martes, 27 de marzo de 2012

Vila-Matas recuerda a Tabucchi


Antonio Tabucchi, paseando por la orilla del Sena en el año 2004. / DANIEL MORDZINSKI

Enrique Vila-Matas nos trae de nuevo en este artículo importado de El País al escritor italiano Antonio Tabucchi, el autor de Sostiene Pereira, fallecido recientemente en Lisboa:
¿Qué diablos hemos venido a hacer aquí? Creo tener una ligera idea de lo que respondería Tabucchi. Admiro en él su imaginación y también su capacidad para investigar en la realidad y terminar llegando a una realidad paralela, más profunda, esa realidad que a veces acompaña a la visible. Recuerdo que le gustaba Drummond de Andrade, que veía el misterio del más allá como si fuera solo un viejo palacio helado. Pienso en esto, mientras toco en el portón del tiempo perdido y veo que nadie responde. Vuelvo a tocar, y de nuevo la sensación de que golpeo en vano.
La casa del tiempo perdido está cubierta de hiedra por un lado, y de cenizas por el otro. Casa donde nadie vive, y yo aquí golpeando y llamando por el dolor de llamar y no ser escuchado. Nada tan cierto como que el tiempo perdido no existe, solo el caserón vacío y condenado. Y el viejo palacio helado. Llegó a casa hace siete días un mensaje de Tabucchi, en respuesta a unos recuerdos que inventé sobre Porto Pim: "Me hablas de una época remota, de cuando existían los cachalotes. Época de antes del diluvio, y sin embargo vivida. Qué raro, querido amigo". Es verdad, qué extraño. Hoy Porto Pim –hiedra y cenizas en el lugar donde nadie vive- es también un paisaje del tiempo perdido.
Junto al inventor de recuerdos y el hacedor de ficciones había un Tabucchi comprometido con la realidad, un escritor que entendía que Berlusconi había creado un mundo ficticio gracias a su imperio televisivo y mediático y que los italianos habían terminado por caer en una especie de Show de Truman del que no saldrían en años, por mucho que Berlusconi se hubiera ya largado. No había que olvidar, decía, que el show había producido leyes muy concretas y un pavoroso régimen. Y menos aún olvidar las responsabilidades de quienes habían sido condescendientes con tan grotesco espectáculo.
Tabucchi tuvo que huir cuando aquel espectáculo italiano infame afectó ya seriamente a su vida. Se marchó a Lisboa, y allí a veces escribía sobre la isla de Corvo y sobre la lejanía. Yo he escrito toda la vida sobre Dama de Porto Pim, libro de cabecera y artefacto literario que en ocasiones contemplo como si fuera un Moby Dick en miniatura. Sus menos de cien páginas componen un buen ejemplo de libro de frontera, de artilugio compuesto de cuentos breves, fragmentos de memorias, diarios de traslados metafísicos, notas personales, biografía y suicidio de Antero de Quental, astillas de una historia cazada en la cubierta de un barco, mapas, bibliografía, abstrusos textos legales, canciones de amor: elementos a primera vista enemistados entre sí y, sobre todo, con la literatura, transformados por una firme voluntad literaria en ficción pura. Un libro memorable, como tantos otros suyos: Réquiem, Nocturno hindú, Pequeños equívocos sin importancia, Sostiene Pereira, Se está haciendo cada vez más tarde.
En cuanto a Corvo, se trata de la isla más remota de las Azores. Solo se puede llegar a ella en barco. Nunca olvidaré el día en que desembarcó allí Tabucchi y vio a un hombre que tenía un molino de viento para triturar el grano y que le preguntó estupefacto: "Señor, ¿qué es lo que ha venido a hacer a esta isla?". A Corvo se va por ir, supe luego que pensó Tabucchi, a quien le habría gustado ser uno de los portugueses que llegaron en el siglo XV por primera vez a las Azores y encontraron un paraíso. Era aquella una época sin duda remota y en la que aún existían los cachalotes. Época que se ve hoy, con profundo dolor, ya tan lejana, y sin embargo, por raro que parezca, verdaderamente vivida.

