martes, 18 de diciembre de 2007

El guardián entre el centeno

En El guardián entre el centeno (1951), Holden Caulfield es expulsado de su escuela y para evitar el encuentro con sus airados padres decide vagar por Nueva York; ese viaje es la justificación narrativa de la novela, pero su razón de ser son las observaciones de Holden sobre el mundo y el lenguaje que oscila entre la ternura y el desprecio. A partir de la publicación de este libro, J.D. Salinger, escritor a quien Ernest Hemingway llamó “un tipo endemoniadamente talentoso”, se convirtió en lectura de rigor de la juventud estadounidense. Es un texto ejemplar por sus diálogos ágiles, su atractivo protagonista y su lenguaje inventivo que se desluce con la traducción. En el número 27 de mimalapalabra en La Prensa, un fragmento de esta magnífica obra.

El guardián entre el centeno

Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás basura estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primeroporque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. Él será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un Jaguar, uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora tiene mucha lana. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.
Empezaré por el día en que salí de Pencey, que es un colegio que hay en Agerstown, Pennsylvania. Habrán oído hablar de él. En todo caso, seguro que han visto la propaganda. Se anuncia en miles de revistas siempre con un tipo de muy buena facha montado en un caballo y saltando una valla. Como si en Pencey no se hiciera otra cosa que jugar todo el santo día al polo. Por mi parte, en todo el tiempo que estuve allí no vi un caballo ni por casualidad. Debajo de la foto del tipo montando siempre dice lo mismo: “Desde 1888 moldeamos muchachos transformándolos en hombres espléndidos y de mente clara”. Estupideces. En Pencey se moldea tan poco como en cualquier otro colegio. Y allí no había nadie espléndido, ni de mente clara. Bueno, sí. Quizá dos. Eso como mucho. Y probablemente ya eran así de nacimiento. Pero como les iba diciendo, era el sábado del partido de fútbol contra Saxon Hall. A ese partido se le tenía en Pencey por una cosa muy seria. Era el último del año y había que suicidarse o -poco menos si no ganaba el equipo del colegio. Me acuerdo que hacia las tres, de aquella tarde estaba yo en lo más alto de Thomsen Hill junto a un cañón absurdo de ésos de la Guerra de la Independencia y toda esa perorata. No se veían muy bien los graderíos, pero sí se oían los gritos, fuertes y sonoros los del lado de Pencey, porque estaban allí prácticamente todos los alumnos menos yo, y débiles y como apagados los del lado de Saxon Hall, porque el equipo visitante por lo general nunca se traía muchos partidarios. A los encuentros no solían ir muchas chicas. Sólo los más mayores podían traer invitadas. Por donde se le mirase era un asco de colegio. A mí los que me gustan son esos sitios donde, al menos de vez en cuando, se ven unas cuantas chavalas aunque sólo estén rascándose un brazo, o sonándose la nariz, o riéndose, o haciendo lo que les dé la gana. Selma Thurner, la hija del director, sí iba con bastante frecuencia, pero, no era exactamente el tipo de chica como para volverle a uno loco de deseo. Aunque simpática sí era. Una vez fui sentado a su lado en el autobús desde Agerstown al colegio y nos pusimos a hablar un rato. Me cayó muy bien. Tenía una nariz muy larga, las uñas todas comidas y como sanguinolentas, y llevaba en el pecho unos postizos de esos que parece que van a pincharle a uno, pero en el fondo daba un poco de pena. Lo que más me gustaba de ella es que nunca te venía con el rollo de lo fenomenal que era su padre. Probablemente sabía que era un hipócrita.
Si yo estaba en lo alto de Thomsen Hill en vez de en el campo de fútbol, era porque acababa de volver de Nueva York con el equipo de esgrima. Yo era el jefe. Menuda cretinada. Habíamos ido a Nueva York aquella mañana para enfrentarnos con los del colegio McBurney. Sólo que el encuentro no se celebró. Me dejé los floretes, el equipo y todos los demás trastos en el metro. No fue del todo culpa mía. Lo que pasó es que tuve que ir mirando el plano todo el tiempo para saber dónde teníamos que bajarnos. Así que volvimos a Pencey a las dos y media en vez de a la hora de la cena. Los del equipo me ignoraron durante todo el viaje de vuelta. La verdad es que dentro de todo tuvo gracia. La otra razón por la que no había ido al partido era porque quería despedirme de Spencer, mi profesor de historia. Estaba con gripe y pensé que probablemente no se pondría bien hasta ya entradas las vacaciones de Navidad. Me había escrito una nota para que fuera a verlo antes de irme a casa. Sabía que no volvería a Pencey. Es que no les he dicho que me habían echado. No me dejaban volver después de las vacaciones porque me habían suspendido en cuatro asignaturas y no estudiaba nada. Me advirtieron varias veces para que me aplicara, sobre todo antes de los exámenes parciales cuando mis padres fueron a hablar con el director, pero yo no hice caso. Así que me expulsaron. En Pencey expulsan a los chicos por menos de nada. Tienen un nivel académico muy alto. De verdad. Pues, como iba diciendo, era diciembre y hacía un frío que pelaba en lo alto de aquella dichosa montañita. Yo sólo llevaba la gabardina y ni guantes ni nada. La semana anterior alguien se había llevado directamente de mi cuarto mi abrigo de pelo de camello con los guantes forrados de piel metidos en los bolsillos y todo. Pencey era una cueva de ladrones. La mayoría de los estudiantes eran de familias de mucho dinero, pero aún así era una auténtica cueva de ladrones. Cuanto más caro el colegio más te roban, palabra. Total, que ahí estaba yo junto a ese cañón absurdo mirando el campo de fútbol y pasando un frío de mil demonios. Sólo que no me fijaba mucho en el partido. Si seguía clavado al suelo, era por ver si me entraba una sensación de despedida. Lo que quiero decir es que me he ido de un montón de colegios y de sitios sin darme cuenta siquiera de que me marchaba. Y eso me revienta. No importa que la sensación sea triste o hasta desagradable, pero cuando me voy de un sitio me gusta darme cuenta de que me marcho. Si no luego da más pena todavía. Tuve suerte. De pronto pensé en una cosa que me ayudó a sentir que me marchaba. Me acordé de un día en octubre o por ahí en que yo, Robert Tichener y Paul Campbell estábamos jugando al fútbol delante del edificio de la administración. Eran unos amigos estupendos, sobre todo Tichener. Faltaban minutos para la cena y había anochecido, pero nosotros seguíamos dándole a la pelota. Estaba ya tan oscuro que casi no se veía ni el balón. Al final no tuvimos más remedio. El profesor de biología, el señor Zambesi, se asomó a la ventana del edificio y nos dijo que volviéramos al dormitorio y nos arregláramos para la cena. Pero, a lo que iba, si consigo recordar una cosa de ese estilo, enseguida me entra la sensación de despedida. Por lo menos la mayoría de las veces. En cuanto la noté me di la vuelta y eché a correr cuesta abajo por la ladera opuesta de la colina en dirección a la casa de Spencer. No vivía dentro del recinto del colegio. Vivía en la Avenida Anthony Wayne...

