del niño Kodi Smit-McPhee, la comunicación y la química que establecen entre ellos, son admirables. También está más allá del elogio la obra de arte que ha logrado la fotografía de Javier Aguirresarobe. Te hace respirar el frío, las cenizas, el dolor deprimente grisáceo de una insoportable jungla. El Oscar se degrada al haberlos desdeñado en sus candidaturas.

jueves, 4 de febrero de 2010

Contra los poetas


El texto que sigue fue publicado por Alejandro Zambra originalmente en Etiqueta Negra, pero no lo saco hoy de ahí sino de este otro sitio: Cinosargo, porque el archivo de la otra está un poco jodido. Se trata de un repaso rápido a la vida de un poeta cualquiera. Se parecen tanto los poetas de todas partes que es casi imposible equivocarse al generalizar. ¡Qué vidas más tristes y aburridas!
A los veinte años ya acumulan experiencias importantes: han publicado poemas en revistas y antologías, han participado en talleres, han escrito artículos para anuarios escolares y quizá han concedido una o dos precoces entrevistas. Ya tienen listos sus primeros libros, que están a punto de aparecer en editoriales emergentes. Son libros muy malos, pero por ahora eso no importa. Sus poemas son largos y sentenciosos, abusan de los gerundios, de los signos de exclamación y de los puntos suspensivos. Leen a Vicente Huidobro, a Delmira Agustini y a Oliverio Girondo, pero sobre todo se leen los unos a los otros, en interminables sesiones sólo a veces amistosas.

A los veinticinco años ya han renegado de esos primeros poemas, que consideran lejanos pecados de juventud. Esperan encontrar pronto la madurez como poetas, que a ellos les importa mucho más que la madurez como personas. El segundo libro cumple con creces el objetivo: no es bueno, pero indudablemente es mejor que el primero. Dicen estar todavía buscando una voz propia y mientras tanto planean antologías que incluyen a todo el grupo, pero nadie quiere escribir el prólogo, pues nadie desea correr el riesgo de convertirse en crítico literario.

A los treinta años ya han sufrido varios desengaños. Han sido incluidos en antologías nacionales y latinoamericanas, pero han sido excluidos de otras tantas publicaciones y les cuesta muchísimo aceptarlo. Por momentos escriben solamente para demostrar cuán arbitrarias han sido esas exclusiones. Han publicado, a esta altura, tres libros de poesía. Han fundado dos editoriales y cuatro revistas literarias. En sus reseñas biográficas se afirma que han participado en más de trece –en catorce– encuentros de poetas y que sus libros han sido parcialmente traducidos al italiano. En realidad les han traducido solamente un poema, pero da lo mismo: los han traducido, eso ya es mérito suficiente.

Recién a los treinta y cinco años comienzan a incomodarse cuando los presentan como poetas jóvenes. Ahora dictan talleres en los que aconsejan a sus alumnos que eviten los gerundios, que cuiden los adjetivos, que declaren la guerra a los puntos suspensivos y a los signos de exclamación. Les inculcan la suprema libertad creadora, pero les prohíben una lista bastante larga de palabras: vacío, angustia, desolación, desesperación, crepúsculo, ocaso, alma, espíritu, corazón, vagina. Les hablan de melopoeia, de fanopoeia y de logopoeia, pero se enredan un poco en la explicación. Se enamoran de poetas de dieciséis años y las comparan con Alejandra Pizarnik, pero nunca han visto una foto de Alejandra Pizarnik.

A los cuarenta años a nadie se le ocurre presentarlos como poetas jóvenes, pues sus caras y sus barrigas han cambiado de forma tal vez irreversible. Los poetas experimentan con mayor sufrimiento que el común de la gente la llamada crisis de los cuarenta. No decidieron ser poetas para tener cuarenta años. De ahora en adelante todo será decadencia. Se han vuelto inofensivos. Es más fácil incluirlos, pedirles prólogos, invitarlos a los recitales y aplaudirlos sin énfasis, respetuosamente. Son, en otras palabras, verdaderos fracasados.

Para que el fracaso se cumpla es necesario que reciban, de vez en cuando, señales equívocas. A los cincuenta, a los sesenta, a los setenta años los poetas ganarán dos o tres premios menores; tímidos estudiantes de pregrado y quizás alguna bella doctora norteamericana analizarán sus libros, que tal vez serán traducidos al francés, al alemán, al griego o al menos al argentino. Por lo demás, siempre habrá alguna editorial emergente interesada en rescatarlos del olvido.

