martes, 30 de diciembre de 2008

Seguimos en el 2009

¿Broma? ¿Qué es broma? Una nadería. Algo efímero. Chascarrillos estúpidos y superficiales para reuniones entre amigos o estrategia que algunos usan para romper el hielo o la hiel (de Harry Haller -fan de mimalapalabra). Pues sí, lo del cierre de este sitio era una "inocentada" (y no sentada).
Pues la intención es evidente: los visitantes se pronunciaron (veánse los comentarios -algunos lo creyeron). Pobre Harry Haller, no sabe que TODO lo de este blog es para el olvido, incluso Harry Haller. Además, esa "bromilla" nos permitió saber que ese lobo estepario es uno de nuestros lectores. Sin esa publicación estúpida no tendríamos el honor de leer la opinión de H.H...
Nos seguimos leyendo en el 2009, el año del sapo crucificado ¡Celebremos con beer&egg!

Austerlitz, de WG Sebald

Termino de leer Austerlitz, al parecer el último libro escrito por W. G. Sebald, y me queda una sensación de tristeza ajena. No puedo evitar compadecerme del personaje Austerlitz, un hombre que, al final de sus días, empieza a escarbar en el pasado para ver si logra dar con su origen, con su identidad. No conoció a sus padres, no sabe dónde nació, no sabe por qué, a sus cinco años, lo llevaron a Gales a vivir con un párroco y su mujer, y no sabe tampoco, por qué ha tardado tanto en decidirse a buscar las respuestas.
Se dedica entonces a consultar archivos y bibliotecas para dar, primero, con sus padres y de esa manera consigo mismo. Y lo que me contagia tristeza en la lectura de esta fascinante novela es lo que Austerlitz siente cada vez que descubre algo nuevo sobre su vida, porque para él, que las circunstancias no le permitieron estar donde debía haber estado, vivir donde debía haber vivido, cada calle, cada edificio, cada objeto en el que encuentra una huella de sus padres o de sí mismo representa una parte del pasado que le arrebataron. Y este pasado imposible duele.
Austerlitz vive en Londres pero no es inglés ni se siente inglés. En realidad no tiene sentido de pertenencia a ningún lugar. Por eso busca en el pasado, para ver si ahí le encuentra el sentido a su vida. Pero a medida que va encontrando las pistas que necesita va también sintiéndose un ser ya no sin identidad sino con una identidad dispersa, y esto es lo que lo lleva algunas veces a caer enfermo e incluso a perder, por un periodo de tiempo corto, la memoria.
Pero quien nos narra la historia de este personaje no es Austerlitz sino alguien que lo ve una vez en la estación de Amberes tomando notas y haciendo dibujos en un cuaderno. Ahí empieza una amistad que los hará encontrarse varias veces en distintos países, y en cada una de esas ocasiones Austerlitz habrá de reanudar el relato de su vida.
Una novela escrita con una intensidad y un ritmo que no dan tregua. Hay pocos punto y aparte en el texto y a menudo lo que nos es narrado está acompañado de una imagen, una fotografía tomada por Austerlitz durante su incesante búsqueda, lo que constituye un juego ficción-realidad muy interesante.
Sebald murió en un accidente automovilístico en noviembre de 2001. Paro cardíaco mientras conducía. Tenía, creo, 57 años. Había nacido en Wertach, Alemania; vivió en Suiza y luego en Inglaterra. La voz del narrador de Austerlitz probablemente sea la suya.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Adiós, nos obligan a retirarnos de la red

A partir del 31 de diciembre de 2008, http://www.mimalapalabrahn.blogspot.com/ pasará al cementerio de los blogs. Cuando más actividad había, "gracias" al accidente de uno de los blogeros y que le permitía permanecer hasta diez horas conectado, hemos recibido una orden judicial para clausurar este sitio. Aunque el vínculo culpable ya no aparecía en esta página (http://www.mimalapalabra-biblos.blogspot.com/), algún "enemigo" nos delató y hemos recibido la terrible orden que nos obliga a decir adiós.
Somos uno de los primeros blogs (sin altanería, actitud que nos caracteriza) de literatura en Honduras. Otros siguieron nuestro ejemplo y les deseamos suerte. Otros trataron de plagiarnos y les deseamos la muerte. De nuevo la censura llegó. Primero en nuestra sección impresa de diario LA PRENSA. Ahora en lo que hasta hace tres días nos parecía libre: los blogs. Estamos planeando una estrategía para seguir en contacto con nuestros fieles lectores.
NOTA: Se aceptan donaciones para crear nuestro propio sitio web: http://www.mimalapalabra.com/. A todos los contribuyentes se les dará el respectivo crédito en la página oficial.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Un día de silencio por Harold Pinter

El dramaturgo y premio Nobel 2005 Harold Pinter. Fuente: www.timeout.com

Sin proponérselo nadie, la historia le otorga un día de silencio al dramaturgo y premio Nobel inglés Harold Pinter. Murió el miércoles pero durante todo el día de ayer nadie dijo nada. Los medios de comunicación mundiales tenían ayer 25 de diciembre su día libre. Pero hoy en todas partes aparece la noticia retrasada: Harold Pinter fallece a sus 78 años.

A nosotros en Honduras nos quedan algunos libros suyos en Atenea y Teatro La Fragua representando magníficamente sus obras.
Descanse en paz Harold Pinter. Descansemos en paz nosotros, con nuestra vida a cuestas.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Molina, entre el abismo y la montaña

Una de las escasas imágenes de JRMolina que se pueden encontrar en internet.

En este breve texto que nos envía un estudiante de la carrera de Letras de la UNAH-VS la poética de Juan Ramón Molina es analizada a través de tres de sus poemas: "Autobiografía", “Metempsicosis” y "El águila". El autor descubre vínculos entre la obra del poeta hondureño y la filosofía de Nietzsche y Schopenhauer. ¿Se trata únicamente de un caso de influencias?