lunes, 10 de diciembre de 2007

From the beginning

Giovanni Rodríguez

Ileana soltó mi mano y en el mismo instante una imagen fugaz me cruzó por la mente. Caminábamos por esa avenida poco iluminada que Jorge una vez llamó “La avenida del amor”. Para mí nada en esa avenida, silenciosa y con algo de película de terror a esa hora de la noche, invocaba el amor, pero desde que había salido con Ileana rumbo al bar, la sensación no era otra que la de continuar con la tácita promesa de los besos y los abrazos establecida desde la noche anterior. Ileana, sin embargo, me había soltado la mano hacía un momento, y entonces sólo alcancé a pensar, no sabría explicar por qué, en una tarde de principios de diciembre en la que llovía un poco y salía de la universidad por el portón del área de las ingenierías.
Ricardo me recibió en el bar con una cerveza a punto de explotar de tan fría. Programó en la computadora From the beginning, de Emerson, Lake and Palmer, y le dio play. Eran pocos los que habían llegado para disfrutar del concierto y se mantenían en su mayoría en el área del largo balcón que daba a la calle, mientras los miembros de la banda dejaban todo a punto para cuando llegara la hora. Permanecimos unos minutos en la barra intercambiando bromas con Ricardo, hasta que ella se incorporó, con su vasito de ron y coca-cola en la mano, y caminó hacia la terraza para recibir, me dijo, un poco de aire fresco. La seguí un instante con la mirada, estableciendo impunemente como blanco sus nalgas firmes bajo la tela delgada de la falda, y Ricardo aprovechó para preguntarme cómo había llegado a conectarme con una muchacha así de buena. Le expliqué con detalles lo ocurrido durante la noche previa y lo que llevábamos de ese día. No había habido lugar para otra cosa más que para el amor, palabra que, lógicamente, se traducía en sexo y quizá una cierta comunión espiritual casi siempre en los momentos posteriores al coito.
El bar comenzó a llenarse en la última media hora antes del inicio del concierto. Las voces se fueron multiplicando hasta que fue necesario subir el volumen de la música ambiente porque ya casi no se escuchaba. A quien pasara afuera le hubiera parecido que el local era una caja de música algo descompuesta. En la barra, yo saludaba a uno u otro amigo que llegaba, pedía nuevas cervezas y de vez en cuando me dirigía al sitio desde donde Ileana había decidido dejar pasar la noche, para invitarla a unirse al grupo de amigos que empezaba a formarse o, en su defecto, para ofrecerle un trago más. Se negaba, con maneras suaves, siempre a ambas ofertas. Me decía amistosamente que ya iría ella misma por otro cuba libre cuando le apeteciera, que no me preocupara. Yo entonces volvía al grupo sin perderla de vista, pero a medida que el local se llenaba resultaba difícil ubicarla todo el tiempo.
La banda, de repente, empezó a tocar. Vertigo, de U2, encendió definitivamente el ánimo de todos. Le siguieron Californication, de Red Hot Chili Peppers; The man who sold the world, de Nirvana; y Roxane, de The Police. Entonces recordé a Ileana y decidí, con algo de culpa por mi olvido momentáneo, ir a acompañarla. La encontré, no en la terraza sino en el balcón, con un tipo de unos treinta y cinco años, mayor que nosotros dos, que apenas éramos unos jovenzuelos con la cabeza hecha una diáspora de sueños. El tipo me recordó a un tío mío, el menor de los tres hermanos de mi papá, con su pelo largo y el aire de alguien que se la ha pasado fumando marihuana durante las últimas dos horas. Al verme llegar, Ileana adoptó una posición erecta, después de permanecer acomodada frontalmente sobre el murito del balcón, y con una excesiva sonrisa, nos presentó. Ileana ha estado hablándome de vos, dijo el treintañero, dice que sos poeta, y de los buenos. Sentí la garganta seca y la necesidad impostergable de una nueva cerveza. Se los hice saber y les ofrecí a ellos algo de beber. Pidieron una cerveza y otro ron y entonces, revolviendo en mi cabeza los momentos de las últimas veinticuatro horas con la muchacha y preguntándome qué otras cosas le podía haber contado a ese desconocido, empecé a abrirme paso a través de la enorme cantidad de gente que en muy poco tiempo había convertido aquel bar tranquilo en un lugar asfixiante. Me costó mucho llegar a la barra. Sentía la garganta como si hubiera tragado un puñado de arena. Ricardo había desaparecido y ahora sólo estaba esa pareja de zombies atendiendo a una clientela enfebrecida por el alcohol y la música de la banda. Me costó mucho hacerme atender y cuando al fin pude salir de entre aquel espontáneo grupo de bebedores, sentí como que acababa de ganar una justa olímpica.
Al volver, unos diez minutos después, ellos habían desaparecido. Los busqué por toda el área del balcón, pero era claro que no estaban ahí. Volví al interior del local. Lo recorrí con la mirada por sobre las cabezas de la masa eufórica. Nada por ningún lado, ni en la terraza. Me encontré a Ricardo y le pregunté por Ileana. No sabía. Decidí volver al balcón. Me tomé mi cerveza, luego la del treintañero y por último el trago de Ileana, que me supo a agua azucarada. Pensé, sin darle mayor importancia, en el tamaño de la cuenta que Ricardo, al final de la jornada, iría reduciendo a medida que mi expresión de desconcierto, por no contar con suficiente dinero, fuera aumentando. Un sube y baja permanente, me dije, resignado y complacido.
No llegaban. Fui a la barra por otra cerveza. Esta vez me la sirvió Ricardo, quien me preguntó si ya había encontrado a la chica. Le contesté que no, malhumorado. Alcancé a ver un esbozo de sonrisa maliciosa en su cara mientras preparaba unas bebidas para otros clientes. Pasó una hora en la que la imagen de aquella fría tarde de diciembre en la salida de la universidad volvía y se disolvía en cada nuevo trago que daba a mi cerveza, hasta que decidí por fin marcharme. Ella tendría que llegar tarde o temprano al apartamento para recoger las cosas que había dejado.
Cuando empezaba a bajar las gradas que conducen a la salida, mortificándome con la idea de que, de repente, la situación había empezado a afectarme, mi subconsciente, más allá de los pensamientos y la inercia alcohólica, percibió algo en las vibraciones del aire. Ese algo se transformó en las notas de Wicked game, y aunque la versión de la banda era bastante caprichosa, me detuve un momento con la intención de escucharla y disfrutarla, pero no pude, mi mente trabajaba en la recreación de otros momentos posibles, imaginarios y sin embargo posibles, perversamente posibles. Imaginaba a Ileana y al treintañero en algún rincón oscuro del bar, en alguno de los baños o, por qué no, en un cuartucho de hotel de a cincuenta lempiras la hora. Seguí bajando las gradas, que ahora me parecieron más empinadas, y entonces los vi. Pensé en evitar el encuentro, pero ya era tarde. Antes de que pudieran verme fui testigo de la conexión que existía entre ambos, mayor que la que Ricardo aludió cuando me preguntó por el momento en que la había conocido. En el breve espacio de unos cinco segundos los vi abrazarse distraídamente, reírse, plantarse ante el mundo, ante la vida como una sola entidad, como un solo ser acostumbrado a las mismas circunstancias, como una pareja. Hasta que me descubrieron ahí, seis o siete peldaños arriba, con una expresión en el rostro que pretendía ser rígida, pero que debía resultar algo cómica, evidentemente ebrio. Te estábamos buscando, dijo Ileana. Pensamos que nos habías cambiado por unas cuantas cervezas, dijo el treintañero, sonriente. Cansado de la situación, aburrido, a esas alturas de la noche melancólico, me limité a sonreír desinteresadamente. ¿Nos vas a traer al fin unas bebidas?, preguntó el tipo. No, me voy, contesté. Sí, nos vamos, dijo Ileana. El intruso se apresuró a ofrecernos transporte hasta el apartamento. Les dije que no se preocuparan, que me iba solo, pero no me lo permitieron. Hubo una discusión amistosa entre Ileana y el tipo que no llegué a entender del todo; sólo alcanzaba a escuchar el sonido de sus voces mezclado con la música de la banda en el fondo, de la que ahora sobresalía desastrosamente el bombo de la batería. No recuerdo si me despedí, pero sí que Ileana me alcanzó del otro lado de la calle.
Caminamos de regreso al apartamento, por la misma avenida por la que llegamos, tomados de la mano. Los faroles emitían una luz tenue, nada convincente. Por un momento, mientras me dejaba llevar hacia el final de la noche, mientras la avenida se me revelaba como una pista infinita hacia ninguna parte, volví a sentir, especialmente en la cara, el mismo frío de aquella tarde de diciembre en la universidad. Me vi entonces, como en una película muda y en blanco y negro, con apenas diecisiete años, caminando despacio sobre los adoquines, mientras unas finísimas gotas caían del cielo, y pensé absurdamente en el tiempo como en una cuerda larguísima cuya punta llevaba precisamente ahora de la mano. Supe entonces, por ese instante al menos, que la vida consiste algunas veces en el murmullo insistente de las cosas pasadas, pero que en la mayoría de las veces sólo consiste en la inmersión total, sin remordimientos ni arrepentimientos posteriores, en la mierda cotidiana. Y supe, además, que lo importante, lo verdaderamente importante era tener siempre los ojos bien abiertos, por lo menos mientras la vida aún fuera cierta. Así que miré a mi derecha, primero al rostro de Ileana, que me veía desde otra realidad con unos ojos tan comunes y corrientes como los de cualquier mujer, y con una expresión de absoluta complacencia, y después al foco encendido en el pasillo entre dos edificios. Luego ya no vi nada más o no recuerdo haber visto nada más, apenas la imagen en mi cabeza de un beso ajeno más allá de los primeros árboles detrás del edificio de las ingenierías, y mis pasos cada vez más lentos sobre los adoquines, y la lluvia suave, indiferente.
No recuerdo nada, absolutamente nada, pero las cosas debieron haber ocurrido más o menos como todos dicen. Yo reconstruyo la escena con los fragmentos de las versiones de todos y la imagino así: Ileana conduciéndome hasta el apartamento, y una vez dentro, metiéndome en la habitación, desvistiéndome sin encender la luz, practicándome una entusiasta felación para despertarme e invitarme a hacerle el amor, primero ella sobre mí, pero después, con mi cuerpo y mi mente abandonados a la suerte carnal, yo sobre ella, hasta el fondo en ella, pensando quizá en el pasado, en el maldito pasado que no se acaba nunca, con mis manos en su cuello, cada vez más fuertes mientras el pasado vuelve, insistente, pegajoso y persuasivo, con mis manos, sus dedos y sus mínimos tendones dedicados a la inconciente ceremonia de la muerte, mientras sus gemidos aumentan y se convierten en gritos, en espasmos, en manotadas apenas efectivas, en pequeñas explosiones óseas en su garganta; y después el sueño profundísimo y otra vez el frío y los mismos pasos lentos, pero ya no sobre los adoquines en la salida de la universidad sino en un lugar y un día distintos, quizá en un cuartito como éste, pequeño y sin embargo interminable, y quizá en un domingo como hoy, insulso como todos los domingos, perfecto día para morir de tedio, como todos los días, como toda la vida, con su irremediable mierda cotidiana.
  • Datos del autor
Giovanni Rodríguez (San Luis, Santa Bárbara, 1980) estudió Letras en el CURN. Es miembro fundador de mimalapalabra. Publicó en 2005 Morir todavía y en 2007 Las horas bajas, libro que le valió en 2006 el Premio Hispanoamericano de Poesía de la edición número 69 de los Juegos Florales de Quetzaltenango, Guatemala. Actualmente vive en Figueres, España.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Juan Gelman: Cervantes 2007