lunes, 26 de marzo de 2012

Otra fábrica de escándalos


Una vez leí en un artículo del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince algo relacionado con esa costumbre del ser humano de afiliarse a las masas. Faciolince decía renegar de las masas porque en ellas el individuo deja de pensar y de funcionar como tal para empezar a pensar y a funcionar colectivamente. En la colectividad, obviamente, el individuo deja de ser él mismo para convertirse en otro, otro que es muchos.
Las causas colectivas, ya se sabe, generan movimientos importantes en la sociedad y por lo general obtienen resultados importantes. “Unidos venceremos”, “La unidad hace la fuerza”, “Todos somos esto”, “Todos somos aquello”, son las consignas que más se oyen de esas enormes gargantas combinadas.
Recientemente, un grupo reducido de poetas y de aspirantes a poetas en San Pedro Sula conocido con el nombre de Poetas del Grado Cero, con una abrumadora diferencia aproximada del 5 por ciento para los primeros y del 95 por ciento para los segundos, se ha dado a la tarea de buscar, de cualquier manera posible, multiplicarse, supongo yo, para dejar de ser el pequeño grupo original y convertirse en esa poderosa masa que ha de cambiarlo todo en el panorama de la poesía hondureña.
La tarea, obviamente, conlleva, para algunos de estos poetas (los del 5 por ciento), la deposición de sus principios fundamentales como supuestos individuos “cultores de la palabra” en nombre de la necesidad colectiva. El de no llamarle poesía a cualquier cosa, sería uno de esos principios. Así, se les ha visto en esos magno eventos poéticos, cortados con la misma tijera y revueltitos, a los poetas y a los prepoetas, agarraditos de la mano y probablemente escuchando cada uno en su cabeza ese clásico de “El Puma” que los lleva, con toda seguridad, a un horizonte de libertad, igualdad y fraternidad.
En su afán reclutador, el monstruo y su causa han acumulado muchos amigos, ya sea en la calle, en la universidad o en Facebook, y ahora todos pregonan al unísono los versos más solidarios de Neruda, los más cáusticos de Parra y los más desesperados de Panero, al tiempo que generan simpatía, ganan nuevos adeptos, admiradores y hasta socios.
Luego de un homenaje realizado al poeta, él sí, José Luis Quesada en la Alianza Francesa hace un mes, este grupo prepara lo que consideran será “el evento literario más importante del 2012”, con 45 poetas de todo el país leyendo sus cosas durante tres días en esta ciudad. El motivo esta vez es el centenario de la poeta, ella sí, Clementina Suárez.
Ya podemos imaginar una réplica del homenaje a Quesada, en el que poetas y prepoetas, otra vez agarraditos de la mano, reafirmarán su compromiso con Clementina, con la poesía, con un par de instituciones, con el mundo entero, en una solemne ceremonia partida en dos por la dulce voz, acompañada de guitarra, piano y baile, de Nidia de la Noche.
Desde ya circula en internet (y en 500 postes del alumbrado público) el afiche promocional del evento, en el que tres cuartas partes de los nombres que ahí se leen son meramente decorativos, pura estrategia de marketing de los organizadores, me permito suponer, afanados en captar más atención de la que merecen.