Por Juan Ramón Rodríguez

¿Por qué esta confesión de Juan Ramón Molina en su poema “Autobiografía”: “Hay en mí una dualidad extraña: /tengo mucho de cuerdo, algo de loco,/ mucho de abismo y algo de montaña”? La respuesta quizá la encontremos entre Schopenhauer y Nietzsche. De un extremo, los destellos misteriosos de luz que provienen de la profundidad del abismo, y del otro, una luz superior, el rayo. Molina es el puente entre ambos.
¿Qué hay en ese abismo de Molina? Hay dolor, nostalgia y hastío, y Molina lo dice a través del pensamiento de Schopenhauer, de quien leemos: “Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre”. Por esa razón, la luz que aquí circula, la que se percibe en el poema de Molina, adquiere un carácter fantasmagórico y se manifiesta muy tenue y sumergida.
Pero entonces ¿cómo se explica que de estar en el abismo ahora Molina suba a la montaña? Para el poeta, este ascenso no sería posible sin el dolor y es éste el momento en que su poesía le toma la palabra a Nietzsche cuando dice que el hombre deja de lamentarse de su vil condición de mortal para convertirse en “superhombre”; el águila es entonces la llamada para esa misión, la única que se atreve a alcanzar el rayo: “Jove, que fue el señor de la ancha esfera,/ me destinó, en decretos inmortales,/ a ser su mensajera,/ a conducir los rayos celestiales.” (“El águila”); y la serpiente, que es utilizada por ambos como un símbolo, es la conductora, es decir, representa la inteligencia.
Pero… ¿qué sucede con el superhombre o el águila? Una vez que alcanzan la luz máxima del rayo son derribados y enviados al abismo de acuerdo con la ley del eterno retorno. Lo que ocurre es que el poeta ha trascendido la muerte y por eso vuelve a la tierra, su punto de partida. Según Schopenhauer, la materia de la que está compuesta el ser humano pasa a integrar otras formas de vida, y esta idea, combinada con la idea del resurgimiento de Nietzsche, le otorga al poeta también la posibilidad de “resurgir”, tal como lo expresa en su poema “Metempsicosis”: “Hoy (convertido en hombre por órdenes obscuras),/ siento en mi ser los gérmenes de existencias futuras./ Vidas que han de encumbrarse a mayores alturas,/ o que han de convertirse en génesis impuras.” Así que esa “dualidad” de la que habla Molina en su “Autobiografía” quizá no sólo se derive de su propia angustia existencial sino también de sus lecturas de Nietzsche y Schopenhauer.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Atentamente, el Grinch

Por Giovanni Rodríguez
Estos son los días de la nostalgia, de la resaca por lo vivido durante todo el año que está por terminar, y uno no puede evitar hacer números, balances, recapitulaciones, como si de una tarea de escuela se tratara; tampoco somos inmunes a la manía general de establecer propósitos para el año que viene. Lo hacemos, como todos, aunque sea en secreto o alejados del bullicio navideño y no necesariamente con las doce uvas.
A esta hora todos corren al supermercado para hacer las últimas compras antes de la cena de Navidad, algunos se angustian porque no han podido elegir aún la ropa que habrán de lucir y otros porque todavía no tienen listos todos los regalos. A estas alturas del año la propaganda en los medios de comunicación ha sido tan efectiva que vamos por la calle sinceramente dispuestos a sonreírle a todo el mundo, a ceder el paso o el asiento o el turno en la fila, a desearle al prójimo una “Feliz Navidad y un venturoso Año Nuevo”, aunque nos importen un bledo el prójimo, la Navidad y el Año Nuevo.
No saben cuánto me aburre todo esto. Y sin embargo me contagia. De tal manera me contagia esta hipocresía general que aunque ya haya avisado a mi hermano, a su novia y al resto de gente que se reunirá en casa esta noche que no estaré con ellos porque me comprometí a acompañar a otros amigos en su casa (burda mentira que esconde la verdad de que en realidad me iré por ahí, de bar en bar, a consumir las horas), acabaré apareciendo en casa más tarde probablemente algo borracho y con el ánimo necesario para desearles a todos una Feliz Navidad, de modo que ellos también me la deseen.
Es lo que tienen estas malditas fechas. Uno no puede abstraerse del todo. Seguramente encontraré pocos bares con la disposición de permanecer abiertos hasta por lo menos la medianoche, y los que encuentre abiertos estarán, con toda seguridad, semivacíos, porque sus habituales parroquianos más sensatos habrán de permanecer en sus casitas reunidos con sus seres queridos, excepto yo, por supuesto, absurdo Grinch que bebo y bebo, quizá para olvidar, para olvidar que bebo.
Estoy un poco harto ya de no saber qué hacer en cada Navidad o en cada última noche del año viejo. Se me ocurre que deberían existir lugares para gente como yo, gente indispuesta para la champaña y el pastel y las cenas que amenizan las “fechas especiales”, pero aborto la idea de inmediato; un lugar para gente así derivaría irremediablemente en una especie de centro de rehabilitación o en una fiesta, que son dos extremos a los que no quiero llegar precisamente en estas fechas.
¿Pero saben qué es lo que más me molesta de que en estas fechas la gente sólo piense en hacer fiesta y estar feliz? Lo que me molesta es que alguien más lo haya decidido, y más allá, que ese “alguien más” sea casi todo el mundo. Es que no acabo de entender por qué nos toca estar felices precisamente en estas fechas. Ni que todos fuéramos cristianos, o mínimamente religiosos.
“Pero es una tradición”, me dice mi cuñada en un primer intento de convencerme de que me quede en casa con ellos esta noche. “Odio las tradiciones”, le digo, como Pitufo Gruñón, o como el Grinch que soy una vez al año por estas fechas. Pero no se preocupen. Ya se me pasará. Sólo espero que todo esto pase pronto. Que cese el ruido, la alegría hueca. Feliz Navidad a todos. No me esperen.

El buen soldado Svejk

Viñeta de Las aventuras del buen soldado Svejk, de Jaroslav Hasek, firmada por el dibujante Josef Lada (1887-1957), ilustrador de la edición original.