Sin duda, premios como el Cervantes de Literatura traen a primera fila a escritores que de repente son poco conocidos. El considerado máximo galardón de las letras españolas ha recaído este 2007 en Juan Gelman, poeta argentino que hace de la palabra un arma de angustia, dolor, amor y humor. El Cervantes es una excusa válida para espiar su obra, de la que, en su edición 25, mimalapalabra publica una pequeña muestra.

Arte poética
Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío,/ como un amo implacable/ me obliga a trabajar de día, de noche,/ con dolor, con amor,/ bajo la lluvia, en la catástrofe,/ cuando se abren los brazos de la ternura o del alma,/ cuando la enfermedad hunde las manos.
A este oficio me obligan los dolores ajenos,/ las lágrimas, los pañuelos saludadores,/ las promesas en medio del otoño o del fuego,/ los besos del encuentro, los besos del adiós,/ todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.
Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos,/ rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.
XVI
No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, /no a la fuerza./ La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida./ Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran y nadie nos corta la memoria, la lengua, las calores./ Tenemos que aprender a vivir como el clavel del aire, /propiamente del aire./ Soy una planta monstruosa. Mis raíces están a miles de kilómetros de mí y no nos ata un tallo,/ nos separan dos mares/ y un océano. El sol me mira cuando ellas respiran en la noche, duelen de noche bajo el sol.
Una mujer y un hombre
Una mujer y un hombre llevados por la vida,/ una mujer y un hombre cara a cara/ habitan en la noche, desbordan por sus manos,/ se oyen subir libres en la sombra,/ sus cabezas descansan en una bella infancia/ que ellos crearon juntos, plena de sol, de luz,/ una mujer y un hombre atados por sus labios/ llenan la noche lenta con toda su memoria,/ una mujer y un hombre más bellos en el otro/ ocupan su lugar en la tierra.
Opinión
Los poemas escritos en estado de frialdad tienen una ventaja: están escritos en estado de frialdad. El odio del vecino no entra ahí, ni el vecino atado a su odio y se puede alabar las bellezas del paisaje. Alabar es una palabra rara, lleva del ala al bar donde el estaño está mudo. Los poemas sin sangre tienen una ventaja: no tienen sangre, ni sacudones mortales o inmortales, ni la imperfección, la suciedad de todos. Eso cae y nada perturba a la tierra. A los poetas que practican esa visión y sin duda escriben hermosos poemas, habría que levantarles una estatua ciega que no se vea. Es bello su no estar. Todo está bien afuera de todo lo que está mal, intocado y lejos de la escritura, lejos, en un canto bajito.
Nota I
te nombraré veces y veces./ me acostaré con vos noche y día./ noches y días con vos./ me ensuciaré cogiendo con tu sombra./ te mostraré mi rabioso corazón./ te pisaré loco de furia./ te mataré los pedacitos./ te mataré uno con paco./ otro lo mato con rodolfo./ con haroldo te mato un pedacito más./ te mataré con mi hijo en la mano./ voy a venir con diana y te mataré./ voy a venir con jote y te mataré./ te voy a matar, derrota./ nunca me faltará un rostro amado para/ matarte otra vez./ vivo o muerto/ un rostro amado./ hasta que mueras/ dolida como estás/
ya lo sé./ te voy a matar/
yo/ te voy a matar.
  • Gelman responde
–¿Qué dirían los muchachos de Villa Crespo al enterarse de que "el pibe Taquito" es premio Cervantes?
Cuando era joven, les tuve que ocultar bastante tiempo que era poeta. En el barrio si no fumabas, eras maricón, y si escribías poesía, eras raro.
–¿Los premios le dan mayor confianza en la palabra, en la poesía?
–Mi confianza en la poesía es independiente de los premios, que son un estímulo y un reconocimiento, sin duda, pero que no sirven para escribir el poema, que es puro trabajo.
–Aunque hay zonas de mucho humor y ternura, como en "Los poemas de Sidney West", se suele definir su poesía como política. ¿Cómo se lleva con esta etiqueta?
Es lo que pasa con todas las etiquetas, ¿no? Etiquetan un producto y después hay que mirar para ver de qué se trata. No todo lo que sucede en el mundo me despierta la necesidad de escribir un poema. Como ciudadano, tengo compromisos y responsabilidades que no tienen que estar necesariamente en la poesía. La ideología de alguien forma parte de su subjetividad, pero no es toda su subjetividad. No me afecta ni en un sentido ni en otro que digan que mi poesía es política. Lo que me importa es mi trabajo como poeta, no me preocupa lo que digan los demás, tienen todo el derecho a opinar, pero francamente lo único que influye es la lectura de la poesía, y el trabajo de escribirla.
  • *La entrega del premio será el 23 de abril de 2008. Juan Gelman nació en Argentina el 3 de mayo de 1930. Reside en México.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Escribir poesía en el país de los imbéciles