El fenómeno de la poesía reducida a la categoría de la banalización se produce en Honduras de manera intermitente cada cierto periodo de tiempo, y hasta ahora había sido Tegucigalpa la ciudad que estaba a la vanguardia (Olanchito es un ejemplo demasiado obvio), seguida de La Ceiba, Comayagua, Trinidad y San Pedro Sula. Para una correcta medición de este fenómeno basta observar la ferviente actividad “poética” que grupos de poetas igualmente fervientes mantiene en cada una de estas urbes y polos culturales del mundo, que incluye lecturas de redención en parques, mercados, prisiones, cuarteles, burdeles e iglesias, homenajes a los grandes nombres, antologías, festivales y un largo etcétera.
La banalización empieza a producirse justo en el momento en que el poeta o los poetas organizadores del baile deciden emparejarse con los prepoetas sin antes reparar en la diferencia de estatura, cosa que usualmente convierte aquello que organizan en algo patético y, obviamente, desastroso. Continúa con esa absoluta falta de rigor que les impide a todos, poetas y prepoetas, mirarse a sí mismos para darse cuenta de que con ellos y sus actos la poesía está cayendo en desgracia.
Desconocemos el propósito verdadero de todo ese “gran” movimiento generado alrededor de los Poetas del Grado Cero pero es lícito preguntarse (el verbo sospechar podría sonar demasiado fuerte) por qué en las listas de quienes suscriben tal movimiento y sus megaeventos literarios aparecen nombres de personas a quienes en ningún momento se les ha invitado a participar. ¿Acaso el hecho de engrosar una lista los convierte en un grupo más fuerte e influyente? ¿Acaso piensan que todos deberíamos compartir y aplaudir cada una de sus ocurrencias? ¿O es que acaso, en esta sociedad tan necesitada de solidaridad, resulta urgente identificar a quienes están de nuestro lado y quienes no? Y otra vez vamos al tema de “tomar partido”: a esa idea estúpida de que todo es blanco o es negro, olvidando que en toda actividad de la vida resultan ser las sutilezas las que determinan el rumbo correcto de las cosas.
Aplaudo esa energía casi juvenil que muestra Jorge Martínez en cada cosa que organiza, aplaudo esa voluntad de sus colaboradores en tratar de hacer de San Pedro Sula un lugar también propicio para la cultura y la poesía, pero creo que es necesario que se detengan por un momento a mirarse a sí mismos y que evalúen ese peligroso grado de identificación que están alcanzando con otros colectivos también reconocidos, a la larga, por acabar orinando fuera de la nica, como Paispoesible, en Tegucigalpa.
Recuerdo una ocasión del año 2003 en la que Jorge Martínez, Gustavo Campos y yo asistimos a un encuentro internacional de poetas en Tegucigalpa. Ahí leímos, ante unos 50 paispoesibles y uno que otro disidente, una ponencia que, entre otras cosas, reivindicaba la necesidad de tomarse la literatura como un oficio serio, más allá de alborotos en parques y mercados. Durante muchos años ese pequeño incidente, esa alusión a la soga en la misma casa de los ahorcados, simbolizó el espíritu de la perspectiva artística de los creadores de literatura de la zona norte del país, algo que, por muy insignificante que parezca, nos hacía sentirnos orgullosos de tener ciertos principios, cierta voluntad y sobre todo, dignidad como artistas. Esa, creo yo, debería continuar siendo la premisa para los creadores de literatura por lo menos de esta zona norte, tal como observamos en los inicios de este grupo llamado Poetas del Grado Cero, y no esa curiosa necesidad de aglomeración indiscriminada de poetas, prepoetas, verseros y copleros de pueblo en extraordinarias citas “poéticas” que tienen como fin, hay que ser sinceros, sólo hacer escándalo para acabar brindando con vino y boquitas mientras todos, palmaditas en la espalda, se felicitan sinceramente.