Ambos nacieron en 1883 y murieron con un año de diferencia por causa de la misma enfermedad: tuberculosis. Vivían en Praga y eran escritores. Ambos recelaban profundamente de ese Estado moderno hiperburocratizado que se encarnaba en el Imperio austrohúngaro. ¿Una coincidencia más? Los nombres de ambos dieron origen a un vocablo. Bien. Se trata de Kafka (1883-1924) y de Jaroslav Hasek (1883-1923). El adjetivo "kafkiano" todo mundo lo conoce, pero el verbo "sveiquear" no tanto, y viene del personaje Svejk de la primera novela de Hasek traducida al español: Las aventuras del buen soldado Svejk (Galaxia Gutenberg). Veamos un rápido perfil tanto del personaje como del autor:

El bonachón recluta Svejk, vendedor de perros e impermeable al desánimo, es en cierto modo un trasunto del propio Hasek, según opina la traductora. "Los dos trabajaron vendiendo perros, entre otras ocupaciones y fueron voluntarios a la Primera Guerra Mundial". Eso sí, Hasek sí que llegó a combatir en el frente, donde contrajo la tuberculosis. La revolución bolchevique lo sorprendió en Rusia, donde residió un tiempo y se casó por segunda vez, mientras seguía unido a su primera mujer, Jarmila, que vivía en Praga. Hasek era un bohemio a quien "a menudo había que sacar a la fuerza de las tabernas", dice su traductora Monika Zgustova.
"Le gustaba tomarle el pelo a todo el mundo", añade Zgustova. El autor compaginaba la creación literaria con la colaboración en una revista zoológica en la que se inventaba animales fantásticos e incluso su genealogía. Evidentemente, en cuanto fue descubierto, lo despidieron. Su irrefrenable vocación para la broma quedó fijada en el idioma. Como su ilustre conciudadano kafkiano, Hasek también ha dado lugar a un vocablo. "En checo, sveiquear es charlatanear con el ánimo de embaucar a alguien", explica Zgustova. "Cuando se dice: no sveiquees, significa: no te enrolles tratándome como si fuera imbécil".
El resto de la nota pueden leerla en la sección Cultura del diario El País, bajo el título "Svejk, el reverso charlatán de Kafka", con un click ahí atrás, o si no, aquí.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Se busca actor porno en H

Calle de El Progreso, lugar de la desaparición de Reinaldo Hermosilla. Fuente: www.panoramio.com

En el cuento "Prefiguración de Lalo Cura", del libro Putas Asesinas de Roberto Bolaño, volvemos a encontrar otra mención a nuestra "magnífica y terrible" H. Esta vez se trata de un actor porno y les dejamos aquí un fragmento del cuento para que vean lo que le sucedió:

El Pajarito Gómez, un caso paradigmático en el porno de los ochenta. Ni la tenía grande, ni era culturista, ni gustaba a los consumidores potenciales de esa clase de películas. Se parecía a Walter Abel. Un aficionado que Bittrich sacó del arroyo para ponerlo delante de una cámara: el resto era tan natural que parecía mentira. El Pajarito vibraba, vibraba y de repente, dependiendo de la resistencia del espectador, éste quedaba atravesado por la energía de aquel trocito de hombre de apariencia tan endeble. Tan poquita cosa, tan mal alimentado. Tan extrañamente victorioso. El actor porno por excelencia del ciclo de películas colombianas de Bittrich. El que mejor daba la talla de muerto y el que mejor daba la talla de ausente.
También fue el único que sobrevivió del elenco del alemán: en 1999 sólo quedaba con vida el Pajarito Gómez, los demás habían sido asesinados o se los había llevado por delante la enfermedad. Sansón Fernández, muerto de sida. Praxíteles Barrionuevo, muerto en el Hoyo de Bogotá. Ernesto San Román, muerto a navajazos en la sauna Arearea de Medellín. Alvarito Fuentes, muerto de sida en la prisión de Cartago.
Todos jóvenes y con la picha superior. Frank Moreno, muerto a balazos en Panamá. Óscar Guillermo Montes, muerto a balazos en Puerto Berrío. David Salazar, llamado el Oso Hormiguero, muerto a balazos en Palmira. Caídos en ajustes de cuentas o en reyertas fortuitas. Evelio Latapia, colgado en un cuarto de hotel en Popayán. Carlos José Santelices, apuñalado por desconocidos en un callejón de Maracaibo. Reinaldo Hermosilla, desaparecido en El Progreso, Honduras. Dionisio Aurelio Pérez, muerto a balazos en una pulquería de México, Distrito Federal. Maximiliano Moret, ahogado en el río Marañen.

Salvaje ménage à trois con H incluida

Fuente: sunwalked.wordpress.com/.../menage-a-trois

Asistamos a este trío, narrado por el poeta real visceralista Juan García Madero, en el que se ve implicado -hasta las heces- el hijo del embajador de H en México, y a las conclusiones de Onán al respecto:

Y ya que unas líneas atrás mencionamos al recordado Roberto Bolaño, justo es reconocerle la elegancia con que se dejaba seducir por el discreto encanto y la manera sutil y ligera con que desgranaba gentilicios a lo largo de las páginas de sus novelas más conocidas. Como en la página 57 de Los detectives salvajes, donde debemos rastrear el antecedente para no perderno s el sentido de la composición o, mejor dicho, del ménage à trois que representan Ernesto San Epifanio, el muchacho rubio (a quien luego conoceremos como Billy) y su hermana mayor: “Aproximadamente por la foto número veinte el muchacho rubio comenzaba a vestirse con la ropa de su hermana...a partir de la treinta o treintaicinco San Epifanio también se desnudaba... Las fotos siguientes mostraban a San Epifanio besando el cuello del adolescente rubio, sus labios, sus ojos, su espalda, su verga a media asta, su verga enhiesta (una verga, por lo demás, notable en un muchacho de apariencia tan delicada), bajo la siempre atenta mirada de su hermana...Tal y como temía las siguientes fotos mostraban al lector de Brian Patten enculando al adolescente rubio... El rostro del muchacho enculado se retorcía en una mueca que presumí de placer y de dolor mezclados”. Quizás la extensión y naturaleza de la cita anterior molesten a más de algún silvestre narrador vernáculo, pero era imprescindible para que comprendiéramos más cabalmente la siguiente afirmación, que cae como un bloque de mármol sobre nuestra lectura: “Es el hijo del embajador de Honduras -dijo San Epifanio lanzándome una mirada funesta- Pero no se lo digas a nadie -añadió después, arrepentido de haberme confesado su secreto.”
Y páginas más adelante, exactamente en la 59, un aire de misterio complementa la revelación: “Así que el hijo del embajador de Honduras se llamaba Billy; muy apropiado, pensé”. No pueden ser más inescrutables las razones que tiene Juan García Madero –el poeta real visceralista cuya voz narrativa predomina en esta parte de la novela titulada “Mexicanos perdidos en México (1975)”- para afirmar que resulta “muy apropiado” que el hijo del embajador de Honduras, maricón para más señas y amante de otro poeta real visceralista, Antonio San Epifanio, se llame Billy. No obstante, G. Domínguez -anodino gacetillero que formó parte durante varios años de la sala de redacción de un diario nacional- me aseguró que no era más que una evidente alusión a cierto columnista de gustos sodomitas, quien medró en las páginas sociales de ese periódico durante la década perdida. Domínguez también me contó que dicho personaje era “el consentido” del jefe de redacción, un dipsómano empedernido de sonrisa perpetua sobre la faz inexpresiva, a quien el columnista aberrado y Sarah Dobles -su amiga del alma y conocida rufiana, que labró su fortuna “consiguiendo carne fresca de concurso de belleza” (sic) para los jefes militares de la década perdida- convidaban cada fin de semana a francachelas inacabables en su casa de playa, herencia que la compañía bananera había dejado al padre del sodomita, a quien se consideraba, además de obediente lamesuelas de los jerarcas de Cincinnati, coautor de la nefasta “Carta Rolston”. Según Domínguez, el columnista aberrado había vivido en México durante la época en que Bolaño ambienta su novela y quizás pudo servir de modelo para el “Billy” de San Epifanio, ya que de manera consuetudinaria desgranaba en sus “escritos” melancólicos recuerdos de su paso por “la región más transparente del aire”. Quizás los investigadores literarios del próximo siglo logren aclarar éste y otros misterios que concita la narrativa de Roberto Bolaño.
"El discreto encanto de la H". Las virtudes de Onán. Mario Gallardo.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Mis mejores lecturas del 2008

Algunas de mis lecturas 2008. mimalapalabra.
No necesito pensarlo mucho. Seis títulos me vienen de inmediato a la cabeza de entre todo lo leído este año. ¿Debo creer en el azar como único “criterio” que permite a estos seis libros ser los primeros en mi recuento anual de lecturas? No. Vuelvo a hacer la prueba y ahí están de nuevo. Cambia ligeramente el orden, pero siguen siendo los mismos:
Chesil Beach, de Ian McEwan, una gran lección moral, una historia tragicómica y un magistral ejemplo de ironía. Con la maestría y la elegancia que lo caracterizan, McEwan construye este pequeño monumento narrativo a partir de un episodio simple, pero acaba convirtiéndolo en un asunto complejo en el que la extrema cortesía propia de la época y de la sociedad inglesa viene a ser el elemento clave, el más importante para la vida de los personajes.
Nocilla Experience, de Agustín Fernández Mallo, que, después de su anterior novela, ha vencido felizmente mis prejuicios. La “realidad Nocilla” ha sido concebida plenamente incluso antes de su fundación, es decir, lo que leemos en la novela son apenas los fragmentos deliberadamente expuestos de esa realidad: una sucesión de historias que, separadas, podrían constituir perfectamente los inicios de muchas otras novelas.
El mar, de John Banville, que era la primera novela suya que leía y que me ha llamado a enlistarme en su ejército de lectores fieles. La voz del narrador es memorable, quizá precisamente -paradójicamente- porque su memoria falla, y siempre está dudando de si lo que nos cuenta ocurrió de esta manera o de esta otra. Magistral.
Dietario voluble, de Enrique Vila-Matas, porque desde hace mucho tiempo soy un lector irremediable de su obra, y éste es un libro divertido e inteligente que se puede leer como un diario o como un conjunto de artículos o como una novela o como… La vida como una gran novela. Eso es lo que hace Vila-Matas con su vida: observarla –y anotarla- (narrarla) como si de la trama de una novela se tratara.
Wilt, de Tom Sharpe, que compré por un euro bajo una carpa en una rambla y que resultó casi tan hilarante como La conjura de los necios. Novela inteligente y humorística, pero humorística en serio. Increíble capacidad de hacer que uno se retuerza de la risa.
Casi nunca, de Daniel Sada, una novela con un lenguaje coloquial explotado de la manera más culta posible. En ese sentido, casi tan pegajosa como el Quijote. Y divertida a más no poder. Uno no deja de ver la foto de Sada en la solapa del libro y decir: "¡Qué magnífico narrador!". Y por supuesto que Bolaño tenía razón cuando dijo que de su generación admiraba a Sada porque su proyecto narrativo le parecía el más arriesgado.
P.D.: Cuando elaboré esta shortlist de mis lecturas de este año (originalmente para enviarla al especial de HermanoCerdo, en donde fue publicada en su primera versión: click aquí), dejé por fuera algunos libros sólo por el hecho de que aquellos seis fueron los primeros que me vinieron a la mente en ese momento. Pero cómo dejar de mencionar otras buenas lecturas del 2008 a manera de recomendación a los lectores de este blog:
La carretera, de Cormac McCarthy, una novela que leí en un par de días porque esa situación extrema de sus dos protagonistas me mantenía en suspenso. Por supuesto esto tampoco habría sido así si la prosa de McCarthy, con esas frases cortas y esos diálogos tan bien logrados, que son como pequeñas lecciones de vida, no me hubiera atrapado desde el principio.
Elegía y El lamento de Portnoy, de Philip Roth, un autor que muerde fuerte el tema de la moral gringa y la cuestiona con magnífica ironía.
Corre, Conejo, de John Updike, que tanto por la historia que cuenta como por la profundidad de las reflexiones entorno a su personaje principal, me recuerda La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera.
Estrella distante, de Roberto Bolaño, una lectura absurdamente postergada no sé si por desidia o porque tanto Bolaño por todos lados llega a joderlo un poco a uno en determinado momento. Afortunadamente le llegó el día a esta genial novelita, a la altura de Los detectives salvajes y de 2666.
Y por último, dos libros hondureños:
Final de invierno, el largamente esperado primer libro de cuentos de Dennis Arita, que confirma la calidad de su escritura demostrada en periódicos y revistas nacionales durante varios años. Cuentos que tienen su revés, porque no siempre lo que se cuenta en ellos es todo lo que cuenta. Algunos cuentos suyos, aunque no de este libro, puede leerlos dando click en La naturaleza del pescador y Monstruo.
Desde el hospicio, de Gustavo Campos, único libro de poesía que alcancé a leer completo este año, quizá porque su autor es amigo mío, pero también quizá porque esos poemas no reúnen “versos de imaginería inútil”, como llama otro amigo a este fenómeno tan popular entre nuestros poetas sino porque dan fe del buen lector de poesía que ha sido Gustavo y de lo que, escribiendo, es capaz de hacer. En este libro, en esta poesía la existencia misma es un acto poético. Algunos poemas suyos aquí.