La mayoría no se ha enterado, pero en la actualidad la narrativa se escribe de distinta manera a como se hace en nuestra aldea. Los conceptos de reescritura, autoficción y metaliteratura, además de la fragmentación del texto y la mezcla de géneros, son la moneda circulante en el resto del mundo, mientras aquí intentamos seguir comprando lectores con los ajados billetes de perfil garciamarquiano. Mario Gallardo lo sabe y por eso, en este número 24, nos entrega un texto cargado de referencias bibliográficas, de alusiones y de guiños. Es normal si sienten algo de mareo, sucede siempre que viajamos por primera vez. Y en esta ocasión de Macondo nos vamos directo a la isla de Pico, en donde afortunadamente son escasos los topos de la literatura.
Escribir poesía en el país de los imbéciles
Mario Gallardo
"He tomado una firme resolución,
la de irme a vivir para siempre a Oceanía.
Pienso terminar allí mis días, libre y tranquilo,
sin preocupaciones por el mañana
y sin la eterna lucha contra los imbéciles".
Paul Gauguin
Agosto 27 de 2007
Escribir poesía en el país de los imbéciles. Vaya título, aunque bien pensado es apenas un pretexto, nada más que una línea garrapateada para designar a un diario de navegación. Piensen en el logbook de Rayuela que Julio Cortázar le obsequió, quién sabe con qué avieso propósito, a Ana María Barrenechea. Días y fechas, anotaciones, fragmentos, recetas, lecturas, sobre todo lecturas. Anotaciones sobre los libros que lee. Cortazariano al fin, paciente tibetano, Bardo Thödol y mandala, recoge notas íntimas, tiernas conjeturas sobre una existencia marcada por la literatura. Patético como Ignatius Reilly, con la equívoca e inútil arrogancia de algunos personajes de Coetzee. La reacción opuesta al “preferiría no hacerlo”. Bartleby a la inversa: prefiero decirlo, prefiero escribirlo. Leer y escribir. La vida como una lectura infinita, sumergida entre negro sobre blanco, pero después de haber vivido, con el peso ineludible de seguir viviendo. Tomar notas diarias y ampliarlas durante el fin de semana, corregir y engrosar, los nuevos mandamientos: no eliminar nada, no dejar espacio sin ocupar, horror vacui, barroco posmoderno, el paisaje completo en un haba, la migración de los sentidos, adiós al significante tutor, el espacio estereográfico de Barthes… el placer del texto a ultranza.
Nota imprescindible: Evitar las alusiones, evitar a toda costa que los personajes se parezcan a cualquier insulso con ínfulas suficientes como para sentirse personaje de novela. Desaplicados, díscolos lectores, recuerden que todos los personajes aquí reunidos son absolutamente ficticios, y cualquier parecido con seres que medran en este mundo sublunar es pura coincidencia; además, es imprescindible enfatizar -como dice Fresán: "en una aclaración obvia, pero nunca del todo innecesaria"- que el hecho que algunos pasajes estén narrados en primera persona no implica que el autor comparta ideas, haya protagonizado o justifique las acciones de quienes aquí cuentan sus vidas y sus historias y sus muertes. Evitar la nota al pie de página, “recordar que una historia no es más que el fantasma de una vida”.
26 de agosto de 2007
Me veo al espejo y ¡zas!, ahí está de nuevo la incertidumbre terrible: ¿quién soy?, ¿a quién pertenecen esa nariz superlativa, ese elefante boca arriba, ese par de órbitas inquisidoras? Doppelgänger que te escruta con frialdad, no hay emoción en esa cara, es la de un extraño, un perfecto extraño, pero hay algo en su mirada que reconoces. Más que una información es un sentimiento, un indicio que te traslada, Wells mediante, al día en que platicaste con tus propias células (¡ah Timothy picarón, lástima que no te siguieron con la constancia y el entusiasmo necesarios! ¡cuántas guerras nos hubiésemos evitado!). La tarde feliz, a la orilla de la piscina, blue lagoon en medio de oasis bananero, el regusto amargamente delicioso de la cerveza que inicia su frío recorrido por tu garganta, y los cuentos de Bestiario en la otra mano: la pareja de hermanos, ese “simple y silencioso matrimonio de hermanos”; pero en esa época aún eras ingenuo y no atendiste a la insinuación (ahora, en este preciso instante, te imaginas a Julio, con un Gauloise entre los labios y el vaso de vino en la mano que, irónica sonrisa de por medio, te dice: “pero ché, debiste aplicarle la misma lectura que a “Ciclismo en Grignan”). Misión imposible para ese imberbe lectorcillo de fines de los setenta que aún no había leído la sórdida confesión del Cronopio: “Creo que no he escrito nada más erótico que “La señorita Cora”. Pero volvamos al doppelgänger que te mira. También hubo una noche doblemente fantástica, la noche entre los espejos del serrallo, la doble cara de la luna, arriba y abajo y a los lados, un entrevero de piernas y muslos, una cabellera negra, lujosa, que apenas deja ver un seno, una nariz perfecta, multiplicados hasta el hastío; y tu cara de placer repetida hasta siempre, hasta nunca, perdida ya en la bruma alcohólica… Pero te gustaba también “Axolotl”. También allí veías al doble, la doble existencia: el hombre y el anfibio, porque el ajolote es un anfibio. No equivocarse, no es un pez, recuerda: siempre investigar a fondo; no existen ideas generales Gregorovius, debes permitir que la Maga te cuente con lujo de detalles cómo la violó el negro en el conventillo. La investigación a fondo: Reino: Animalia, Phylum: Chordata, Clase: Amphibia, Orden: Caudata, Famila: Ambystomatidae, Género: Ambystoma, Especie: A. mexicanum. Ahí está: mexicano tenía que ser el bendito axolotl, aunque a Cortázar nunca lo he sentido muy proclive a lo charro. Aparte de “La noche boca arriba” (y es que este día no salimos del tema del doble) no le recuerdo otro cuento, otro relato, ambientado en la “región más transparente del aire”. Sí lo intentó con Nicaragua, enamoramiento tan violentamente inútil, salvo por un texto rescatado al ritmo de una proyección fantástica de diapositivas. Pero volvamos a los temas lisérgicos. Fue antes o después; no, primero fue el THC, y la cerveza, y el THC de nuevo. Lasitud, paz consigo mismo y con el mundo. Peace and love. Todo tranquilo. Y la casa que empieza a ser invadida por esos odradeks rioplatenses, porque está claro que fueron odradeks, lo que pasa es que Julio se resistió a ser explícito: la ambigüedad, ante todo la ambigüedad ché. Y para esa fecha ya la influencia kafkiana andaba como demasiado vista, casi casi cliché de oprobio. Pero no hay duda, hay un momento en “Casa tomada” en que resulta insoportable la respiración del odradek, que se cuela a través de las revelaciones de los hermanos. Parece demasiado arriesgado, un atrevimiento imperdonable, plantear a Julio como antecedente de Vila-Matas. Confieso que a mí me encanta la idea: Cortázar como miembro de número de la “sociedad de los portátiles”: Montano y Oliveira tomando una copa y fumando como desesperados en el Café de Flore. Además, ambos vivieron y leyeron y pensaron en París, con todas las posibles implicaciones que este hecho puede tener para un escritor, ya sea argentino o catalán o kurdo. Pero volvamos a los temas lisérgicos. Fue antes o después; no, primero fue el THC, y la cerveza, y el THC de nuevo. Lasitud, paz consigo mismo y con el mundo. Peace and love. Todo tranquilo. Después llegó M y su eterna propuesta de alcanzar estados alterados. Y esa tarde de viernes en el menú iba incluida una diminuta pastilla, cuya sorprendente dureza resistía a la cuchilla Victorinox con que intentamos dividirla. Finalmente logramos escindir el átomo y cada uno guardó su electrón, “para más tarde, para cuando estemos en la playa”. La playa, posibilidad remota a las cuatro de la tarde, después de media docena de cervezas y otra ración de THC disolviéndose a gran velocidad en el corriente sanguíneo, fue certeza incuestionable.
Escritores leyendo, escritores que conversan
Basta. A partir de hoy no más fechas. A cuenta de qué tanta precisión. Sustituirlas por el título alusivo, el epígrafe salvador, el guiño al lector cómplice (o la cáscara de banano, una de dos). Pero lo cierto es que acabo de leer a Piglia y descubro varias frases antológicas, incluso parece que fueron escritas para ser recreadas en estas líneas. Y cuando Piglia habla hay que escucharle con atención, entre otras cosas, porque es de los escritores que siempre tienen algo nuevo e inteligente por decir. Contrario a los del boom, que ya parecen disco rayado, cada uno palimpsesto de otro palimpsesto. Lo telúrico en distinto envase: coroneles, generales, madrastras y tías, gallos y bananeras, revoluciones y héroes degradados, ilusiones y desesperanza. América latina, marca registrada. Por eso mejor sigo con Piglia, quien me está contando sobre la conversación y su importancia en la literatura, la conversación como elemento central de la literatura, y lo mejor es que incluye en este contexto a las discusiones en los bares y -quizás por eso- termina afirmando que las amistades entre los escritores son complejas y luego, axiomático, señala que “uno sólo puede ser amigo de un escritor si le gusta lo que éste escribe”. Más de acuerdo no puedo estar, aunque no he sido amigo de ningún escritor, creo que tampoco he sido amigo de nadie, quizás fui amigo de Z, aunque me acosté con ella y compartimos algunas horas de vuelo rasante y dicen que entre los verdaderos amantes no puede existir amistad, pero creo que Z sí fue mi amiga, además nunca me importunó con celos ni aspiraciones de exclusividad o de ejercer soberanía sobre la ínsula barataria. Y conversábamos largamente. Ella me escuchaba y yo la escuchaba, nos escuchábamos, y luego hacíamos el amor, pero ahora que lo pienso éramos como dos solistas, dos virtuosos que se juntan para tocar una pieza que tiene bien marcadas las distancias entre ambos, y para quien escucha suena bien, suena muy bien, pero ellos nunca se encuentran, sinuosos jazzistas que se empecinan en sus takes particulares. Aunque quizás fui amigo de S, poeta excelso, gloria universal que fuera inmortalizado en la publicidad de un banco local, tras haber distribuido las 200 páginas de su opera omnia en cinco inmortales cuadernillos de 40 folios, en los cuales, según T, el crítico por excelencia: “el clasicismo rezumaba en unos versos insólitos para la literatura nacional”. Y T había publicado sus juicios en el periódico dirigido por U, quien a su vez era amigo de S. Y hay que decir además que, en forma periódica, S le reenviaba a U por correo electrónico los juicios que desde distintos confines del mundo le remitían sus admiradores, todos expertos en materia de las belles lettres, como el fiscal de Aracataca o la periodista hondureña que residía en Zimbabwe, quienes coincidían de manera absoluta en que sólo la abominable tozudez de los académicos suecos era la línea Maginot que separaba a S del Nobel. Pero lo cierto es que con S conversábamos con notable soltura y humor, quizás atizados por las rondas consecutivas de cerveza, y a mí me gustaban algunas de sus obras, no todas, pero algunas. Pero mejor volvamos a Piglia, quien está explicando a Villoro que por más que los teóricos de la posmodernidad afirmen que se acabaron los grandes relatos, que la verdad se ha retirado de escena, que la significación y el sentido no son la cuestión, hay un empecinamiento en la literatura, en los escritores, por persistir en la búsqueda de ese sentido, y los grandes momentos de la literatura tienen que ver con grandes personajes “que nunca abdican del intento de encontrar el sentido”. Y luego Piglia pasa a enumerar y los nombres de Ahab, Herzog y Don Quijote resuenan en mis oídos. Y pienso, mientras apuro otro trago de cerveza, que yo podría añadir que en el sinsentido también encuentro sentido a lo que dice Piglia, y, émulo indigno, paso a enumerar y los nombres de Bartleby, K, Wakefield y Godot resuenan en mis oídos. Otras voces, otros ámbitos. Pero volvamos a los escritores que conversan y entonces Piglia menciona a Bolaño y yo me remuevo, como preparándome para lo que viene, que no sé a ciencia cierta lo que será, pero intuyo que será inteligente, que será original, y entonces Villoro, quien a su vez está conversando con Piglia, recuerda a los detectives salvajes y afirma que se dedican “a investigar poéticamente la realidad” y yo no puedo dejar de pensar en Mario Santiago y pienso que quizás esta frase le haría atragantarse de risa o, en el mejo de los casos, quizás hasta le daría un abrazo a Juan y recordarían el largo viaje que hicieron juntos, cuando cruzaron a bordo de un autobús casi todo el DF rumbo a la presentación de un libro en la UNAM, y al llegar aquí no puedo dejar de pensar que en algún rincón de este fragmento, tan enrevesado y caótico, se dijo que “uno sólo puede ser amigo de un escritor si le gusta lo que éste escribe”, y entonces aprovecho para señalar que coincido con esta frase, que incluso quisiera elevar al rango de axioma, y así es como me siento amigo de Villoro, de Piglia y, cómo no, de Bolaño, y disfruto leyendo sus cosas y leyendo también conversamos y me presentan a sus amigos y así conocí a Vila-Matas y a Pauls y a César Aira y a Castellanos Moya, aunque a Lacho lo conocí antes… Pero mejor paro de contar y me pongo a leer, que es lo mismo que escribir y escribir es conversar…
  • Sobre el autor
Mario Gallardo es miembro fundador de mimalapalabra, profesor universitario de literatura y compilador de las antologías El relato fantástico en Honduras y Honduras, Narradores Siglo XX; además es autor del libro de cuentos Las virtudes de Onán y acaba de salir de imprenta La danta que hizo dugú, basado en la investigación que realizó en la comunidad garífuna de Masca. Escribir poesía en el país de los imbéciles es un fragmento de la novela homónima -cuyo título está inspirado en un verso de Roberto Bolaño- que se encuentra en preparación.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Jonás, de Edilberto Cardona Bulnes