viernes, 23 de marzo de 2012

Clonar a Carlos Fuentes (otra vez)


Portada de la nueva edición de la novela de César Aira con Mondadori.
“Pero en mí es fatal esa manía de agregar cosas, episodios, personajes, párrafos, de ramificar y derivar. Debe de ser por inseguridad, por temor a que lo básico no sea suficiente, y entonces tengo que adornar y adornar, hasta una especie de rococó surrealista que a nadie exaspera tanto como a mí”. Eso lo ha dicho el argentino César Aira, refiriéndose a su estilo narrativo en el que "el imperativo de la invención", como lo ha llamado alguien, parece que lo es todo.
Javier Rodríguez Marcos comenta la novelita El congreso de literatura que Aira publicó en 1997 y que ahora aparece de nuevo con Mondadori. Hace una comparación con otras novelas publicadas en los últimos días que tratan sobre congresos de literatura, como Aire de Dylan, de Vila-Matas y Los invitados de la princesa, de Fernando Savater. ¿Será que ya podemos ir considerando este tema para hablar de un nuevo sub género en la ficción?
Sigan este enlace al interesante blog Letra Pequeña, de JRMarcos.

domingo, 18 de marzo de 2012

Discurso airado o cómo reventarse el hígado en siete libros y medio



Después de Semana Santa estará disponible en las principales librerías del país mi nuevo libro, Café & Literatura, una colección de artículos, reseñas y otros textos sobre literatura hondureña que bien podrían leerse como si se tratara de una novela, creo yo. El texto que sigue forma parte de ese libro: 
Distinguidísimos lectores y escritores:
Sé que la manía de establecer clasificaciones es más propia de periodistas y de otra clase de gente aburrida y poco imaginativa, pero no puedo sacarme de la cabeza –únicamente desde mi condición de lector- la idea de que en Honduras hay dos tipos de narradores: los que padecen arteriosclerosis y los que padecen osteoporosis. No se alarmen, aunque este discurso empiece pareciéndolo, no se trata de un dictamen médico, ni mucho menos. Se trata solamente de la simple, modesta, caprichosa incluso, apreciación derivada de mi experiencia lectora, una opinión que no tiene –ni pretende tener- rigor científico, que deberá tomarse apenas como un ejercicio del criterio, de mi criterio.
Es tan cómodo estar bien con los demás que practicamos casi unánimemente la “ética” del aplauso, del elogio, y hay tan poco para exportar que lo primero que sale del horno ya se convierte en producto de calidad indiscutible. Así funciona el comercio del arte en nuestro país.
Pero no decidí escribir este discurso para hablar de nuestra característica condición de dañinos aduladores; lo hice para hablar exclusivamente de la narrativa de los últimos años en Honduras, y de sus escasos narradores, víctimas ingenuas casi todos ellos de los dos padecimientos antes mencionados.
El primero, el de la arteriosclerosis, es el menos frecuente, porque afecta sólo a los narradores serios, a los que llaman “consagrados”, a los que aprendieron a escribir a fuerza de lecturas, de desvelos, de corrección y autocrítica; mientras que el segundo, la osteoporosis, se ensaña con los aprendices, con los escritores in fieri, o con los eternos engañadores engañados por su propio engaño de creerse escritores, o con los pobres niños que juegan a serlo y emborronan cuartillas con cualquier historia de malos contra buenos, de amor y desamor, de muertos y de vivos.
A los arterioscleróticos, después de algunos aciertos con sus primeras publicaciones, se les ha endurecido la vena narrativa, su estilo ha ido acumulando tanta grasa que sus novelas o cuentos posteriores no pasan de ser admirables ejercicios miméticos de los escritores del Boom; dejaron de ser contemporáneos hace veinte, treinta o cuarenta años porque sus más recientes lecturas -y en consecuencia, lo que escriben- corresponden a esa época y no a la actual. Con los osteoporosos ya no hay remedio porque se les brindó el ánimo necesario en el primer momento y ahora nadie los detiene, aunque sus obras vayan con muletas y sean más frágiles y porosas que una piedra poma; su ignorancia y su locura seguirán apareciendo en forma de libro siempre que haya un profesor de español dispuesto a entrarle al negocio con sus pobres alumnos.
Los primeros publican cuentos y novelas correctísimas, en párrafos que despliegan metáforas complejas y frases eruditas, con todas las tildes, las comas y los puntos en el lugar adecuado; suelen diseccionar la historia nacional para convertirla en el objeto de sus ficciones y se proponen forjar en sus lectores valores morales, patrios o de cualquier otra índole; en un estudio sobre la narrativa hondureña aún se les puede considerar imprescindibles (no queda de otra). Los segundos son en realidad bichos curiosos: han leído alguna novela de García Márquez, otra de Isabel Allende y casi todos los bodrios de Coelho y ya se creen talentosos y capaces de escribir una obra literaria; abrimos cualquiera de sus libracos publicados y desde el primer párrafo nos topamos con una amplísima colección de elementales errores sintácticos y de puntuación; con ellos suele llegar un momento en el que han escrito más libros de los que han leído; por eso y por muchas más razones son absolutamente prescindibles.