Cioran en el sótano

Cioran salvado por la anticuaria. SCIAMMARELLA. Fuente: El País.

Ah! Leer los diarios españoles es igual de gratificante que leer los hondureños. Un domingo como hoy, por ejemplo, En San Pedro, me levantaba temprano, caminaba siete cuadras hasta llegar a la esquina del parque y compraba cualquiera de esos diario-revistas que venden por cinco lempiras y me iba al Expresso Americano. Abría el diario-revista al azar y ¿qué creen?: la columna de Rómulo Emiliani. Daba vuelta a la página y otra delicia para el paladar: Salvador Nasralla diciendo que los músculos de David Suazo son más grandes (apetecibles) que los de cualquier futbolista centroamericano (todos feos y pobres y desnutridos). Pero esa es otra historia (la de los diario-revistas hondureños, no la de Nasralla); ahora a lo que vine: una curiosa nota que leo en El País sobre unos supuestos diarios de Cioran encontrados en un sótano parisino. Si quieren leer la nota completa, ya saben, click en el enlace anterior.

Hace casi once años, Simone Boulez, una anticuaria del Mercado de las Pulgas de París recibió un encargo corriente: acudir a una buhardilla deshabitada del Barrio Latino para limpiarla de trastos y basura, arramblar con todo lo que valiera algo, tirar el resto y dejarla lista a fin de que el propietario pudiera volver a alquilarla.

La mujer se fue con su yerno y comenzaron a expurgar en el desorden del piso abandonado. Incluidos los papelotes que se encontraban en el sótano. Mientras trabajaban, a la mujer le llamó la atención un jarroncito medio escondido en una alacena porque tenía una inscripción que decía "Simone y Cioran". A la anticuaria le gustó porque el nombre de ella coincidía con el suyo, no porque conociera al otro. Pero su sobrino le advirtió:
-A mí me parece que éste es un escritor famoso.
Simone Boulez, que no sabía nada del escepticismo y la obsesión por la muerte del filósofo rumano, ni de su aversión a la fama y a la petulancia, pero que como buena comerciante callejera había desarrollado el olfato ante la bicoca y el sentido de la oportunidad, decidió entonces guardar los papelotes encontrados en el sótano.
Acertó. Hoy valen más de medio millón de euros. Son 18 cuadernos de espiral de la papelería parisina Joseph Gilbert que constituyen una suerte de diario del filósofo desde 1972 a 1980. En ellos se cuentan hasta cinco versiones sucesivas de una de las obras maestras de Emil Cioran, Del inconveniente de haber nacido. También hay bocetos de otros libros y frases, títulos desechados ("nostalgia del diluvio") pensamientos, aforismos, apuntes y notas. "Kandinsky sostenía que el amarillo era el color de la vida. A lo mejor es por eso por lo que ese color daña a los ojos", se lee en uno de estos cuadernos.

Mundos quietos con vida propia

Portada de la novela de Murakami aludida por Vila-Matas.