Edilberto Cardona Bulnes y la torre trunca A quien haya leído fragmentos de la obra de Edilberto Cardona Bulnes no le parecerá imposible la historia de un Samuel Beckett enviándole una tarjeta postal desde París a su Comayagua, después que leyera Los Interiores, editado en España en 1973 al obtener el Premio Café Marfil. La duda y el mito es su primer monumento. Al desaparecimiento de Jonás, publicado en Costa Rica en 1980 por EDUCA, y que ha sido motivo de tanta chismografía seudoliteraria, se suma el insólito egoísmo de personas que presumen de ser afortunados poseedores de sendas versiones completas y que no emprenden el trabajo de edición y difusión de esta obra excepcional. Así que, después de la extenuante búsqueda de este complejo monumento estético, poético y filosófico, mimalapalabra lo ha conseguido, y en esta vigecimotercera entrega nos complace haberles arrebatado el fuego a esos seres intrascendentes para dárselo a ustedes los lectores. Lo que sigue es una muestra de este libro mítico, para que después de su lectura coincidan con nosotros en que Edilberto Cardona Bulnes es lo más cercano que tenemos en Honduras a la idea de "poeta iluminado".

Jonás

  • 29-IX hablar del mundo y de un otro como el otro mundo. Y del lenguaje como el más completo medio de comunicación humana. Y de una, de otra, o de ti; Muerte, como la otra vida. Y de un blanco relámpago desnudo de dos blancos desnudos como dos piedras juntas en la punta de una torre libres del río lejos una en otra ya como un chorro de lluvia que era dos en la ventana de noche sin ver en el cristal lo que se vio por el otro; o un barco que salió de dos nubes y se fue sin verse más sobre la tarde, o dos raíces fuera de la tierra, sin historia, una a otra, encarnadas bebiéndose sin medio ni distancia para gritarse o decirnos amor, manzana, paraíso, entroncadas en uno en lo que es de uno
  • 16-IX Pues bien, en aquel tiempo, una vez, y de esto hace bastante, iba en un carruaje. Oscuro. De qué color, no sé, tal vez de arena, de insomnio, de camino. No sabía quién era, ni lo suponía. Únicos viajeros nos confiábamos al cochero invisible. Chirriaban las ruedas sobre la nieve, y en la oscurana de agua al fin se vio que lo estampado era la carne viva de tatuajes.
  • 17-IX Érase una noche ocre como para callarse de no ser el ruido del coche oiríamos las estrellas que nos vienen como gajos corintos, como racimos trasudando escarlatas. Llegamos a una parte, sola: Página Blanca, y pensamos oír: no ver demasiado lo blanco: ciega. A su tiempo cada quien deja su libro mediando silenciosos solitarios. Uno baja después para no subir más. Al bajar, ¿nos confundimos, confundimos los libros? El carruaje ha seguido, metiéndose en el bosque, en una bruma púrpura. El día sigue a la noche en des-cubrir la ciudad.
  • 18-X La diferencia de los hijos de la tribu de Leví está aquí en la verdad de su corazón. Que esta poesía i-rreal de Jorge Trakl nos pese más que el realismo de “El Canto General” es del vero cristal de mis ojos de Amnón de la noche imposible. Vos, noche virgen, tenés el peso oscuro, y vos, verdad a oscuras, peso de siglos.
  • 18-X Manos llenas de gasa de Muerte estas de Celan luchando por huir del velo de la palabra, -no tu secreto fiel, Penélope-. Sagrado tuyo, Yocasta. Ay, que eres ciego rasgándolo. Inservible tu deslumbrado rojo. Fuera, inútil, a arder vacío, quedar para siempre en Colono perdido.
  • 21-X Tú ansías expresar las cosas. Déjalas. Se expresan. Que se expresen. -Si nos expresaren-. Deja que la palabra se diga. Sea la pintura la que haya de buscar la manta, el cuadro, el color. No al revés. Nazca con él. Bien sentimos que en nuestra boca la palabra agoniza. Bien sabemos que en nuestra mano la palabra muere para re-vivir en el poema, en poesía cuando Poesía la halla. No encuentra. Es encontrada. La re-encontrada. A lo mejor se encuentren, entonces, y siempre lo uno no es sin lo otro así como la flor no es por hallarla, sino por hallarse. La energía crea a la materia como la función al órgano. “Haya luz”; (Génesis-1), y hubo luz.
  • 2-III Aquí se está en un saco, cosido, con un gallo, un gato y un mono, en el mar, y dentro de la ballena. Todo está en descocer el gallo –el saco-, deshacerse del saco –del gallo-, del gato y del mono. Y entrar de lleno hasta el píloro, quizás al cardias, más no, arriba no. Prohibido. Sagrado. La salida es por el culo.
  • 20-VIII Tú sabes, Muerte, que si leo, es el perdido libro de Jaser cuando se detiene el plenilunio. Mi poesía es todo lo que no es desde antes muy antes del primer cautiverio. Que si alguien nos acompaña en este río de sombra, ah, Caronte, es mi perro, gemelo del perro de Tobías en el único parto de la hembra de Cancerbero.
  • 27-V El carnicero apareció ya con el alba degollada. Hubiera sido un claro día. Pero el carnicero está aquí, con el cuchillo, blandiéndolo, y la sangre, ay, manando de la garganta.
  • 29-11 Y sucede que Judit vuelve, y está aquí, ante Holofernes, ebrio, denso púrpura quitándose los espaldares de oro, el pectoral de plata, el férreo casco azul, las perneras de bronce, tendiéndose en la invalidez del cuello, el descuido del pecho, la confianza del vientre, dejándose a la impotencia de la periferia y franqueándonos por el centro. Soledad. El amparo del arma, afuera. Yacente. Judit, desvistiéndose. Huele la selva virgen de la noche, bullen las cataratas de la noche, llamean las antorchas en la gruta de la medianoche. Desnuda: suntuosa, vestida, de sortijas, sonríes. Centelleo de alfanjes circulares, constrictores, succionantes. Labios ibis en vuelos rozándose las alas encerrando lo hondo del encuentro. Pupilas dilatándose, contrayéndose, suspendiendo, adormilando la paloma del viaje. Aluzas, Ciegas. Se y se cierra para gustar, saborear, devorar, engullir lo que no posee. Troya arrastra el caballo de palo, el oscuro trofeo equino, y en el animal obscuro Edipo vuelvo y entro en demanda de Tebas, del hogar, de mi cuna, del reino de mi madre. Edipo busca por adentro. Judit busca por afuera. La madre se ha cortado al romperse el cordón y Holofernes, por degüello, te escapas de un salto mortal. Lloro de troyanas. Desbande de asirios. En tierra dos ejércitos, dos detritos, dos bultos, vencidos, en la blanda arena azul de un agrio abandono lunar, amaneciendo. El sucio barrendero deja las calles limpias.