¿Preferiría que se tratara de una cuestión de desventaja con respecto a los narradores de otros países, que en nuestra condición de escritores tercermundistas sólo pudiéramos aspirar dignamente a escribir narrativa tercermundista, y eso bastara? ¿Preferiría que se consideraran válidos los lugares comunes de decir que el Gobierno no apoya a los escritores, que no actualizamos nuestras lecturas porque no nos llegan los libros de todo el mundo, que leemos en la medida de nuestras posibilidades económicas, etcétera, etcétera, etcétera? ¿Preferiría realmente que así fuera la cosa? ¡Pues no, jamás! En realidad prefiero decir que ya es tiempo de poner las cosas en su sitio, que ya es hora de abandonar la práctica del chauvinismo, que es urgente salir del círculo de nuestra endogamia lectora y empezar a ver fuera de nosotros mismos.
Si Descartes dijo: “Pienso, luego existo”, a nosotros, los que pretendemos escribir, nos toca decir: “Leo, luego escribo”. No hay otra manera. Y quien ignore una verdad tan irrefutable es un tonto con vocación para la locura. Pero no, nada de eso, en Honduras el “talento”, el “potencial” o el “esfuerzo” bastan para la gloria literaria. Cualquiera con un mínimo de capacidad para redactar una cuartilla puede llegar a ser un héroe de nuestra literatura; pero es la tendencia en el mundo actual: seres anodinos convertidos en héroes de la noche a la mañana a puro empuje mediático o a puro correr de voz.
En el mundo real de la literatura los escritores leen, escriben, corrigen, escriben y vuelven a corregir; en nuestro minúsculo universo literario forjado a partir de lo políticamente correcto, de las palmaditas en la espalda y del abrazo solidario los escritores son seres oscuros y sufridos hundidos en el fondo de un café con el índice en su sien derecha y la taza vacía, esperando a la musa fecundante de sus geniales ideas; o son publicistas, banqueros, administradores de empresas, periodistas, maquileros o policías con poco tiempo disponible para leer pero con mucho para “inspirarse” y escribir al ritmo de sus sueños humanistas o al ritmo del dinero que generarán sus abortos en las universidades y colegios.
Tampoco es que se trate de una emergencia nacional; el país seguirá siendo el mismo cambie o no cambie esta situación, pero eso no es motivo para no pronunciarse alguna vez. Y es que a veces –como ahora- dan ganas de gritar, de gritar hasta por los codos, para que a más de alguno le piquen o le duelan los oídos.
Basta ya de aplaudir indiscriminadamente a cuanto conejo salga del sombrero. Basta ya de tragar esos productos de supermercado con la fecha de vencimiento de hace cuarenta años. Basta ya de esos lectores analfabetos que quieren que la literatura eduque y diga sólo la verdad, esos que confunden un manual de jardinería con una obra literaria y creen que “puta”, “mierda” y “culo” son palabras impertinentes en literatura. Es cierto que a la literatura le es indiferente la existencia de estos últimos, pero cómo jode tener que explicarles a cada momento, en una inútil filantropía de la reeducación, que no se puede opinar acerca de algo si no es con el debido conocimiento de causa, que es de lo que carecen al fin y al cabo.
No podemos seguir creyendo que nuestra narrativa está representada por bufones, por aficionados insípidos o por las rancias eminencias del siglo pasado. Es urgente que reaccionemos, que observemos con atención y que aprendamos a entender nuestro nuevo rumbo literario a través de la única manera posible: la correcta digestión de los clásicos, la lectura actualizada de los contemporáneos y el necesario y permanente cuestionamiento acerca del oficio de escribir y de lo que habrá de venir en la literatura.
Hay que desterrar los lugares comunes de nuestra narrativa. La historia bananera, la de la dictadura y la del fútbol tienen que ser reescritas sin tanto afán reivindicativo, sin tanto ardor en la sangre, y más bien con algo de ironía y con cierto desdén, apelando más a la verosimilitud que a la verdad, más al poder sugestivo de la ficción que al peso terrible de la realidad.
No soy del tipo de iluso que aspira a pertenecer a un país de lectores, como pomposamente pregonan algunas veces los entes oficiales de la cultura o los organizadores de festivales de literatura o de ferias del libro; pensarlo sería sumergirme en una aventura mental descabellada e incluso fantástica. Soy más bien del tipo de iluso que aspira tan sólo a que los pocos lectores lo sean de verdad, que la escasa crítica literaria verdaderamente se afiance en nuestro medio como auténtica crítica, con el compromiso ético derivado únicamente de la literatura y dirigido hacia la literatura, sin las concesiones motivadas por el compadrazgo ni la estúpida saña cultivada por la envidia o el odio innecesarios.
En el tiempo se fija la esperanza de la verdad, decía Borges, pero nosotros, en nuestro pobre país hundido desde su nombre, ni siquiera contamos con la esperanza de una verdad. La verdad seguirá siendo esa cosa informe e inasible a la que todos le adjudican un rostro a su conveniencia. No se puede tener esperanza entre tanta ignorancia. Hay que huir de la ignorancia. Urge hacerlo. Para que entre los arterioscleróticos y los osteoporosos surja un tipo de narrativa de calidad, actualizada y retadora, hay que mirar afuera y empezar a avergonzarse de la ignorancia propia. Quien no esté dispuesto a avergonzarse de sí mismo, a reírse de sí mismo y a criticarse a sí mismo no podrá jamás avergonzarse de los demás, reírse de los demás ni criticar a los demás.
Y hasta aquí este discurso airado y pesimista. Un libro más, obeso o desnutrido, y me revienta el hígado. Siete libros y medio ya fueron suficientes. Y a ustedes los aludidos: si se sienten libres de culpa, lancen la primera metáfora, si es que al menos saben cómo escribirla.