Da lástima verlos junto al teléfono, esperando la noticia de un premio, de una pensión del gobierno, de un homenaje, de un viajecito al sur, lo que sea. Parecen niños asustados, y en el fondo eso son: niños asustados, adolescentes ya muy viejos para suicidarse. A veces algún reportero compasivo les pregunta para qué sirve la poesía en este mundo deshumanizado y consumista. Ellos suspiran y responden lo que han respondido siempre: que sólo la poesía salvará al mundo, que hay que buscar, en medio de la confusión, palabras verdaderas y aferrarse a ellas. Lo dicen sin fe, rutinariamente, pero tienen toda la razón.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Un Bolaño primerizo y sus wargames


La Costa Brava (Blanes en la foto) en temporada baja es el marco en que se desarrolla El Tercer Reich. Foto: mimalapalabra.
Bolaño seguirá despertando nuestra curiosidad, ya sea si se publica, como ahora, otra novela suya o tan sólo alguna de sus listas del supermercado. En Estados Unidos, por ejemplo, es tanta la fiebre por él que Phil Jackson, entrenador de los Lakers de la NBA, ya pone de tarea leer 2666 a sus jugadores. Acaba de publicarse El Tercer Reich y Ricardo Baixeras escribe esta nota para El Periódico:
La situación de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953 - Barcelona, 2003) no es cómoda. Para empezar está muerto y eso le impide contestar a las preguntas que seguramente se le hubieran formulado si el tiempo le hubiera permitido seguir corrigiendo más allá de la página 60 el manuscrito mecanografiado de El Tercer Reich. En segundo lugar –y precisamente porque está muerto– todo el mundo espera otro «gran Bolaño»: un texto repleto de lecturas y relecturas, guiños y contraguiños post mórtem que le permita seguir sentado en el Olimpo de la literatura.

Bolaño terminó de escribir El Tercer Reich en 1989 y ahora lo rescata su agente Andrew Wylie. A nadie importa si es una novela mejor o peor que La literatura nazi en América, Amuleto, Monsieur Pain o La pista de hielo. Es evidente que su lectura no queda enfrentada con la de Los detectives salvajes ni con 2666 y sí con esas otras.

No está en esa confrontación absurda el valor de esta novela inédita y que se publica ahora de manera póstuma. De nada sirve preguntarse si hubiera o no publicado este texto o por qué no lo hizo: sabemos que en su literatura una cosa es el ritmo frenético de la escritura y otra muy distinta la oportunidad de la publicación. Bolaño la hubiera publicado, pero tuvo que dedicarse con ahínco al monstruo que le estaba devorando: 2666.

Sí importa, y mucho, decir que El Tercer Reich es una obra primeriza, pero en modo alguno la de un escritor novel. Importa decir que es un texto de la marca Bolaño, con algunas de las obsesiones y temáticas que marcarán después su obra.

Cuando el 19 de marzo del 2000 le hicieron una entrevista en el diario chileno La Tercera y le preguntaron cuál era su mayor extravagancia Bolaño contestó: «Mi gran colección de wargames y mi pequeña colección de wargames de computador». Tenía otras, pero rescatamos esta porque en una primera lectura El Tercer Reich se ofrece al lector como una novela de juegos de estrategia. Pero es también una novela de misterio, una novela policiaca y de personajes solitarios que bucean en el mar de la desesperación colectiva en busca de sí mismos. Los secretos diseminados por el texto de El Tercer Reich no son solo los de Udo Berger y su novia Ingeborg. El misterio no solo depende de personajes como el Lobo, el Cordero o el Quemado, o de la extraña desaparición de Charly o de la sensualidad de Frau Else, encargada del hotel Del Mar en el que se desarrolla la acción.

El misterio depende del lector. Como en otros textos posteriores de Bolaño se diseminan secretos, sospechas y conjeturas que permiten construir el relato. Un Bolaño conjetural provocando una lectura conjetural de El Tercer Reich: he ahí el valor de esta botella encontrada en el mar de todas las dudas. No importa, como tantas veces en su literatura, resolver el enigma (¿habrá muerto Charly? ¿Quién es realmente el Quemado? ¿Qué pretende Udo quedándose en la Costa Brava? ¿Qué quiere el marido de Frau Else? ¿Ganará Udo el Tercer Reich?) porque la realidad que se propone es fragmentaria, provocando así la narración en forma de diario de una investigación de casualidades, descuidos y tramas dispersas que no conducen al fetiche del relato policial: la verdad, que ni está, ni se la espera.