  • 13-IV Hay que cazar la hora. Cuando Dante la cace escribirá La Comedia. Un minuto más, un minuto menos, no podría. Hablará con los muertos de él como antes Homero con sus dioses. La poesía es un diálogo consigo mismo, aún en momentos cuando parece ser con otro semejante. Diálogo de uno ante algo, ante alguien –en esencia- fuera de forma, de la forma. Nunca entre hombres. En poesía no hay ilusiones ópticas, ni auditivas, ni de ninguna otra especie. Si tal fuere, sí, pues equivaldría a la conversación que el hombre -como en una sala de espejos- sostuviera con sus imágenes (anamorfosis) equívocamente reales. Real el surrealismo. Para conocerse mejor hay que conocer a los demás. No hay mundo si no hay un hombre en él y no hay hombre si en él no hay un mundo. Para verse, ver; para ver, verse. Aquí el encanto fatal del iris de Narciso. En un mundo en que no existiera lo que la costumbre considera únicamente como espejo, el hombre se vería, volvería a verse en los otros, o en los no otros. Aquí el fatal desencanto del iris de Narciso. El ojo hace el espejo de él. Del ojo –espejo vivo- al espejo muerto -la copia-. Siempre se ha tenido espejo, aunque estuviere encubierto. El hombre es el espejo del hombre. La viva imagen, consciente, fuera del espejo. El espejo es hacia atrás. Y hacia adentro. El espejo es la muerte de la imagen. Si no hubiera cómo ni en qué poder verse – y vera para mirar, distinguir para diferenciar- el hombre se ignoraría en su precario instinto de conservación a tal modo de enojarse, si esto le cupiere, contra el estorbo en que casualmente tropezare, y le diría: -si esto le cupiere también- bruto, imbécil, estúpido, y le daría una patada, pues el estorbo no sería esto que es sino otro, imbécil, que me molesta. He aquí lo que hubiera sido hombre. ¿Qué? ¿Qué digo yo sin no ser acto de decirme, sin moverme en el ansia, en el sueño, en la memoria? ¿No se es ni se tiene más que el acto solo? ¿Qué puedo decir que soy sin moverme en el saber, en el sentir que soy? ¿Y qué es lo que sido sin el hombre? ¿Ha habido hombre aquí, allá, ayer, ahora? Si así fuese hubiera sucesión, y si hubiere sucesión habrá permanencia, si habría permanencia hay universalidad. Sucesión no es repetición como repetición no es igualdad fuera de sí, si no en sí, sino en sí por esto de lo móvil del hombre a lo inmóvil del ser, no al ser inmóvil, no de ser, y conquistar, re-conquistar desde el ser del estar la permanencia universal del ser. Ser sin imagen. Fuera de ella, caos, confusión, bruma de Babel, la torre trunca. ¿Si no en ella en dónde entonces, ya asunta, la colmada asunción de él, por él, con él y para él? ¿En dónde si no en ella el ser del tiempo, el tiempo del ser, de ser del ser; de ser, y ser tiempo en esencia y permanente esencia única de verdad?
  • 14-X Vivimos de amor y con amor, de la fe nos mantenemos, de la esperanza que nos sostenemos verdaderamente pobres de solemnidad de las cosas de la tierra. (El mundo es otra cosa.) Vivimos de caridad sin comprarnos nada regalándonos todo. Vivimos de la caridad, de por vida suya, de la caridad de vida de por vida. Nada nos sobra. Nada nos hace falta. Nuestra abundancia colma los veranos para los otoños y los inviernos pálidos. No conocemos otro cielo más que éste que a lo mejor es el único, el mismo que da sobre esta parda ciudad la comba ala de su pájaro azul reclinando de tarde en tarde la bella cabeza sobre nuestra cabeza alzada en alto, en vilo, rozándose. Entre nos hablamos de tus ojos, de tus manos mías, de mi frente tuya, de tus zapatos y mi camisa, de las sábanas con nombre tuyo y mío, en monograma; de las dificultades para mantener siempre limpia la casa con tanto polvo afuera, silenciosa con tanta bulla de carros, fresca ante tanto calor y seca entre tanta humedad. De lo caro de los víveres, la subida de precios, los impuestos, el alto costo de la vida. De los poco amigos que tenemos pero buenos como el pan y escasos como los buenos libros, y hasta de lo desconocido. De los mismos gratos recuerdos que sólo a nosotros hacen gozar porque somos nosotros mismos; de lo que hicimos este año y de lo que haremos en el próximo; del sueño que tuvimos y resultó verdad. De los niños que se pierden en la plaza, de los jóvenes que se embriagaron antes de que comenzara la fiesta y no se dieron cuenta, y de aquella que se volvió triste bajo la lluvia; del baile que no hubo porque no había luz, y de la vieja lámpara que hicimos funcionar en la tiniebla hasta que nos halló el alba, en nuevo día, solos uno en el otro, los dos en nubes en verdadero música bailando enamorados. Del juego que iba a haber y era mentira. De la muchacha que encontraron muerta y no se supo quién era. Del joven que con varios amigos tuvo un accidente fatal pero sobreponiéndose los llevó a la clínica, llamó a los padres y se fue a su casa a darse cuenta con su madre que iba muerto.
  • 21-X En absoluto no es necesario para nada el poeta en el mundo. Nunca. Desde la vida de su poesía nunca se da solo, sólo en su poesía para entrarnos a la poesía, a la vida poética, a la vida de la poesía, a la otra vida, a la poesía del hombre, de la vida y del mundo, y darnos de todo a lo sumo sólo la imagen sola para hallar en ella nosotros solos la medida sólo de nuestra sola imagen, la medida del silencio, del silencio a la palabra, del espejo al espejismo, de la realidad, de la realidad a la ficción, de la verdad a la mentira, de la muerte, de la muerte a la vida, la proporción de que la ficción es a la muerte lo que la muerte es a la nada, o la identidad de que la verdad es al amor lo que la realidad es a la vida, y en esta dimensión poder saber hasta dónde son en ficción amados los bellos ídolos del amor o en verdad amado el dios vivo de Amor, y hasta dónde somos y estamos de verdad en el tiempo de la vida o en la vida del tiempo y en el ser de la vida o en la vida del ser y ser vivo tiempo del ser, o si estamos y no sabemos en la ficción del ser como ciegos peces de una imposible antártica inexistente para un principio desde el principio muertos en el fondo, o en el boomerang de nadie perdido para nadie, o en el salvaje hielo de una navaja de afeitar no tanto porque se nos empuje una muerte distinta, brutal, salvaje, que al fin y al cabo se habría de conocer, sino que por ella se nos presenta como humano algo no humanoide, humanesco, algo que no llega desgraciadamente ni siquiera a la más triste sombra de un árbol hecho piedra. Es nada. Casa del ser: casa de Dios. Nada. Puras palabras. No más acto de ser del ser. Esta flor. Esta hierba. Nada. Sangre de Abel y sombra. Nada. Palabras. Cuajos de luz. Simples palabras; pura palabra, pura. No sé dónde qué en lo más recóndito de este pañuelo blanco.

  • 22-V Yo no hube, no habría querido esto. Hubiera querido, no sé, otra cosa. Hasta habría, quise huir de la Voz. Yo no he querido esto. Quería otra cosa, otra orilla de luz. Qué importa lo que yo haya querido. La voz me subía por acá, y hoy, con los labios quemados, no querría más, no quisiera menos. Y qué importa lo que quiera o quisiere, lo que hubiera o habré querido. Aquí, desencantado, des-encantado todo, no puedo ser feliz. Sin espejo ni marco esta alegría: no seré feliz. Gozo este infierno. Vivo. Alegría sin marca en esta ardiente arena. No querré nada en este hirviente polvo. Ya este infierno es mi paraíso. No quiero nada.

Datos mínimos del poeta

Edilberto Cardona Bulnes nació en Comayagua en 1935 y murió en 1991. Obtuvo en 1973 el Premio Café Marfil de España con el poemario Los Interiores. Jonás se publicó en 1980 en EDUCA, Costa Rica, y –según el mito- sus cuatro mil ejemplares desaparecieron a su llegada a Tegucigalpa.