V-Matas: "No hay nada menos autobiográfico que una autobiografía"


El escritor Enrique Vila-Matas, en Barcelona. / JOAN SÁNCHEZ
Marcos Ordóñez conversó recientemente con Enrique Vila-Matas sobre la última novela de éste, Aire de Dylan. Una de las razones por las que siempre leo a Vila-Matas es la de que en él uno no encuentra simplemente ficción, a la manera de la mayoría de los narradores actuales, sino que además, se le puede seguir como teórico de la literatura, aunque esto siempre, claro, a través de sus personajes. Algo de eso observamos en estas respuestas del novelista que dejo a continuación. La entrevista viene desde El País:
En Aire de Dylan, la nueva novela de Enrique Vila-Matas hay un escritor fracasado y sin nombre que conoce a un adolescente parecido a Dylan que quiere fracasar, y una muchacha misteriosa parecida a Scarlett Johansson, y un escritor muerto y todavía más misterioso llamado Lancastre que infiltra memoria en el cerebro de su hijo, y una madre terrible, y la historia de Hamlet puesta al día, y un viaje a Hollywood que acaba siendo un viaje cósmico, y muchas, muchas cosas más.
Marcos Ordóñez. Lo que no hay, diría yo, es una “sátira de la posmodernidad”, como afirma la contraportada.
Enrique Vila-Matas. Eso fue un malentendido. No me he propuesto satirizar nada. En la literatura (y en la vida) acepto todas las tendencias, salvo, claro está, las totalitarias. Intento mantener una apertura mental extrema. Lo que sucede es que Vilnius, el adolescente, se enfrenta a la visión literaria de Lancastre, su padre muerto, por imperativos de la edad. Y eso es lo que ha dado en bautizarse con el ambiguo término de “posmodernismo”.
M. O. Cito elementos de la panoplia de Lancastre: “heterónimos, cambios constantes de piel y de personalidad, juegos literarios, ficciones presentadas como hechos reales, mezcla de géneros, reinvención de citas de otros autores, humor juvenil…”. ¿Sigo?
E. V.-M. Hace poco me preguntaron si me identificaba con el narrador, el escritor que quiere dejar de escribir, y contesté que me identificaba con Lancastre, con el escritor muerto. En Lancastre no hay sátira de una corriente literaria sino algo que suelo practicar: ponerme en cuestión, reírme un poco de mí mismo. Me gustó cómo lo hizo Coetzee en Verano, donde se contemplaba, muy humorística y duramente, a través de los ojos de los distintos testimonios de una serie de narradores.
M. O. Nabokov parece muy presente en Aire de Dylan, sobre todo el Nabokov de La verdadera vida de Sebastian Knight: por el humor, por la inventiva, por las historias como muñecas rusas, y por ese continuo juego del ratón y el gato con “lo biográfico”.
E. V.-M. Hay una cita muy explícita de ese gran libro en las últimas páginas: es la idea de que no hay nada menos autobiográfico que una autobiografía. Las memorias apócrifas de Lancastre, que Vilnius y Deborah y el narrador intentan escribir, son más verdaderas que una autobiografía real.
M. O. Hará un par de semanas hablaba en estas páginas de “vanguardia feliz” refiriéndose a Pálido fuego: de nuevo Nabokov.
E. V.-M. Nabokov nunca pierde de vista el relato, la melodía. Deconstruir o experimentar abandonando al lector ha sido, por desgracia, una práctica demasiado frecuente. Yo creo que hay que jugar y experimentar sin olvidar el interés del lector, y mantener en alto la historia sin estar sometido a ella.