Por Enrique Vila-Matas

1- Las densas brumas de la calle, de madrugada, no han logrado llegar hasta donde me encuentro: leyendo en el confortable cuarto del Morgans Hotel. Sospecho un mundo tan infernal afuera que si ahora un cuervo negro golpeara los cristales, ni me inmutaría. Aun así, me acompañan ciertos temores cuando finalmente me aventuro a mirar a la calle. Voy despacio hacia la ventana y miro. Contemplo divertido la tan amenazante oscuridad. Pero, de pronto, en el rascacielos de enfrente se cierra el ala de una ventana, como si Nosferatu se envolviera en su capa en pleno Manhattan. Enarco una ceja y vuelvo al interior del interior del cuarto, regreso a la lectura del libro de Murakami. En la novela japonesa, hay una mujer llamada Mari, que en un bar interrumpe la lectura y se queda mirando hacia fuera y por la ventana ve, a sus pies, una calle concurrida. Me alegro de estar quieto, sin saber si voy a una parte u otra, tan sólo siguiendo los pasos de esa mujer.
Ahora Mari, que ha perdido el último tren de vuelta a casa, ha cambiado de lugar y está en el lavabo de la discoteca Skylark, donde le han dicho que puede pasar la noche. Por los altavoces del techo suenan los Pet Shop Boys. Mari se lava las manos y de vez en cuando alza la mirada y observa su rostro reflejado en el espejo. Cierra el grifo y se inspecciona los dedos de la mano. Los lleva pegajosos y actúa como si temiera haber perdido alguno. Luego aproxima su rostro al espejo. Se mordisquea los labios. Y de modo simultáneo la Mari del espejo también se los mordisquea. Se cuelga el bolso al hombro, sale del lavabo. La puerta se cierra. Nuestra mirada convertida en cámara permanece unos instantes en el lavabo. Ya no hay nadie. Sólo la música sonando por los altavoces del techo. Una melodía de Hall&Oates. Al mirar con atención, descubrimos que en el espejo todavía se refleja la imagen de Mari. Y la Mari del espejo está mirando hacia nosotros desde el otro lado. Con expresión grave. Pero a este lado no hay nadie. Sólo la imagen de Mari que permanece en el espejo.
No me altero ni medio segundo. La escena de Mari y el espejo me hace pensar en ese amigo al que le preguntábamos qué veía cuando se abismaba tanto. -Nada -nos decía-, sólo la realidad que nos mira.
Miro la realidad que me mira en este cuarto del Morgans, y trato de pensar en otra cosa. Pero acabo no quitando la vista del libro, por miedo a descubrir que algo haya podido modificar los dedos de mi mano izquierda, la única que tengo libre, porque la derecha sostiene a duras penas la japonesa novela.
2- Mari en su espejo del Skylark me recuerda el oscuro mal que se instaló en mi mano derecha cuando leí el primer cuento de Felisberto Hernández. Percibo evidentes puntos en común entre el mundo de Murakami y el de Felisberto, aunque es difícil que el japonés haya ni siquiera oído hablar del gran escritor uruguayo, cuyos cuentos en su momento fueron dejando en mí una sensación de raro extrañamiento, que se fue traduciendo en una modificación de los hábitos a través de los cuales contemplaba la realidad, o, mejor dicho, era observado por ella. Y no estoy hablando sólo de las modificaciones en mi mano derecha, que ya no volvió a ser la misma después de aquel libro de Felisberto, sino de la impresión que me quedó para siempre de que no se podía leer a este autor sin correr ciertos riesgos. Porque con él uno pasaba a ser observado por mundos quietos con vida propia. Murakami no es más que un involuntario sucesor de Felisberto en la creación de ese mundo de la realidad que nos mira.
En un genial cuento del uruguayo, "El balcón", una mujer se enamora de una especie de mirador en el que se pasa la vida imaginando historias sobre los transeúntes que ve a través de los cristales. Un día, el balcón se cae, pero lo que el lector percibe es que el balcón no se ha caído, sino que se ha suicidado porque la mujer le ha sido infiel con un hombre. O sea que era el balcón el que la observaba a ella. La literatura de Felisberto nos sitúa en muchas ocasiones al borde de un misterio perturbador. No conozco la vida de Murakami y ni tan siquiera si conserva los cinco dedos en cada mano, sólo sé que la vida de Felisberto fue desgraciada; persiguió el reconocimiento como escritor y no lo obtuvo y, sin embargo, vivió de los dedos de sus manos: fue compositor, pianista de cine y de cafetín, y dio conciertos en salones elegantes y casinos de mala muerte. Las notas de este artista compusieron un espacio fantasmal de ficciones, de espejos y balcones que capturan las imágenes y desde ellas observan la realidad. Se casó cuatro veces, pero siempre acababa regresando a la casa de su madre. Parece que no fue feliz un solo día de su vida, pero inventó un sistema taquigráfico que le sirvió para escribir más deprisa en los últimos años. Ya sólo por haber inventado ese método de lo fulminante, Felisberto habría pasado a la historia, pero es que, además, fue un cuentista excepcional, que controlaba muy bien la locura en sus relatos de premeditada, cabal rareza.
Siguen las densas brumas de la calle sin llegar adonde estoy tan perfectamente acomodado, mientras me acuerdo de Felisberto, que decía que la metáfora era un vehículo burgués, confortable, que iba a muchos lados, pero que antes, eso sí, teníamos que decirle siempre al conductor adonde íbamos, concretar el sitio, porque si le decíamos que queríamos ir a lo incognoscible sabía dónde llevarnos: al manicomio.
Tomado de ELPAIS.com

sábado, 20 de diciembre de 2008

WBlake, dos siglos después

Good and evil angels, de William Blake. Fuente: atopiablog

¿Que más vale tarde que nunca? ¡Que se jodan quienes digan eso! Al menos eso respondería William Blake si saliera de su tumba y se enterara de lo que montarán en la Tate Britain de Londres. Si quiere leer la nota completa, click aquí. Si no, leamos a continuación, que con esto bastará:

El poeta y artista William Blake aspiraba a erigirse como el nuevo Miguel Ángel cuando en 1809 realizó su primera exposición individual en Londres. Creía que era su momento, que a partir de entonces llegaría la fama y admiración. Nada más lejos. La muestra fue un fracaso que el público ni se molestó en ver y la crítica despellejó.
Coincidiendo con los 200 años desde esta primera -y última- exposición de Blake, la Tate Britain prepara para la próxima primavera una exposición con las obras por las que el inglés fracasó, perdió su confianza en el mundo del arte y decidió retirarse de la esfera pública.
En aquel entonces, la única crítica que se hizo de su colección de pinturas incluía frases como: "el pobre hombre se cree un gran maestro y ha pintado unas pocas pinturas miserables", según recoge The Guardian. Ahora la galería londinense quiere devolverle los honores.

Oídos bien cerrados

Nicole Kidman con ese otro en una escena de Ojos bien cerrados. Fuente: www.umag.cl/.../ojosbiz.jpg

Tan claro como que el doblaje en el cine es una práctica nociva es el hecho de que la industria que se dedica a esto lo sabe y aún así no está dispuesta a ceder. ¿La razón de esta negativa? Lo de siempre: el maldito dinero, la gran cantidad de gente (otra vez la masa, maldita sea) que dejaría de asistir a las salas de cine españolas porque Brad Pitt y George Clooney no dicen "guay" sino "nice", no dicen "joder" sino "fuck", no dicen "tío" sino "man"; sólo por eso. Todavía no me repongo de la vez en que, cambiando canales en la televisión, di con la película Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut), la última de Stanley Kubrick, y durante los dos minutos que mis ojos se mantuvieron abiertos y mi estómago aguantó aquello, pude ver (y oír, oír sobre todo) a Nicole Kidman decir, luego de una pesadilla, algo parecido a esto: "Soñaba que me follaban muchos tíos, tíos blancos, tíos negros, tíos amarillos, y me follaban, y me follaban, y me follaban". Juro que por un instante estuve a punto de odiar también a mi adorada Nicole Kidman, pero afortunadamente pude deslindar a tiempo la imagen del doblaje. En fin, dejo aquí fragmentos de un reportaje en la edición de hoy de adn.es en su sección de cultura que reabre el debate:

Las declaraciones de Eduardo Noriega hace algunas semanas asegurando que el doblaje es una herencia franquista han reavivado la polémica entre defensores y detractores del doblaje, un debate frecuente en la industria cinematográfica española.
Las voces de la industria críticas con el sistema del doblaje lo tienen claro: es una práctica que adultera la esencia original de una obra de arte. "Es una modificación esencial de la obra, como podría ser colorear una película en blanco y negro o alterar el formato de proyección. Yo prefiero ver una película en su formato original de imagen y sonido a un visionado adulterado", mantiene Jaime Rosales, uno de los francotiradores más experimentales del cine español.
El cineasta catalán Cesc Gay, uno de los más fervientes defensores de la versión original, prefiere tomárselo desde un punto de vista más irónico: "Imaginemos por un momento a Bruce Springsteen cantando doblado con acento del Hospitalet y diciendo 'Nacido en Estados Unidos, Nacido en Estados Unidos'".
Juan Pinzás es el único director español que ha rodado bajo el sello Dogma 95, un movimiento que propugna el hiperrealismo en el cine. En su opinión, "el doblaje, en parte, es una falsificación". "Hay que ver la película tal y como fue creada, con el sonido directo. De lo contrario, estamos destrozando una obra de arte".
Pero, ¿Por qué se sigue doblando? (Aquí viene lo del pisto):
Para José María Caparrós, profesor de Historia Contemporánea y Cine de la Universidad de Barcelona, "A las majors -sucede también en Italia- les interesa mantener el doblaje, para que no les repercuta en la taquilla, tan diezmada en estos momentos de crisis".
"Las majors tienen mucho poder, para qué engañarnos, y no van a renunciar a corto plazo a lo que recaudan con las versiones dobladas en grandes salas. Sin duda, es un problema de industria, pero también es necesario que haya una inversión del Estado que pueda potenciar las salas en versión original", reclama Pinzás.
Rosales secunda la opinión de Guillén Cuervo: "Si de verdad existiese una fortísima demanda de versión original, el mercado respondería rápidamente. No es que todo el mundo quiera ver películas en versión original a toda costa y las grandes distribuidoras se lo impidan".
"Es cierto que el público evoluciona y cada vez demanda más versión original. Es una progresión lenta, pero innegable. Las majors tratan de frenar esa progresión, por leve que sea. La codicia humana es insaciable", reflexiona Jaime Rosales. Juan Pinzás secunda esa opinión: "al público joven le gusta acercarse a la versión original. Está más concienciado de que la película, sin doblaje, gana más".

Me recomiendan a Alice Munro

La escritora canadiense Alice Munro.
Dice Frank Báez en su recuento de lecturas 2008 de HermanoCerdo:
Una mañana en la oficina, aprovechando que el jefe no estaba cerca, entré al New Yorker y empecé a leer un cuento de una tal Alice Munro. El cuento era "Dimension" y al terminarlo sentí como si hubiera atravesado una piscina por debajo del agua. Cogí aire y leí dos cuentos más. Lo asombroso es que nadie en la oficina me interrumpió. Si hubiera ocurrido lo contrario, presento mi renuncia. Al día siguiente, sobregiré mi tarjeta de crédito ordenando a través de Amazon todos los libros de Alice Munro.
Supongo que ya la mayoría ha abandonado HermanoCerdo y esta en el New Yorker o en Amazon. Para los que no, les refiero algo que me ocurrió mientras leía frenéticamente los cuentos. Había leído en un blog que Alice Munro de setenta y siete años abandonó la escritura. Apenado, ideé un plan en que dejaría de leer dos o tres cuentos de cada volumen, de manera que pudiera racionar cuentos de Alice Munro para los tiempos de crisis literaria. Sin embargo, este octubre pasado, en un encuentro organizado en New York, Alice Munro aseguró que todo era una farsa y que estaba escribiendo. Cuando le preguntaron por cuánto tiempo había dejado de escribir, respondió que más o menos tres meses.
Y esto había leído antes de Javier Avilés, editor del blog El lamento de Portnoy:
Pero lo mejor ocurrió a principio del verano: Terminé de leer el primer relato de Secretos a voces (Open secrets) de Alice Munro, el titulado "Entusiasmo". Me levanté. Apoyé el libro en el respaldo del sillón. Me arrodillé ante él e incliné mi cuerpo en repetidas ocasiones hasta tocar la frente en el suelo, como homenaje al grandioso talento narrativo de la Duquesa de Ontario.
J., del blog Balada del elefante azul, también tiene algo que decir al respecto:
Leyendo a Munro siento que estoy leyendo algo real, ya lo dije. Cada dos o tres páginas doy vuelta atrás y reviso las primeras líneas o las intermedias. ¿Cómo se inicia todo? ¿Tan fácil? ¿Cómo llegamos a este punto? ¿En qué momento esta concatenación de palabras sencillas, sin pretensiones, se transforma en un pequeño universo de personas vivas que no se dan cuenta de que las miro, las sé, me preocupan? Cada cierto tiempo, cuando me deja respirar, me temo que lo que leo es literatura testimonial enmascarada como ficción tal vez para no indisponerme demasiado. Quien cuenta esto, me digo, está sufriendo de verdad. Aquí nadie está actuando.Me siento mal leyendo las historias de Alice Munro. Me duelen.Digo más: Me gusta sentirme mal leyéndolas.
Entonces me voy a Google, para pedir más recomendaciones, y acabo de convencerme:
"La íntima relación de la autora con cada uno de los relatos confiere tal grado de conexión entre todos que llega a trasmitirse una cierta sensación novelesca al conjunto". (José Antonio Gurpegui, El Cultural).
"Un variado y suntuoso conjunto sinfónico de historias que eclipsa incluso las más tempranas obras maestras de Munro". (The Seattle Times sobre La vista desde Castle Rock).
"Alice Munro, artífice magistral de algunos poderes de la literatura que en bien de su diversidad sería bueno preservar". (Graciela Speranza, Quimera).