Bienvenido este rescate arqueológico de un Bolaño inicial que apuntaba maneras. Descansa saber que en 1989 era ya un escritor fiel a sí mismo, aún no ahíto de todos sus demonios, pero sí muy consciente del artefacto literario que quería proyectar.

lunes, 1 de febrero de 2010

Salinger al cine


El fotógrafo Anthony Di Gesu tomó esta instantánea el 20 de noviembre de 1952 en su estudio de Manhattan. Salinger había encargado este retrato, entre otros, para hacerles un regalo a su madre y su prometida y pidió al fotógrafo que no hiciese públicas las imágenes. Di Gesu, que se arrepintió de no haberle pedido al escritor que le firmase una de sus obras, cumplió su promesa durante 30 años. Según el artista, Salinger quedó muy satisfecho con los resultados. Hasta ahora la imagen no se había difundido públicamente, tan sólo se incluyó en una muestra en 1982.
Precisamente ayer me decía Bayron que no tardarían en aparecer los inéditos de Salinger. Quizá también pasó por nuestras mentes la posibilidad de alguna película en el futuro pero no que ese futuro fuera tan cercano. El País publica hoy esta noticia de la existencia de un documental sobre el escritor:
Tras la reciente muerte del esquivo escritor J. D. Salinger, viene la sorpresa: existe un documental de más de dos horas sobre la vida y la obra del escritor y se sospecha que el propio Salinger podría tener una aparición estelar en él. Sin que el resto del planeta lo supiera, un cineasta llamado Shane Salerno pasó los últimos cinco años indagando en la vida del autor de El guardián entre el centeno y el resultado es Salinger, cuya existencia hizo pública el viernes la periodista Nikki Finke a través de su blog Deadline Hollywood, considerado el oráculo sobre las noticias de la industria. A la película también le acompañará un libro de 700 páginas con información extra recopilada durante el rodaje.

El documental, que aún no tiene fecha de estreno, es un recorrido exhaustivo por la vida del escritor y contiene, según Finke, cinco minutos que aún nadie ha visto y que podrían esconder la única entrevista de las últimas tres décadas con el autor.

En principio, no parece que Salerno, guionista de éxito que actualmente trabaja en un proyecto para James Cameron, contara con el beneplácito del escritor para realizar el documental, pero siempre, según Finke, el filme incluso arroja cierta luz sobre la obra acumulada por el escritor durante las pasadas cinco décadas y de la que nadie sabe realmente nada.

Financiado con sus propios medios -Salerno ha ganado millones de euros durante los últimos años firmando superproducciones para Hollywood-, el documental está basado en la biografía (no autorizada) Salinger escrita por Paul Alexander. En principio, iba a ser una película de ficción, pero este guionista de 37 años enseguida entendió que el filme tendría mucha más fuerza como documental, puesto que muchos de quienes conocieron a Salinger estaban cercanos a la muerte y sus testimonios se perderían.

Más de 150 personas desfilan por su documental, desde sus compañeros de redacción en la revista The New Yorker a escritores como Tom Wolfe, E. L. Doctorow, A. Scott Berg, Elizabeth Frank, Gore Vidal, o actores como Philip Seymour Hoffman, Edward Norton o Martin Sheen. Hay fotografías y filmaciones inéditas del autor y muchos detalles sobre momentos cruciales de su vida, desde su experiencia interrogando a nazis durante la II Guerra Mundial hasta su decepción cuando Oona O'Neill, hija del dramaturgo Eugene O'Neill, le abandonó para casarse con Charlie Chaplin.

La pasión del director Shane Salerno por el autor de El guardián entre el centeno fue la que le llevó a embarcarse en el proyecto. Según Finke, el cineasta sentía una conexión personal con el escritor. Se recoge en estas frases: "Adoro su obra y el hecho de que tuviera el mundo a sus pies y fuera capaz de decir, 'no gracias'. Salinger entendió en 1951 el efecto corrosivo que la fama y el dinero podrían tener sobre su forma de escribir. Era único y, en esta era de Internet en la que la gente persigue sus 15 minutos de fama, nadie es capaz de hacer lo que Salinger hizo: retirarse a vivir a los bosques de New Hampshire y escribir sólo por el placer de hacerlo".