"Jonás… es un poema mural. El único, en el país, al cual se le podría adjudicar tal categoría". La Palabra iluminada, Helen Umaña.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Obligados a vivir

En la poesía de Gustavo Campos la existencia misma es un acto poético. Vivir equivale a beber, amar, sufrir, pero también a escribir. Más que poemas, las piezas que de él presentamos en esta edición número 21 de mimalapalabra en diario La Prensa -escapadas de Desde el hospicio y Bajo el árbol de Madeleine, los dos libros que publicará a principios del próximo año- son fragmentos de una experiencia vital forjada a fuerza de desvelos, tropiezos, ardores y desamores. Que ninguna miel corrompa estos versos, porque son amargos y definitivamente humanos.

Habla la poesía
Me alimento de poetas/ que fracasaron en su vida,/ de aquellos que prefieren un verso/ a los labios de la mujer que aman./ De los que construyeron a la orilla del mar la fe,/ como de la soledad su tumba. De aquellos a los que no dije:/ las esperanzas son un laberinto disfrazado de atajo./ De a quienes les soplé una órbita de tristezas/ y quedaron atrapados/ en el centro del misterio, como dentro de un remolino./ De esos me alimento./ Soy bestia: lanzo pecados./ Derribé gigantes en la era de David./ Convertí en monstruos los molinos/ y las piedras en pan./ Soy el sol que entra en los humanos,/ y después, cuando ha recorrido su cielo,/ les deja un monstruo por ocaso./ Escojo, al azar, poetas/ y los convierto en tristes o exultantes./ Me alimento de poetas/ porque ellos creyeron que me hacían cuando sólo fueron mi reflejo.
Confesión de Madeleine
Tomé en mis manos al último poeta/ y lo formé a imagen y/ semejanza/ de la locura./ Tomé en mis manos al último lector/ y le enseñé/ el morbo./ No les enseñé a vivir./ Los forjé de pesadillas.
Obligados a vivir
Nada puedo hacer por mí; que me acepten o me destierren. Alain Bosquet
nos obligaron a vivir/ jamás me dejaron seguir/ ya vendrá el milagro, dijeron/ y la angustia fue el milagro/ nos obligaron a vivir/ estuve tendido en las calles/ a los indiferentes que pasaban/ les grité inhumanos/ yo estuve reencontrando un amor lejano/ con mi barba parecida al tiempo/ un amor lejano/ nos obligaron a vivir/ el fuego siempre fue mi amigo/ como la irreflexión y los impulsos/ hoy ando con mi cuerpo incinerado/ me obligaron a masturbarme en público/ y me amarraron a un poste y los golpes/ fueron más fuertes que los dados al peruano/ se burlaron de nuestras depresiones/ nos llamaron haraganes/ y en contexto fue una necesidad ajena/ la que nos obligó a buscar visiones/ no escogimos las pesadillas/ el exilio/ errar eternamente solos/ las convulsiones/ o delirios/ ni inventar un nuevo diálogo/ nos obligaron a vivir/ quienes nos obligaron a morir/ con los ojos muertos y el alma accidentada/ seguimos en un mundo/ de la posibilidad y la palabra/ con nuestra propia mierda/ por esperanza/ sáquennos a toda prisa de nosotros/ prescindan de nuestras acciones/ prescindan de nosotros/ como nosotros de nosotros/
Puente
hundirme hundirme deshacer mis rasgos Tomás Segovia
Al ver un águila ves una porción de genio. W. Blake
cuando la tempestad no abre los sellos/ y los brazos del sitio se mantienen cerrados/ errar es el único sitio el río su único camino/ que engaña a alguien ajeno ya ajeno/ sumiso a la oscuridad a las horas/ un árbol de calamidad condena los ojos/ alimenta las visiones y deshace los recuerdos/ cuando se ha dicho amor/ sólo para expulsarlo de las bocas/ y dejarlo en soplo en palabras a merced del tiempo de nada/ esperando que caiga el árbol de una hoja/ y roer la coherencia desde las garras del águila/ muriendo a pesar de las voces/ que aparecen como el humo en la razón/ y el relámpago es un puente que transitar de noche/ con la indiferencia como rostro y las piedras de tropiezo/ del mañana el orgullo de la raza de diálogo de monstruos/ fijará sus ojos alegremente solos/ como Artaud antes que él/ la demencia roe con sus dientes de acrimonia la esperanza/ al hombre mismo a la palabra/ hay que escucharlo de la misma manera/ como hay que ver un rayo/ las frases siempre serán la desesperación de romper el sello/ y la espera/ deshacer los propios rasgos como se borra una huella
Primer destino del hombre
Lo que relato es la historia de los próximos dos siglos. Describo lo que viene… F. Nietzsche
Fracasó antes de intentarlo./ Fue su ruina./ Destruyó su Pabellón de Oro./ Con esfuerzo procuró vencer/ el cansancio de los últimos siglos./ El desierto fue su herencia y el sol su castigo./ Lo llamaron demente./ Y se hizo de palabras,/ también de esas que roen el pensamiento hostil/ que da la sensación de hastío./ Lo hubieran escuchado citando a Derrida,/ en el último peldaño de la esperanza, cuando nadie le creía,/ oyendo burlas que ahogaban como rocío/ el tímpano del grito. Visitó los bares y glorietas/ y sonrió con amigos. Un hombre se obliga a vivir./ El sistema amordazó su tranquilidad y/ descubrió que no hay belleza que no deba corromperse./ Lo salvaron una computadora y algunos libros de Ciorán./ Lo juzgó la mugre y su ruina lo hizo sonreír de tormento./ Su personalidad fue, de todas las tristezas conocidas,/ la más parecida al grito de Munch./ Apúntenlo con un dedo adverso, allí va caminando con su mirada/ fija al pavimento, las manos en el imperfecto bolsillo,/ y el recuerdo en el fracaso;/ susurren lejos de su barba, ¿no ven que lleva aún sobre él/ la nube negra?/ Quizás nunca nadie lo haya conocido,/ ¿quién es capaz de vivir el pavor/ de esforzarse en sonreír y sólo desdibujar su rostro,/ de contorsionar su alma hasta el extremo de borrar/ el recuerdo de amigos y familia, el ritmo cálido/ y velado de aquellos días hoy perdidos?
  • Datos del autor Gustavo Campos nació en San Pedro Sula en 1984. Es estudiante de la carrera de Letras en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula. Es miembro del colectivo mimalapalabra y de la Sociedad Secreta de los Portátiles. El conjunto de su obra cabe perfectamente en una maleta: Habitaciones sordas, su primer poemario, apareció en 2005 con la editorial Letra Negra de Guatemala. En 2006 obtuvo el tercer lugar en el Premio Hibueras, en la rama de narrativa, con su novela Los inacabados, que la editorial de la SCAD publicó este año.