jueves, 15 de marzo de 2012

La novela perdida de Saramago


Hace algunos días se supo que Saramago vuelve del más allá para ofrecernos una nueva novela titulada Claraboya, aunque este dato es inexacto porque quien se encargó de la edición, que aparece bajo el sello Alfaguara, es su viuda, Pilar del Río. Piedad Bonnet habla del asunto en este excelente artículo que HAB nos hace llegar desde el diario colombiano El Espectador:
Alfaguara acaba de publicar Claraboya, una novela de José Saramago que nunca se conoció en vida del escritor, pues fue rechazada cuando el entonces joven y desconocido novelista la presentó a una editorial en 1953.
Pilar del Río, su esposa, autora de la publicación póstuma, cuenta que veintiséis años después la misma editorial ofreció publicarla aduciendo su aparición en una caja extraviada y el escritor no aceptó. “José dejó escrito en múltiples medios que no quería ver esa novela publicada mientras él estuviera vivo. Pero no dijo que no se hiciera”, explica.
No he leído el libro, que posiblemente sea bueno, pero es inevitable preguntarse qué tan legítimo es publicar obras post mortem, sobre todo cuando se contraría la voluntad del autor. Y la respuesta no es en absoluto sencilla. Si Max Brod, el gran amigo de Kafka, hubiera hecho caso a las instrucciones de quemar su obra después de su muerte, no conoceríamos El proceso y El castillo; sin los buenos oficios de Georgette, la fogosa y camorrera mujer de César Vallejo, nos habríamos privado de sus Poemas humanos; y sin el valor de la esposa y los hijos de John Cheever, que no temieron las confesiones sobre su alcoholismo y sus aventuras homosexuales, no podríamos leer sus diarios.
Admirable es el juicio de Feltrinelli, quien publicó El gatopardo, novela rechazada por dos editoriales, aunque dos meses después de que Lampedusa muriera sin enterarse de que esto iba a suceder. Admirable también la tenacidad de Thelma, la madre de John Kennedy Toole, escritor norteamericano que se suicidó a los 32 años, después de tratar infructuosamente de que un editor publicara sus novelas. Esta mujer, sobreprotectora hasta el agobio con su único hijo, usó esa misma intensidad en tratar de darlas a conocer, hasta que logró lo que el pobre John nunca pudo. Tanta razón tenía Thelma que La conjura de los necios ganó el Pulitzer en 1981, un año después de su aparición.
Rosa Montero ha creado una categoría, la de esposa de escritor, criatura que empeña su existencia en tareas tan diversas como reclamar los pagos del marido, “pasar a limpio” sus borradores, acompañarlo en sus viajes, filtrar su correspondencia, pelear con los editores, espantar a sus admiradoras y cuidar de su tiempo. (Vale la pena anotar que su equivalente masculino es casi inexistente, y que hay esposas de escritores que no son así). Pues bien: una vez viuda, la esposa de escritor se dedica a esculcar en todos los cajones y a tratar de publicar cuanto borrador encuentra por ahí. Casi siempre son ellas las autoras de “rescates” literarios no tan afortunados. Es el caso de La ninfa inconstante, de Cabrera Infante, que parece que hubiera sido rematada por otros. O de El original de Laura, novela en obra negra que la mujer de Nabokov no quiso destruir siguiendo instrucciones de su marido y que treinta años después publicó Dmitri, su hijo, traicionando los deseos de su padre, que sin duda tenía toda la razón.
Debo confesar que comparto con algunos escritores el terror visceral a morir antes de terminar un libro ya bien avanzado, como le sucedió a Camus, cuyos manuscritos de El último hombre fueron encontrados, inconclusos, en el auto en el que se accidentó. No se sabe qué es peor después de tanto esfuerzo: que el escrito se quede en una gaveta, que lo publiquen tal cual, o que algún amigo compasivo le invente un desenlace de su cosecha. Claro que el más cruel de los escenarios es el que se ingenió Tabucchi en el cuento Esperando el invierno: la viuda rencorosa, consciente de la importancia de los escritos de su prestigioso marido, los va echando al fuego antes de que alguno llegue a salvarlos, mientras murmura: pobrecito querido estúpido.

domingo, 11 de marzo de 2012

Arrecife, de Juan Villoro


Portada de la nueva novela del mexicano Juan Villoro.
Otra interesante novedad literaria por estos días es Arrecife, la nueva novela de Juan Villoro, sobre la que en la web de la editorial Anagrama se lee esta breve reseña:
Hubo un tiempo en que las playas eran un sitio de descanso. En la época del turismo extremo los viajeros necesitan otras emociones. El ex rockero Mario Müller descubre una visionaria posibilidad en el Caribe: los placeres del miedo. Y a orillas de un inmenso arrecife de coral edifica La Pirámide, resort que ofrece peligros controlados hasta que un buzo muere fuera del agua. Reflexión sobre los daños que elegimos para intensificar la vida, esta apasionante novela describe una nueva ecología: el cambio climático vacía los hoteles y el lavado de dinero los regenera como emporios fantasma. Pero Arrecife también es una historia de amistad, amor y redención. Villoro, uno de los mejores escritores latinoamericanos, otorga realidad a una utopía: los problemas de ese paraíso son las virtudes de una novela excepcional.

Literatura y violencia en C.A.