viernes, 19 de diciembre de 2008

Lecturas 2008 en HermanoCerdo

En HermanoCerdo siempre estamos dispuestos a plagiar buenas ideas. Lo hacemos sin remordimiento porque en HermanoCerdo no sólo creemos en la legitimidad del plagio sino en la necesidad del mismo como mecanismo multiplicador de memes valiosos. Por eso no lo dudamos un instante cuando el año pasado descubrimos el especial A year in reading que ya es una tradición en el blog The Millions, de Garth Risk Hallberg y C. Max Magee: El próximo año, nos prometimos, haríamos algo exactamente igual, pero en español.
Pues lo hicieron, y lo hicieron bien. Pasen a verlo: Las lecturas de 2008 (HermanoCerdo)

Quesada dice que Anderson dice que la H...

Río Patuca. Fuente: blog de Cri Cri

Encuentro en la revista Istmo un ensayo sobre una antología editada por el norteamericano Paul Theroux titulada The Best American Travel Writing 2001. El ensayo se titula “Para tener una revelación, vení a los peores lugares”, título que, si consideramos que esta nota forma parte de nuestra popular sección “El discreto encanto de la H”, ya nos anticipa algo de lo que encontraremos en él. Su autor, Uriel Quesada, no sabemos si estudiante o profesor del McDaniel College de Maryland (si anda por ahí, que nos lo aclare, por favor), centra su trabajo en el primero de los textos incluidos por Theroux en la antología y que lleva por nombre “As Long As We Were Together, Nothing Bad Could Happen to Us”, obra de Scott Anderson, “un periodista norteamericano que ha escrito sobre distintos países y en especial sobre el tema de la guerra”, según nos refiere Quesada. La historia es ésta (en palabras de Quesada, gracias):

“As Long” relata un inesperado recorrido por territorios de La Ceiba, Honduras, cuando Anderson es apenas un muchacho de 16 años de edad. El adolescente ha sido enviado por sus padres para que traiga de vuelta a los EE.UU. a su hermano mayor, Jon, quien supuestamente ha sufrido una herida con machete, y cuya gravedad se ignora. El motivo del viaje se convierte en una parábola del encuentro entre los hermanos –la relación hasta entonces ha sido distante, casi de desconocidos– y de cómo una situación límite permite crear un lazo que perdura por el resto de la vida.
Del ensayo de Quesada tomo este par de parrafitos en donde nuestra querida, entrañable reputapública de H, otra vez, nos es pintada feamente por Anderson, o sea, tal cual es (no en todo y no siempre, hay que aclararlo). Veamos entonces:
La primera imagen que tiene el lector de La Ceiba se encuentra en una foto que Jon ha enviado a su familia. En el anverso Jon aparece en una playa de “aspecto roñoso” (Anderson, 2001: 3). En el reverso describe las actividades a las que se ha dedicado, entre ellas la recolección de cocos, y de paso menciona el accidente con el machete. El pie no está bien, sino hinchado, quizás con gangrena y hasta es posible que “haya que amputarlo” (Anderson, 2001: 3). Este truco narrativo prepara al lector para que La Ceiba sea un lugar espectacularmente horrible, un sitio primitivo y por ello mismo plagado de peligros. Scott llega a La Ceiba y su primera mención es de un bar, El París. La Ceiba como lugar que se observa está apenas esbozado por algunos rasgos que señalan la ausencia de elementos de confort y modernidad. El Paris, por ejemplo, “es uno de los pocos lugares de La Ceiba con aire acondicionado” (Anderson, 2001: 5). El aeropuerto es “una minúscula terminal” (Ibid). La roña de la playa, el calor, la pequeñez, estos elementos sirven como preámbulo a las grandes conclusiones: “Más allá del sucio vidrio de la ventana”, dice el narrador, “estaba el parque principal de La Ceiba, una desmarañada placita con una estatua oxidada en el centro. Hasta el momento yo no había visto nada en Honduras que pareciera divertido” (Anderson, 2001: 6).

El ascenso por el Patuca, como en narraciones similares, implica un choque entre civilización/ingenuidad y barbarie. Si La Ceiba no era otra cosa que un pésimo lugar, los siguientes poblados a los que llegan los hermanos se encuentran todavía en un estado mayor de fealdad y atraso. Brewers Lagoon, el primero de ellos, está descrito en términos de unos excusados construidos sobre pilotes adonde la gente sube a hacer sus necesidades corporales. Ver a las personas ir y venir es “la mayor fuente de entretenimiento” (Anderson, 2001: 10) para el narrador. Brewers Lagoon es letargo, chavolas infestadas de mosquitos, pantanos y lluvia diaria. Es aburrimiento, que se puede consolar con la lectura de las novelas traídas con el equipaje. La ruta hacia Awas anuncia lo que ese poblado será: un puñado de chozas, indios misquitos –identificados, pero no reconocidos como individuos– y una pequeña tienda donde Jon pretende cambiar sus cheques viajeros. Esto último provoca un comentario del narrador sobre los intentos de su hermano de convencer al dueño del estanco para que reciba los cheques, sin lograr de él más que una mirada de confusión. Los lugares que recorren los hermanos ejemplifican lo que Spurr llama “espacios negativos” (1993: 93). La mirada colonialista destaca ausencias –territorios vacíos, aunque también el vacío incluye las prácticas culturales, políticas y sociales– implícitamente comparando un mundo más civilizado con lo que la narrativa recoge del lugar visitado. Spurr usa ejemplos de varios viajeros, incluyendo Charles Darwin, para señalar cómo los espacios negativos justifican un supuesto derecho del visitante a colonizarlos. Las ausencias permiten la acción del aventurero, la apropiación del espacio e incluso de su gente.