domingo, 21 de octubre de 2007

Otro Nobel sospechoso

Si usted es de esos lectores que cada año espera estas fechas de octubre para correr a las microlibrerías hondureñas y comprarse alguno de los libros del recién anunciado Premio Nobel de Literatura, le aconsejamos que antes de hacerlo le eche un ojo a esta vigésima edición de mimalapalabra en La Prensa, dedicada a la concesión de este prestigioso (o deberíamos decir "desprestigiado") galardón correspondiente al año 2007. Resulta que el honor no recayó –otra vez- en Carlos Fuentes ni en Vargas Llosa, o por lo menos en Philip Roth o en Don Delillo, que lo merecen de sobra, sino en la inglesa Doris Lessing, una ferviente activista contra el racismo, militante comunista y pionera del feminismo. En España, las librerías estaban preparadas para recibir a los lectores de Phillip Roth, considerado uno de los más fuertes candidatos este año, pero la Academia Sueca sorprendió a todos. Así lo dijo ante los periodistas Horace Engdahl, secretario de la renombrada academia: "Los sorprendimos un poco a todos, ¿no?".
Pero lo sorprendente no es que nuevamente la decisión de los ilustres miembros de la Academia sea equivocada, porque bastaría citar a Proust, Joyce, Kafka o Borges para certificar su larguísimo historial de errores, ni tampoco que la galardonada sea una mujer con las convicciones ideológicas que ya hemos mencionado, sino que le hayan otorgado el premio sólo por eso que la crítica y la prensa internacional catalogan como "corrección política" y que nada tiene que ver con la literatura, que es de lo que verdaderamente se trata. Harold Bloom dijo a Associated Press que es "un premio políticamente correcto", y continuó diciendo que, aunque la escritora británica al principio de su carrera mostró algunas cualidades admirables, "encuentro su trabajo de los últimos quince años ilegible", y los tildó de "ciencia ficción de cuarta categoría".
Pero las opiniones desfavorables no se quedan aquí. Marcel Reich-Rannicki, reconocido crítico literario alemán, dijo que ésta del 2007 “es una decisión decepcionante. La lengua inglesa tiene escritores más importantes y más significativos como John Updike o Philip Roth”. Humberto Eco, autor de El nombre de la rosa, fue más sutil: “Es una buena autora con una gran alma literaria. Merece el premio, sin duda. Sin embargo, es extraño que lo vuelva a ganar un autor de lengua inglesa tan poco tiempo después de Harold Pinter (2005)”, dijo, como sugiriendo que el premio se reparte de manera equitativa a los países, las culturas y las lenguas del mundo.
He aquí otras palabras contundentes de la crítica literaria Denis Scheck: “Es una elección acertada al tratarse de una pionera del feminismo y luchadora contra el racismo, pero desde el punto de vista estético la decisión es un desastre”.
La prensa también se ha manifestado en contra de la decisión. Germán Gullón, de El Cultural, escribe que Doris Lessing "en su última entrega, The Clef (La hendidura, 2007), vuelve a minar una veta cuestionable, la exploración de los inicios de las relaciones sexuales entre los seres humanos durante la prehistoria, y decepciona al lector". Aclara que no tiene quejas por la decisión, "pero sí algunas reservas".
“Al margen de los méritos narrativos de la británica, el Premio Nobel de Literatura huele a corrección política y apesta a coyuntural”, escribió Alfonso Basallo en El Mundo; mientras que en el diario mexicano El Universal, Rafael Pérez Gay apunta: “No leeré a Doris Lessing. No pongo en duda que su obra pueda guardar la sorpresa de un libro extraordinario. Quizás empobreceré mi espíritu alejándome de esas páginas, pero a mí las lecciones sociales en literatura me matan de tedio”.
"Ésta es posiblemente una de las decisiones más reflexionadas que tomamos jamás", dijo también Engdahl a la prensa, y no es de extrañar que sea así, pues no implicaría mucha reflexión decidir otorgarle el premio a cualquiera de los otros favoritos, antes que a la escritora británica. Así como va la cosa, habrá que esperar en los próximos años que el Nobel caiga en las manos del brasileño que escribe novelitas para amas de casa o de la chilena que frota las suyas con la pomada del realismo mágico. Mientras tanto, Doris Lessing asimila la inmensa fortuna de haber sido la elegida del 2007 con estas palabras: “Estoy completamente encantada, el Nobel es el más prestigioso y glamuroso de todos los premios”.
Para cerrar, una visión resumida de Alejandro Armengol, de El Nuevo Herald, acerca de quienes otorgan esta gloria cada año: “El triunfo de Lessing reafirma que la Academia Sueca es una institución tradicional, que prefiere escritores progresistas, tiene debilidad por las vidas singulares y de vez en cuando se acuerda de las mujeres”.

domingo, 7 de octubre de 2007

Las causas perdidas

En este número 19 de mimalapalabra, Jorge Martínez vuelve, ahora cargado de poemas en prosa de su libro inédito Las causas perdidas, con una fuerza descomunal, capaz de arrancarnos del letargo impuesto impunemente por las publicaciones fallidas de los otros. Si hay que voltear la mirada con esperanza hacia algún lado, ese es el rincón en donde este poeta escribe todavía. Nadie dirá esta vez que la poesía ha caído en desgracia.

Otra lápida de olvido

Hoy, turbio y último en despertar en mi honda tumba reforzada con doble lápida sin epitafio, me he acodado frente a ustedes con el enorme miedo subterráneo. A una distancia idiota me han visto registrar la caja de cartón que arrastraba uno de mis hijos. Sin interés la he visto, está vacía. En derredor, en el monstruoso fango del viejo cuchitril, mi hijo me ha juzgado, échate en ella -me ha dicho-, quizás el abismo verde te viene bien, o el fango negro. No te ilumines, la noche viene desde el rincón oscuro de la bóveda. Cuida de que en tu cloaca, en tu salón sin fin, se acomode el silencio y tus pequeñas bolas de periódico. En ti pondremos otra lápida de olvido.
Un poeta, un escritor siempre se alimenta de su vida
Un poeta, un escritor siempre se alimenta de su vida, me dije hace veinte años, cuando llegué a presentarme como inventor de un libro que sólo yo puedo vender. Me miré tan lúcido, sobrio y sabio, venido de una oficina limpia, de un campo florido, gentilhombre. Le ofrecí el libro Papiro a Jorge Martínez y el me ha visto con una alegría inocente, como si le hubieran entregado una clave divina. Me he autografiado el libro y me he dicho en la dedicatoria "A Jorge Martínez Mejía, quien soy yo hace veinte años, este legajo de poemas, para que no se olvide de su causa". También se alimenta de escepticismo, me respondí inesperadamente. Pero debes consagrarte a la zozobra, a la posibilidad de que ni yo mismo te lea. Y salí despacio, como otra parte mía que se va sin saber en la práctica cómo.
El mecenas de los poetas ebrios

Me dispensé la literatura como un ladrón de la comedia humana. Hurté la ciencia y el mal en un magnífico volumen, durante una noche que tropecé con la cabeza de un viejo parecido a Baudelaire. Escribí mi primer Góngora a la orilla de un pueblo de mineros donde los niños nos hicimos hombres a los catorce años. Fui el mejor bebedor, el mecenas de los poetas ebrios, de los fumadores de marihuana. Una mujer me besó en la calle de los burdeles para asombro de la muchedumbre. Estuve encerrado en una prisión antigua y los reos me elevaron en hombros gritando mi libertad. He vivido sin retirarme y sin renunciar a mi nombre ni a mi causa. Un día volveré desde el fondo de mi tumba para tomar mi puesto.
De los poetas que mueren de hambre

De los poetas que mueren de hambre, de los amorosos, de la musa flaca vista en Baudelaire, de la perorata poética, de la piel de higo de la petit poetisa, del negro vozarrón agudo con que chilla Vallejo, de los versos más tristes de Neruda, de la Cucaracha Samsa, de las dos piedras que llevaba en las manos Alfonsina Storni, de los hospitales construidos por Alvaro Mutis, del infinito muro en que se sostuvo Borges una noche que habló consigo mismo; del árbol de raíces de agua de Octavio Paz, de las costillas peladas de Rocinante, de los brazos rotos y los rostros fragmentados de Guayasamín, de la tierra baldía de Elliot, de la Estigia de Dante, de las hojas de hierba de Witman; de Lola, la mujer de Miller, y de Lolita; de todo, amigos, de todo se burla Dios.
Y se caga de la risa.
Nada nos da más libertad que la poesía

A Gustavo Campos

Después de las tabernas y los tristes lupanares, el joven poeta se revuelca en la calle en un afanoso intento por sacudirse un demonio que Baco ha soltado desde su memoria. Similar a mí, hace veinte años, vil y obtuso, desnudo, gritando: "¡Quiero ser libre! ¡Quiero ser libre! Por las calles malolientes y los burdeles de San Pedro Sula. Y he sido más libre hoy que me he visto reflejado, sin revolcarme y con Baco. Y no obstante, nada nos salva a ambos de la vileza infame, y nada nos da más libertad que la poesía.
Al veneno, a la poesía
Bienaventurado el que nos ofrece un trago de veneno o un profundo pozo para caernos cada día. Bienaventurada la violencia sutil, el mazazo de algodón y el puño de seda. Bienaventurado el que nos derriba y nos hace culpables de nuestra caída, víctimas y victimarios... Bienaventurado el gesto suave y los himnos del domingo, la paz del jardín, el muro que mantiene lejos los ojos de la lepra. Bienaventurada la deliciosa condena de los malditos, de los que encuentran la horrorosa mosca del canto. Bienaventurado el reproche, el estúpido campanario de la gloria, el orgullo perfecto del pulcro, la verdad susurrada, la música angelical, el perfume pueril, la castidad, la piedra en el diente, el tercer gallo obligado a cantar para la sordera humana. Bienaventurada la hora del diablo y la hora de la virgen, la mesa rebosante y la sed, el candelabro de plata y la hierba muerta, la rosa sobre el sarcófago, la luna y su claro en la noche de la estulticia. Bienaventurada la malicia, la tos de Satán, la teología del hambre, la prostitución virginal, la piel de higo de las mujeres infieles, su sonrisa, la inútil plegaria de su sexo. Bienaventurada la historia en llamas, el lago irisado de la época, el hastío de los poetas, el mal aliento, la cerveza, la risa, la lluvia, la magia de los viernes, la gota de onanismo. Bienaventurado el fuego con que se nace y el beso con que se muere.

Sobre el autor

Jorge Martínez es originario de Las Vegas, Santa Bárbara. Cursó la carrera de literatura en el Centro Universitario Regional del Norte. En septiembre de 2004 publicó el poemario Papiro. Es editor de la revista de literatura Metáfora.