Rodrigo Rey Rosa y Horacio Castellanos Moya.
¿No les parece extraño que siendo Centro América una región bastante violenta, haya tan poca literatura girando alrededor de este tema? Horacio Castellanos Moya, Rodrigo Rey Rosa y Francisco Goldman, entre otros escritores, seguramente responderán a ésta y otras preguntas relacionadas durante el encuentro “Centro América y México: La lectura violenta”, que se desarrolla por estos días en Rosario, Argentina. En el diario El Clarín hablan del asunto:
“Esta raza está peleada con el conocimiento y con la curiosidad intelectual, estoy completamente seguro Moya, este país está fuera del tiempo y del mundo, sólo existió cuando hubo carnicería, sólo existió gracias a los miles de asesinados, gracias a la capacidad criminal de los militares y los comunistas, fuera de esa capacidad criminal no tiene ninguna posibilidad de existencia, me dijo Vega”. El profundo desprecio de Vega por su país, El Salvador, es volcado en un monólogo, una náusea en el libro El asco (Tusquets), de Horacio Castellanos Moya, que en una nota de advertencia aclara que ha suavizado algunos de los puntos de vista de su protagonista para no escandalizar a los lectores. “¿Cuáles son los mecanismos por los que se estetiza la violencia? ¿Cómo se piensa el cuerpo en la literatura latinoamericana del siglo XXI? ¿Cómo se piensa la muerte en la literatura latinoamericana del siglo XXI?” son algunas de las preguntas que se propone responder el encuentro “Centro América y México: La lectura violenta”, organizado por el CCEBA y el Centro Cultural Parque de España de Rosario. Castellanos Moya (foto) será uno de los autores que vendrá a darle vueltas a ese gran interrogante centrado en la manera en que los escritores utilizan el material que le es cotidiano para hacer literatura. Participarán autores argentinos como Cristian Alarcón, Gabriela Cabezón Cámara y Luis Diego Fernández, entre otros. Así como Rodrigo Rey Rosa, de Guatemala, Martín Solares, de México y el estadounidense Francisco Goldman. Programación completa en http://www.cceba.org.ar/.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Aire de Dylan


"El fracaso es la prefiguración natural del escritor", se lee en alguna parte de la nueva novela de Enrique Vila-Matas, Aire de Dylan, una frase con la que ya nos enteramos del tema que aborda. En el blog Papeles Perdidos de El País, Winston Manrique Sabogal habla sobre esta nueva obra de Vila-Matas:
"El joven Vilnius, que explota su parecido con el cantautor estadounidense (Bob Dylan), asiste a un congreso literario sobre el fracaso, mientras cree que su difunto padre le empieza a traspasar sus recuerdos. El anonimato, la máscara, la impostura, la búsqueda y sus alrededores están presentes en Aire de Dylan. El joven Vilnius protagoniza estas páginas en las que el escritor barcelonés despliega sus mejores armas y elenco literarios con humor, ironía o sarcasmo pero siempre desde el conocimiento del mundo de la creación literaria. A partir de ahí, la novela se va transformando en un homenaje al mundo del teatro y una crítica al posmodernismo".
Esperemos que la novela llegue a Honduras en un plazo no mayor de cinco años.

domingo, 4 de marzo de 2012

De cuando dije que no me interesaba hacer historia

Había olvidado enlazar esta entrevista que me hicieron Óscar Urtecho y Dennis Arita y que apareció publicada en El Heraldo hace una semana. Como sé que este blog es el embudo que utilizan algunos personajes de nuestra farándula catracha para vertir su resentimiento con el mundo entero, los invito a leerla, así tendrán nuevos motivos para sentirse ofendidos. Les dejo sólo un fragmento de la entrevista, que pueden encontrar completa con un clic aquí.
El Heraldo: Una característica de estos escritores (sampedranos) es su postura provocativa y crítica hacia la calidad literaria de otros. ¿Por qué esta actitud? 
G.R.: Nadie que llegue a ser buen lector o que pretenda serlo puede sustraerse del sentido crítico. En algún momento emitirá opiniones sobre aquello que lee y, claro, uno emite generalmente opiniones fuertes sobre esas cosas que cree que lo están molestando. Si uno durante algún tiempo ha estado leyendo literatura hondureña muy pobre o que se ha enfocado en determinado tema y lo ha explotado de manera muy pobre, tiende a hacer comentarios fuertes. Quizá es una obligación social, moral, del lector pronunciarse de vez en cuando, decir "esto está mal hecho", y uno como lector puede dar juicios, opiniones, opinar siempre que quiera, puede escribir, incluso, sobre aquello que lee y no necesariamente debe tener una obra consistente detrás, no tiene que haber sido uno un gran escritor para estar autorizado a criticar bien o mal la obra de alguien. Como lector, uno puede criticar la obra de cualquiera, siempre que lo haga con respeto, con las normas tácitas de la cordialidad. Aquí hay mucha gente que "brinca" cuando se le señalan errores. Lo que deberían hacer, antes de que alguien se los señale, es buscarlos ellos mismos y no esperar que les den palmaditas en la espalda, como normalmente ocurre acá, sobre todo en Tegucigalpa.